tag:blogger.com,1999:blog-13953373944170679242024-02-19T08:24:11.554+01:00los héroes huyen del enemigonovelaAnonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.comBlogger12125tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-35326307929087157992009-03-17T03:07:00.000+01:002009-03-17T03:08:37.731+01:00<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjnAfMKyJ3GgyPMz4ekDkan9Jx23dcPyzXBlw72y5kqXO31-5n3-YMjpJkW5Q7ctGAFEL68xnjFThKJyNR7XIqAuO8cfnhoCzBk2GQaK2Z2SIgXH_rSegzGLs6S5_tYVGIIFOVUJwxXIFU/s1600-h/H%C3%89ROES1.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 227px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjnAfMKyJ3GgyPMz4ekDkan9Jx23dcPyzXBlw72y5kqXO31-5n3-YMjpJkW5Q7ctGAFEL68xnjFThKJyNR7XIqAuO8cfnhoCzBk2GQaK2Z2SIgXH_rSegzGLs6S5_tYVGIIFOVUJwxXIFU/s400/H%C3%89ROES1.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5313972797829560674" border="0" /></a>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-70036306323647997522000-03-14T20:00:00.003+01:002015-02-10T16:26:47.800+01:00<div style="font-family: georgia; text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">Editorial Romero</span></div>
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<div style="text-align: center;">
Colección: <span style="font-weight: bold;">Quaderno máximo, 1</span><br />
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Primera edición: abril 2001<br />
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ISBN: 84-607-0875-6<br />
Depósito legal: BA-278-2000<br />
Inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual<br />
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Diseño cubiertas e interiores: rosaura barr<br />
Impresión: Imprenta Grandizo-LLERENA (Badajoz)<br />
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<span style="color: #333333;">-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #333333; font-family: georgia; font-size: 180%; font-weight: bold;"><span style="color: #cc0000;"><span style="color: #666666;">Contra las restrictivas disposiciones mercantilistas de la creación y de la cultura se permite, incluso se agradece, que se reproduzca, por cualquier medio, sin fin de lucro ni fraudulento, el texto, diseño y cualquiera parte de esta publicación, citando siempre procedencia y autoría. Gracias.</span></span></span><br />
<span style="color: #333333;">-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------</span></div>
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<div style="color: #333300; font-family: trebuchet ms; text-align: center;">
<span style="font-size: 130%;"><span style="font-weight: bold;"><br /><br /><span style="color: #333333;">DEDICO</span></span><br /><br /><span style="color: #333333; font-family: trebuchet ms; font-weight: bold;">A mi familia, larga y ancha</span><br /><span style="color: #333333; font-family: trebuchet ms; font-weight: bold;">A mis amigos, si los hubiere</span><br /><span style="color: #333333; font-family: trebuchet ms; font-weight: bold;">A ellas, que también</span><br /><span style="color: #333333; font-family: trebuchet ms; font-weight: bold;">A mis enemigos, que tanto apoyan</span><br /><span style="color: #333333; font-family: trebuchet ms; font-weight: bold;">A mis lectores, que poco leen</span><br /><span style="color: #333333; font-family: trebuchet ms; font-weight: bold;">A mis paisanos, de múltiples paisajes</span><br /><span style="color: #333333; font-family: trebuchet ms; font-weight: bold;">A los apátridas, los desertores,<br />los cautivos, los torturados,<br />los exiliados, los vencidos,<br />los emigrados, los condenados,<br />los huidos, los pobres de la tierra y del cielo,<br />los enfermos, los amantes,<br />los pacíficos, los valientes,<br />los inteligentes<br />y aquellos que me olvido</span></span></div>
<span style="font-size: 130%;"><br /><br /><br /><br /><br /><br /><span style="font-family: georgia; font-size: 100%;">SOLAPA</span></span><span style="font-family: georgia; font-size: 100%;"><br /></span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: georgia; font-size: 100%;">Nace donde el mundo se llama Llerena (Badajoz), un 28 de mayo de 19XXX, calle de la Cruz, nº7. Aprende a leer solo antes de los dos años...<br />Tras una infancia que trató de prolongar, como paraíso, se le vino el mundo de los mayores encima. Lee con denuedo desde siempre, con afán incontrolado. Estudia Filología Hispánica, alterna trabajos dispares y diversos, que van desde vendimiador, por ejemplo, a profesor de literatura. Siempre tiene algo por escribir. Donde va lleva su pequeña biblioteca portátil, sus cuadernos... Ha vivido bastantes ciudades y poblaciones a lo largo y ancho.<br />Sus maestros literarios son los del origen, los originales clásicos, griegos, latinos y de lenguas romances: Homero, Virgilio, desde las jarchas anónimas pasando por Cervantes, Rabelais, Camoens, Santa Teresa, Góngora, Quevedo, Gracián... Más recientes relee a Borges, Cunqueiro, Calvino, Monterroso, Goytisolo, Arreola, Miguel Espinosa, el <span style="font-weight: bold;">Diccionario de Autoridades</span>, Ambrose Bierce, Flaubert y otras fruslerías. Advierte del peligro en que el Mercado, el Capital y el Estado ponen a la creación literaria, al arte de la literatura. Es políticamente incorregible, ácrata, aristócrata arisco con los modos y modas sociales al uso y abuso establecidos.<br />Ha publicado <span style="font-weight: bold;">Reverte metamorfoseado</span>, novela, no leída, que algún crítico alabó como demasiado para un lector medio, pues <span style="font-style: italic;">pretende ingenio a cada línea y lo consigue</span>. Dos poemarios: <span style="font-weight: bold;">Quaderno de dexados</span>, <span style="font-weight: bold;">Viático para Teluria sola</span>. Y cientos de artículos, ensayos, críticas, cuentos en revistas, diarios, etc., con cierta aceptación común. Algunos poemas, cuentos y ensayos forman parte de varias antologías.<br />Tiene como ocho novelas en el cajón, siete poemarios que revisa de continuo, algunos ensayos y muchos cuentos y relatos breves, así como otros libros inclasificables en géneros. La más importante tarea de su vida, su único afán esencial y necesario es escribir, sobre todo poesía. Lo demás filfa y engaño.<br />Ha promovido revistas y proyectos literarios, por encargo, para editoriales diversas, e intereses varios.<br />Últimamente está empeñado en editar su propia obra, en una guerrilla incruenta, contra la mentira de las grandes editoriales y sus productos mediocres o malos, aunque bien publicitados, la mentira de la fama y otras impertinencias a la creación. ¿Tendrá éxito o salida? En el próximo capítulo continuará.<br />____________________________________________________________________<br /><br /><br />CONTRAPORTADA<br /><br />Este libro no se puede resumir ni decir en dos palabras. Si así fuera no hubiese sido escrito más que en esos términos. Tampoco se puede hacer cine de él. Todo goce estético pide esfuerzo, toda comprensión entrega, sabiduría, amor, valentía. Hace cosa de veinte años que esta novela está reescribiéndose, para llegar a ser lo que hoy pretende: goce verbal. Abstenerse lectores de mediocridades al uso de premios, ventas y famas o publicidades. Que lo visiten aquellos que busquen la alegría, la sorpresa, lo inesperado; aquellos que crean en el arte literario como tal. Esto no pretende ser marbete engañifa de publicidad sino invitación al gozo y la complicidad.<br />Al editarlo creemos ofrecer un acontecimiento: se hallará vida e interés. Se podrá leer cien veces lo ya leído sin experimentar que se conoce. Tal es la virtud de este texto. Que aproveche a los atentos, despiertos, valientes y solidarios.</span></div>
Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-75489317654607910552000-03-14T19:00:00.000+01:002009-03-14T22:11:42.021+01:00Este libro lleva un título, pero podría ostentar muchos otros. He aquí una parca muestra de los que lo contendrían:<br /><br /><br /><br /><div style="text-align: center; font-weight: bold;"><span style="font-size:180%;">Floresta de varia fuga<br />Imagen de la fuga<br />Crónica de fuga<br />Trífuga<br />Fuga perpetua<br />Las causas de la fuga<br />Axis<br />Mirabilia<br />Oráculo de espejo<br />Fuga a Delfos<br />Retirada de los héroes<br />Telón de cristal<br />Fulgurante acechanza<br />Dédalo de fugas<br />Panoplia de masoquistas<br />La desgracia del forzado<br />Fuga fingida<br />Fugaxiada</span></div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-82063453873755439942000-03-14T17:00:00.000+01:002009-03-14T22:20:25.446+01:00<div style="text-align: center; color: rgb(0, 0, 102);font-family:trebuchet ms;"><span style="font-size:100%;">En este libro estás, que es el espejo<br /> De cada rostro que sobre él se inclina.<br /> J.L. BORGES<br /><br /> Huye por los corredores<br /> que abren los espejos.<br /> G. CELAYA<br /><br /> Al principio su superficie pulida era nebulosa,<br /> pero después pasaban las imágenes fugitivas.<br /> MARCEL SCHWOB<br /><br />Omne corpus fugienduum est.<br />PORFIRIO<br /><br /> De inimicus nostris libera nos domine Deus noster</span> </div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-51993869274275693942000-03-14T16:00:00.000+01:002009-03-14T22:22:40.591+01:00I CARICATO Y LOS DEMÁS DEL ÉXODO<div style="text-align: right;font-family:trebuchet ms;"><span style="color: rgb(0, 0, 102);font-size:85%;" >Fugitivo por su fatal destino.</span><span style="font-size:85%;"><br /></span><span style="color: rgb(0, 0, 102);font-size:85%;" >VIRGILIO</span><span style="font-size:85%;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><br />Amanecieron temprano aquel día. El autostop estaba jodido en aquel tiempo horrible. Pero el enemigo se acercaba y era la única forma de escape. Se les paró un señor, gurripato para más señas. Con pintas de mohoso y maloliente. Montaron los tres en el coche, que emprendió una rápida fuga. Fue providencial, pues si hubiese parado minutos después hubiera sido catastrófico. El enemigo tomó el pueblo al rato. Los hubiese pillado y aplastado sin piedad. La mano de Caricato, haciendo la puñeta, con su dedo pulgar rígido, fue la mano de Dios. Esto del autostop salva vidas. Ya había pasado todo y huían no se sabe a donde. Nunca se vio la providencial mano de Dios mediar en un momento de peligro tan bien como lo hizo en este caso. Se portó. Desde aquel día se cree más en la mano de Dios. Aunque esté representada en la de Caricato. El cariño es el mismo. No importa que estuviera haciendo la puñeta y con el dedo pulgar enhiesto. Una higa de la suerte.<br /><br />Caricato sólo cogió dos libras de chocolate y algunos pedazos de pan, un afilalápices y algún lapicero, un cortauñas y media botella de naranjada con burbujas. Saxolfeo tocó una linda melodía con su acordeón para celebrar la providencial, inusitada, oportuna intervención de Dios en su huida. Los demás tararearon mentalmente, en cascada psíquica musical, la cancioncilla. Todo no era más que argucia para simular la terrible atribulación que acongojaba sus almas. Otra vez a danzar de acá para allá huyendo del enemigo. Otra vez a vivir al día. Guerra, aventura, peripecias inconfesables. Aquello sería como jugar al truque, ese inevitable juego infantil que consiste en volver a empezar. Iniciático truque. Peligros innumerables, en manera alguna peripatéticos y menos aún periándricos. La más terrible de todas. Ser fugitivo. O creerse fugitivo para corretear ciudades, pueblos, campos, aldeas, cortijos, mentes, cuerpos, árboles, grutas, chominos, casas, torres, castillos, libros, historias e incluso los caminos de Dios, ese Dios siempre dispuesto a ayudar, al buen Dios, gracias, como diría la Diabla.<br /><br />El conductor benevolente que se dignó cogerlos, salvándoles de una inmediata y terrible destrucción por parte del enemigo, estaba ebrio. Borracho conducía a una vertiginosa velocidad, centelleante velocidad. Era un buen automóvil. Cuando el conductor se paró, pareció adivinar que iban huyendo, pues ni preguntó a donde se dirigían, ni ellos se dignaron decírselo.<br /><br />Telesforo, que era peluquero, se había llevado sus tijeras y un peine, una brocha de afeitar y la navaja. Todo ello iba bien guardado en un estuche de plástico con otras cosas que nunca se revelaron a la luz pública. La precipitación no les permitió coger otros utensilios más necesarios para enfrentarse al enemigo. Se iban con lo puesto.<br /><br />La carretera era recta, pocas curvas, aunque el piso estaba en buen estado. Llevaban recorridos cerca de cien kilómetros desde que les cogió el eficaz piloto de carreras que conducía el bólido. Saxolfeo les había deleitado con su acordeón y casi agotó el repertorio chalanesco de popurrís situacionales, o sea, habíanse acabado las tonadillas que en estos casos precisos suelen entonarse para solaz y beneplácito de los viajeros. Caricato había pedido papel al chófer y éste le regaló un cuadernillo. Apresuradamente y con letra pequeña y apretada anotó en él las peripecias de lo que parecía ser el primer día de campaña. Caricato sería algo así como el cronista del segundo acecho del enemigo. Tenía letra distinta y clara, aunque adolecía de múltiples faltas de ortografía y puntuación. Por eso cuando el cura lo bautizó le puso Caricato. Le regaló un lápiz mágico que nunca usó, aunque lo llevaba siempre colgado al cuello como el apuntador de un teatro. Era primavera, todo verde con flores al lado de la carretera; pero se veía envuelto en una torrencial lluvia gris interior en el alma de ellos bajo la tácita amenaza del enemigo, que seguramente les seguía los pasos. Con ése nunca se sabe y es difícil pronosticar resultados o planear ocasionales escapes. Siempre se dan cuanta que pisa sus pisadas. Todavía no sabían el punto de reunión con todos los miembros. El Mitra y La Cañon habían estado esta vez papando moscas. Confiaban en su recuperación, en caso de no haber sido apresados por el enemigo. Estaban, desorientados, desconcertados, como nacidos a la vida. Se habían caído de un árbol. Caricato se ajustó las gafas y siguió con sus consideraciones metafísicas. La crónica de la huida no intentaba ser, en manera alguna, objetiva, bueno, que no intentaba estar redactada de esa manera pelandusca que llaman, con empacho de búho rastrojero, objetiva.<br /><br />Un camión se les interpuso en el camino. Se aminoró la velocidad del vehículo pidiendo paso. Una robusta mano apareció, ¿otra vez la ubicua mano de Dios?, como abofeteando el aire o remando, desde la cabina donde se presuponía que iba el camionero. Aceleró deportivamente, ronroneando el motor. Un silvestre pitido agradeció el gesto que fue respondido por un bocinazo que les hizo un revoltijo en las tripas. Tan angustiados estaban. Es que aquello de pensar que sólo por unos breves minutos no habían sido presas del enemigo excitaba sus ánimos. Saxolfeo tocó en aquellos momentos la melodía del Lago de los Cisnes, en versión muy particular e irreconocible, inspirado por el vuelo sobresaltado de algunas gallináceas que picoteaban hierba al lado de la carretera. El ebrio conductor ofreció cigarrillos a los tres para calmar ánimos. Después se enteraron de que también huía del enemigo y que se llamaba Agusa. Era padre de familia. Dos niños y una hijita sordomuda que se llamaba Talita. También les ofreció chicles y algunos tranquilizantes que llevaba. Aceleró el vehículo y subió ágil una pronunciada pendiente de la carretera. En la bajada sintieron todos un repentino cosquilleo en el bajo vientre, esa presión en las sienes que se nota al bajar. Bajar a alta velocidad una cuesta. Les alegró el ánimo ligeramente y disipó sus dudas. Caricato, Saxolfeo y Telesforo no tenían noticias de un tal Agusa que también estaba conminado a huir.<br /><br />La verdad es que hacía bastante tiempo que gozaban de tranquilidad. No habían recibido la noticia de que un nuevo miembro, Agusa, estaba en el grupo. Es que El Mitra y La Cañon eran unos irresponsables o estaban todo el tiempo haciendo porquerías. Sí, sería eso. Mejor no pensar otra cosa. Si se ponen a pensar que habían sido apresados, torturados cruelmente como sólo el enemigo solía hacerlo y quizás asesinados inmisericordemente, era peor. Mejor suponerse que habían abandonado negligentemente sus tareas informativas. El acordeón emitía un sonido semejante a la música de Vivaldi llamada primaveral. A todos se les ocurrió pensar en el Entierro del Conde de Orgaz, del Greco. Pero ese embeleso se sobresaltó de nuevo y buscaron mentalmente algún entretenimiento más lógico. Charlar como amigos o jugar al ajedrez. Pero no podían. Se les agolpaba la tensión en el meollo de sus cerebros. Las curvas se intensificaban a derecha e izquierda y el peligro de precipitarse por las laderas de la carretera crecía. Redujo velocidad y recordó a su mujer. No sería molestada por el enemigo. Además había perdido todos sus encantos. No había cuidado. Lo que temía era por su colección de sellos. No, no era un inmoral, ni pretendía hacer un chiste. Ni un cínico. Cuidado. Un frenazo hendió el aire con un chasquido como de látigo. Todos se crisparon. Caricato pensó en lo terrible que sería que todo el territorio estuviese ocupado por el enemigo. No era probable. Siempre avanzaba desde el sur, y ellos venían de allá, donde lo habían visto. No era tampoco posible que les hubiese adelantado a pesar de contar con material más rápido. Al borde de la carretera vieron a un chaval con mochila que les hizo amagos para que pararan. No lo hicieron y vieron las gesticulaciones del muchacho diciéndoles incluso blasfemias que nunca oyeron. Se sintieron más cohibidos. Pero no era posible que aquel mozo huyera. En ese caso le hubiesen hecho un hueco. Aunque perdieran velocidad y comodidad. Todo sea por el bien de la causa. Para alegrar a los fugitivos Saxolfeo tocó primorosamente un vals. A todos obnubiló con su preciosa melodía. Luego un tango, aquel que dice: Adiós muchachos, compañeros de mi vida,... Saxolfeo era un ilustre músico que huía del enemigo sin saber a ciencia cierta por qué lo hacía. Había llegado, a través del esfuerzo y de la técnica, a ser uno de los mejores tocadores de acordeón del mundo. Estudió en un Real Conservatorio y era admirado y querido. A lo menos eso creía hasta que apareció el enemigo. El coche zumbaba a más de cien por hora. Contaban chistes y a Saxolfeo se le ocurrió tocar una fuga. Caricato terminó sus anotaciones, en el cuaderno, por el momento. Llegada la noche haría examen de conciencia. La noche parece prometer siempre tranquilidad y paz, propiciar a la meditación y al análisis detenido. Pero hay un cántico espiritual que dice:<br />La noche, el caos, el terror,<br />cuanto a las sombras pertenece<br />siente que el alba de oro crece<br />y está más próximo el Señor.<br />Caricato prefirió no hacer caso a esta cantinela frailuna que gorjean en laudes los habitantes monacales. Miles de aventuras les esperaban. Acción, hambre, penurias, cambalacheos entre bastidores. Pero lo más peligroso es que en todo aquello se jugaban la cabeza, la mente, la cordura, el tipo o varios miles de cantidades de dinero. Era terrible, y Telesforo sacó un caramelo de fresa de su estuche de plástico. Esto le recordó a su primer amor de juventud, que nunca se olvida. Entre los aventureros también se dan los amoríos fugaces. Aquellos de estar con ella y tener que huir por la ventana en ropas menores porque el enemigo quiere descerrajar las puertas. Huir campo a través, hacer autostop para acabar no se sabe en qué sitio. El enemigo era cruel. El acordeón calló y el conductor puso la radio en funcionamiento. Transmitió noticias falsas y sin interés. El enemigo avanzaba hacia el norte; pero no dio datos de la situación aproximada. El automóvil se vio acelerado. Había destruido varias ciudades. No se precisó cuales. El desconcierto se intensificó. Aunque un cierto alivio les corrió por la médula espinal, enterneciendo su rígido ánimo. Después de una breve pausa musical, una melodiosa voz femenina volvió a hablar del enemigo. Esta vez diciendo que tenía tomado casi todo el territorio. Obvio parecía pensar que la alternativa que se fraguaba era la guerrilla. El adversario estaba en todas partes. Pero ellos huían velozmente. La esperanza no se pierde. Podría ser una argucia de la emisora tomada, para equivocar, despistar y aterrorizar a los que huían. Pudiera ser que ni siquiera hubiese ocupado una cuarta parte del territorio. De seguro que era una hábil maniobra mentirosa de esa locutora de voz de ratita simpática. Pero ellos no picarían. Se crecieron en su interior y decidieron no morder el anzuelo. Sería un error. No lo harían. Sería un yerro propio de novatos, de palurdos. Saxolfeo tocó en el acordeón una alegre música de circo, callando la voz de la grácil locutora que informaba acerca de los resultados de la jornada futbolística. Con más motivo para pensar que mentía. A él, al enemigo, no le gustaba el fútbol. Mandaron callar a Saxolfeo y cambiaron a una frecuencia modulada en la radio, que ofrecía música de continuo.<br />Muchachos, conviene, en caso de ser cierto lo que dice la radio, vigilar atentamente por si vemos indicios del enemigo dijo Caricato, volviendo de nuevo a anotar en el cuaderno sus observaciones. Su voz había sonado hueca y como sin vida, llena de miedos.<br /><br />A lo lejos vieron las primeras casas de un pueblo grande. Era ya la una y media de la tarde y con las precipitaciones no habían comido. El hambre recordada les hizo olvidar, momentáneamente, sus miedos. Miraron y remiraron para ver si veían indicios del contrario en el pueblo; pero estos no aparecían. Se pararon junto a un bar de la ruta. Aparcaron el auto de forma que se pudiera poner en fuga sin estorbos, en caso de tener que huir por la inmimente presencia del enemigo.<br /><br />En la puerta un viejo vendía labores de tabaco y cerillas a los clientes del bar. Compraron por nerviosismo. Le preguntaron si había visto a su rival y el viejo, poniendo cara de circunstancia, con voz como de cachondeo, les dijo que aún no. Pero que vendría. A uno de ellos le entró hipo, no habiendo comido. Penetraron en el establecimiento, que tenía amplios ventanales para ver si venía la acechanza adversa. Saxolfeo echó unas monedas en una máquina tragaperras. Los demás se sentaron a una mesa. Pidieron ocho bocadillos variados, varias jarras de cerveza. Comieron apetitosamente. El local no estaba muy concurrido, pero la asistencia era intachable. Buen servicio. Alguno pidió bicarbonato. Sabido es que la continua preocupación favorece los desajustes estomacales. Alguno también visitó el mingitorio. Luego tomaron café con leche. Se bebieron copas de coñac. Compraron ron, vino fino, champán. Pagaron dando más dinero de la cuenta al dueño del bar para que no hablara y, sigilosamente, subieron al coche, partiendo de nuevo en dirección al norte. Al rato Telesforo recordó el olvido del tabaco encima de la mesa del bar, el mechero y unas monedas. No volvieron a recogerlos.<br /><br />Parloteaban alegremente. Saxolfeo, cansado y somnoliento por la comida, no volvió a tocar el acordeón, dejándolo arrumbado momentáneamente. Telesforo se lamentaba de sus pérdidas. Caricato disertó un cuarto de hora sobre las propiedades del bicarbonato. El enemigo parecía olvidado. La vida les sonreía en este día, o, al menos, en aquellos momentos. El conductor les ofreció unos cigarrillos ingleses de tabaco rubio. Ahora el día sí parecía sonrientemente primaveral. Vieron de nuevo a una mujer joven que les hacía autostop. No pararon, arremetiendo el corte de manga de la deslenguada autostopista. Mierda de mujeres de coño ancho y mente estrecha, pensó Telesforo. Sacó un espejito de su estuche de plástico y se regodeó de su carita de ángel recién aparecido a Jacob. Era una preciosidad. Nada de narcisismo. Es que uno es peluquero. Pero el enemigo parecía lejos de su conciencia. Parecía haberse ido, vencido por aquellas montañas pegando tiros con una caña, como dicen los chavales en sus juegos.<br /><br />Abundaban los inmensos carteles publicitarios a ambos lados de la carretera. Ahora se había hecho más ancha y con el piso en mejor estado. El auto volaba literalmente, como con muchas prisas, con demasiadas prisas. Aquello parecía una fugaz ambulancia con crónicos enfermos que son esperados en cualquier hospital. Caricato recordaba que, a pesar de las prisas, no había olvidado a su muñeca hinchable que llevaba junto al chocolate y el pan en su bolsa de plástico. Sin ella se le hacía difícil su existencia, su angustia existencial, aunque jamás había tenido náuseas. Era un modelo importado de Japón de la mejor calidad. Tenía un parche en el dedo gordo del pie derecho. El agujero se lo produjo en un momento de furor. Menos mal que tenía arreglo. El parche se le puso él, sin necesidad de tener que ir a ningún taller de recauchutados. La muñeca hinchable era su delicia nocturna. El enemigo jamás había logrado arrebatársela. ¡Qué lo intentara! ¡Se las vería con él! Sabía que era insustituible. Cuando más disfrutaba con ella era cuando le insuflaba aire, que era cuando le daba vida de su vida. Y en el colegio le dijeron que el anhídrido carbónico y el vapor de agua de la respiración no servían al hombre para vivir y respirar, ¡mentira! Desde luego era mejor que una mujer. Con más sentimientos incluso. El Mitra se la escondió cierta vez y tuvo con él una reyerta, en la que le produjo en la cara una cicatriz de un navajazo. Después se arrepintió.<br />No vayamos a pensar que son locos. No, no son locos. Ni ladrones o macarras, ni gamberros.<br /><br />El auto seguía tragando kilómetros tras kilómetros. Llevaba ya mucho tiempo en su huida. Esta era la segunda fuga precipitada que tenían. Sería recordada en la historia.<br /><br />Caricato gustaba evocar, con tierno cariño, lo que dejaba atrás. Su pueblo, sus gentes. Todo en manos del enemigo. Del cruel, del malvado. Esta vez ni siquiera podría volver. ¡Quién sabe! ¡Oh, atroz vida! La vida es más dura de lo que pretenden creer los cretinos. Es como el cristal, dura y frágil. Pero para ellos, por eso mismo, merece la pena vivirse. Aman la aventura, la peripecia, el recorrido, el juego infantil llamado truque, haciéndolo adulto y agigantando su envergadura. Por eso huían. Pero también para salvar el pellejo y la mente.<br />¡El enemigo existe! gritó Saxolfeo, dando un trompetazo en los oídos de los otros tres.<br /><br />El conductor asustado aminoró la velocidad. Se paró en seco. Todos se miraron con miedo, con pánico. A Telesforo le repitió el chorizo; dio un erupto. Todos palidecieron. La presencia del enemigo se olía dentro del automóvil.<br />Arranca, ¡deprisa, Agusa! ¡Arranca! Caricato se atragantó con estas palabras.<br /><br />Agusa recordó a sus niños. Aceleró vertiginosamente y unas lágrimas rodaron por sus mejillas. La vida era una fugaz aventurilla donde lo trágico y lo cómico se sonríen mutuamente.<br />-Nos estamos quedando sin gasolina.<br />-Ahora viene una gasolinera.<br />-Sí, ¡allí, allí!<br />-Allí, ¿qué?<br />-Llenaremos.<br /><br />A unos quinientos metros de la gasolinera pararon. No se veía ni rastro de ese ubicuo y prolífico enemigo. Se acercó el coche sigilosamente. Salió el empleado que les llenó el depósito. Alegremente el coche partió de nuevo. Todos parecían, de momento, muy alegres. Saxolfeo se peyó y olía a rayos y truenos. Abrieron todas las ventanillas y el conductor aceleró brevemente. Se abrió una botella de coñac que pasó de mano en mano. Todos se sintieron reconfortados, tranquilos. Un ciclista estuvo a punto de ser atropellado. A lo lejos unos labradores realizaban sus faenas. Caricato tomaba nuevas notas. Telesforo tuvo un furtivo ataque de risa. Recordó que llevaba colonia de la mejor calidad en su estuche de plástico y no la había sacado para aspergiar por el coche y evitar los malos olores provenientes de los intestinos. Alguien tuvo hambre y sacó uno de los bocadillos, comprado para tal efecto, y comenzó a zampárselo tranquilamente. Ahora se cruzaban con bastantes coches que venían no se sabe de donde. Seguro que aquellos no temían al enemigo. Es más, serían sus colaboradores. Habría que tener cuidado. No fiarse de nadie.<br /><br />Bueno, su mujer no tenía grandes atractivos; pero entre el enemigo había desaprensivos. Recordaba su primer amor, por llamarlo de alguna manera. Fue sexual. Él tenía unos catorce años, ella trece. Pero no le cabía por mucho que lo intentó. Y eso que no la tenía muy grande, al menos eso pensaba. Aquella noche pasada, follando con su mujer, recordó lo de: “Allí enanos azules se follan a las nubes”. No era tan bajo como un enano; pero, a veces, las nubes toman formas caprichosas de mujeres desnudas, aunque todas suelen ser orondas hembras barrocas. Él no las desprecia, al contrario, le gustan. Esas mujeres carnosas, sin proporciones desgarbadas ni de carnes pachuchas, proporcionadas, exuberantes; pero no de la exuberancia de mulatas tropicales, sino de carnes blancas, sonrosadas todas ellas, de pelos sedosos y rubios, trenzados en moños deshilachados con gracejo, que parece que se acaban de levantar del lecho después de una noche ajetreada; pero no perturbada por el macho, sino por el sueño de un voraz macho. Esas mujeres del diez y siete que, aunque tirando ya a maduras, parecen, sin embargo, vírgenes que te esperan en su mullido lecho con unos voraces entresijos que te absuelven, absorviéndote, todo entero. El conductor aceleró apretando su pierna en el acelerador. Un coche había que saberlo montar como a una hembra y como a un caballo.<br /><br />No podían disimular que su situación era difícil. Se hallaban desconectados de las informaciones de El Mitra y La Cañon. Con inevitables sospechas hacia todas las gentes. No obstante, y a pesar de todo, había que salir del atolladero como hombres valerosos y no abandonarse a la desesperación: Había que buscar el modo de salvarse; y si fuera posible disponerse a morir con valentía. Pero que jamás el enemigo pusiera la mano encima mientras estuvieran vivos. Estaban seguros de que padecerían los peores tormentos y torturas que pudieran imaginar.<br /><br />Caricato, con su mediana edad, ni joven ni adulto, se regodeaba volviendo a pensar en su hinchable muñeca. Salvadora de todos los naufragios. Proverbial barquilla aún no rota entre peñascos. Tenía estudios universitarios, una vida estable, era bien parecido. Pero el enemigo le perseguía. Seguro que por envidia. Sí, pura y recomiente envidia. Pecado internacional. Miró el reloj y lo maldijo por comer las horas, minutos y segundos. Después miró el espacio casi infinito, a la materia corruptible y titánica. ¿Quién nos librará del tiempo?, ¿quién? Ya no se cree en Zeus.<br /><br />Saxolfeo cambió de instrumento y un saxo alegró, nostálgico, el interior del coche. Había formado parte de varios grupos musicales. Lo que más le gustaba era tocar jazz. Ese jazz nacido en un barrio de putas de Nueva Orleans y que se refiere al hecho del fornicio, sus juegos y arrebatos. Semejaba al mundo colándose por un filtro, al igual que el café. Era la sensación que mejor se lo definía. Imagínense que todas los casas, los coches, las carreteras serpeantes del mundo, los caminos, las montañas y las mariposas se cuelan por un gigantesco filtro que pende de la mano de Dios, ¡oh, la mano de Dios! Eso le recordaba el jazz. Tocó siempre con el saxo. Aunque cierta vez que fue hombreorquesta interpretó más de diez y siete instrumentos distintos para asombro de la concurrencia. Era en otra época. Ahora estaba ya viejo. Los tiempos no perdonan y ya no se cree en Zeus. Telesforo le puso la mano en la boca del instrumento y él se cagó en su madre; pero no lo dijo. La música era lo mejor que la vida le había dado. Se hacía una barroca voluta cuando interpretaba jazz. Una espiral flotante más entre miles de materias que se suspendían y se iban filtrando, rápidas y armoniosas, por el aspirador para salir por la parte opuesta y seguir flotando para volver a filtrarse y seguir flotando ajenas a la gravedad, con ritmo, para seguir filtrándose...<br /><br />El chófer ofreció cigarrillos. Anunció una parada para mear y para estirar las patas un poco. Aquello se hacía aburrido. Pararon en lo alto de un puerto por donde avanzaba la carretera. Abajo se veía un amplio valle sin indicios de guerra ni ocupación. A lo lejos, muy al fondo, les pareció divisar un globo, incluso con sus viajeros. Telesforo sacó de su estuche de plástico unos prismáticos y los enfocó. Efectivamente, aquel globo llevaba pasajeros. Era la primera vez que lo veían y les pareció raro y mágico. Pero se iba perdiendo de vista en la inmensa llanura, entre la grisácea y cenicienta lejanía. Se perdió. Caricato arrancó hinojos tiernos que comieron con fruición. El conductor descorchó una botella de champán. Se bebió a la salud de cada uno y hubo momentos de inusitada felicidad. Montaron en el auto y se pusieron de nuevo en marcha, bajando alegremente el puerto. Fue una de las bajadas más cachondas en una larga vida de viajar en automóvil. Verdaderamente embriagador, embriagador. Los pinos se escalonaban en la pendiente hasta el valle. Era un primor. Lo más primoroso que hallamos visto. Todavía más. Los pájaros de todas las especies, de alguna especie, se nos cruzaban aquí y allá. Era un auténtico placer. Aquella bajada fue un verdadero orgasmo. El coche se portaba bien, muy bien. Como nunca. Todos se divirtieron mucho. Al bajar ya a la llanura abrieron una botella de champán para celebrarlo. Se bebió a la salud de todos. En la bajada, ya en el llano, vieron a una pareja de motoristas del servicio de trafico ordenado y decidieron guardar las formas. No aparentar ni que estaban borrachos y mucho menos que huían del enemigo. Aquello hubiese sido su perdición. Así que al verlos desde lejos cada uno adoptó una postura de persona consecuente y digna, bastante acorde con la normalidad. Caricato sacó chocolate que repartió entre todos, pues era hora de la merienda. Decentemente pasaron ante los guardias comiendo pan con chocolate, Todo parecía normal. A los del trafico ordenado les molestó el mal gusto, la vulgaridad sorprendente, que ni siquiera mascullaron nada. ¿Por qué habría que hacerlo? Era lo mandado.<br /><br />La llanura se les ofrecía con sus casitas desperdigadas acá y allá, por aquí y por allí. Como un encanto de maqueta campestre. Una maravilla. Seguramente en ella harían noche. Apartados en cualquier lado del camino. Como en la primera huida precipitada. De aquella otra huida salieron bien; pues tras dos años de persecución férrea el enemigo se dispersó, disipándose luego. Pero ahora volvía rehecho, fuerte y firme. Unificado, engrandecido, campando con entera libertad detrás de ellos. Esta vez, de seguro, les daba alcance. Mejor no acordarse de todo ese cuento, de toda esa fea historia que acechaba a sus espaldas, que no les daba respiro. El adversario, el terrible contrincante de todos. Caricato se revolvió en su asiento mirando acá y allá. Preguntó por el globo que vieron desde la cima, que se había alejado sin ser advertido.<br /><br />Entre unas cosas y otras llegó la noche. Los faros del automóvil se encendieron y el tráfico en la carretera se hizo menor, disminuyendo bastante los camiones y autos que se cruzaban. Abundaron los ciclistas con boina y los ciclomotores zumbantes y con azadones en las alforjas. Pero se apaciguaron mucho los ánimos, pues el enemigo de noche no atacaba y es un tanto que salían ganando.<br /><br />El conductor era calvo. Lo mostró al quitarse la gorra de pana negra que llevaba, lo que le daba un aire entre chulo de putas y piobarojiano, por la barba, el bigote y los ojos ojerosos que tenía. Más bien era un alcohólico. Ya estarían bastante lejos del pueblo. El enemigo quedaba muy detrás. O debería quedarse muy atrasado. El Mitra y La Cañon seguían sin dar señales de vida. Esa maldita inválida de La Cañon. Con su silla de ruedas verdes. Seguro que había pactado con el enemigo la destrucción de todos los miembros. Seguro. Era una terrible arpía. ¡Cuánta desconfianza, Dios! ¡Cuántos presentimientos infundados! ¡Maldita coja! ¿Y El Mitra? seguro que había muerto envenenado por La Cañon. Porque de El Mitra era imposible esperar el desamparo y la defección. Era un fiel como hay pocos. Si hubiese habido traición sería necesario nombrar un jefe. Pues desde luego era la mayor estupidez que no tuviesen un jefe, ni incluso un ruin secretario. Aunque se hablaba entre ellos de que existía una organización paralela que era la que realmente los movía. Pero nunca se preocuparon por descubrirla. Además, ¿para qué? ¡Y qué angustia, madre! ¡Qué miedos! ¡Qué fobias! Sería mejor actuar. Sí, mejor. Mejor olvidar. Ser prácticos.<br /><br />Socráticamente prácticos. Pero, ¿para qué suicidarse? Todavía no sabían si en enemigo quería verdaderamente sus muertes. Era una presunción apresurada. Será un error quitarse la vida antes de cerciorarse si realmente quería matarlos. Desde luego, de saberlo seguro, tendrán al menos, la posibilidad de elegir la muerte. De que forma y manera morirían., o querían morir. Todavía recuerdan, con dejes de angustias y remordimientos, la broma macabra que gastaron a Lolino do Santos Galván, al que llamaban Tete, el día de los Santos Inocentes. Ese mismo día, Lolino recibió una llamada telefónica anónima donde se le decía que el enemigo ocupaba todo el territorio. Para tal ocupación había desplegado una gran actividad la noche anterior para celebrar la fiesta de Navidad. Pedía su muerte y lo emplazaba para entregarse en tres días. De lo contrario sería prendido y pasado por las armas, sin compasión. Lolino vagabundeó tres días, con insomnio nocturno, por todo el pueblo. Antes de empezar el nuevo año, y como para llevar la contraria a Cristo, Lolino apareció colgado de una encina. Todos se arrepintieron de la broma y tomaron aquello como una terrible premonición que se cernía damoclinianamente. De nada sirvieron las ofrendas a Lolino do Santos Galván, de nada. Su sangre se esparciría sobre las cabezas y pies de todos los culpables. El enemigo reiría en las tinieblas. Serían prudentes, pues merodearía rugiente como león buscando a quien devorar, era mejor estar firme en la fe de la vida. Caricato se entretenía en cortarse las uñas, mientras los otros discutían sobre la forma de pasar la noche. El conductor había guardado en el maletero del auto, prudentemente, cuatro sacos de dormir que podían dar el apaño. Se apartarían a un lado de la carretera, tenderían dos mantas sobre la hierba y se acostarían en los sacos. Era lo más conveniente. Estaban muy cansados. Sobre todo el conductor. Se había tomado dos tabletas de cafeína, para mantenerse despierto, equivalentes a veinte tazas de café bien cargado. Pararon en un lugar que parecía adecuado. Con los faros del coche alumbraron buscando el sitio ideal. Se adentraron por un camino y pararon donde la hierba era más mullida. Se detuvo el motor del coche y bajaron. Ayudados por la luz de una linterna extendieron las dos mantas, después de ver la idoneidad del terreno para acostarse. Tendieron los sacos y cada uno se introdujo en el suyo sin apenas desvestirse. Caricato se hizo con la linterna y en el cuaderno revisó la jornada que no ofrecía nada particular. Anotó algo más, poco más. Apenas algunas observaciones sobre el tiempo, el estado físico del personal, sus ánimos, inquietudes y aspiraciones. Aquello no parecía muy útil en tales circunstancias; pero todo ayudaba. El conductor repartió una manzana para cada uno y, después de comérselas, todos parecían dormir. Un aparente sueño apacible les inundó como por encanto. Realmente nadie dormía. No era noche de sueño. Era una larga noche triste metidos en sacos de dormir. La más feroz noche oscura del alma. Ninguno quería soñar con el enemigo. No era noche de retirada a ningún sitio, ni aun al maravilloso, obnubilante reino de los sueños. Saxolfeo se metió en el oído el pequeño auricular de su transistor, conectando una emisora donde casi toda la noche ponían jazz. Música, eso era toda su vida. Incluso su sueño. No se dormiría. La noche más larga del mundo. ¿Cómo no oír todos lo ruidos noctámbulos del campo? Grillos, cucarachas, chicharras, moscardones, búhos, otros ruidos corrientes de tales sitios en tales épocas.<br /><br />Telesforo puso su pensamiento en su niñez. Pero se aburrió y decidió pensar en otra cosa. Oyó a su lado que insuflaban no se sabe qué. Eran soplidos acompasados, como de alguien que infla un flotador. Como el que insufla aire con cariño, con aprecio, con amor. No un náufrago hinchando su balsa, sino como un angustioso desesperado inflando su nocturna salvación. La noctámbula salvación. Caricato dio un gemido de bienestar y beneplácito. El insuflador dejó de expeler aire amoroso de sus pulmones. Se oyeron furtivos besos, apasionados, besitos dados uno a uno con suave efusión. ¡Qué delicados! El oído se había vuelto vista viendo una interesante película. ¿Será una aguerrida pastora de estos campos? ¿Será una furtiva doncella que Caricato, ladinamente, escondió en una de las paradas, en un recóndito lugar del auto? Telesforo temía volverse. Pero no deseaba otra cosa en aquellos momentos. Un sobeo audible le llegó ampliado a sus tímpanos. Quejidos amorosos de Caricato. No oía a la otra, a la presunta aguerrida campesina o a la escondida doncella. Pensó entonces que el amor hace olvidar todas las penurias, todos los sinsabores, todos los males. No quería volverse. No pretendía interrumpir. Hubiese sido de mal gusto. De muy mal gusto. De pésimo gusto. No sería educado. Así que permaneció como estaba, aunque se hallaba a disgusto. Pretendió olvidar todo. Quizás eran alucinaciones. No era posible. No podía ser. Algo inaudito. ¡Vaya que sí! El peleón día pasado, los miedos, la continua amenaza, habían hecho sus efectos. Alucinaciones sin cuento parecían burlarse de él. Del pobre peluquero Telesforo. Se aferró con cariño a su estuche de plástico. Lo abrió y sacó unos comprimidos de sustancias relajantes y tranquilizantes y se tomó dos. También se hizo con un buen trozo de algodón y se tapó los oídos. Sería lo mejor. Porque ahora se oían chupetones. ¿Y si Caricato y algunos de los otros fuesen maricas? ¿Incluso los tres? Pues que hasta ahora no lo sabría. Lo cierto es que le parecía imposible. ¡Qué no! Un codazo lo hizo ponerse a más distancia de Caricato; pero continuó sin volver la cara. Era cuestión de educación. No había nada que temer. Quizás alucinaciones. No era cuestión de divagar. Los héroes no divagan. Los héroes, cuando es de noche, duermen. De día luchan con el enemigo, si sus fuerzas lo permiten, si no, se baten en honrosa retirada. Lo malo de ello es que a veces de noche se ha de continuar luchando con el enemigo a pesar de todos los pesares. Y esto es evitable mediante somníferos, o bien se tocan las maracas. Pero con las maracas interrumpiría el merecido descanso de los compañeros. Optó por el mejor de los caminos. También era cuestión de hacer caso omiso a la alucinación en ataque. No inmutarse, incluso reír. Pero ya tomó las píldoras. Se durmió acariciando el plástico de su cajita mágica. No lograba concentrarse en el sueño, ni el se durmió consiguió el objetivo. Estaba desvelado. Los narcóticos no surtían su deseado, apetecible efecto. Sólo quedaba la alternativa de no hacer caso a la alucinación. Pero, ¿quizás fuese una alucinación que no pudiese dormir? Posiblemente; pero no era el momento adecuado de consultarlo. Además, ¿a quién? Todos parecían roncar. Él no los escuchaba, se los imaginaba. Su imaginación era de una realidad rayana en lo rastrero, en lo obvio, en lo posible. Los héroes son quienes comprueban en su carne la auténtica dureza de la vida. Esa fácil frase que asegura que la vida es dura no la expresa. Para quien lo sabe es inexpresable y mejor no pensar en ello. Sí, mejor callar prudentemente, como corresponde a los héroes. Pero por esta acción no le darían medallas, ni le rendirían honores, ni cantarían los vates en su honor poemas para enardecer a la varonil juventud. Esa juventud desquiciada y desquiciante que pulula por el globo. Esa eterna juventud. Debe ser terrible ser eternamente joven y que la luna te visite cada noche en tu lecho. ¡Vaya un latazo! Si Dios diera esa gracia es mejor maldecirle. Pero los héroes no piensan en esas groserías por parte de cualquier dios. Los héroes son ellos dioses y no procede hablar de dioses. Es una incongruencia pensar un héroe en un dios. Los dioses no piensan en los héroes y Telesforo alucina. ¿Y el demonio? Nunca creyó en él. Pero ya era hora de que le tuviera fe. A estas alturas estaba lo suficientemente preparado. Sí, era mejor considerarlo. Oyó, aun a pesar de los tapones de algodón en los oídos, un salvaje rugido de placer. Pudo mirar esta vez; pero se mordió la lengua. Se encomendó al diablo y prefirió pensar en Felisa. Pero no procedía pensar en Felisa, era un desatino. Un craso error. Un yerro, evitable a todas luces. Ojos que no ven, corazón que no siente. Era lo mejor. Seguro que era lo mejor. Pero aquello lo tenía excitado y se había metido en aquel saco para dormir. Además era terriblemente lógico. Todo ello le cortocircuitaba sus entresijos racionales. No lo podía aguantar. Lo mejor es usar la razón. Pero ésta no podía responder a qué se ha de hacer en estos casos. ¡Qué martirio! Todo sea por el bien de la causa. Ese mentecato, ese gilipollas de Saxolfeo escuchando su radio era feliz, muy feliz. Seguro que veía filtrarse la alucinación por la criba y volver a salir multiplicada, al son de la trompeta y el piano. El contrabajo marcaría el ritmo de felicidad a que lo alucinado se filtraba. ¡Vaya idiotez! El tonto de Saxolfeo, del que todos se burlaban, era feliz. Seguro que el enemigo le subestimaba, incluso lo odiaba para la lucha. A él lo respetaría. Telesforo es un héroe, un ínclito héroe. Digno, oportuno, aguerrido. Saxolfeo era un trompetero mayor de una majestad cualquiera. De cualquier sitio. Él tenía una cajita mágica, Saxolfeo no. Se dio cuenta que odiaba a Saxolfeo, lo odiaba. ¡Cómo lo odiaba! Pensó en Felisa. Sus ojos, su boca, su culo, sus nalgas... Era una auténtica delicia. A su espalda Caricato seguía trajinándose no se sabe a quien. Prefería no mirar. Además era una alucinación. Seguro que sí. Lo mejor era no hacer caso, se repetía una y cien veces. Contó pelos, ovejas, enemigos, acordes de música; pero no se dormía o le parecía ser un visionario. Mejor era callar. No merece la pena seguir hablando. Se dio cuenta que no hablaba. Su aparato lógico se venía por los suelos, como torre herida por el rayo, al llegar la noche, por eso de la caída del sol, la depresión subsiguiente, siquiatra dixit, y todo lo demás. La noche, el caos, el terror. Era preferible pensar en las marionetas o en un buen partido de fútbol, con quiniela acertada. Lo mejor. Los héroes como él no tenían cabida en un terrible mundo como el actual, en el que no se permite la discrepancia, todos han de pensar igual, pensamiento clónico y único. Un mundo lleno de antihéroes, lleno de aire superfluo. Pretenden llamarse héroes cotidianos. Burda mentira, mentira vil que pretende creerse por todas partes. ¡Mierdosos de la leche! Nosotros sí somos esforzados héroes. Nuestra horoicidad supera en mucho a la de los pasados hombres y los del porvenir. Somos la flor y nata de la grey heroica. Nos cantarán en épicas composiciones. Nuestra vida inspirará a todos los artistas, músicos, pintores, poetas, escultores e incluso arquitectos, y también modistos. Las hazañas que realizamos irán de boca en boca, de bolsillo en bolsillo. El enemigo rabiará. ¿Que os creisteis, mediocres de mierda? Hoy no tenéis alternativa, el suicidio crece, el enemigo os asedia, os envuelve en papel de aluminio para conservar vuestra hedionda chapucería de la vida. Os embalsama en plásticos y venenos. Nosotros tenemos las agallas de huir del enemigo, del más fiero adversario que nos acogota. Sumisos os entregáis a él, incluso abomináis de vuestro idioma, que es vuestro ser más profundo, avergonzados, y habláis un idioma de idiotas, racista, amorfo, sin ser y con mucho tener, semejante a comer patatas cocidas sin adobo.<br /><br />Saxolfeo se vio sorprendido en su audición musical por la grave noticia de que el enemigo tenía copado el camino. Esta vez no parecía ser una triquiñuela de la radio. Era cierto. Sólo había tomado las grandes ciudades y los pueblos importantes. Podían encontrar momentáneo refugio en los lugares de poca importancia en el mapa. Se le ocurrió decírselo a los demás. Pensó un momento y optó por callarse. Nuevamente la música continuaba. A su pesar se quitó el auricular; pero no se dormía. Un sueño profundo parecía chorrearle por todo el cuerpo, sin penetrar en su conciencia. Así estuvo hasta perder la noción del tiempo y del espacio.<br /><br />La noche refrescó un poco, aunque fue agradable. El conductor pensaba en su mujer. No había cuidado. Era cuestión de no recordarla. Sí, sería mejor. Mucho mejor. Hacía poco menos de un mes que una carta firmada por un tal El Mitra había llegado por camino ajeno al oficial. En ella le avisaban de la amenaza que sufría. El enemigo no era precisado. Se le nombra de una forma amplia y general. Desde luego era la mejor forma. Aquello lo acongojó, acojonándolo. Por eso tenía todo dispuesto para huir, con los demás, al punto de confluencia, que todavía no sabían, donde se harían fuertes ante el enemigo. En ésa estaban. Caminando a encontrarse con los otros miembros huidizos. Parecía tener ya cierta pericia en el arte de la fuga, no precisamente musical; pero aún era un novato en los cavernosos interiores de su alma. Era una niño que corría del coco. Un coco que corría del enemigo, feroz lobo. Un caperucito de todos los colores del arcoiris.<br /><br />Caricato mordía suavemente los frígidos y yertos labios. Un profundo beso le erizó los pelos, erotizándole el cuerpo. Se lo estaba pasando como nunca. ¡Cómo se lo pasaba! Habría que imaginárselo. Ello conllevaría un alto grado de especulación.<br /><br />Caricato odiaba a los anglosajones por ser una raza maldita y condenada al racismo, al crimen y a toda barbarie. Él también era racista. Odiaba a casi todo lo existente del norte para arriba. Estaba loco. Rematadamente loco, preso de la locura. Era terrible su pensamiento en los tiempos que corren. ¡Vaya manía! Él admiraba las flores, el día que nació o los plásticos suaves. Esos suavísimos plásticos policromos, preciosos. Una visión le hizo abandonar el lecho muy a su pesar. Dejó la muñeca hinchable y se levantó como para mear. Pero el ángel le incitó a la pelea. Sin defensa de ningún tipo. Fue una lucha terrible, cruel, sin piedad. El ángel huyó al amanecer; pero él se quedó cojo. Jacobianamente rengo. ¿Quién o qué era ese ángel? ¿Cómo transcurrió la reyerta? Eso nunca lo sabremos. Tal vez a su debido tiempo. Tempore oportuno.<br /><br />Celebraron la salida del sol con largos tragos de vino de Oporto, como merecía empezar cada jornada del mundo en todo tiempo y lugar. El conductor lo reservó expresamente para la ocasión. Luego, al darse cuenta de que estaban en medio de árboles frutales, en mitad de una plantación, comieron albaricoques, manzanas y peras, recogiendo dos grandes bolsas de plástico llenas de frutos, que metieron en el coche para comer en el camino. Saxolfeo desgajó un árbol, sosteniendo una fiera batalla con los pájaros, dejando en el campo de la contienda, despanzurradas, algo así como más de un millar, entre ellos varios buitres, tres águilas, veinte cernícalos y un número grande de distintas familias, especies y variedades. Las aves son idiotas, no saben, definitivamente. Acto seguido se desayunó tres gallinas, sacaron el coche del camino, tomaron de nuevo la bien pavimentada carretera y, sorteando charcos de sangre de los plumíferos, emprendieron nuevamente la fuga, atenazados por la proximidad del enemigo, que quizás aprovechando la noche habría avanzado, hasta situarse a pocos kilómetros de donde habían acampado. El conductor conectó la radio, que ofreció música alegre y matutina. Un tedio desconfiado invadió los valles de sus mentes. ¡Cómo les dolía la vida! Huyendo nuevamente como alma en poder de Lucifer. Seguían sin saber noticias de El Mitra y de La Cañon, esa arpía inválida. Sería cuestión de paciencia. Tampoco contactaban con Golimbrón, ni con Afanasol, ese chiflado ensoberbecido, ni con Baruch, tampoco con Zarrampla, la solución hecha fuerza. Pero la cuestión era saber cómo comunicarse con ellos. Lo demás era pan comido. No se les ocurría nada. Otra vez pararon en una gasolinera para llenar el depósito de combustible, previa vigilancia de que no estuviera tomada por el voraz acecho. Antes, Telesforo descalabró un cazador. Rápidamente con una sierra recortó los cañones de la escopeta. Se la metió al empleado entre ceja y ceja, sin disparar, y se ahorraron pagar la gasolina. Escaparon veloces por una carretera deslizable en grado sumo. Se rieron como locos. Todos callaron. Algo se interponía en el camino. De la pendiente que subía, en el lado derecho de la carretera, se había caído un gran tronco de árbol, que obstaculizaba la ruta. Telesforo sacó una segur de su estuche de plástico y descuartizó en media hora el tronco de pino. Partiendo, nuevamente, acelerando, para recuperar el tiempo, precioso tiempo, perdido inmisericordemente. Qué cochino era el tipo, ese Caricato cojo. Con su muñeca hinchable pasó toda la noche y él pensando que eran maricas. Telesforo se recortaba las uñas de los pies como podía, pues ya llegaban a molestarle. No sería capaz de hacer aquéllo. Joder con una muñeca de plástico era una asquerosidad. ¡Vaya gusto que tiene la gente! Él era un hombre de principios. Aunque no tuviese carácter de personaje bien delimitado, como casi todos querían aparentar con pelagateril teatrería. Y, señores, nadie tiene carácter, ni personalidad, ni característica de personaje en este mundo. Todo es pura ficción, pura pantomima, puro retortijón de risa y de dolor. Todo es mentira en el mundo actual, Estamos abocados a ser máquinas o rebaños. Una tercera vía parecía entreverse: la fugas de Bach, Juan Sebastián. Tantatatan, tantatatan, tantatatan, tirurí, tirurí, rurí, rurí, tantan... Todo lo que antaño era profundo había nacido de la desesperación y de la duda, dadá, dudú. La humanidad galopa, como un rebaño de ovejas, hacia la felicidad de la ignorancia. En nuestro país todo es mentira. No hay que escribir acerca de los hechos totalmente corrientes, se recomendaba. Caricato, pensativo, anotando en su cuadernillo la peripecia diaria. Lo esencial de la vida discurre en la locura, en la perversión inaudita, invicta, impalpable, inodora e insabora, cuya frontera es caos primitivo, en donde se realiza la creación del mundo proveniente del todo, para ir a la nada y reciclarse, para ir hacia el todo en un impreciso proceso consustancial con el éter. Caricato pensó, mohíno y difuso, en su hermano mayor. Basta de ese piojoso conocimiento de la vida, lo dejo a los que carecen de talento y espían la mediocridad sin aventura ni aliciente, sin sangre, y la reproducen con fruición. Todo ello porque Caricato había esquilmado la vida. Saxolfeo ritmaba dorremifasoles con la mano, meneando la cabeza con delicia subrepticia, pero adivinable.<br /><br />Aquellos héroes estaban llamados a redimir, como corresponde a mesías, al mundo. Telesforo pensaba que un maldito onanista que adoraba los entresijos de una muñeca de plástico no podía ser un héroe. De ninguna de las maneras. Era una auténtica grosería. !Ni que estuviésemos en la detestable Grecia clásica! No estaba seguro; pero tenía sus barruntos. Un puritano consecuente como él tenía que ser fiel con su horoicidad. Muchos son los ladrados; pero pocos los que huyen y no hacen caso a los perros y les temen. Los más se atienen a eso de perro ladrador... ¡Tu puñetera! Ya estaban a muchos kilómetros del pueblo. A más de quinientos. Bueno, quizás no tantos; pero así andaría la cosa. Se acercaban a una ciudad, gran ciudad. Retrecheramente, aminoró la velocidad del auto. No había ni rastro del enemigo. Avanzó sin mucho miedo. La carretera se intrincaba por la población. Se adentraron en ella. Multitud de antenas de televisión en los tejados, en las azoteas de los bloques de pisos, en ventanas, en balcones. Caricato sacó el lápiz mágico y se rascó la cabeza. Todas las barras metálicas de las antenas televisivas se desprendieron, cayendo con gran ruido a las calles. Ellos aceleraron el auto espantados ante un ataque por sorpresa del enemigo, que nunca solía hacerlo de manera tan estrepitosa. Las gentes que paseaban por las calles huían espantadas, los automóviles indecisos, la guardia municipal se acojonó ante un imprevisto ataque de tribus, improbablemente extranjeras, se llamó a los bomberos, que se limitaron a mirar. Especulóse mucho acerca de esta lluvia de barras metálicas de aluminio y los posibles campos magnéticos de las antenas de televisión, con otros elementos y motores de la tecnología al uso. Como por artes mecánicas, las barras de aluminio se enroscaron, echando a rodar todas tras el vehículo del conductor Agusa. Formaban un estridente y curioso ruido que asustó a los perros y erizó el lomo de los gatos. Toda la gente quedó admirada de la tecnología y de sus adelantos, de su bienhechor progreso y juraron por una tranquilidad sin nombre. Porque, ya se sabe, más vale maña que ciencia. Caricato se espantó, maldiciendo. Se guardó el lápiz en el bolsillo. ¡Qué grandes cosas realiza la ciencia! Saxolfeo se soliviantó ante la avalancha estrepitosa de aros metálicos que rodeaban materialmente el automóvil. El chófer observó que las arandelas seguían puntualmente a la misma velocidad que iba el vehículo. Era maravilloso. Algo nunca visto. La novena y décima maravillas del mundo y de los mundos, la primera. ¡Cómo se progresaba! Telesforo sacó amenazante sus tijeras y el peine del estuche de plástico, temiendo alguna nueva treta del enemigo. Pero luego pensó, pensó... Dio un brinco eufórico. Su cerebro era un hábil relámpago. Aquellos aros parecían cortejar al coche. Los aprovecharían para beneficio propio. El canto de una lejana sirena policíaca les conminó a parar. Lo hicieron y un simpático agente les impuso una breve sanción por exceso de velocidad en el casco urbano. Los aros tendidos en el suelo ordenadamente, largas y venturosas, enroscadas filas, parecían esperar órdenes. El auto arrancó nuevamente, raudo, volátil, alegre. Los aros emprendieron una persecución desesperada. Caricato temía su presencia. ¿Cómo deshacerse de ellos? Eran molestos, inquietantes, comitrágicos. ¡Vaya jilipollez! ¡A quién sino a ellos les ocurre aquello! No acertaban una a derechas, y menos a izquierdas. En la carretera de salida, inmensas farolas reverentes bordeaban ambos lados. El conductor paró el coche. Quedaron quedos todos los aros. Se fueron a comer a un cercano restaurante, dejando el auto dispuesto para la huida, con toda la larga fila de aros. Luego, acabado al fugaz refrigerio, cada uno intentó coger la mayor cantidad de aros posible. Telesforo y Saxolfeo, que eran buenos tiradores, iban encajando, cada uno, por las farolas; hasta que quedaban enroscados en ellas. De esta manera estuvieron cuarenta horas enroscando aros en los soportes luminosos y troncales, hasta que quedó el último, que no hay cuerpo que lo resista. Menos mal que la ciudad era pequeña y había pocas televisiones. A continuación, señoras y señores, emprendieron una feroz fuga, dejando a loas arandelas con un llanto inconsolable, girando en torno a las farolas que ya encendían sus luces. ¿Campos magnéticos? Para celebrar este nuevo trabajo hercúleo se descorcharon otra botella de champán, que bebieron copiosamente. Telesforo estaba contento de sí mismo y de los demás. Desde luego por aquella faena el enemigo los odiaría con mucha más dureza. Más ardor maldecido rechinaría en sus dientes. Los cuatro temieron que les persiguieran algunos habitantes de la ciudad; pero no veían vehículo ninguno. Caricato hizo observar la ocasión perdida de formar un aguerrido ejército de aros, para esperar a pie firme. Pero fue negado por los demás. Era fabuloso, y que, desde luego, no conduciría a la victoria; pero tampoco a la fuga precipitada, pues el enemigo era rápido como una centella, voraz como un lobo y raudo como un rayo. Había que tener suma precaución y todas las medidas eran pocas. Mucho cuidado. La precaución era la argucia del héroe contemporáneo, la discreción cautelar. La atención, segundo a segundo, era la forma de sobrevivir en esta alocada vida que os viven. La reflexión cuidadosa y nada estrafalaria. El reparo, la cautela, la reconcentración. De lo contrario todos perecerían.<br /><br />El automóvil derrapó ligeramente en una culpable curva. Había que tener cuidado, se pensó el conductor. ¡Oh, Mercurio, dios de los caminantes huidizos! ¡Cuántas penalidades sin cuentos hemos de padecer los héroes! Telesforo estaba aburrido de tanto y tanto huir. El enemigo no aparecía. Quería verlo, aun a pesar de que moriría al hacerlo. Y no es que fuese un basilisco. No, en manera alguna lo era. ¡Cómo se le ocurriría pensar en eso! Era algo improbable. No suele ser un basilisco. Desde luego tiene cierto parecido, aunque difiere en muchísimas más cosas. Pero un intrépido héroe no ha de temer nada ni a nadie. El enemigo sólo merece desprecios. Pero unos larvados desprecios, unos ocultos vituperios, allá por las intrincadas montañas de la conciencia, se piensa Telesforo. Aventureros a la fuerza irán huyendo por la gran parte del mundo conocido. La huida puede hacer pensar que quienes la realizan son tímidos, encogidos, apocados, cuitados, mandrias, vergonzosos, cortos, retraídos, pusilánimes, timoratos, pacatos o asustadizos. No había porqué pensar así. Ellos huían por una disposición del destino, por algo irracional e inexplicable. Era algo alegórico; pero eran emprendedores héroes. Huir no significaba que no lo fueran. El enemigo se podía vencer; pero requería sus argucias. Una retirada a tiempo y perenne es una gran, insólita, victoria. Lo mejor era darse valor, tener fuerza para soportar el duro paso de los Alpes, aunque sin elefantes. No era lugar para recordar elefantes ni patochadas semejantes. ¿A que vendría aquí Aníbal y toda su caterva histórica, heroicidad sin nombre? Era cuestión de tomar valentía. De aguerrirse para las duras pruebas. Para el pesaroso cruce del dédalo de estas partes de sus vidas. ¡Qué torturas! La tenaza se cernía sobre sus cabezas.<br /><br />A la media hora pararon para hacer sus necesidades en un roquedal entre encinas. Cada uno se desperdigó, con entera libertad. Caricato sacó su lápiz para bajarse, sin cuidados, los pantalones. Se lo colocó en una de las orejas, como un artesano. Las piedras empezaron a tomar caprichosas formas, lentamente. Al rato, después que acabaron sus faenas, se dieron cuenta que entre las encinas había un montón de negros como el carbón, que habían surgido, ovidianamente, de la metamorfosis de las rocas. Era una pura fábula. Pura farsa. Los negros se agruparon. Unos sesenta o setenta y tantos humanos de piel azabache, fuertes, musculosos, dispuestos a todo. Pero no los amenazaban, al contrario. Postrándose a sus pies, dieron clara muestras de sumisión. Caricato estaba, a pesar de todo, horriblemente asustado, muy asustado. ¿Sería aquello una mala pasada del enemigo? Era dudoso. Telesforo observó que se comportaban como esclavos, como una mesnada incondicional y deseosa de obedecer. Saxolfeo les tocó el saxo y sonrieron alegremente. Luego propuso adiestrarlos para contrarrestar el empuje enemigo. Pero ello era imposible en tan corto espacio de tiempo. Improbable. A todas luces parecía una locura de un musicastro abotargado. El conductor, muy nervioso, propuso ir al auto y partir, dejando allí a los negros. Lo hicieron. Así que subieron y arrancaron a una prudente velocidad, al ver que los ¿cien? negros les seguían, corriendo en fila india detrás del coche, a paso maratoniano. No dejaron de mirarse, asombrados, los unos a los otros. Era algo, realmente, jamás visto. Algo así como la décima maravilla. Curioso que los negros no hablaran. Sus caras parecían mazacotes de carne y hueso<br /><br />Continuaron acelerando el automóvil a una velocidad fiera, terrible. Al doblar una curva, que bordeaba un monte pequeño, en un cerro de enfrente, vieron, con un susto de muerte, al enemigo. El auto paró en seco. Los cuatro abrieron inmediatamente las puertas. Rápidamente Caricato, ducho en el arte de organizar la fuga, ante la inmimnente presencia enemiga, ordenó a los negros coger todos los enseres más necesarios del coche. Telesforo tomó su estuche de plástico, Saxolfeo cargó con su acordeón, dando el saxo a un negro fiel. Rápidamente una vanguardia, compuesta de veinticinco negros, emprendió la subida del monte, intrincándose entre los pinos espesos. Dos alas, de veinte negros cada una, bordeaban a diez negros que llevaban los pertrechos de la marcha. Cerraba, al miniejército en fuga, la retaguardia, que se armó con palos de pino, improvisadamente. Subían rápidos de esta manera, entre los árboles, para alcanzar la cima del monte y tener ventaja. Cuando el contrario llegó al auto, ellos dominaban la cumbre. Quedándose la retaguardia, para cubrir la huida, el resto bajó a la máxima velocidad por la ladera opuesta, hasta desembocar en un valle, que era recorrido por un río caudaloso. Cuando estaban abajo, la retaguardia se les unió, dejando bien escondido a dos negros para que asustaran al enemigo. El problema más inminente era cruzar el río. Caricato infló su muñeca hinchable y, uno a uno, montándola, fueron pasando los negros. Mediante una cuerda la volvían a recuperar desde la orilla opuesta, una vez que pasaba uno de ellos. Así consiguieron ponerse a salvo por hoy. Ya la noche se les echó encima. De noche jamás atacaban. Después se les unieron los negros (dos) asustadores y asustados, que cruzaron el río a nado. Reunidos, rápidamente, para tomar decisiones, Caricato, Saxolfeo, Telesforo y el conductor Agusa, decidieron organizarse para continuar la fuga. Veinticinco negros, armados con estacas improvisadas, formarían la vanguardia. También se aprovisionarían, a ser posible, de una vara larga, tipo garrocha. Las alas de aquella expedición de evasión estarían armadas de armamento arrojadizo y atacante, asimismo auxiliar. La retaguardia sólo iría con piedras para arrojar y sería el ala más movediza del improvisado ejército. Saxolfeo tomó el mando de la vanguardia. Telesforo y el conductor, las dos alas, reservándose Caricato la retaguardia, como más responsable. Hecho todo esto, decidieron aprovechar la noche para avanzar y ganar distancias. Pero antes, Telesforo sacó de su estuche de plástico (dicho sea una vez más, en honor de tan útil material) un tipo de piraña que se reproducía como por encanto y las echó al río, para que los adversarios tuviesen impedimento, al día siguiente, cuando lo vadeasen. Todos aplaudieron la magnífica ocurrencia. De esta manera las huestes emprendieron la fuga, ordenados según se dice. La marcha era rápida. El posible cansancio no acababa con el enorme miedo que les poseía. Caricato, con un grupo de diez negros, se ocupó de hacer desaparecer todo rastro que la expedición dejara detrás. El sudor bronceaba la piel de los negros que brillaban trágicamente en la triste noche. Saxolfeo, en cambio, para alegrar la expedición, tocaba, alegre, el acordeón, aunque trágico. Canciones de marcha sobre todo. De mucha marcha. Para acrecentar la zancada de los que van en retirada, de todos sus miembros. Los negros entraban ya, por derecho propio, a formar parte de los destinados a ser de los miembros del grupo. Ahora esperaban que La Cañon y El Mitra les mandaran noticias de los demás que huían. Pues, realmente, estaban ya al borde de la desesperación, del fracaso y de todo lo demás. Ya era imposible no esperar noticias de El Mitra. Al menos que, según cuentas que se habían echado antes, no se hubiese acabado con él. Al día siguiente esperaban, con la marcha hecha durante la noche, estar bastante retirados, despistándose por un buen tiempo, el tiempo del despiste. De lo contrario les esperaba la perdición, la noche y morir, o acabar, en manos del enemigo.<br /></div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-51357550156843012902000-03-14T15:00:00.000+01:002009-03-14T22:23:15.243+01:00II AFANASOL Y SU CATERVA FUGADOS POR LOS AIRES<div style="text-align: right; color: rgb(0, 0, 102);font-family:trebuchet ms;"><span style="font-size:85%;">¡Cuánta astucia supone la fuga genial !<br /> JOSÉ ORTEGA Y GASSET<br /></span></div><br /><div style="text-align: justify;">Pelandrusco arrugó la jeta, sin convencimiento, hacia el artefacto volátil que el sabio Afanasol apañaba para casos de emergencia.<br /> Un inmenso globo surgía a las espaldas de la casa de campo, no muy alejada del pueblo. Eran tiempos apocalípticos y convenía que cada uno, o en grupo de amigos, se fabricaran arcas de salvación. Un repentino diluvio podía diluir todo lo viviente y se precisaban soluciones individuales. Los más avispados eran los que tenían que darse cuenta de todo aquello y prevenir su salvación en una noeica arca, como correspondía a sus inteligencias preclaras. Pelandrusco, haciendo ascos de las palabras de Zarrampla, se fue mohino hacia el pueblo. Era la hora de comer. Encendió un cigarrillo y paseó un rato la vista por la sierra. Luego, con paso lento, salió al camino. Escupió al suelo, miró a la casa, meneó la cabeza y se dispuso a irse a la suya.<br /><br />Afanasol daba los últimos toques. Sólo faltaba pintar de azul claro la barquilla, para despistar. Era comprensible. Un magnífico aparato. No habría que preocuparse. Todo estaba solucionado para los miembros de su grupo. Bien es cierto, cambiando de tema, que hacía una infinitud de tiempo que no se veía a El Mitra. Era raro. Zarrampla entró en la casa para dar los últimos toques a la comida. Era cuestión de gusto. La gastronomía siempre le gustó. Hacía buenos mejunjes, todos ellos comestibles.<br /><br /> Baruch comía temprano siempre. Desde sus costumbres de joven. Bueno, no era tan viejo. Aquel día salió del pueblo para ver los últimos avances de Afanasol en la construcción del globo. Los últimos retoques. No era viejo, pero gustaba de usar bastón, un viejo bastón de un tío suyo que siempre había visto por su casa, al bastón. A lo lejos del camino parecía venir Pelandrusco. Le pidió un cigarrillo al llegar a su altura. Lo encendió. Entonces fue cuando, al volverse, lo vio venir desde el pueblo. Los dos salieron corriendo hacia la casa de campo. Era lo mejor en aquellos casos. Detrás venía Golimbrón, con un saco a las espaldas, a todo correr. Al llegar a ellos eceleraron el paso hacia la casa de Afanasol. Era cuestión vital. Él tomaba en aquellos momentos el pueblo. Todo estaba consumado y la solución no podría ser otra. Pelandrusco se recomió sus desdenes hacia el aparato volador, contruido por Afanasol, y lo alabó. Destacó su maniobrabilidad, su manejo fácil, su leve vuelo, su rapidez, para que, al menos, en la ficción, fuese cierto que el arca de salvación estaba lista para redimir del diluvio, que avanzaba a sus espaldas. Era mejor creer todo aquello así, aunque fuese un producto de un magín calenturiento.<br /><br /> Saber el manejo y funcionamiento de un aparato como un globo es algo que compete a Afanasol, y sólo a él. Por lo demás, Zarrampla no tiene ni idea de tales trastos. Menos Pelandrusco, el escéptico individualista, o Baruch y Golimbrón. Así que sería cuestión de cuidar por la salud de Afanasol para conservar la integridad de todos los demás. Fue providencial, como todo lo que ocurre en este mundo, que todos se hallaran a refugio en la casa de Afanasol, en el momento que él tomaba el pueblo, en una operación relámpago. Fue algo de pura chiripa. Como siempre ocurría en esta vida. Los sucesos diarios son pura casualidad, puros aconteceres fatúmicos, como se dice que creían los griegos. Las primeras gotas del anunciado diluvio llovían ya en sus mentes, en sus cuerpos, en casi toda su tierra. La salvación estaba en el aire, no en las ondas herzianas, sino en el espacio aéreo que bordeaba el globo terráqueo. Afanasol tenía una amplia melena de ondulado pelo. Barba valleinclanesca y pinta de desgraciado, como todo hombre inteligente. Había estudiado física y química; pero sin atenerse a ningún tipo de academicismo o centro oficial de formación en tales materias. Habíase empapado bien en lo concerniente a la navegación aérea. Su formación era completísima. Como la de todo concienzudo autodidacta. No había nada que temer. Así que cogieron los instrumentos y los enseres más necesarios y dispuso el globo para su momentánea elevación, para una ruta que, pensaba, sería larga, larga y arriesgada. Entraron todos en la amplia barquilla. Se pusieron temerosos, azorados. El único que conservaba la sangre fría y su tranquilidad habitual, al menos de momento, era Afanasol. Sabio, prudente, práctico, servicial.<br /><br /> El globo se elevó alegremente sobre la casa. Abajo iba quedando el verde campo, los árboles, el pueblo tomado por el enemigo ya. Afanasol no olvidó meter en su barquilla de salvación a su perra inteligente. Le faltaban pocos días para que pariera y hubiese sido terrible que cayera en manos extrañas. Pelandrusco tuvo un ligero devaneo en sus esfínteres al despegar y ver, desde lo alto, la maravillosa panorámica que se extendía alrededor de ellos. Afanasol estabilizó el globo a unos cien metros del suelo. Aunque luego lo fue elevando más, poco a poco, aprovechando corrientes de aire. Puso dirección hacia el norte, siguiendo instrucciones de El Mitra y de aquella gilipuertas paralítica llamada La Cañon.<br /><br /> Baruch experimentaba una extraña sensación de gozo, al ir montado en tal artefacto. Era una impresión de apocalipsis y al mismo tiempo éxtasis venturosa. Todo ello mezclado con premoniciones pesimistas acerca del futuro, de su futuro. Algunas personas, allá abajo, saludaban, aldeanamente, el paso del globo. Bien lanzando gorras al aire, bien silbando y dando grandes alaridos, no se sabe si de rabia o de gozo eufórico. Algunos daban hasta cortes de mangas. Al principio todos permanecían expectantes a las gesticulaciones de la gente. Luego lo olvidaron e incluso llegaron a hastiarse de todo aquello. No había nada que temer. Absolutamente nada. El enemigo no sabía volar. Ni sabía ni podía. Tampoco podría pagar gente mercenaria para que los cogieran, o poner precios a sus cabezas. Era absurdo pensar que, una vez en el aire, el enemigo les echara el guante. Ni siquiera lo pensaban. A pesar de ello, Pelandrusco tenía serias dudas. Él se tenía por un gran desconfiado, como hay que ser. Se elevaron más. A lo lejos veía arrastrarse una larga carretera. Montañas, más allá. Algunas con las cumbres punteadas de nieve. Todo parecía en maqueta. Casitas desperdigadas. A veces se acumulaban y formaban aldeas, caseríos, pueblos y ciudades. Una preciosidad todo aquello, una verdadera maravilla de la naturaleza humana. Bosques impenetrables subían por las laderas del monte, colinas y prominencias extensas del terreno. Nunca le había gustado la geografía. Menos en estas extenuantes circunstancias. Afanasol puso, como si dijéramos, el timón fijo al globo y se encendió un pitillo. Cansado, se sentó en unos bártulos que estaban en el fondo de la barquilla. Era una obra artesana hecha de mimbres, fuertemente enlazados. Golimbrón, aficionado a la fotografía, siempre llevaba su cámara fotográfica con él. Lo mejor. Lanzó varias tomas de la panorámica. Revelarlas era ya más peliagudo.<br /><br /> Ya casi anochecía cuando Afanasol propuso descender para pernoctar y abastecerse del agua, que necesitaban. Asimismo tenía que hacer varias reparaciones al aparato. También necesitaban combustible para calentar el aire que hacía subir al globo. Aprovecharían la noche, sabiendo que el enemigo no realiza ataques durante la retirada del sol de la faz terrestre. Afanasol realizó la maniobra con pericia y cuando los rubios cabellos, ¡rubios cabellos!, del sol desaparecían del ámbito terráqueo, al menos por la mitad de la tierra que a ellos correspondía, el aparato se posó levemente en una anchurosa y verde campiña. A lo lejos se vieron luces de lugar habitado. También a la derecha otearon luminosidad de lugar habitado. También a la derecha se veían relumbrones de neón, no muy lejanos. Afanasol, en palabras breves, dio concisas instrucciones, claras explicaciones. Baruch y Pelandrusco irían a por el agua y la traerían mediante un vehículo o lo que fuera, hasta la barquilla. Golimbrón y él (Afanasol) se ocuparían con hacerse con el combustible, vital para seguir huyendo. Esto, observado por Afanasol, asustó, responsablemente, a todos los componentes del grupo. Zarrampla y la perra vigilarían. Por si imprevistos aconteceres decidían acercarse al artefacto para hacerle cualquier daño. Dadas las últimas instrucciones cada uno se fue a lo suyo. Dentro de una hora esperaban encontrarse allí para dormir hasta poco antes del amanecer, a fin de que no les hiciesen un imprevisto ataque. Golimbrón puso el flash lumínico en su cámara fotográfica.<br /><br /> Afanasol y el fotógrafo se dirigieron a las neónicas iluminaciones que venían de la derecha. Los demás se fueron, al otro lado, hacia unas casas que se adivinaban entre unos árboles. El terreno parecía ser un prado para ganado. Nuevos miedos asolaron ideas de algunos miembros con terrores. ¿Y si aquel lugar fuese donde pastaban los toros bravos que por aquellas tierras existen? Era rizar el rizo del pánico y de la incomodidad. Lo malo estaba en que ni siquiera traían una capa para poder defenderse a capotazos entretenidos. Además, a pesar de la prolífica especialización de cada uno de ellos, a ninguno se le había ocurrido hacerse ducho en el arte de la lidia, entreteniendo al toro.<br /><br />Lo malo, lo nefasto y perverso de los héroes es que cuando no tienen guerras ni hazañas por realizar, se las inventan. Eso es lo que desprestigia un tanto el brillo heoico en el firmamento. Todo se promociona hoy. Especialmente en una época dominada por el criterio del éxito: la mejor manera de asegurarse el éxito de héroe consiste, naturalmente, en no tocar problemas serios. Todo se promociona, decimos, menos el héroe. Incluso los literatos, los escritores, sobre todo los admirados de allende el mar, bobaliconamente, por la crítica, o que anidan tras la cordillera fronteriza. Pretenden eliminar héroes por no comprenderlos, porque los sobrepasan, no les llegan a sus alturas y decretan su inexistencia. ¡Vaya falacia! Los miembros, que estáis huyendo de la acosadora acción de enemigo, sois todos héroes, bravos héroes. Poco nos importa ir contracorriente. Poco importa también que no estemos promocionados por la prensa, en radio o en la, al parecer pura apariencia, todopoderosa televisión. No estamos promocionados tampoco en los grandes paneles de los estadios de fútbol y demás juegos de masas, ni en los de las vías urbanas. Y no debe de ser porque no somos rentables. No señor. Debe ser por oscuros intereses que enrojecería confesar. Hoy en día todo es escrupulosamente manipulado. Cada pieza su función. Es un maldito juego de ajedrez que juegan dos locos demiurgos. Enroque, te como el peón, me comes la reina, ponga aquí el caballo, jaque. En fin, que mientras tanto suena una ensordecedora música de fondo que hace jugar locamente a los dos jugadores...<br /><br /> Afanasol se dio cuenta que aquello era una bendición. En realidad era una distribuidora de combustible al usuario. Pero en este caso bendición y aquello eran lo mismo. No existían los contenidos semánticos diferenciadores. Aquí la circunstancia marcaba la pauta de todos los contenidos significativos. Por eso se dijo: “mis circunstancias valen más que yo”. Terrible destino preprogramado.<br /><br /> Se acercaron, sigilosamente, por la parte de atrás. Afanasol montó su rifle repetidor, dando su pistola a Golimbrón. Por sitios diferentes, entraron donde el empleado descansaba, tumbado en una hamaca, casi dormido. Conminado a poner las manos en los pies, lo registraron. Lo obligaron a coger una carretilla y a cargar dos pequeños bidones de combustible y algunas latas. Desguajaron el cable del teléfono. Precisión, eficacia, precaución. Le aplicaron en las narices un pañuelo humedecido en un líquido de producción en los talleres Afanasol. Dormido el mozo, cogieron la carretilla y, tras dejar una escueta nota, se fueron hacia el globo. Afanasol desmontó su rifle metiéndolo en su caja de herramientas, y la pistola. Era casi un autárquico. Capaz de todo. Buen manitas. Como pudieron hicieron andar la carretilla por aquel mal terreno. Pasaron innumerables fatigas. Todos los trabajos eran pocos para llevar aquello. Su salvación, momentánea salvación. Nunca le había gustado la delincuencia; pero no eran momentos de ética. Además está claro que la delincuencia existe por motivos ajenos a su propia voluntad. Dejando la demagogia fácil, Golimbrón pensó comer, nada más llegar, un apetitoso pastel que guardó con vistas a un enorme esfuerzo como era el que realizaba en aquellos momentos. Hercúleo trabajo, posiblemente sin remuneración ni doncella. Triste es el destino de los héroes hoy en día. Triste es el destino de lo que no se promociona. El dueño de este mundo es, según parece, y para común asombro, el comercio y sus buhoneros. Y no es que el comercio mueva a la humanidad, sino que hace que la humanidad se mueva por el comercio. Falacia, pura falacia, pero un tornillo sería siempre un tornillo y un programador, programaría. En eso todos están de acuerdo.<br /><br /> Como durante el día estaban en el aire, había un problema insoluble y que a Afanasol traía verdaderamente loco. El problema de cagar o mear en pleno vuelo, ya que temían acercarse demasiado al suelo y ser atacados por el enemigo. Hubiera sido un fallo fatal para todos. Menos mal que en el día pasado no se le había ocurrido a nadie hacer sus necesidades. Pero eso no hacía presuponer que a alguien no se le ocurriera y Afanasol estaba preocupado por ello. Por dar una solución al problema. Así que se le ocurrió practicar una pequeña abertura en uno de los laterales de la barquilla que era cerrado por una trampilla, hecha expresamente para ello. Así, Afanasol, solucionó el, al parecer, insoluble dilema de como orinar y defecar en las circunstancias en las que ellos se hallaban para bien de la humanidad y de todo en general. Aquello era una muestra más del ingenio de la técnica, de la ínclita ciencia aplicada un gran logro. Digno de la admiración del género humano. Sí señor. Pero, ¿qué podía hacer perseguido por el enemigo, tan inmisericorde a él? Aquí no vale eso de: si no puedes con el enemigo, pásate a él. No podrías hacerlo por más que quisieras. Totalmente desechada la idea, suicida. No procedía ejecutarla. Afanasol miró a las estrellas deseando alcanzar a todas. Era un hombre que apuntaba, no a una estrella, sino a todos los miles de brillantes ejemplares que tililan en la cúpula celeste. Algún día los anales cantarían sus hazañas, a pesar de que la ciega generación de hoy no promociona a los héroes. Sueños infinitos de pasar a la historia, de ser narrado. Las consejas hablarían de sus hechos. Chascarrillos, apólogos, mitos, patrañas, folletones, invenciones acerca de él. Por fin se llevarían su merecido. Se haría al fin justicia con él. Hacía falta mucha justicia, montones de justicia. Pero es mejor callar y dejar eso a los jueces. Mejor. No compete.<br /><br /> Baruch y Pelandrusco llegaron a la casa, que era una especie de cortijo. Baruch se anudó la corbata y, muy digno, fue a llamar a la puerta. Pero cuando se dirigía a ella, seguido de cerca por Pelandrusco, un perrazo enorme y sin ladrar, le salió al paso. De un eficaz bastonazo lo desnucó. Tras este preámbulo avanzó educadamente, siempre digno, hacia la puerta de la vivienda, se paró antes de llegar y llamó con tres toques suaves, dados con el bastón. Salió una simpática campesina, a la que guiñó el ojo, y escabulló el ojete. Los hizo pasar, y el padre, al que se presentaron con toda pompa, según merecía el caso, atendió sus requerimientos y dispuso tres grandes garrafones de plástico para transportar él mismo, si era necesario, hasta el globo. Era un señor que se hacía comprender la problemática de los expedicionarios. Atento, educado, aunque algo tosco. La señorita que les abrió las puertas era su hija. Les invitaron a cenar. Por todo ello, pasada una hora, no regresaron al lugar donde estaba el artilugio volante. Afanasol se preocupó. ¿Acaso el enemigo se habría acostumbrado a atacar de noche? No era posible. O prefería nonearse la posibilidad. Decidió esperar media hora. En caso de que no vinieran, él saldría para ver si los veía. Poco antes de pasar el plazo de la media hora, Baruch y Pelandrusco volvían acompañados por el campesino. Cargaron el agua en el globo y despidieron, según merecimientos, al labrador. Fue muy atento y servicial con ellos. Todo gracias a la esmerada urbanidad de Baruch que para algo había de servir en el campo, ya que no en la urbe. Nunca comprendieron por que a los modales de una determinada manera y gusto se les llamaba urbanidad. Desde luego el tener en cuenta la cotidianidad del héroe puede resultar aburrido; pero siempre ilustrativo. No toda labor cotidiana está hecha por héroes. Tiene una vida vulgar, de día a día. Nadie cree que en la actualidad hay héroes, cono Afanasol, por ejemplo. Un día se hará el gran canto al valiente, todavía sin hacer. Pero al héroe en general, en abstracto, elevándolo al mundo metafísico de los mitos y leyendas. Se lo merecían. Sobre todo Afanasol. Pero habría de ser cantado sin la seriedad de palo, sin pretensiones adultas. Habría que admitir en ese canto la forma infantil, pueril, incluso repipi, ¿por qué no?<br /><br /> Después se dispusieron a dormir encima del pasto. Echaron un toldo y cada uno cogió su saco de dormir. Todos se reclinaron, después que Afanasol diera unas contundentes razones explicativas de por que el enemigo no les atacaría de noche nunca. Tranquilos, aunque no contentos, se dispusieron a descansar de la mejor manera posible. Los héroes también duermen, aunque no lo necesiten, No les es tan necesario como al vulgo. Ese vulgo dormilón que pulula por todas partes. Aunque así como a las tres de la noche Baruch se levantó sigilosamente, sin ser notado por nadie. Solo y cuitado se dirigió a la granja. Nadie despertó. Se acercó a una de las ventanas. Llamó suavemente sobre los cristales. No sucedió nada y volvió a llamar con cautela. Esta vez salió la linda campesina de ojos negros. Abrió de par en par las ventanas y el intrépido don Juan vejestorio entró en el dormitorio de la doncella. La besó galantemente. Ella se moría de gusto. En este caso se ha de morir gustosamente de amor. Era virgen. Lo fue.<br /><br /> Baruch, se decía, había colaborado, en épocas oscuras, con el enemigo. Pero de eso hacía tiempo. Por lo demás siempre buscaba un escape en el sexo, como muchos en el seso. Eso es lo de menos. Lo cierto es que era vigilado de cerca por Zarrampla.<br /><br /> Todos dormían, a estas horas de la noche, apacible sueño de los héroes. El pacificador, agradable, reconfortante sueño de los dioses, dicho de manera más justa.<br /><br /> El gato aquel era un verdadero zoquete. No se rían, por favor. Ni sonrían benevolentes, como si el César perdonavidas ejerciera ese derecho. Después de dos años de persecución del jilguero aún no lo había atrapado. Pero el pajarillo, por cachondeo, o por cualquier intríngulis que no se define en el origen de las especies, seguía tentando al felino. El animal se relamía de gusto sus blancos y erectos bigotes, algunos chamuscados ya por el fuego. Un recomiente deseo desesperado consumía al felino. Tenía enormes ganas de zampárselo entero, enterito. Para él sólo, para nadie más. ¡Qué satisfacción! El pájaro revoloteaba de acá para allá, dueño del aire. Picoteaba, cantaba, se divertía; suponiendo que las aves se divierten o que tengan idea del divertimiento. Aquella se sentía acosada implacablemente por el fiero gato. Era una penuria diaria. Tenía que dormir en cualquier árbol de la vecindad. Mientras, la primavera llegó y el gato siguió el acoso bestial. El jilguero sufría el penoso tormento, aplicándole su total inteligencia. Cierta vez estuvo a punto de ser atrapado. Fue cuando el traidor felino saltó sin contemplaciones desde una altura de más de diez metros sobre la tapia donde estaba tranquilamente, aunque atento. Faltó poco, muy poco. En el fondo se regodeaba, en sus adentros, de haber sido ocasión para que el gato se descalabrara, aunque hay quienes sostienen que los felinos siempre caen de pie, en caída libre. Había que tener cuidado. Estar siempre vigilante, pues se presentaba cuando menos se lo esperaba en los sitios más insospechados. El jilguerillo, en el fondo, se divertía con aquella persecución. Quizás aquel sería el primer gato esquizofrénico. Tenía segura una cosa: en el aire era imposible ser atrapado. Y esa iba ganando. Por otra parte podía vigilar al enemigo desde lo alto y, cuando quisiese beber o comer grano, hacerlo en la dirección opuesta donde estuviese. De noche habría de dormir en las ramas más débiles de los árboles, a fin de que el gato fuera sentido por su mayor peso.<br /><br /> Se harán comparaciones paralelas, ilustraciones de la epopeya (etopeya para otros), prosopopeya para los más sagaces. Todo será, así, más entendible, más sencillo, más claro y , al mismo tiempo, los héroes se sentirán mejor, incluso reconfortados durante su sueño. Tendremos que esperar que despierten, entreteniéndonos en algo positivo, digno, dicharachero y prometedor. Que ilustre, además, su historieta.<br /><br /> El funcionario llegó tarde aquella mañana a la oficina. Menos mal que el jefe se levantó con un dolor horrible en un callo. Esto hizo que su llegada fuese tardía como para venir casi diez minutos después de llegado él. Todo fue debido al maldito sastre que tuvo que despistar entre el maremagno de calles, como pudo. El muy percebe lo esperó a la salida de su casa (nunca le abre) desde muy temprano. No se dio cuenta al salir a la calle. No lo vio. Fue cuando estaba a cien metros del portal, cuando sintió a sus espaldas pasos apresurados, zancadas agresivas. Miró, y allá venía ese mequetrefe empeñado del sastre a toda leche. Creyó que lo agarraría; pero no fue así. Son los héroes. Corrió tremendamente. Se metió por una calle casi opuesta a su itinerario. Era lo mejor ir por allí, ya que entre aquellas callejas esperpénticas, despistar a aquel gilipollas fue tarea de lo más fácil. Pero, por eso mismo, tuvo que dar un gran rodeo para llegar a la oficina. El sastre no sabía donde trabajaba y, por lo mismo, no lo esperaría a la entrada. Un alivio que todavía no lo supiera. De lo contrario sería un delirio. De todas formas en la oficina estaba muy intranquilo. Continuamente iba a mear o a beber. No quería pagarle a aquel desastroso sastre. En el fondo le gustaba mucho, muchísimo, que durara aquella situación. Y no es que no tuviese dinero para pagar. Ni era masoquista. ¡En manera alguna! Él era un digno trabajador con su sueldo mensual, y gracias a esto tenía suficiente dinero para pagar a aquel mierdoso de sastre. Lo principal es que aquella embarazosa situación le daba aliciente a su mediocre vida. Sin todo aquello no tendría interés el vivir. Menos mal que se había producido, por chiripa, cuando en un bar del barrio, un día casualmente, le dijo ese asqueroso sastre que todavía no le había ido a pagar la cuenta que le hizo para la boda aquella. Recuerda el olímpico corte de manga que le dio. Hizo la puñeta y le tiró un hueso de aceituna a la calva. Todo ello provocó un displicente, maleducado y tergiversador cabreo en el cortador de telas y hacedor de trajes. Rojo de ira se avalanzó al vacío. pues el funcionario ya se había escabullido, y en la calle le daba voces provocativas. Le llamó de todo, desde marica a hideputa. El sastre corría tras él. Hasta que se cansó. Lo despistó y volvió a su casa. Pero estaba esperándolo en la puerta. El muy imbécil ni astutamente se había escondido para sorprenderlo. Hasta allí llegaba su tontuna. Lo provocó y el otro corrió hacia él. Se introdujo por un enrevesado dédalo, hasta que el sastre pareció desistir. Entonces, tranquilamente, volvió al dulce hogar. Estaba contento aquella noche, muy alegre. Lo celebró echando unos polvos en casa de Marisa. Le resultó redondo. Su vida de funcionario iba teniendo una razón de ser, de existir. Burlarse del sastre estúpido, correr de él, putear al sastre. Esa era la razón de su vida. Todo ello le provocaba un continuo miedo, una continua y martilleante idea de que el sastre estaba a sus espaldas. ¡No, no puede ser! Instintivamente se tensaron sus músculos y el jefe le dedicó una sonrisita benevolente y fláccida. Daba asco. Del sastre, no del jefe. ¡Vaya sastre gilipuertas! El primer insulto que pensaba dedicarle era el de maricón de cementerio, que sonaba Como a raro, estrafalario y cabreante con superioridad. Puede que fuera un cínico. Nunca lo negó. Cínico con estilo y solera.<br /><br /> A veces sólo la comparación paralelística da luz a los hechos. Nunca se abusará lo suficiente de ello cuando se trata de alumbrar este proceso. Hay cosas de tal enrarecimiento, cuestiones de tan empingorotada exposición, que sólo se puede recurrir a la metáfora para tratar de explicarlas, y eso a medias. Porque se ha de contar con un mínimo de inteligencia y con pocos prejuicios.<br /><br /> El griego se hallaba perdido en tierras persas. Allá entre trozos de alfombras, pozos de petróleo, aldeas hostiles, el enemigo detrás, el Ponto Euxino por pasar. Feroces montañas, amenazantes como dioses cabreados. El griego, a pesar de ello, es hombre con recursos. Siempre los tuvo. En el caso que se hallaba lo mejor era dirigirse al Ponto por las montañas. Huyendo del enemigo en la llanura estaba seguro de perecer, por las certeras armas que éste poseía. Era obvio que deseara irse a través de aquella zona escabrosa, arcana, desconocida y misteriosa. Así que, aprovechando la noche, para no ser visto, cruzó la llanura, llegando junto a las montañas al llegar el día. Se descuidó un tanto de mirar hacia atrás, pues el persa no atacaría, mientras subía. En estos trances ganó la cima, antes que el enemigo se diera cuenta. Penetró en las aldeas de los valles y repliegues de las montañas. Allí había cantidad de víveres de los que se sació y avitualló para la penosa marcha. El griego llevaba tres acémilas y, como prisioneros, un bello efebo, una bellísima mujer y un guía. Con todo el dolor de su corazón viose precisado, para apresurarse en el paso de la intrincada cordillera, deshacerse del muchacho y de la hembra, así como de dos acémilas, y prosiguió la marcha una vez que lo hizo, más liviano. Los bárbaros montañeses, sobre todo uno barbado, se opusieron a que cruzara por sus tierras. Tras una acalorada discusión, el griego prosiguió su marcha, que más bien parecía una fuga, o dos fugas. Corrió todo lo que pudo mientras el terrible bárbaro disponía lo necesario para salir detrás de él y estorbarle el camino. Desde lejos se veía un intrincado paso o desfiladero que, según el guía, era el único lugar para pasar las montañas. Pensó apresurarse todo lo posible, a fin de que no se adelantaran y le impidieran ganar el otro lado. Cuando faltaba poco, para su desesperación, se dio cuenta que encima de una roca estaba el hosco bárbaro, estorbándole cruzar el camino. Volvió inteligentemente sobre sus pasos, decidiendo secuestrar a un nativo del país, para que le condujera por otro lugar que, estaba seguro, debía de existir. Bajaron a un valle. Se acercaron a una casa. Al lado de un montón de estiércol se hallaba un mozalbete ocupado en defecar alegremente. Lo acechó. Fue por la espalda y le tapó la boca, llevándole lejos de allí, en contra de su voluntad y entre forcejeos. Lo obligó a que le guiara por algún otro lugar que llevara al lado de allá de las montañas. El chico, atemorizado, así se dispuso. Antes pidió un breve tiempo para terminar su tarea. Acabada la cual, se pusieron nuevamente en camino. El griego deseaba llegar a su patria. El enemigo era duro; pero no invencible. Evidentemente este nuevo sitio por el que se cruzaba al otro lado era más largo, más arriesgado e infinitamente más aventurado. Por todo ello se ataron los tres expedicionarios. Provisor, el griego también arrasó una aldea, en la que se hizo de suficiente comida y bebida para el cruce de las escarpadas cumbres y no verse colgado a mitad del sendero.<br /><br /> Por la mañana se levantaron de muy buen humor. Sobre todo Baruch. Aunque, en realidad, aún no había amanecido. Afanasol arreó a todos para que se soliviantaran y prepararan el globo y partieran cuanto antes. A una distancia de quinientos metros alrededor, a Zarrampla le había parecido ver sombras que se movían, sospechosas voces entrecortadas, el chocar de armas, el suspiro de la guerra. Una situación alarmante. Había que ser rápido. Golimbrón tuvo un conato de espasmo. Se tiró al suelo. Rápidamente Baruch lo levantó y animó. Le mandó coger unas mantas y otras cosas que faltaban por subir al aparato volador. Al cogerlas se quedó rígido, al igual que si le hubiesen dado un buen susto. El pelo se le erizó y el bigote parecía el de un gato. Baruch. pese a su apacible campechanía, se puso rápidamente en guardia. Se acercó a Golimbrón, que se mordía la lengua y espumajeaba por la boca y narices. Se la mordía con gran daño. Hábilmente Baruch se la introdujo dentro de la boca y, por poco, le mordió un dedo. Se sacó el pañuelo y se lo puso entre los dientes. Golimbrón cayó al suelo, a todo lo largo, temblando de manera horrible. Parecía que cien mil demonios le mordieran el estómago. Sin pensárselo llamó a Zarrampla y entre los dos lo cogieron y lo introdujeron en el globo, aunque llenos de un terrible pavor. Afanasol, sin inmutarse, subió al artefacto, poniéndolo en marcha cuando ya unas gigantescas sombras grotescas comenzaban a acercarse al globo con el clarear del nuevo día.<br /><br /> El sol salía a lo lejos, detrás de la llanura, cuando el artefacto, alegremente, como alboreado al compás del rey astro, tomaba la dirección norte. Abrieron unas botellas de leche y, con galletas, desayunaron tranquilamente. Golimbrón estaba completamente repuesto. Los achaques que cada cual tiene de nacimiento atacan en las imprevistas situaciones, haciéndose cómplices del enemigo acechante.<br /><br /> Sobrevolaban la llanura. A lo lejos se veían montañas con sus puntitos blancos de nieve en las crestas, produciendo una agradable sensación. Por la carretera vieron coches de la guardia y de las policías que se acercaban a una estación de servicios de combustibles que habían saqueado, seguramente, la noche anterior. Cada vez había más delincuencia, era irremediable. Hombres de roble navegando el aire, montados en un casi infantil globo, veían una panorámica menos halagüeña hoy que la del día anterior. La novedad del vuelo permitía mitigar el miedo al enemigo. Ahora esa novedad había decrecido y se convirtió en pura monotonía. Se sobreponía el horror acechante del enemigo que parecía tener tomado todo. Todo el país era suyo. Esta vez seguramente, no habría salvación. Vieron una bandada de patos en V volando por debajo de ellos. Algunos pájaros se posaban en lo alto del globo, ya sin precaución alguna, con total desparpajo. Parecía destinado al mismo destino de las aves: volar y volar. A pesar de ello, el enemigo se desplegaba camuflado, pese a lo que lo veían, o, al menos, lo intuían por toda la llanura. Serpeaba caminos y veredas. Cruzaba ríos y arroyos. El globo, tomando una fuerte corriente de aire, se aceleró. Hasta ahora Afanasol lo dominaba al completo. Diestramente. En otro tiempo más feliz había sido timonel de un navío a velas. Se dedicó a la piratería. En el pueblo nadie sabía de su vida pasada. Diremos que se enriqueció filibusteramente. Es lo mejor. Afanasol fue un viejo lobo de mar. Ahora lo era de aire. Aunque los lobos no vuelan. Pero figuremos el sentido, o desfiguremos. había campeado siempre temporales fuertes. temporales desastrosos de los que otros no se hubiesen salvado jamás. Le gustaba el peligro, la aventura hemigwayana. Era su mayor ilusión desde siempre. Ya desde pequeñito... ¿Qué hace ese manta del Zarrampla? Será bruto. Está haciendo zozobrar la barquilla. La perra se vuelve histérica. Todos nos alborotamos. Afanasol prepara tranquilamente una jeringuilla, cargada con un fuerte tranquilizante. Mientras Baruch y Golimbrón tratan de calmar al suicida. Afanasol, sin contemplaciones, le hinca la aguja. Se desmaya y lo recuesta entre los fardos de enseres que van en el fondo. La perra deja de emitir su aullido agorero. Comienza a llover poco a poco. Afanasol estabiliza el globo. Rápidamente sitúa una lona, preparada al efecto, y la extiende por encima de la barquilla. Así estuvieron guarecidos la media hora escasa que duró la lluvia. Después se despejó el cielo y estuvo todo el día así.<br /><br /> El enemigo hacía estragos en el ánimo de los cuatro componentes de la volátil expedición. Visiones estrambóticas originaban pánicos y comportamientos peligrosos para la vida de uno mismo y de todos los miembros. El adversario que ría ser ubicuo en los interiores de cada uno, en las conciencias. Pretendía aliarse a sus miedos.<br /><br /> Abajo parecía moverse algo de manera inquieta. Entre unos peñascales se emitían unos desgarrados bronquidos que sólo se captaban levemente debido a la lejanía de donde provenían. Afanasol, a instancias de los demás, dirigió el globo al lugar. De todas formas tomó muchísimas precauciones y lo sobrevoló alto. Emergió de entre las peñas un ser furioso, una terrible fiera que desde lo alto ofrecía una escalofriante panorámica, bella; pero, al mismo tiempo, terrible. Un melenudo, iracundo león de las montañas. Su boca parecía no tener fin. Fauces devoradoras. Como se dio cuenta del artefacto lo miraba desde la tierra, centelleándole lo ojos fulgurantes, rayos de deseos destructores. Alzó la zarpa. Afanasol perdió, por momentos, el mando del aparato y se precipitó irremisiblemente hacia abajo. Iban a caer justo donde estaba el león. Se hizo la histeria dentro de la barquilla. Pero, como la caída era lenta, bastante lenta, Afanasol tomó la palabra y calmó a todos lo mejor que supo, invitándoles a tomar unos comprimidos que tenían la singular propiedad de dar valor en la adversidad, fuerza en las debilidades. Cada cual se armó con un porra, que al efecto se guardaba en el interior de la barquilla. La perra asomó la cabeza y ladró insolentemente al fiero león que rugía y daba zarpazos al aire esperando que estuviesen todos a su alcance. Baruch sacó la aguzada jabalina que llevaban y la arrojó, con intensa fuerza, sobre el animal. Cruzó rauda los aires, con una fuerza bestial. Dio de lleno en los lomos del león. Todos vieron admirablemente que no lo traspasó y que, incluso, rebotó. La fiera se revolvió y mordió entre sus fauces la lanza destrozándola, como si fuera de azúcar. Todos quedaron maravillados y consternados. El aparato seguía en suave caída de los cielos. Baruch desenfundó un viejo revólver del cuarenta t cinco. Disparó, apuntando precavidamente, a los morros del león, a los ojos sobre todo. Milagrosamente las balas rebotaron en la piel del bicho. Alguno, de puro pánico, incluso se rió. Pero la situación no era de risas. Zarrampla cogió un enorme pedrusco que había por allí. Lo tiró, en caída libre, pensando que por la aceleración de la gravedad, cogiera suficiente fuerza y despanzurrara al león. Se oyó el silbido aceleratorio de la piedra. Todos vieron como también dio en el cuello, entre las melenas; pero sin consecuencias. El animalote se limitó a rugir y a sacudirse, como si un polvillo molesto se le hubiese metido entre los pelos. Todos se llevaron las manos a la boca, mordiéndose las uñas de miedo. Un aire, de sopetón, los deslizaba en la libre caída, fuera del alcance leonino. Era una lenitiva salvación. Momentánea, por supuesto. Provisional. Pues la fiera, percatada del percance, se trasladaba hacia donde caería el globo. La perra preñada ladró, entonces, lastimera. Iban a caer entre unos árboles. Una entrevista esperanza les anunciaba que quizás, colgados de las ramas, a una distancia tan prudente del suelo, como para que la fiera no los alcanzase, era su salvación. Se mandó callar a la perra gorda.<br /><br /> El globo se posó en un eucalipto, que evitó su caída al suelo. El león no tardó en llegar al pie del árbol y a intentar destrozarlo, para que los viajeros se le pusieran cerca de sus zarpas. Sufrían una avería que era subsanable. El armatoste perdió gas y eso hizo que descendiesen. Afanasol puso manos a la labor de producir el suficiente gas caliente para elevarse de nuevo. No sólo fuera del alcance de la fiera, sino del enemigo, que posiblemente estaba al acecho entre las rocas, por las cercanías, y que seguramente no se atrevía a asaltarlos por temor al león que acechaba. Pero la avería no se solucionaba. Afanasol se percató que la superficie del globo tenía un enorme pinchazo, quizás proveniente del choque de alguna ave en vuelo. Inmediatamente trepó por una de las cuerdas y se encaramó hasta donde estaba el desperfecto. Aquello era casi imposible de arreglar, aun provisionalmente. Miró, desde su privilegiado atalayamiento, al león enfurecido, y tuvo una idea.<br /><br /> Afanasol poseía una formación científica y humanística de primer orden. No sólo conocía la propiedad de los venenos, sino su utilización por parte de grandes hombres en la historia. Así recordó el envenenamiento de Sócrates, con cuya piel filosófica se habían cubierto, a su muerte, todos los que se autoproclaman filósofos. También el envenenamiento de Pompeyo. Y, más recientemente, tantos oficiales y altos jerarcas nazis, puede que el mismo Hitler. En fin, que bajó rápido de su observación de la rotura y comenzó a preparar una fuerte dosis de un potente veneno.<br /><br />Según observó en las agresiones que hicieron a la fiera, la piel de ésta parecía invulnerable. ¿Que mejor cubierta para el globo? ¿Qué mejor material para evitar que fuera horadado que esa piel, si podía estirarse? Afanasol deliraba preparando la poción venenosa. Esperaba que las entrañas fueran vulnerables al preparado. Sería como Sócrates. Recubriría con su invulnerable pellejo el globo, protegiéndolo más y mejor del enemigo, como la piel socrática recubría las cabezas de los filósofos que siguieron, especialmente de Platón y Aristóteles. Pero no procedía hacer, en semejante lugar, tales elucubraciones y ya casi estaba terminada la potente pócima.<br /> <br /> Afanasol requirió un buen tasajo de carne, que Golimbrón dudó en proveer. Hubo un ligero altercado y, al final, por votación, se decidió dar al león la carne previamente impregnada de la poción mortal.<br /> <br /> Con una cuerda se fue bajando la carne. La fiera daba saltos de rabia y zarpazos al aire, que zumbaba en sus uñas. Poco a poco la trampa mortal, el alimento engañoso, la fruta que haría perder el paraíso de la vida para el animal, fue acercándosele. Cuando estuvo próximo le dio un manotazo tal que tiró con fuerza de la cuerda que Afanasol iba soltando, que éste se sintió tironeado. Los demás tuvieron que acudir a agarrarlo, so pena de verlo por los suelos cabe el árbol. El tasajo de carne fue enviado, de un manotazo, a una considerable distancia. La fiera se fue a él, lo olisqueó entre gruñidos y se lo zampó, entre voraz y agradecida. Tal sería su hambre. Todos, desde el globo, expectantes, tuvieron un gesto de alegría y esperanza. Aplaudieron. En todos estos casos siempre se debe aplaudir y no debe de dar cortedad. El león volvió a su empeño, a su deseo de la mayor comida y mejor, la más humana. Volvió al árbol y a su intento de atraparlo hasta Afanasol y los suyos. Peliaguda intención para una animal que carecía de destreza equiparable al mono. Pero todos sabemos que los leones no se lo piensan mucho y arremeten, sin titubeos, al enemigo que se les presenta. Rara vez le huyen. En todo caso lo evitan y se permiten la desfachatez de ignorarlo. Ignorar un adversario es eliminarlo por el camino más explícito. Y más sabiendo que no tiene fuerzas para inquietarle tan siquiera. Sea como fuere, es que el asunto de la indómita fiereza, con su productor, la fiera embravecida, arañaba el árbol, buscando la pitanza, que adivinaba tras degustar el aperitivo envenenado que Afanasol le bajara por la cuerda.<br /><br /> Desde el objetivo, Golimbrón observaba la bella panorámica. Un animal, todo músculos, valor, energías. Hizo uno, dos, tres, varios disparos. Pasaba el carrete y disparaba la cámara, tratando de obtener las mejores fotos, que envidiaran los reporteros de prensa, los artistas de salón, los fotógrafos aficionados a la caza de los encantos momentáneos obtenidos impresionando las tiras de celuloide. Se volvió y enfocó al resto de los que iban en la barquilla. Aquel era un momento histórico, fabuloso, único para plasmar una imagen. midió la distancia y los acribilló a disparos. Alguno, que distrajo la vista de su mirada a los intentos del león por subir, sonrió, atávico, ante la toma de las fotos.<br /><br /> El bicho espumajeaba por la jeta. Zarrampla, en un ataque de euforia por una pronta victoria, le arrojó una barra de hierro que halló a mano. Le dio en medio de la cabeza y el bicho se enfureció. Le entró como una tos fortísima y espumajeó con más encono. Cesó en sus empeños trepadores y se inmovilizó el león, como pensativo, meditabundo. Meneó la cabeza a derecha e izquierda con especial empeño. Luego arriba y abajo. Caminó un trecho tambaleante. En todas las caras brilló la alegría tras la preocupación. En todos los corazones reinó una calma expectante, visionaria. Afanasol era un héroe leonicida. Como Sansón e incluso Hércules. Dicen que también Don Quijote. No sé. Eso escribió alguno; pero está por demostrar si fue así o fue el ingenio creativo quien atribuyó a un héroe, por otro lado inexistente. Como estaba claro, Afanasol lo hizo con las armas que un héroe moderno, viviendo en una época de ciencia y facilidad, de inteligencia y de uso del entorno, de la herramienta y de las circunstancias para su supervivencia. Aún el león no estaba muerto y no se debe de lanzar las campanas al vuelo. Procede el silencio más religioso que jamás hubo ante los sacrificios de las víctimas propiciatorias en el altar, a los dioses más alabados. Como si un toro buscara la querencia de las tablas para morir. Silencio que heredó para las misas cristianas y que se invoca para los habitantes del globo.<br /><br /> Al fin el león rodó por tierra con un tiritar espasmódico de las extremidades; pero sin un rugido. Esperaron un tiempo prudente, y Afanasol, armado con un enorme cuchillo, descendió por una escala. Una vez en tierra, cogió la barra de hierro y se la arrojó a la yaciente fiera. Se acercó valiente y le asestó una cuchillada en uno de los ojos, buscando el cerebro. Corrió hacia la escala, pero, sintiendo que el león no se meneaba, se volvió sobre sus pasos. Bajó Pelandrusco y se fue al animal, golpeándolo con los pies.<br />-Está muerto -sentenció.<br /><br /> La tarde comenzaba a decaer y una oscuridad parecía próxima. Así que, con la ayuda de cuerdas, bajaron el globo, que una vez en tierra dejaron, para ocuparse del cadáver del león. Afanasol comprobó que, en efecto, su piel era invulnerable. La dificultad estribaba en como hacerse de ella para tapar el agujero que tenía el artefacto volador. habría que despellejar a la fiera con las últimas luces del atardecer. recurrió a una de sus artificiosas y extrañas herramientas. Colgaron del árbol el cadáver, no sin esfuerzo, y se procedió a quitarle la pellica. La extendieron en la yerba y comprobaron, pasmados, que era extensible como la goma. Afanasol tuvo entonces una idea genial. Digna de su caletre y de todos los magines geniales que en el mundo han sido.<br /><br /> Toda la noche estuvieron en vela. En primer lugar se trataba de tapar el enorme boquete que tenían en la superficie del globo. Luego recubrirían éste con la piel del león, estirándola, dad sus dúctiles cualidades. De esta manera era seguro que no sufrirían más agujeros que provocasen pérdidas de gas. Desde lejos podía observarse el ajetreo de todos los habitantes del globo. El enemigo acechaba en las tinieblas imposibilitado para atacar en la noche.<br /><br /> Se aprestaban para una larga travesía. Dos horas antes del amanecer todo lo importante estuvo concluido y se tomaron un descanso. La perra preñada velaba.<br /><br /> El corto sueño se hizo reparador y gratificante de las inquietudes que el día había traído. Antes del amanecer estaba todo preparado para la elevación. Otra vez la fatiga de las alturas y el rumbo no fijado de los fugitivos que van a ningún sitio y a parte donde sus perseguidores no molesten, un lugar donde poner a recaudo la vida y la mente.<br /><br /> Cuando el sol asomaba sus primeros resplandores por las copas de los árboles cercanos a una río, el globo comenzó su ascensión a los cielos. Todos estaban contentos y el suelo se fue alejando bajo sus pies. Con las luces del alba el león muerto se asemejaba a los restos de una nave pirata vencida. Golimbrón sintió que su bigote se erizaba sin causa aparente. Miró en derredor y vio venir del oriente, allá donde el sol inauguraba el día, una enorme bandada de aves. Se aproximaban al aparato, que se dirigía a poniente. Señaló a la banda y Baruch enfocó los catalejos en aquella dirección, no sin deslumbrarse por el sol. Pensó, por momentos, que el enemigo se hubiese hecho volátil. Sería la perdición. En poco tiempo tuvieron cerca a las aves. Eran negras y grandes, no emitían ningún sonido. Pronto estuvieron a la altura del artefacto que les transportaba. Eran inmensas y en multitud. Afanasol trató de clasificarlas, dentro del reino animal, y no acertaba. Eran como inmensas grajas. Volaron durante un trecho alrededor del globo, mirando con inquietantes ojos negros. Cundió una cierta inquietud en los navegantes del aire. Afanasol siempre aconsejó aprestarse para una posible reyerta, viendo el cariz amenazador de las aves. La perra preñada les ladraba. Zarrampla fue el primero que se dio cuenta de que aquella alada monstruosidad venía con el pico abierta hacia él. Se agazapó en la barquilla y el plumífero se aferró con sus garras a ella. Afanasol disparó al pecho, y el bicharraco dio un quejido, derrumbándose dentro. Atendieron a otras posibles embestidas; pero no fue así y vieron como se reagrupaban, yéndose hacia el oeste. Todos se tranquilizaron. Examinaron el cuerpo de la que mataron, cuyas alas abiertas se habían enredado en los cordajes de la barquilla, que la unía al globo. Por la herida manaba abundante sangre. Pelandrusco puso un cubo que se llenó. Afanasol apenas creía en tan extraños ser y fenómeno, perteneciente al mundo de las plumíferas y que tenía delante. La sangre dio un fuerte olor a nafta, y eso le llevó, siempre guiado por su proverbial curiosidad, a coger un platito con un poco de ella y aplicarle fuego. Todos vieron, con asombro, como aquella sangre ardía con una llama parecida al combustible que utilizaban para el globo. Afanasol pensó que con el cubo tendrían combustible para dos días de vuelo. El destino parecía burlarse, con estos percances inesperados, de todos ellos.<br /><br /> Pasó el tiempo y sobrevolaban unas enormes montañas. Tras ellas se abría un espacio terso y de brillos plateados. Era una enorme superficie de agua. No era todavía el mar, sino un enorme lago, cuyos límites se vislumbraban desde las alturas en que se situaban<br /><br />Como es natural todos pensaron que aquella superficie de agua era el Ponto Euxino, donde al otro lado se ofrece la solaz salvación. Pero al ver delimitada su continuidad a lo largo se les fraguó un engaño más de los sentidos.<br /><br /> Todo esto es ilógico y un enorme disparate. Ir a ningún sitio y en las circunstancias y perennes peripecias que ellos iban, no tenía razón de ser. Sería eso, que ellos no tenían ser y, por lo tanto, carecían de razón. Añoraban la vista del Ponto Euxino, sus aguas. Pero no sabían en que dirección cardinal estaba situado. No sabían a donde emprender el vuelo. Ícaros ciegos que sólo se limitaban a volar para sobrevivir. Sobrevivir para pasar el Ponto Euxino. Sus vidas, de esta manera, tenían un remoto sentido. El sentido que da la esperanza de la salvación. Salvación y no sobrevivencia. Pero no recibían ningún comunicado de un grupo que huyera asimismo. Ninguna señal en el amplio horizonte que se divisa desde lo alto, ni ninguna señal en los astros. Ni una paloma mensajera se posó en la barquilla, trayendo gratas noticias sobre el rumbo a tomar. De esta manera todo eran sobresaltos, luchas, posibilidades, zingzangueos, errar por los desiertos aéreos buscando tierras prometidas, confundidos por no se sabe que pecado que les apartaba de la buena ruta. ¿No sería el Ponto Euxino una quimera más? Posiblemente todos los que huyeron alguna vez del enemigo jamás lo alcanzaron, ni sus playas y acantilados fueron pisados nunca. Llevaban unos días, ¿dos, tres?, de vuelo y les parecían eternidades voladas. En la angustia que se disimulaba. Después de aquello se planteaba seriamente si la vida merece la pena ser vivida.<br /><br /> El globo sobrevolaba la límpida superficie que ondulaba abajo. El sol estaba en lo más alto. Una barquichuela cruzaba las aguas y uno de los hombres que remaban saludaba, moviendo los brazos y dando voces. Afanasol maniobró con prudencia para acercarse lo más posible. Pensaba en todo momento en las añagazas de los enemigos. No estaba muy seguro si en el agua el enemigo tendría poder. Los de la barca le ofrecían pescados. Afanasol situó el globo debajo y lanzó una cuerda. En un cesto izaron los peces. Golimbrón los quería guardar para prepararlos por la noche. Zarrampla, llevado de un proverbial sentido de la desconfianza, cogió el cesto, sacó uno de los peces y se lo dio a la perra. Por si estaba envenenado. Se decidió esperar. Afanasol elevó el aparato y procedió a analizar el pescado. No parecía envenenado; pero, consultando a los demás, decidió devolverlo al lago. Todos estuvieron de acuerdo.<br /><br /> El globo fue dejando atrás la enorme superficie líquída y a los pies se desparramaba una gran y fértil llanura. Ganados de vacas pastaban en prados feraces. Campesinos se dedicaban a sus faenas. Todo era hermoso y tranquilo. Les hacía pensar en que el enemigo no existía por aquellos parajes. Así que optaron por posarse cerca de un caserío y acercarse a él. Por supuesto, con todas las precauciones que correspondía al caso.<br /><br /> Se procedió a un oteo minucioso del horizonte en todas las direcciones. El encargado de manejar el catalejos, con toda pulcritud y perspicacia, fue Baruch, ducho en el arte de observar detalles y minucias. Era una aficionado lector de novelas policiacas. Degustaba estas lecturas y también era asiduo lector de una revista de quioscos, donde se explayaban casos policiales por resolver: SER POLICÍA. Más de una vez había resuelto asuntos de esta índole y, por ello, un alto organismo le concedió una distinción al mérito civil. Era un agudo observador de vista de lince. Con tranquilidad miraba en derredor de la barquilla los más mínimos detalles que pudieran dar indicio del enemigo por aquellos campos, por aquellas tierras, bajo el artefacto volátil, has donde pudiera alcanzar su vista, ayudada por los catalejos. Todos confiaban en la inspección de Baruch. Este afán de policía, junto a su inveterada donjuanía, eran las características más sobresalientes de este habitante provisional de las alturas. Se puede pensar que la perspicacia policial iba unida, indefectiblemente, a sus dotes de don Juan. Puede que supiera cosas de las mujeres que el resto de los mortales desconocía a medias, y, de ahí, su éxito con ellas. Conocedor profundo del otro sexo por sus aficiones inquisitivas, más que por sus dotes de galán, debía estar por ello agradecido a la existencia del elemento, que podríamos llamar policial, en las sociedades humanas.<br /><br />Baruch anunciaba que, en lo que él veía, no había nada que pudiese inquietar sus espíritus. Así que Afanasol maniobró para acercarse a la tierra. Precavidamente, y sin que el catalejos dejara de remirar, fueron perdiendo altura. Pensaba, Afanasol, en los místicos. Concretamente en los vuelos místicos para huir de las tentaciones de la carne. Esos vuelos que se realizan en noches oscuras del alma y del cuerpo y llega un momento en que acontece el deslumbre de la luz divina. No era es su caso; pero podría ser el de alguno de sus compañeros. Para él bajar a tierra en pleno día y estirar las piernas, proveerse de vituallas y sentir bajo sus pies la compacta corteza terrestre, era el paraíso deseado, y la luz divina. Era el revés de lo que a los místicos les ocurría. En un vuelo, sí, en un vuelo de aterrizaje.<br /><br /> El caserío estaba cerca ya. Decidieron posarse a unos centenares de metros del mismo. Ya en tierra, Saltó Zarrampla y clavó una estaca, atando uno de los puntales de sostén para cuando el aparato estaba en tierra. Inmediatamente Golimbrón clavó otra estaca y ató otro puntal. Bajaron todos los demás, menos Afanasol que quería dejarlo preparado para una eventual huida. Y para que ésta se hiciese con rapidez. Acabados estos preparativos, procedió a hollar el seno de la madre tierra, tan deseado y a maravillarse ante el deslumbre de tener los pies en el suelo.<br /><br /> Cayó en suerte a Baruch quedarse con la perra al cuidado del artefacto. Afanasol y Golimbrón entrarían por un lado en el villorrio, y los otros dos, Pelandrusco y Zarrampla, lo harían por el lado opuesto. Se reunirían en lo que podría ser plaza mayor y vieron desde lo alto.<br /><br /> Junto a las casas, por la parte que Afanasol y sus compañero entraron, había un pequeño bosquecillo de pinos que, en una hilera, se largaba hasta intrincarse, en las afueras de la villa, en un espeso bosque. Durante un rato, entre los árboles, observaron el pueblecito. Golimbrón se adelantó, colándose por una de las calles. Si ir por el medio, sino cerca de la pared de la derecha. Salió de una de las puertas una vieja que se fijó en él. Al pasar ante ella le dio las buenas tardes y siguió. A escasos pasos le pisaba los telones Afanasol, con un bolsa donde llevaba algunas defensas y herramientas ante imprevistos casos que suelen acaecer, ¡ojalá no!, en este tipo de incursiones en corral ajeno. Al andar la calle y volver la vista atrás, se dieron cuenta que de todas las puertas habían salido mujerucas, jóvenes y viejas, vestidas de negro, que los observaban. Alguna con la mano sobre la frente, para protegerse de la rutilante luz del día, que deslumbraba, al salir de las casas a la luminosidad de las calles. Entonces los dos se pusieron a la misma altura y cogieron la calle de la derecha.<br /><br /> Pelandrusco y Zarrampla fueron a dar a un riachuelo. Sería el río del pueblo. Estaban en la parte opuesta por donde la otra pareja de compañeros había entrado. Bebieron en las limpias aguas, metros más arriba de lo que parecía un lavadero, donde las mujeres harían la colada. Miraron el pueblo y caminaron confiados por el medio de la calle que tuvieron más a mano. En la primera esquina había un grupo de hombres que los miró al unísono. Todos estaban cariacontecidos y dejaron de hablar nada más verlos. Pasaron delante del grupo dando las buenas tardes. Nadie contestó y se dirigieron a la izquierda, después de preguntar por donde se iba a la plaza. Pregunta que ninguno contestó, limitándose uno a pasar la pelota a otro con la mirada.<br /><br />Los cuatro compañeros, divididos en parejas, desembocaron, tras recorrer algunas callejas, calles y vericuetos pueblerinos, en una amplia plaza. Amanecieron a ella por partes opuestas, y lo que sus ojos vieron no dio crédito a sus razones ni a sus entendederas. En medio de la plaza había un entarimado por el que paseaban, con garbo, algunas mujeres medio desnudas, otras completamente como sus madres las trajeron al mundo. Las había jóvenes de buen ver, viejas de carnes fofas y arrugadas y caídas tetas. Se reunieron en uno de los lados de la gran plaza y contemplaron la posibilidad de inquirir sobre tal evento. Lástima que el mujeriego de Baruch estuviese en el globo.<br /></div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-65277944812474899882000-03-14T14:00:00.001+01:002009-03-15T05:35:36.348+01:00III CAMARGA REGRESA A LOS TIEMPOS DE CARAVANAS DE BESTIAS DE CARGA<div style="text-align: justify;"><div style="text-align: right; color: rgb(0, 0, 102); font-family: trebuchet ms;"><span style="font-size:85%;">Sigue la persecución sistemática</span><br /></div><div style="color: rgb(0, 0, 102); text-align: right; font-family: trebuchet ms;font-family:trebuchet ms;"><span style="font-size:85%;"><span style="color: rgb(0, 0, 102);"> de ese desconocido.</span><br /><span style="color: rgb(0, 0, 102);"> J.J. ARREOLA</span><br /></span></div><br />Fue un punto milagroso que aquellos fantoches no derribaran a la mula torda sobre la cuneta, en pendiente, cuando pasaron como una exhalación y casi rozándole, con el coche. Eran, seguramente, unos locos que tendrían prisas por llegar a alguna fiesta, o, simplemente, corrían a alta velocidad por aquella carretera principal, que más bien era camino cabrero, por el puro placer de hacerlo. Las prisas y el diablo que las inventó. Piraos capitalinos y sus autos veloces corriendo de la muerte, que les gastaba los neumáticos.<br /><br />Sí, aquella forma de vida estaba en franco desuso. Bueno, más que en clara inutilidad era ya una pieza de museo. Ser arriero con mulas en camino es algo bien peregrino y raro en este mundo en progreso a no se sabe bien donde. Se conservan algunas frases en el lenguaje referentes a este antiguo y viajero oficio. La más conocida es arriero somos y en el camino nos encontraremos, que todos entienden en el sentido simbólico en el que se es arriero. Pero aquí nos referiremos a esa dedicación de pastearse con bestias de carga los caminos, las veredas y todo lo similar, A ese fatigoso trajín.<br /><br />Realmente este oficio desapareció hace ya años. Todo ocurrió con los adelantos de la técnica y la popularización y uso del motor de explosión, en todas sus vertientes de empleos, y en todos sus modos. Autos, camiones, tractores, vehículos diversos de tracción han configurado un enorme ejército de máquinas que han erradicado a la noble bestia de carga que otrora se usaba.<br /><br />Camarga, como sus compañeros, se ha echado a los caminos. Llevan catorce mulas con sus aparejos y sus cargas. Nada sabían del asunto, salvo lo que debieron oír en sus pueblos de origen sobre las mulas y su cuidado, sobre como tratar a esos animales nobilísimos y docilísimos. Porque, como se sabrá, la mula es híbrido entre el asno y la raza caballar. Como tal es estéril, no concibe ni pare, ni tiene actividad sexual conocida o entendida como normal. Que la mula es el paradigma de gran parte de los que nos rodean, no cabe la menor duda. Levantemos la vista y oteemos los horizontes diversos de la vida.<br /><br />Iban a toda velocidad. Los del coche. Se les vio venir a los lejos, porque la carretera enfilaba larga y lejana. Los arrieros, o los aprendices de tales, jalearon a los animales hasta el mismísimo borde del asfalto. Y le pasó rozando a la torda. Menos mal que no ocurrió lo peor. Repuestos del susto, continuaron dos kilómetros adelante por aquella ruta y se desviaron por una senda a la izquierda, según indicación del perito en el peregrinaje, el que manejaba y entendía los planos, brújulas y demás, en Salivilla, admirador de don Eliseo Reclús, anarquista de pro y geógrafo eminente, amigo personal de don Julio Verne y de otras eximias figuras que han existido, existen o existirán, porque en el alma de la historia son posibles todas las amistades, y esto lo pensaba Salivilla. Así que se jactaba de su amistad con el mismísimo rey Salomón; pero no de la camaradería de la reina de Saba, como le hubiese gustado, avenencia más descollante.<br /><br />La retahíla de las mulas se adentró por el vericueto que se intrincaba en una cierta espesura de la vegetación de arbustos y algunas encinas. Su meta era cruzar una sierra que se oteaba, grisverdosa, a lo lejos. Salivilla manejaba viejos y sobados mapas para atajar, evitar los lugares de peligro y de tránsito fácil para la recua que llevaban. Pero se puede deducir que la mula es animal duro en esto de los caminos. Y todos eran buenos para ellas. Salivilla, según las teorías que entendía de don Eliseo Reclús, procuraba también que en el trayecto hubiese pozos, ríos, y todo lo que facilitase el condumio y diario sustento, considerando que el hombre y los animales se mueven sobre la superficie de la terrestre, y, por lo tanto, han de elegir aquellas partes que mejor se presten a facilitar sus sustento y su apoyo, e, igualmente, la transición o paso por la superficie del planeta.<br /><br />Nerdo discutía apasionado sobre el simbolismo de la llama y de la lámpara. Estaba calvo. Con una calva a lo San Pedro, ornada con dos grandes matas de pelo rizado y gris a los lados de la cabeza. Tenía barba cerrada y en ondas finas. Apasionado de la mística heterodoxa y de la poesía simbólica de contenidos eroticomísticos.<br /><br />Sudaba y decía que la llama simbolizaba el falo y que la lámpara a la vulva de la mujer. Eso entendieron Fárica y Mondraga, que ni eran letrados y versados en empingorotadas conclusiones. Iba cansado, en trance casi.<br /><br />Camarga, el guía de aquella variopinta y extraña partida de aventureros que huían disfrazados de arrieros y con catorce mulas, se reía de las consideraciones simbolicoeróticas. Aquí conviene tener en cuenta que lo de guía está dicho en el sentido de responsable y servidor de todos. Difícilmente creíble en estos tiempos enojosos de líderes.<br /><br />A lo lejos se recortaba la sierra por la se sumergirían y tratarían de disimular su existencia, pues de eso se versaba, de disimular que se estaba en el mundo, y se era arriero, que es una manera donosa de eliminarse, de decirse que no se es, ya que a ellos a estos trajineros no les interesaba existir en aquel tiempo. Como ese deseo que se tiene algunas veces en la vida del tierra trágame, en el que no se quiere desaparecer; pero sí que te ignoren o que no aparezcas para tu oponente, o para alguno que tu presencia y existencia sea molesta. Tratar de pasar desapercibido mientras duraba aquello. Esperar noticias de los demás y, si todo sucedía y quedaban indemnes, tratar de reconstruir la vida cotidiana hasta otra próxima ocasión, que no llegará nunca. Aquel territorio que serpeaban con la caravana estaba poco poblado y era ideal para sus pretensiones, salvo complicaciones diversas, aparte de la amenaza que les pendía damoclinianamente.<br /><br />Era atardecido, aunque quedaba un buen rato de sol. No pararían hasta estar al pie, en las faldas de alguna de aquellas sierras boscosas de olivos, encinas, carrascos y jaras. La estación primaveral iniciada y el afán mayor, por aquello de que la sangre alteraba.<br /><br />Camarga creía firmemente en la inteligencia. Lo que se llamaba mal no era sino falta de talentos, torpeza. Si él hacía mal o se lo hacía a sí mismo, siempre se lo explicaba, suficientemente, por su torpeza o la de los otros. A mayor inteligencia, mayor bondad y viceversa. Desconfiaba de los tontos y de los listillos, como el que iba con ellos, formando parte del grupo, un tal Mondraga, descargador de muelle. Sí, el suyo no era un pensamiento corriente en aquellos calamitosos tiempos. La calamidad había llegado por la inmensa falta de inteligencia con que los hombres se habían portado en los siglos últimos. Una falta de inteligencia, una estulticia, que en nombre de agibílibus de listillos científicos y tontos de solemnidad; pero con las bendiciones universitarias e institucionales, habían pretendido usar a la naturaleza, llegando a abusar de la misma, como de una puta, o bien intentaron dominar las mentes, sentimientos, moral y gustos de los demás hombres y mujeres, cosa, por otra parte, nada raro en la trayectoria de la humanidad. Sólo que esa vez se pretendió a través de medios comunicativos e informativos presuntos, decían. Fue un mal sueño de la tecnología aplicada que intentó chulearlo todo.<br /><br />Mondraga había dado indicios de su tontuna, de su insólita torpeza. Pero cuando lo habían anejado al grupo por algún valor sería. No en vano. Algo secreto debería tener el tal Mondraga para el colectivo. Algún valor heroico. No lo había descubierto aún.<br /><br />Se llamaba así, Camarga, por el continuo estado atrabiliario, de la desazón y amargor en que vivía. Su angustia no lo dejaba tranquilo, y la crítica contra todo lo establecido continua y sin pausa. Vivía soltero porque era inaguantable su trato en ese aspecto, ya que no había dado con la mujer adecuada que nadara en aquel proceloso mar de su mal humor de continuo, de su vituperación desaforada contra el Todo y la Nada. O, tal vez, no existía mujer que se atreviera a vivir en aquel filo de navaja, porque no es que fuese un amargado y vencido malhumorado, sino que pretendía vivir despierto y siendo él mismo, en afirmación contra agresiones del entorno, que no era precisamente Jauja. No hay fémina que tal aguante. Según informes, tienden a lo seguro, lo poco complicado, al conformismo con lo que se establece o domina. Pero eso no debe ser muy cierto, ya que existen hembras en lucha y con espíritu crítico. En fin, en una época d tanta borreguería, de tanto amén a todo, buscar cada uno su rincón más surtido, en esta cárcel, poco se puede pedir, pensaba Camarga, mientras el sol se ocultaba en una larga despedida. En el crepúsculo andarían un trecho más, buscando, ya, el lugar de la noche y el sueño.<br /><br />A la derecha aparecieron unos paredones entre olivos. Se fue a ver, mientras los demás avanzaban por la vereda.<br /><br />Los llamó. Volvieron y decidieron quedarse allí para pernoctar así. Había un pozo y algunos montones de paja en un cobertizo, que se ubicaba entre las paredes. Un lugar casi ideal en comparación con los aposentos pésimos al aire libre que les había tocado desde la primera noche de la huida. El destino de los que andan por los caminos nuevos. Los que más cierto tienen que lo que parece, o es, una tragedia, puede ser salvación. Así aquellas ruinas.<br /><br />Acamparon, descargando con mejor maña que el primer día, las mulas. Tomaron sus precauciones y encendieron un cauto fuego, para no llamar la atención a los alrededores, en la oscuridad de la noche. Fuego sin apenas llamas. Lo que en clave de Nerdo significaría un fuego sin apenas falo, o con el falo fláccido.<br /><br />La salvaguarda del grupo consistía en cumplir adecuadamente su papel de arrieros. No sólo parecerlos, sino llegar a una unión mística con el espíritu de los que marchan por las rutas llevando mercancías en las mulas, Mercurio protegería, si es que podía servir ese deseo mitológico de la protección del señor de los caminos. Sólo así podrían disimular y parecer lo que no eran. En el momento que se entendiera que todo resultaba un carnaval, una comedia, estaban perdidos, no tendrían escapatoria y caerían en las peligrosas fauces. Durante el sueño uno de ellos montaría guardia; pero con tanta atención como el más afamado trujimán de los caminos, en celo por sus mercancías y enseres vitales. De eso se trataba.<br /><br />Antes del sueño acostumbraban departir en amigable charla alrededor de las brasas contenidas del hogar al aire abierto. Contaban historias dispares de huidas y encuentros fatales, según las entendederas de cada cual. Que si la huida a Egipto como la más famosa. Gente normal, de las que se pueden encontrar en la cotidianidad; pero debido al estado excitado y anormal en que se encontraban, sus historias eran desmadradas y salidas de todo lo tonos.<br /><br />Camarga hizo unas consideraciones acerca de lo que les traería el día venidero como proyecto. Se trataba de cruzar aquella sierra y salir a un valle. Allá esperarían lo mejor, o, tal vez, comunicados de lo que deberían hacer o recorrer. En el mejor de los casos la orden de dejarlo todo, irse cada uno a su casa y proseguir con su rutina de vida. Con esto, con otros tiquismiquis y pijoterías propias del caso, se pasó a conversaciones más lúdicas. Camarga, según hacía todas las noches, se apartaba lejos del grupo para buscar la soledad y lo oscuro nocturno. Y no precisamente para hacer necesidades fisiológicas suponibles, sino para meditar acerca de lo ocurrido, y esperar una iluminación de sus luces, y también por propia forma de ser y estar en la vida. Tal vez sería mejor sospechar algo terrible, que quedará desvelado en su momento.<br /><br />Por ahora se dirá que una vez alejado de la candela, sin llamas apenas que penetraran el aire de la noche, Camarga distinguió, en la oscuridad, algo similar a pequeñas lucecitas que brillaban. Cierto fue que, al acercarse, se tranquilizó, viendo que eran luciérnagas u otros animalillos fosforescentes. Lo que percibió luego no eran esas inofensivas criaturas, pues rezongaban y medraban como perros contenidos. Y adivinó muchos. Tranquilamente se fue hacia el campamento y, sujetando su estado de angustia y ansiedad, no les dijo nada, limitándose a ordenar que aquella noche, y en contra del uso, se avivara la llama del fuego. Cosa con la que Nerdo estuvo gozoso. Pese a querer pasar inadvertido en su susto, se percataron de su estado y pensaron lo peor. Pero ya se dijo que convenía disimular, no darse por enterados del peligro, aunque fuese inminente, como parecía que esta vez lo era. Estaba ahí, rodeando los paredones y el campo abierto del lugar de la acampada, poniéndole puertas. Con sus ojos brillantes que miraban, tratando de ser luciérnagas entre la floresta, y con la amenaza contenida del rezongar de sus fauces. Y eran muchos. Ninguno fue tan incauto como para escrutar la oscuridad. Lo que la casualidad d de la curiosidad le hubiese deparado a Camarga bastaba y sobraba para que todos se diesen por enterados de la amenaza, de la inminencia que se les cernía nocturna.<br /><br />Seguidamente se pusieron en corro, tomando como centro la fogata avivada, y comenzaron a contar historias del infierno y otros lugares montaraces. Nerdo lo llenaba todo de simbolismos en su, ya cansante monomanía mística y erótica. Pero el acecho de los ojos en la oscuridad estaba allí. Rodeados en sus angustias nocturnas. Los gruñidos de las desconocidas bestias eran audibles a medida que pasaba el tiempo. Ya alguna sombra se entrevió cruzar. Eran perros los amenazantes. Camarga se atrevió a coger un palo en ascuas y llamas, adentrándose un poco en la oscuridad, voceando. Ciertamente se trataba de canes cimarrones los que acechaban y merodeaban. Sabido esto les bajó la inmensa tensión nerviosa que les acometía. Si eran perros no había peligro, o el riesgo estaba salvado. No se encontraban en lo peor, como creyeron y temieron ya. Había esperanza. Todos se armaron de candelas y teas ardientes y vocearon, blandiéndolas hacia la oscuridad, de donde salieron ladridos ahogados y carreras asustadas de los cánidos. Según se adivinaba, se trató de una partida de perros salvajes, escapados, posiblemente de sus amos, que suelen ser peligrosos para los hombres. Después de la batida para asustarlos, se reunieron en el centro del campamento, trayendo las mulas cerca del fuego, ya que podían atacarlas. Los animales estaban inquietos y con los ojos desorbitados de pánico y las orejas en punta.<br /><br />Como el cuidado no era mayor decidieron descansar algo, ya que la noche anterior la pasaron casi en vela. A la media hora todo estaba en calma y sólo el chisporroteo de lo que arde sonaba en la inmensa soledad de la noche. Montaría la primera guardia Camarga.<br /><br />Cuando todos durmieron, Camarga cogió un tizón ardiendo, en formas de tea y se adentró en la oscuridad que rodeaba la acampada. Se sentía llamado por algo o alguien, eso creía. Cuando estaba ya a un trecho de los otros la lumbre que llevaba perdió vitalidad y se apagó. Se encontró en medio de la noche y solo. No sentía miedo, sino ansiedad por saber lo que ocurriría con aquella especie de llamada que había sentido. Desde donde estaba podía ver el resplandor del campamento, los bultos de sus compañeros y las mulas. Todo eso entre los árboles que le separaban.<br /><br />Oyó ruido a sus espaldas y, al volverse, sintió que algo pesado se abalanzaba sobre él y se echaba sobre sus hombros. Se encogió al sentir un aliento violento en su cuello. Eran unas fauces que querían coger presa. Sin soltar la astilla apagada, se volvió sin distinguir a sus enemigo claro. Trató de girar, dando mandobles con el palo, a fin de ponerse mirando a la tenue luz del campamento, para ver si recortaba la silueta del adversario. No lo consiguió, y éste se le avanzó a la cintura, agarrándole con sus dos patas fuertes. Nuevamente sintió el vaho de la fiera sobre su cara y su cuello. Sin soltar la estaca y cogiéndola con las dos manos, la interpuso entre él y el animal, a fin de que sus posibles dentelladas no le hirieran, y haciendo una esfuerzo supremo por desasirse de sus manazas, que le atenazaban en feroz abrazo. Lo consiguió. Y, al hacerlo, pudo intentar clavar la tea apagada en el cuerpo del atacante, que lanzó un gruñido no identificable con animal conocido. Inmediatamente corrió hacia uno de los árboles que vislumbró, más por el instinto que por la certeza, en aquella noche oscura. Intentó treparlo y lo consiguió; pero cuando estaba casi encaramado en una de las primeras ramas, sintió aferrarse una de las zarpas a la pierna derecha. Soportó un fuerte tirón que le trajo un agudo dolor en la rodilla, y que se le corrió a la cadera. Golpeando con el palo consiguió desasirse de la garra que le atenazó la pierna.<br /><br />El resto de la noche lo pasó subido en aquella encina, evitando los intentos del animal que quería subir a exterminarlo. En los interregnos de la lucha, Camarga, hombre culto y teólogo, se acordó de Jacob y su pelea nocturna con el ángel, y de su cojera posterior.<br /><br />Cuando alborearon las primeras luces se imaginó que podría distinguir las facetas aparienciales de su agresor. Pero no resultó así, pues no dejó que las primeras claridades llenaran el aire, cuando, lanzando un aullido entre lastimero y de desespero, cesó en sus embestidas estériles.<br /><br />Divisándose ya el clarear del sol en levante, distinguiéndose las formas, bajó de la encina, preparado a un posible ataque. Llegó rápido al campamento y avivó el fuego, que casi estaba apagado. No despertó a nadie, pues todos dormían en las mejores de las placenteras maneras. Se recostó en unos aparejos y trató de descansar un rato, aunque fuese media hora, el tiempo que tardaría en rotundar el sol en pleno cielo.<br /><br />Hacía rato que había amanecido, tal vez dos horas, cuando Nerdo abrió un ojo y luego el otro, saludando de esta simbólica forma al presente día. Se levantó y, sorprendido al ver a Camarga recostado en los fardos, los demás durmiendo, se fue a atender a las mulas, que debían comer algo para la jornada, dura, de la etapa. Avivó el fuego y se alucinó, por un momento, pensando que la tierra en la que reposaba la fogata era la tierra madre, ese principio femenino y sustentador de la alocada llama. que alegre retozaba encima de ella, etérea, como el sol, otro símbolo de lo macho, que asomaba rotundo por detrás de la sierra. Según esto, caminaban a oriente, que Nerdo identifica con lo masculino, con la luz de la llama, con lo solar, con el falo sagrado.<br /><br />Nerdo pensaba, a veces, que era el extraño personaje, víctima de una confabulación que pretendía hacerlo sufrir, para finalmente desecharlo, matándolo. E ese sentido simbólico se identificaba con la humanidad sufriente y perseguida. Mito que vive era el suyo. Insoportable y de mucho dolor ese pensamiento. Él lo llevaba armado de valor y aferrándose a la mística y al erotismo simbólico. Sólo así podría aguantar los embites, como todos los elegidos que han sido sobre la faz de la tierra. Si no hubiese habido elegidos los hombres no existirían. Por supuesto que daba por sentado que en su actualidad vivían. Hace días, cavilando por esos caminos con las mulas, que dan que meditar, desde donde se podían fraguar diversas teorías filosóficas, vitales y morales, algo así como un pensamiento de los caminos, pensamiento errante: Bien, pues le vino a la mente una frase, que no sabe si era suya o la había leído en alguna remota época y la recordó: Cada pájaro vuela en busca de su jaula. Esta es la frase que le impactó. En el sentido popular y erótico todos sabemos lo que es el pájaro. También pájaro puede referirse a hombre, en el sentido metafórico nítido, y jaula a mujer, y a su sexo. En descifrar ese enigma lleva unos días. Sus conclusiones son terribles. En definitiva, también el pájaro hace un camino. es un arriero más que va hacia algo, hacia alguien. Y, planteándose su situación, en la huida con aquel grupo, haciéndose trajinero de caminos, ¿hacia dónde iba?, ¿a qué jaula o ataúd de la vida se dirigían? Pero mientras estaba el vuelo, el recorrer los caminos terráqueos, el ir de acá para allá. Finalmente somos lo que somos y no lo que aparentamos ser, que es una mera cubierta simbólica: arrieros somos. Ergo, para que el símbolo tenga su valor hay que encarnarlo, hay que sufrirlo, padecerlo, se tiene que estar en él. Se sentía como un pájaro que volaba a su jaula también, perseguido por no se sabe quien ni como. A veces se le ocurría que los que le acompañaban estaban confabulados contra él. Que Camarga era un criminal que encontraría la ocasión para degollarlo, sin dejarle arribar, en su vuelo místico, a la jaula que le esperaba amorosa, sino precipitándolo en la mortal. Salivilla los perdía en su deambular por todo aquel territorio, resguardado en su saber como guía, en su enciclopedismo geográfico. Realmente, creía él, los estaba embruteciendo en el peregrinaje sin fin, en un vuelo por mapas que retrasaban la llegada a la jaula, como se retrasó cuarenta años cierto peregrinaje de un pueblo en pos de su jaula prometida. Marcarse una jaula a la que volar condicionaba el vuelo, y, en ese sentido, sí convenía no saber a donde iban, a que jaula se encaminaban. Envidiaba a Fárica, en su iletrada simpleza, en su ubicación en el mundo tal cual, sin otras interpretaciones. Lo que nos complica la vida es la interpretación de las cosas, el vislumbre de sus simbolismos posibles, sus analogías. Si tenía un sólo reloj sabía de cierto la hora; pero si disponía de dos o más, ya dudaba de la hora exacta.<br /><br />En esta, todos se habían levantado y preparaban la caravana para la marcha, después de un desayuno que, si no era opíparo, sí era suficiente para andar unos kilómetros, alcanzar el corazón de la sierra, haciendo el resto del recorrido, hasta el valle, en la segunda parte del día.<br /><br />Antes Camarga trató la ruta con Salivilla, que estuvo un rato consultando los mapas, oteando el horizonte y columbrando la ubicación en el área geográfica. Todo estaba muy bien. Las coordenadas perfectas en latitud y longitud.<br /><br />Una vez cargadas las bestias, puestos sus aparejos en los lugares correspondientes, enjaezadas todas, se inició la caminata por la misma vereda que traían el día anterior.<br /><br />Fárica era un raro espécimen. Provenía de un apartado lugar, en una región boscosa y húmeda, cercano al mar. Allá las pocas gentes que lo habitaban eran muy supersticiosas. A su padre no lo conoció, y era en lo único que tenía gran diferencia con el resto de sus compañeros. La madre fue moza de servicio en una casa principal del lugar. De un conde o de un duque, a algo así, que no se está para mala sangre azul ahora. Se vislumbró que algún ricacho noble se prendó de las beldades de la moza y preñola con sus arrumacos y retozos, en sus gozos, de resultas de lo cual vino al mundo nuestro Fárica, que al nacer lo hizo de pie y sin llorar, según cuenta la buena mujer que presenció el parto de la moza de servicio. Creció rollizo y sano en sabiduría elemental y en cuerpo. Más de la primera que de lo segundo, pues era menguado de estatura y de cuerpo enteco al crecer, lo que no fue obstáculo para que sedujera a una hermosa damita morena, contrayendo nupcias. Todavía ocurren esas cosas. Hombre triste las más de las veces desde entonces; pero su tristeza era sosiego, porque era natural y justa, y es lo que debe haber en el alma cuando piensa que existe y las manos hacen todo sin que ella se dé cuenta. Tenía Fárica un sentido último e íntimo de las cosas, del universo. Desde su aldea, de la que prácticamente no salió nunca, sino fue esta vez para corretear el mundo con aquella caravana arriera, a fin de salvarse, veía cuanto del cosmos se puede contemplar desde la Tierra. Por eso era su aldea tan grande como cualquier otra tierra, porque Fárica era del tamaño de lo que veía, y no del tamaño de su estatura. En las ciudades la vida era más pequeña que en su casa, en lo alto de un otero. En la ciudad, las casas grandes encerraban bajo llave a la mirada, escondían el horizonte, empujaban la mirada lejos de todo el cielo, vuelven pequeños porque quitan lo que pueden dar los ojos, y empobrecen porque la única riqueza es ver, creía Fárica. Lo que veía de las cosas, eso eran las cosas. Lo esencial es saber ver, saber ver sin estar pensando, saber ver cuando se ve, no pensar cuando se ve, no ver cuando se piensa. Pese a todo esto, Fárica no siempre era igual en lo que se dice o se escribe, o se lee. Cambia, aunque no mucho. Entendía que había que ser uno y plural como el Universo. De ojos azules y rubio. Fárica era de los más disciplinados en las tareas de llevar y cargar, descargar a las muelas. De los pocos que sabía su manejo, ya que había trabajado de pastor de ovejas, aunque no anduvo con bestias de carga. Vio hacerlo, y sabía ver.<br /><br />Antes de iniciar la marcha, Camarga quiso decir algunas consideraciones sobre la ruta del día. Al llegar a la cumbre de la sierra verían al otro lado un valle. Si, por mala suerte o por el destino, aparecía el peligro, la solución era bien sencilla: volver atrás con las bestias. Y si el peligro estaba rápido o era inminente, si la tierra no los tragaba, correr solos. Todos se estremecieron ante esa eventualidad. Camarga suponía que en aquel valle, tras la sierra se encontrarían con otros venidos de diversos sitios y que también estaban amenazados. Según entendía Salivilla el lugar de destino constituía un punto que neutralizaba asechanzas, o, al menos, en toda su extensión, eran menos peligrosas para los que en él vivían.<br /><br />En cierta manera una bestia de carga simbolizaba a cada uno de ellos. Era Nerdo. Adivinable. Sí, condenados a cargar con el miedo, la preocupación, los cuidados, el disimulo por los caminos.<br /><br />Así que, escuchado Camarga en sus considerandos, partieron a buen paso, pues el día estaba entrado y convenía aprovechar la jornada y adelantar hacia un mejor resguardo, tal como se anunciaba aquel valle. Pie tras pie, pata tras pata se fue enfilando el andar hacia lo alto de la sierra, para intentar bajarla hacia el valle.<br /><br />Explicar como personas corrientes y molientes habían llegado al arrierismo, permítase la expresión como palabra procedente de arriero, es sumamente sencillo y al propio tiempo complejo.<br /><br />Cierto que todos estaban iniciados en el conocimiento de la amenaza que les pesaba en vida, allá donde estuvieran, que serían perseguidos y deberían huir.<br /><br />Camarga, por ejemplo, conocedor de esta condición, se dedicaba a explicar en sus clases, como profesor, en aquella mediana ciudad provinciana y tranquila del sur. Vivía holgadamente y cómodo. Sus vacaciones veraniegas periódicas, sus caprichos y manías se desarrollaban normalmente. Cierto día, en clase, exponiendo un complejo problema de álgebra, le dio un vuelco el corazón. Existía un bosquecillo de eucaliptos en la parte trasera del edificio, como a unos doscientos metros. Mientras enunciaba, miraba por la ventana su evasión de tímido, no mirar a los alumnos hacia los árboles. Entre lo explicado y lo que miraba hubo entonces un colapso y se quedó callado, con la tiza en la mano, fijó la vista entre la floresta de eucaliptos. Sí, se movían las altas copas de parte de ellos, como si alguien o algo poderoso los atravesara, como si un viento o una pléyade de gentes poderosas los transitara. Salió rápido del aula al pasillo. En este las ventanas daban a la parte delantera y carecían de rejas. Abrió los cristales y saltó fuera. Corrió a la verja de salida. Cogió su auto y lo enfiló en dirección cortaría. Llegado a la casa de aquel agricultor le compró las dos mulas, con todos sus arreos, y le regaló el coche. Escapó de la población por la parte opuesta al bosquecillo de eucaliptos, por un camino irrelevante, a la búsqueda de los que huyen. Esa fue la manera de unirse a los otros en la fila de muleros, en aquellos seres tirados por los caminos, sendas, carreteras de la vida, sus vidas.<br /><br />Otro, como Fárica, se levantó con la sensación de huir, de tener que irse de donde siempre vivió, de tener que escapar de un terrible persecución que, desde siempre, sabía que le amenazaba. Entendió bien y le pidió las mulas a su suegro, que no le discutió el préstamo y uso de los animales. Estaba claro, con alguien que huye no se puede ser insolidario, no se puede negar nada. El que se va porque peligra es como el condenado a muerte, al que no se le puede negar la última voluntad. Vio el suegro, su esposa llorosa estaba al lado, como, cuando la mañana de aquel día subía, Fárica dejaba sus lugar ante la inminencia del acoso. Iba buscando a los demás, en traje de camino, con las reglas propias del trajín, para escapar a la destrucción por el disimulo, tal y como habían sido las instrucciones para esos casos. No podía discutirlas ni ponerlas en duda, pues eran la realidad que veía. Comprobar si le mentían podía ser un peligro. Era un peligro. Al caer la tarde comprobó, desde varios kilómetros lejanos, como entraban en el pueblo, desde un prominencia que oteaba su natal residencia. Volvió la cabeza y aguijó la bestia para apresurarse en el encuentro y aventajar en la fuga.<br /><br />Se encontraron en la bifurcación del camino que traían con otro y un tercero, que tomaron. Mondraga estaba en un lamentable estado sobre la cabalgadura. Medio desnudo. Tuvo que darle un pantalón de lona y un abrigo de los mismo para que se adecentara. Le contó su peripecia, no menos insólita que la de todos los demás. Resulta que, días antes de columbrar la amenaza, conoció a una jovencita en edad de merecer. Eran de esos tipos que tienen la perspicacia para adivinar el estado en se hallan algunas mujeres, para abusar y gozar sus cuerpos descaradamente. Una especie de burlador, de don Juan barato de barrio o pueblo grande. Es el segundo que nos encontramos en este mundo. No son muchos a tenor de los que hay fuera. Aquella jovencita estaba apesadumbrada. Se hallaban en una reunión. Se acercó, hasta que fue trabando conversación, intimando. Era su presa. Efectivamente, amoríos traía la ninfa. Habíase dejado con un novio, compañero o lo que fuese. Y estaba que no vivía. Sabido es, y Mondraga estaba puesto en el asunto, que cuando eso ocurre, la mujer en cuestión desea estar con otro hombre, que bien la monte, aplicando ese dicho estúpido de que la mancha de una mora con otra verde se quita. Así que insistió en escucharla y atendió espacialmente a que se alegrase y olvidara, en lo festivo, aquella tristura de la ruptura de un amor, esa amargura extraña y lejana que trae el cerciorarse como todo termina. Pero la vida sigue, y allí estaba él, trataba de convencer a la joven. Mondraga era tipo que no hacía ascos a ninguna mujer. A todas las festejaba por igual y todas le perecían divinas. En esto era admirable como juez. Y no e que aquella fuese fea, no. Sí tenía poca estatura; pero proporcionada. Se dejaban adivinar unas piernas y unos muslos más bien gordezuelos. Bueno, que se vaya al meollo de la cuestión. El asunto es que la acompañó a su casa. Tuvo que recurrir a la vieja y falaz artimaña de recordarle que, si lo rechazaba, tal vez se arrepentiría en su vejez de aquella posible noche de amor que despreció, y que no recuperaría. Es esa maña machista tremenda para engatusar a las féminas y a los efebos, y que pocas desenmascaran y descubren, o no les interesa hacerlo, tal vez, para su posible gozo, no creíble en gentes que usan esos trucos tan soeces, jugando con el chantaje del futuro, la vejez y la muerte, frente a su oferta posible de regodeo y revolcón momentáneos. Más vale pájaro en jaula...<br /><br />Así, Mondraga hubo de escapar, al amanecer y en paños menores, de la casa, ante la amenaza que tomaba el portal de edificio donde estaba el piso. La explicación de como se apoderó de los animales de carga que traía es misterio tan liviano que todavía no se desentrañó.<br /><br />Salivilla fue desde pequeño un fanático de los mapas, planos y de todo lo que desempeñara la función de representar superficies planas o accidentales a escala. Porque hay que tener en cuenta que un mapa no es el territorio. Participó alguna vez en el loco proyecto de hacer un mapa como el mundo. No salió jamás adelante esa misión, como otras exageradas acciones de los hombres.<br /><br />Aquella mañana disfrutaba paseando la vista, que hacía partícipe a todo su cuerpo, con una nueva publicación cartográfica de la comarca en la que vivía. Era un trabajo de representación militar, detallado: pozos, refugios naturales, accidentes mínimos, fuentes, manantiales, arbolado y floresta menuda estaba allí representado al buen lector de aquellas delicias, de aquellas maravillas. Cuando estaba más ensimismado lo vio sobre a mesa, acercarse desde las minas próximas a la población en la que vivía. Porque Salivilla tenía la extraña manía de ver lo que ocurría en un territorio mirando el mapa que lo representaba. Era una especie de bola mágica de cristal para sus poco comunes cualidades. Esto no le ocurría siempre; pero viendo mapa o plano adivinaba los hechos futuros que ocurrirían en los mismos, o creía adivinarlos, lo que era puesto en cuestión por las personas razonables, como es natural a estas alturas de la historia y de la geografía de los hombres, descreídos de todo lo que no guíe el interés razonable.<br /><br />Vio a Nerdo que corría por una calle, habiendo salido de una librería de viejo, donde buscaba un antiguo tratado de mística erótica oriental. Salivilla también adivinó que el peligro se cernía sobre ellos. Raudo plegó el mapa y, cogiendo un maletín con otros muchos, se apresuró a llegar hacia donde se dirigía Nerdo. Una vez los dos, juntos y disfrazados, pusieron rumbo al sur con sus nobles acompañantes irracionales y cargados. Se salvaron gracias a su visión sobre el mapa, que quedó quemado por donde el mal se presentó. Poco le importaba ya a él si no lo creían. Hecha la recua y consultado Salivilla sobre el camino a seguir, según su buena estrella, se pusieron en marcha. Hasta hoy.<br /><br />Ya se encaramaba el camino en lo alto de la sierra. En la hora de mediodía se estaba. Llegados al alto, divisado el valle con su río, acordaron descansar un rato y tomar un respiro antes de descender a la llanura salvadora y segura, que eso leía en ele mapa, eso lo que veía con su extraño poder de vidente y geógrafo, que todo era uno y lo mismo.<br /><br />Pasado el río, estaría la población que desde aquel alto no divisaban, y les parecía raro, extraño. Sin embargo sí vieron un globo posarse a lo lejos. Se miraron. No, aquello no despertaba sospechas del peligro. Tomaron un tentempié y prosiguieron. Camarga abría el paso y en pos suyo se precipitaba todo lo demás: bestias, personas y el trajineo. Llegados abajo, y consultado Salivilla sobre la ruta, se optó por ir hacia la derecha, por una senda rodeada de árboles, que se iba desviando ligeramente a la izquierda, hasta ponerlos en la recta dirección donde debería estar el lugar de la cita en aquellos días y con las demás gentes que escapaban, que emigraban de la destrucción, con el lugar del supuesto amor y camaradería, la solidaridad ante el peligro.<br /><br />Cierto goce comenzó a inundar sus cuerpos y algunas imaginaciones fecundas sus mentes. Aquel día les pareció mejor que otros y nada, o poco, les intranquilizaba. Se dice poco porque no era posible evitar ese regusto amargo del fugitivo, aún mucho tiempo después de que lo haya dejado de ser. Un estado así, sufrido por cualquier persona, marca de por vida y aun en muerte pone su implacable sello. Si no que se lo digan a las almas en pena, que los demás creen que persiguen a los vivos, cuando no hacen otra cosa que huir. No, el sello del que huye, del huidizo, del temeroso del mal, no se borra fácilmente, ni se le exorciza con liviandad. Marca absoluto y en todo el ser, en el alma y en el cuerpo. No olvidar jamás. Esas consideraciones no las tenían ellos entonces. Marchaban por una agradable llanura de sembrados. Los pájaros levantaban sus vuelos imprevistos y todo sonreía, de momento.<br /><br />Durante el trayecto no habían sufrido peligros mayores de los que tenían en verdad, sólo los riesgos propios del peregrino, del romero que va por caminos nuevos, sin otra prisa y sin precio. Expuestos a la intemperie y sus múltiples habitantes, al albur de lo que corretea aquí y allá, y eso, para ellos, no era temor o cuidado, porque lo peor, lo terrible siempre los superaba.<br /><br />Alguno oyó un lejano toque de campana. Dio aviso y consultaron. Salivilla sacó el mapa y buscó la posición, después entró en trance visionario y se rió de lo que su mente zahorí elucubró en el futuro. Tranquilizó a todos, menos al que era imposible hacerlo, a la mente más tozudamente racional: Camarga. Pese a ello ordenó continuar hacia la población registrada en el mapa, siguiendo las instrucciones dadas. Salivilla se permitió canturrear una alegre copla, que Camarga calló destemplado, aunque seguía el ritmo mental.<br /><br />De pronto, sobre sus cabezas, volaron tres cigüeñas que colmaron la alegría. Nerdo lo interpretó como el mensaje de las aves. Lo romanos leían el futuro en sus vuelos, un mensaje que significaba que volvían a nacer, pues las voladoras iban en dirección a donde ellos se dirigían, con augurio claro de nacimiento, anuncio y parabienes. No cabía duda, salvo que la amenaza de lo peor las hubiese espantado y estuviera pisándole los talones a ellos. Su corazón se lo diría, y, por el momento, palpitaba con normalidad, sus respiración era acompasada.<br /><br />Andaron toda la tarde en dirección al vuelo de las cigüeñas y, a medida que pasaba el tiempo, nada de interés encontraron, salvo unos cuervos volando en contraria dirección. El sol estaba ya tras la sierra medio oculto, la luz del atardecido era tenue y grisverdosa, por la vegetación y los árboles. Poco a poco el crepúsculo fue oscureciéndose, acabándose. Así como las esperanzas de encontrar casas y poblado. La desesperación cundió entre ellos. Sólo Camarga conservaba el temple que un auténtico héroe debe tener en estos trances, y daba ánimos a los enloquecidos seudoarrieros.<br /><br />Cierto es que, cuando se tocan los fondos del infiernos, es cuando, a veces, se comienza a retomar altura hasta los cielos, hasta el empíreo feliz, o, al menos, seguro.<br /><br />Cuando los ojos buscaban en la noche, se alzaron los fulgores de las luces del lugar, de las ventanas y puertas iluminadas, el resplandor en contraste con el negro cielo de la noche, toda la luminosidad de la población.<br /></div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-1668124266173069292000-03-14T13:00:00.000+01:002009-03-14T22:24:22.880+01:00IV AXIS MUNDI (ESPECULATIONES)<div style="text-align: right; color: rgb(0, 0, 102);font-family:trebuchet ms;"><span style="font-size:85%;">La huida no ha llevado a nadie a ningún sitio.<br />SAINT-EXUPÈRY<br /></span></div><br /><div style="text-align: justify;">El Mitra y La Cañon sabían que, de momento, los tres grupos no corrían peligro. No cabía cuidado, ya que todo estaba bajo control. Habían dado el aviso de ataque a tiempo y avistado la arremetida de efectos destructores para los elementos de aquella asociación.<br /><br /> Ellos, como oteadores de peligros, oráculos de calamidades, centinelas de persecuciones, habían cumplido, sabia y eficazmente, con su deber. Situados en la atalaya de la vida, vieron venir de lejos los peligros de muerte, la garra fiera del depredador. Para eso alertaron y no fallaron, una vez más.<br /><br /> Aunque cierto es que, en el momento del ataque, La Cañon yacía con su amante en el camastro, y El Mitra andaba cogiendo orégano en la sierra. Pero esos estados en que se encontraban lodos fueron proverbiales para olfatear el peligro. En el trance orgásmico lo evidenció, y El Mitra lo adivinó en pleno campo abierto, ya que allí se encontraba con los sentidos avizores. Porque nunca se sabe cual es el mejor estado para vigilar peligros de esta índole. Y no podían, pese a su delicada misión de vigilantes, abdicar de la vida cotidiana y sus goces.<br /><br /> La Cañon era señora casada con señor que carecía de reaños para darle todo lo que pedía y más. Así que se buscó un amante montaraz y corajudo. Mujer de bandera donde las hubiere, aunque fuese en silla de ruedas desde joven por una parálisis en las piernas. Cosa de la mala atención médica de su infancia y del país. Pero el destino escribe con renglones torcidos. Y, sino, que se lo dijeran a ella, la más realizada de las mujeres.<br /><br /> Estaba entrada en carnes, de pelo rizado y negro, ojos inteligentes facciones de hembra placentera. Desde los dieciséis años había sabido de su misión como vigilanta, como aventadora del peligro que se podía cernir sobre los demás.<br /><br /> El Mitra, llamado así porque desde pequeño pronunciaba mal la palabra metralla, diciendo mitralla, se quedó con las dos primeras sílabas de nombre. Aunque Nerdo lo quisiera identificar con esa especie de dios de la mitología oriental, contemporáneo del cristianismo primitivo. Y no le faltaba parte de razón por su testuz de toro, su mirada bovina y su enorme fuerza, amén de su vista profunda, tan profunda que veía tan lejos que el futuro avistaba, siendo. Así, zahorí: se le dedicó a otear en todos los horizontes de la existencia el peligro posible para los miembros de la asociación, si es que lo de ellos se podía llamar así.<br /><br /> La Cañon era mujer creyente, supersticiosa y muy religiosa. Con esto se quiere decir que el mundo y los seres que lo pueblan se rigen por una serie de reglas y leyes íntimamente unidas y que se manifiestan en lo sagrado. Lo existente no sólo es lo que lo que hay en el momento de hablar, sino también el pasado y el futuro. Tenía una extraña teoría sobre sus vidas anteriores, aunque nadie le creyó jamás. No decimos esto en pasado porque La Cañon haya muerto: ella afirmaba ser inmortal, pese a su invalidez, o por ella.<br /><br /> Sabía de la existencia de centenares de personas que sufren, casi siempre con angustia, en convencimiento de ser víctimas de las más audaces confabulaciones. Que acuden con insistencia a periódicos, asociaciones humanitarias, instituciones y a todo ser humano que se les ponga a tiro y sea de su confianza, en busca de alguien que les crea y auxilie en la soledad heroica de su batalla contra ellos. Los estudiosos al uso y que no se contemplan en esta historia suelen llamar a esto como enajenación con delirios de grandeza, que la mayoría de los afectados no acepta nunca. Muchos pueden llevar una vida normal y tener unas relaciones afectivas y sociales comunes, separadas de la esfera privada, en la que libran una guerra incansable, siempre secreta y solitaria, contra sus enemigos. Esto lo sabía muy bien La Cañon, por lo que debería discernir entre esa gente que se presumen víctimas de persecuciones por seres incontrolados o por individuos que les odian. Pero había otras que eran realmente víctimas de una amenaza. Para ellos era para los que había que vigilar siempre. Especialmente están amenazados los que en el futuro puedan causar problemas, o que no gusten por su manera de pensar. En ella estaba el salvarlos siempre. Jamás falló. La inválida y El Mitra formaban el eje de este mundo, el centro sobre el que pivotaba aquella asociación o lo que fuese. Axis mundi. Lugar de enfrentamientos de contrarios. Parte más alta de la nave de la vida en su singladura, desde donde se ve todo, y se husmea el peligro.<br /><br /> En el momento que el ataque se inició se juntaron para perfilar las fugas e instruir a los que huían, a fin de que llegaran a la salvación, al despiste, o que la propia amenaza cesara, con visos de total seguridad. Así que se trasladaron al lugar desconocido, en el que establecían el cuartel general. Desde allí se moverían para intervenir, justamente lo necesario y permitido. Ellos no corrían peligro bajo el enemigo, estaban inmunizados.<br /><br /> Como La Cañon era mujer necesitada de varón diariamente, y de varias tomas (y dacas), se olvidó del amante que cumplía, por no poder cargar con él en esta delicada misión, tomando a El Mitra por su macho pirulo. Este aceptó gustoso, ya que no le era fácil arrimarse fémina a la ingle, tal como estaba él y a como estaban en aquellos tiempos. . Ya se debe saber que con amor todo se ejecuta más perfecto y la conjunción de una pareja es mejor y más eficiente.<br /><br /> El traslado a la ciudad elegida como centro de operaciones lo hicieron en el auto de él. Instalados, trataban de captar a los demás, a los fugitivos. Ya que en ellos, en La Cañon y El Mitra, estaba el pivote, el centro espiritual de aquella trinidad de grupos huidos. Eje del mundo que semejaba una rueda. Mientras más lejano de ese centro, más movimientos en sus giros, y a más movimiento, más desgaste y menos vida. Eran el motor inmóvil aristotélico, el fiel de la balanza, el eje de la tijera o el centro imaginario sobre el que los pétalos de la rosa se envuelven, abrazando un imposible.<br /><br /> Habían elegido aquella ciudad porque era un gozne sobre el que giraba un territorio. Ombligo de su mundo y de aquella tierra, a trescientos kilómetros alrededor.<br /><br /> Se dijo que El Mitra llevaba un tiempo sin allegarse a hembra. Las causas no se saben; pero se puede imaginar si se da la pista de que las espantaba su descomunal carajo a la hora de entrar en ellas, de abrazarlo. Eso entusiasmaría a otras; pero entre las ninfas abundan de todos los gustos, y el pobre hombre había dado con las de gusto por pijas exiguas. La Cañon gustaba de buenos bastones en que retozar. Tal vez llenaba el deseo de tener unas piernas fuertes, que le faltaban para andar. Eso nunca se sabrá, salvo que los sicólogos elucubren con los gustos de esa mujer. Fue tal la afición que se cogieron al instalarse en el palacete, que se olvidaron para todo lo que estaban en el mundo. Olvidaron a los fugitivos y su tutela. Sólo se veían a ellos y a su anhelo de fornicio. Cosa que acontece a casi todo ser humano una vez, al manos, en su vida. El olvido de sí, la alienación del deseo carnal.<br /><br /> Así como dos meses duró ese estado. Tiempo suficiente para que El Mitra se quitara las telarañas mentales de su ser, un retraído por su abstinencia forzada. La Cañon se había encontrado en todos los paraísos, de todas las culturas, podría decirse, tras ese tiempo con aquel garañón bravo. No entendía la estrechez de otras mujeres, ni comprendía la pérdida de lo que El Mitra les ofrecía. Bien es cierto que quedó un tanto derrengada tras esos días de himeneo fogoso.<br /><br /> Cuando tomaron cierta conciencia de la realidad, tuvo El Mitra una visión de un globo que volaba, de un grupo de arrieros que s intrincaba por una sierra y de cuatro pirados que comían bocadillos en un automóvil. Eran ellos y estaban vivos. No había más cuidado.<br /><br /> Se extrañaba El Mitra de su pérdida de la consciencia por el sexo. Él, que se blasonaba de un permanente despierto, un decadente, porque ser decadente era ser un consciente total, ya que la inconsciencia es el fundamento de la vida. Si sus riñones pudiesen pensar y conocerse, ser lo que se dice conscientes, se pararía y moriría. Le aterrorizaba un poco haber sido inconsciente. En este caso hubiesen muerto otros que necesitaban vivir para huir. Porque los muertos no huyen. Que la vida siguiera con esos componentes de los tres grupos de fugitivos dependía de él, su responsabilidad todopoderosa, como la de un dios mitológico que protege al héroe que busca la patria y a su familia, perseguido por miles de amenazas, al albur de cualquier enemigo. El hombre oscila entre la destrucción y la mitología. Todo puede ser analógico en un momento. Él y La Cañon tenían la obligación de estar en el fiel de la oscilación y avisar y proteger de la destrucción, a costa de acrecentar la mitología en los héroes que huyen sufriendo peripecias y sufriendo trabajos inenarrables.<br /><br /> Fuera llovía tenuamente y La Cañon también se dolió de ser tan irresponsable, de dejarse arrebatar tan carnalmente por la vida. No era aquella lluvia una casualidad, era una aviso. Todo estaba escrito, como se había repetido siempre. Las casualidades no existen, lo que no negaba la libertad de los hechos. Aquella lluvia resultaba un aviso para el amor, para la solidaridad a la que estaban obligados. Si se olvidaban del mundo, posiblemente el mundo dejaría de existir para los que huían. Una fuerte lluvia como aquella fue un aviso, ahora, de que existía otra realidad aparte de la realidad del sexo que le sucedía a ella, que le arrebataba y que le había dado una fuerza de seducción para los varones, imposibilitada como estaba, que no tenían otras mujeres bellas y completas a primera vista. Poseía un secreto. Consistía en haber acumulado, desde pequeña, suficiente energía vital como para utilizarla, chupando la voluntad y el deseo de los otros. Es lo que se llama mujer de carácter y convicción, que ella explicaba, un poco, como un arte de brujería y posesión. Como un vampirismo que no chupa sangre, sino otras energías vitales de índole sicológica. Cierto es que el hombre que ella deseara quedaba prendido en su tela de araña, la que labraba con sus miradas, pues eran, y son los ojos, la puerta del espíritu. Si el espíritu de un hombre entraba por aquellas puertas de par en par que era su mirada, en el cuerpo entraría por otra más celada y oculta, que era ciega. Porque en estos casos el cuerpo y el espíritu están en íntima conexión, en mutua dependencia. Si el espíritu ata al cuerpo en una pasión, es más difícil de desligar que si el cuerpo trata de arrastrar al espíritu. Lo había intentado muchas veces. Bueno, no tantas. Seducir a un ciego le había resultado muy duro. Y todo porque su mirada no había podido penetrar la del que no la tiene. Y no es porque los ciegos sean desconfiados, como dicen, sino porque el acceso a su espíritu sólo puede hacerse a ciegas y por los otros sentidos, cuyos mecanismos de seducción desconocemos.<br /><br /> Calmó a un perro que la atacó en la calle con una mirada, cuando era niña todavía. Estrenaba una de sus primeras silla de ruedas, comprada con unos dineros sacados de una rifa benéfica. El chucho se volvió tan dócil que estuvo varios días a la puerta de su casa, hasta que el dueño, que lo buscaba, lo encontró y se lo llevó. Varias veces se escapó, el animal, para irse con su enamorada muchacha de la sillas de ruedas, que lo amansó con la mirada.<br /><br /> Tenía, La Cañon, una visión de la vida, del mundo y de los otros, muy religiosa, en su sentido de profundo religamiento, de unión de todo. De las conexiones extrañas y profundas de unas cosas con otras. Y esto fue lo que determinó su dedicación o selección para prevenir y proteger a los perseguidos, como una gran madre que ampara a los hijos, o una gallina que acoge bajo ella a los tiernos polluelos que huyen de un susto o del gato.<br /><br /> Tras un largo tiempo de amor, se entendía el mundo más vacío y amargo, más gris. También influía aquella lluvia que le había recordado lo que llaman realidad, y su obligación de protectora de fugitivos.<br /><br /> Inmediatamente escribieron las cartas que debían de llegar a los que escapaban del enemigo, dándoles instrucciones precisas para resguardar sus vidas, para protegerlas del ataque. Así lo hicieron y enviaron para que llegasen cuanto antes a los huidos, Los citaban en aquel lugar, donde estaban a buen recaudo, en aquel castillo interior, seguro y fuerte en su simbolismo, a donde jamás llegaría adversario externo; aunque no estaba protegido para enemigo interno, esto es, de ellos mismos como bifrontes personalidades: unas en pro y otras en contra, una que se regenera, otra degenerante. Las cartas llegaron a sus destinos oportunamente.<br /><br /> El Mitra elaboró una circular que debía enviar a los tres grupos, en la que daba cuenta, con pormenores, de las causas posibles de la persecución del enemigo. Aunque aquello parecía un preámbulo seudofilosófico, o una guía de timoratos perplejos. Las razones que el rival tenía para odiarlos, amenazarlos y destruirlos. Nunca llegó a los demás.<br /><br />Existían personas que eran especialmente perseguidas y odiadas a muerte, por estas razones generales:<br /> Ser críticos del sistema dominante<br /> Ser muy inteligentes y notarse<br /> Enfrentarse a algún preboste de los que mandan<br /> Destacarse en alguna habilidad<br /> Parecerse a alguien odiado<br /> Ir a la raíz de los asuntos, esto es, ser radicales<br /> Ser rebeldes<br /> Ser contestatarios<br /> Ser consecuentes<br /> Ser fugitivos<br /> Ser y no estar<br /> Ser y no tener<br /><br /> Aunque había otras muchas otras. Especialmente hacía una larga reflexión sobre la persecución a muerte, siempre, por ser inteligentes. Era de las más peligrosas e inocentes maneras de morir a manos de un contrincante. De ahí el famoso dicho de que la inteligencia sólo granjea desdichas, o de que a mayor cacumen, mayor desamparo. Como se puede ver, el rumbo del mundo, de las cosas, de la administración, apropiación y reparto d lo necesario estaba llevada a cabo por gentes de mollera estúpida, pero que se cuidaban muy bien de disimularlo, haciéndose creer lo contrario. Y esta es una de las razones por la que es un valle de lágrimas y existen multitud de injusticias, sinrazones y tonterías institucionalizadas, desde que el hombre es hombre. Porque los tontos se han hecho siempre con el santo y la limosna, de ahí las guerras desastrosas y continuas, la utilización de los supuestos avances científicos en perjuicio de la humanidad (armas, agresiones a la naturaleza para consecución de mero lucro con las armas, etc.). Porque para ser inteligentes hay que ser buenos, y viceversa. No es admisible un malo inteligente, en todo caso es lo que se llama un listo. Su torpeza está patente en el mal que ocasiona. Cuando en una sociedad nace alguien inteligente, lo muestra con sus buenas obras, con sus ideas supremas, y se erige en una denuncia d los tontos que tienen la sartén por el mango, en todos los órdenes de la vida. Y se unen todos contra él, se confabulan para eliminarlo con la andorga llena o cualquier otra entretenimiento; pero si eso falla se mostrarán cada vez más en contra del genio, hasta llegar a su crucifixión. Está así explicado uno de los hechos periódicos que acaecen en todas las sociedades, culturas y religiones. De ahí la fuerza de atracción que tiene la teoría de los crucificados, por su verdad incuestionable y patente.<br /><br /> En este desarrollo de exposición de razones de odios del enemigo, El Mitra se dejaba llevar por el entusiasmo y la pasión, a pesar de que yacer con La Cañon había atenuado sus ánimos en contra de los perseguidores de toda laya y tontuna. Pues sabido es que al no tener un desahogo sexual normalizado, y recurrir al onanismo (kantiano) cotidiano, muchos varones montan en cólera sin razones que les motiven y suelen arremeter contra molinos de viento, que ni son molinos ni gigantes, ni siquiera gatos titánicos de papel. Teniendo un poco en cuenta ese carácter de El Mitra, se han leído sus opiniones. Lo que no quiere decir que pierdan un punto de su verdad más íntegra y sincera. Sabido es que un grano puede cambiar toda una serie de planteamientos filosóficos.<br /><br /> Seguía diciendo, nuestro hombre, que a los tontos se les conoce a pesar del ropaje y ampulosidad con que se revisten. Una de las líneas maestras para desenmascararlos es la de que la mayoría piensa en tener más que en ser. Porque los tontos no son nada, de ahí que también se les apele como cabezas huecas o rellenas de serrín, trapo o aire. Son conscientes de su nada, que suplen con el tener: tener dinero, queridas, fincas, automóviles, bolígrafos de oro o títulos universitarios ( que en otras épocas se llamaban nobiliarios). Así que todo el que ansíe tener, como obsesión, es sospechoso de debilidad mental. Otras de las características menores es su cinismo congénito y su afición a las vulvas femeninas, con la misma entrega y dedicación a como los cerdos gustan de hozar en el barro, y no es que se compare a las mujeres con el cieno, sino que son ellos, los hozadores, quienes las confunden e identifican, rebajan y vejan a esa materia vil, tomada en ese sentido; aunque muchas de ellas lo hacen gozosas. La valoración de la fuerza y de la violencia institucionalizada y reglada es patrimonio de los torpes, por otro nombre llamados estadistas o funcionarios políticos.<br /><br /> No sería conveniente reproducir otras opiniones de El Mitra en ese sentido. Llenas de acritud y de lectura chirriosa, tiene una profunda fe en la inteligencia y en la habilidad, y eso es, evidentemente, una rareza en el pensamiento que se conoce. Entendiendo la inteligencia como todo aquello que mejora la condición del hombre. Claro que peca de una ingenuidad sin límites, que se autocritica. No se olvide que la estupidez humana no tiene limitación ni frontera, mientras que a la inteligencia la persiguen y delimitan. No existe ningún crucificado estúpido, los tontos no son peligrosos para ellos mismos.<br /><br /> Enumera también sinónimos de las palabras estupidez o imbecilidad, las que más males causan. Pero no los estúpidos e imbéciles reconocidos y marginados, sino los enmascarados. Entre otras, destacan: autoridad, ley, poder, mando, gobierno, jefe, policía y otros vocablos de similar catadura. Curiosa sinonimia, que hace chirriar cabezas que se ofenden.<br /><br /> De esta forma fue desarrollando su escrito para consuelo y explicación de los perseguidos, engrosándose hasta formar un voluminoso tomo de cuadernos, que era donde escribía aquellas conclusiones o pensamientos, llenos de vida y fogosidad, de arrebato, vehemencia y ardor. Toda una guía de cuitados y despavoridos, que son los que tienen la inteligencia<br /><br /> En otros lugares se mencionarán o entresacarán pensamientos de estos tratados sobre la persecución, que El Mitra fraguó tras los días de amor con La Cañon. De entre su farfolla siempre es aprovechable algo. Que estas reflexiones llegaran a los grupos que huían es difícil de creer, ya que su consuelo no se notaba. Por alguna dificultad, o porque, a última hora, El Mitra hubiese deseado no hacerlas públicas, tal vez porque requerían una sistematización y un orden, una tranquilidad que no tenía, desasosegado por salvar a todos de la amenaza. Antes le llamaba la práctica que la teoría. La práctica del débil. Y aquí conviene entresacar otro de los pensamientos. El débil, para sobrevivir, ha de agudizar su inteligencia, para protegerse de los fuertes y torpes.<br /><br /> Así que estaban a la espera de los tres grupos, una vez avisados, en aquel palacete modernista que La Cañon había heredado, de extraña manera y más peliaguda explicación, de un ricacho de la ciudad. Allí habían vivido sus días de amoríos y en él estaban. Había sido construido a finales del siglo pasado, a tenor con el estilo en que se encuadra. tenía treinta habitaciones de invitados, amplias estancias, cocinas salas de reuniones, una hermosa escalera con parapeto en hierro forjado, un torreón desde el que se oteaba el horizonte, por ver si asomaba algún fugitivo entre el trajín ciudadano. Un hermoso jardín rodeaba la casa por dos de sus fachadas, que daban a las calles principales. Rodeado de altas rejas, preciosamente labradas. Destacaban en el jardín, aparte de las rosas, un enorme pino de una rara especie, de hojas como agujas muy pequeñas; y una palmera vieja y acogedora de cientos de pajarillos en todas las estaciones del año; pero que en primavera estaban especialmente ruidosos a ciertas horas del día. Años después alguien la mandó cortar porque no soportaba ese guirigay de las aves.<br /><br /> De esta forma se había dispuesto aquel lugar como refugio reconfortable de los peregrinos. Al mismo tiempo disponía de una trampa para el enemigo, que atraparía en una de sus más secretas habitaciones, que El Mitra y La Cañon habían preparado parsimoniosamente, entendiendo que la mejor defensa es una ataque, y que la mejor forma de terminar con la amenaza es reducirla, apresarla y encerrarla en aquella habitación, en aquel reducto exclusivo donde el enemigo no tendría escapatoria, condenado a estar del otro lado para siempre, reduplicación eterna y contraria al perseguido, negro frente al blanco, oscuridad frente a luz, imagen frente a realidad. Era la mejor trampa que jamás defensor alguno había ideado.<br /><br /> Pasaron los días y nadie llamaba a las puertas. El Mitra recorría la ciudad buscando la casualidad de un encuentro, una mirada, algo que los diese a conocer, porque su adivinación le aseguraba que seguían vivos y en marcha. De esta manera había tenido ocasión de conocer las bellezas de aquella población, sus monumentos inenarrables. Paseó por todos los canales de la zona inundada, que le recordó su viaje veneciano, en el pasado.<br /><br /> Preocupado, llegaba al atardecer y subía al torreón, donde La Cañon fisgoneaba el cielo con unos prismáticos, desde su silla de ruedas. Y nada. La desesperación, por una parte, y aquel ocio de los días, los llevaba a refocilar en la inmensa terraza terminal de la torre o mirador. Hasta que acababan derrengados, la silla de ruedas por una lado, La Cañon tirada y gozosa, El Mitra desnudo y ahíto. Se reponían y bajaban a cenar.<br /><br /> Para subvenir toda aquella operación tenían un dinero procedente de una herencia de un gran perseguido, que consiguió hacer fortuna por pura casualidad. Conviene que se diga esto para no reparar en gastos. De esta manera se cree que el poder del dinero explicará los sucesos imposibles que acaecen en las vidas de los que huyen y de sus protectores. Incluso hechos que parecen ocurrir por extraños juegos de magia, escrituras que desaparecen, imaginaciones imposibles, falta de verosimilitud. El dinero todo lo puede, ya se sabe. Sobre todo en una sociedad como esta o como aquella. Mucho puede el dinero, mucho se le ha de amar, que dicen.<br /><br /> Ya se dijo que pasaban los días pesados y no llagaba nadie al refugio. Estaban lentos y temerosos los huidos. Hubo muchas falsas alarmas y se llegó a confundir a un mendigo pedigüeño con Camarga, cuando aquel llamó a la puerta pidiendo dádivas. Otra vez fue el panadero el trabucado, cuando golpeó la puerta de servicio una mañana temprano, cosa que solía hacer todas las mañanas, por otra parte.<br /><br /> Sobresalto tras sobresalto terminó por hacer que se hastiaran de la espera y sus desvelos. Que llegaran cuando quisieran o pudieran, determinaron los dos al unísono. No irían en su búsqueda, que ya eran mayorcitos para llegar allí. Tomado ese acuerdo de despreocupación, se dedicaron a sus cosas más apetecibles. El Mitra fue a ver cine aquella tarde, y La Cañon a elaborar su trabajo sobre las creencias populares acerca de la salud y la enfermedad, tras el acopio de algunos testimonios e gentes de la ciudad.<br /><br /> Habían llamado a la puerta. No era un deseo de ella. Si una certeza acústica. Giró la silla de ruedas y la dirigió, con habilidad, al inmenso salón, al que daba el vestíbulo de entrada, donde se hallaba la grandiosa escalera, techado por una coloreada claraboya, larde de este tipo de construcciones. Rápida se deslizó al portal, llegando a la entrada. Se alzó, con dificultad, sobre su asiento con ruedas e intentó abrir. Tras un segundo intento lo consiguió. Tiró de la enorme hoja de la puerta y Caricato apareció ante ella. Tras él todos los demás del éxodo. Dio un suspiro de gozo y los hizo pasar dentro. Agusa, caballeroso, cerró la enorme puerta. Miraban todo en derredor, como extrañados de hallarse en una estancia tan acogedora y segura. Allí se encontraban a salvo. Les dijo que subieran y se instalaran en las habitaciones del pasillo de la derecha, que estaban perfectamente dispuestas y preparadas.<br /><br /> Sin mediar más palabras, los cuatro hombres subieron la escalera. Efectivamente, una hilera de puertas se les ofrecía. Eligió cada uno su habitación y entró, cerrando la puerta.<br /><br /> Aquello resultaba el propio hogar. Agusa buscó el cuarto de aseo. Metido hasta el cuello en el agua tibia, desnudo y jugueteando con los pies, pensaba con cierta incredulidad, en las penalidades pasadas. Relajado, salió del baño, dejando un reguero de líquido tras sí. Buscó alguna bebida. En un refrigerador había cerveza fresca, y, en un mueble, todo tipo de besbistrajes alcohólicos, sino era exagerado, al menos suficiente para alegrarse, que lo necesitaba bastante. Se rascó la barba y bebió de un trago casi tres cuartos del medio litro del botellín de cerveza.<br /><br /> Telesforo se recortaba las greñas. Su estuche abierto sobre la estantería. Desnudo, los pelos le caían por el pecho hasta los pies. A continuación sacó la navaja barbera, tras enjabonarse la cara malbarbada que tenía.<br /><br /> Saxolfeo, tumbado en la enorme cama, ataviada con los primores más exquisitos, tocaba una alegre melodía, procurando hacerlo sotto voce, no fuera que molestase a la anfitriona.<br /><br /> Caricato no tuvo paciencia ni contención. Luego de despelotarse, transido de emoción, infló la muñeca, tan suya, hablándole mientras se dirigía la ducha a quitarse todos los sinsabores de fugitivo que tenía pegados a la piel. Ella lo miraba sin pestañear. Entonces tuvo una corazonada y fue a la puerta, sujetándose el miembro, que, al correr, se bamboleaba, lo que molesta mucho. Cerró por dentro y tiró un beso y un guiño a la linda plastificada, que permanecía fría e impasible.<br /><br /> Hechas las honras musicales al refugio, Saxolfeo dejó el acordeón sobre la cama y puso su radio en funcionamiento, tras coger una bolsa de patatas fritas, que mordisqueaba. Fue entonces cuando llamaron a la puerta. Abrió y era El Mitra. Que no saliera de allí, salvo que le avisaran. Y se fue. Se asomó al pasillo, y comprobó que avisaba a todos con lo mismo. Bajo ninguna excusa, y ocurriera lo que ocurriese, debían salir de la habitación. Le extrañó un poco. Claro, que bien mirado, el enemigo no había cesado en sus ataques.<br /><br /> Le gustaría tener allí a su mujer. Bañado, afeitado y oliendo primorosamente, tranquilo y feliz, con varias cervezas trasegadas, se podía, incluso, desear a aquella mujer con la que estaba casado.<br /><br /> Puso la televisión, y rayos, truenos y centellas con chinos corriendo por todas partes aparecieron en la pantalla. Cambió de canal y acertó dos preguntas del concurso. El fútbol local no le gustaba y probó con una cuarta emisora. Perfecto, la música le venía bienbien tras tanta huida. Era una fuga de alguien que no era Bach. Eso creía, aunque le hubiera gustado preguntárselo a Saxolfeo.<br /><br /> Desde el ventanal lo vio posarse sobre el inmenso patio. Era enorme y redondo. En el principio temió lo peor. Se fue a la puerta del gran espacio abierto y esperó la llamada. Tras un rato la golpearon. Afanasol y su caterva gozaron con su vista. Rápido les animó a desmontar aquel artefacto, para mayor seguridad y tranquilidad. El Mitra encendió las luces del enorme patio trasero que aquella casa tenía, y Afanasol dirigió la operación. Todos funcionaron raudos y eficaces. De manera que, a la media hora, el globo estaba desmontado y desinflado en uno de los rincones del gran recinto. Seguidamente entraron todos tras El Mitra. Subieron la escalera. Les fueron señaladas las habitaciones del pasillo de la izquierda. Afanasol quiso que le trajeran libros, si no los había en as estancias. Siguió a El Mitra a la biblioteca. Cogió todos los que quiso, llevándoselos a su cuarto. El Mitra les recordó la obligación d no salir.<br /><br /> Zarrampla se consideraba atrapado. Habían caído en la más estúpida de las trampas. Descorazonado, no se le ocurrió otra cosa que derrumbarse en uno de los sillones y llorar su impotencia. Una encerrona terrible y apocalíptica. Los tenía prisionero para examinarlos a placer, después de torturas que le hacían temblar, entre el llanto, y se le ponían los pelos de punta.<br /><br /> El lloro lo relajó, atenuó la tensión en la que estaba todo el día. El miedo menguó y se calmó. Desde su asiento fue revisando, más que mirando, la habitación en donde estaba. Amplias y ricas cortinas cubrían un ventanal enfrente. Se levantó, las apartó y fuera estaba ya la noche. Se veía una de las calles principales a las que el edificio hacía esquina. Los autos pasaban, paraban, iban de acá para allá. Sus luces tenían algo mágico, como ya alguien ha dicho. A él no le gustaban los coches, Tal vez porque no los necesitaba vitalmente, o por su propensión a pensar que causan más perjuicios que beneficios generales. Había hecho concienzudos estudios que le ratificaban, del todo, esa manera de pensar. Predicador del apocalipsis, al fin y al cabo. Los veía como bestias perversas y que no dejaban de levantarle sospechas en cuanto a su intrínseca maldad. Echo las cortinas y se fue a lavar un poco la cara y las manos, más calmado por retomar su pensamiento de promover áreas de salvación contra diluvios, que fue lo último sobre lo que reflexionó como consuelo.<br /><br /> Baruch gozaba del lujo, porque lujo le parecía todo aquello tras estar colgado en el aire y volando de un lado para otro. Soltó su bastón en un rincón y se desnudó parsimoniosamente, tarareando una canción de la famosa película en la que un señor canta bajo un aguacero bastante considerable. Todo lo fue tirando en un butacón. Buscó unas zapatillas que tenía por la habitación, como si allí hubiese estado otra vez, incluso como si fuese su casa. Caso raro que se debe reflexionar. O, tal vez las atenciones de los acogedores guías y protectores, La Cañon y El Mitra, estaban en todo. Con sólo una camiseta se asomó a una de las ventanas. En la acera de enfrente pululaba el gentío que dejaba su trabajo o remataba las últimas compras. Sólo se fijaba en las mujeres. Todas le parecían hermosas, apetecibles. Más cuando hacía un largo tiempo que estaba en secano. Buscó en los bolsillos de la chaqueta su catalejos. Ávido miró el panorama, nocturno y callejero, que se le ofrecía. Los cuerpos vestidos los desnudaba imaginariamente y se regodeaba en ello. No pudo evitar excitarse y calmar sus ganas de la única y pobre manera con la que un macho puede hacerlo. Pero en defensa de esos momentos de deseo se ha de decir que más hermosura, más pureza destila un orgasmo de Baruch, que se masturba en la penumbra de aquella habitación, mirando a las mujeres, absolutas desconocidas, fantasmas fugaces y deseados, que pasean por la acera, entre luces de escaparate y prisas de anochecer. Más comprensión y grandeza que millones de parejas que se ayuntan genuflexas, sin morirse de sed, sin saña y sin temblor, sin cegar ni nacer: con una depravada pudicia. Su erotismo es igual que las encías de una viejo masticando papilla, chicle o engrudo. Frente a ellos, impostores, espúreos, blandos esclavos de la más tumefacta apostasía, Baruch se baña tras el goce momentáneo, como un niño.<br /><br /> Abrió la puerta el Mitra y entraron de fuera. La furgoneta estaba aparcada. Mientras, los otros esperarían allí, acompañó a Camarga para que la llevara al garaje. No podía quedar en la calle, no les haría ninguna falta, ni incluso para regalarla.<br /><br /> Volvieron y los hizo pasar para que saludaran a La Cañon, que estaba algo intranquila. Entraron en al salón done pasaba la mayor parte del día. Sólo Camarga expresó sus quejas por el mensaje llagado tarde y tan en última instancia, en el último momento. Le habló de su cojera y de la extraña manera de adquirirla. Que no se preocupara, aquello debía de enorgullecer a un héroe. En referencia a la señal imperecedera que en sus cuerpo quedaban de las luchas. Que mira como estaba ella: condenada a estar sentada todo el día, inválidas sus piernas, cuando era una mujer de acción y de ondear banderas al viento, frente al peligro. Pero son las penurias de una heroína, que ni medios tenía, en su físico, para correr, para huir del enemigo. Su huida era en la mente, en la mera abstracción, y ya sabían ellos que a una mujer no le interesan esas cosas: lo abstracto y el pensamiento.<br /><br /> Salivilla pidió un plano del palacete, que El Mitra le entregó, como preparado ex profeso. Nerdo preguntó por la figura geométrica que formaba la planta. Fárica y Mondraga se interesaron por la cena, ya que estaban en un hogar y podían recuperarse de las malas horas. Que una buena comida nocturna y un largo sueño paliarían. Que mañana será otro día.<br /><br /> Pasaron al ala baja de la casa, que situaba las habitaciones donde quedarían, que daban al jardín. En los cristales de cada ventanal, alto, había figuras dibujadas Eran personificaciones de las cuatro estaciones. Bellas y rubicundas ninfas sonrientes, ornadas por elementos propios de cada tiempo: flores, sol, frutos y nieve. Aquello quería decir algo, y ya lo pensaría. También lo rectangular de aquel cuarto tendría su sentido. No le gustaban las habitaciones con esa forma. Dimensiones de ataúd. Tenía sus razones para sospechar la existencia de un ritmo común lo llamaba así entre los ataúdes y aquella habitación, pese a ser alegre y clara, con el primor de la ornamentación modernista, tan engañosamente vitalista, tan consciente. Porque uno, cuando piensa en la luna, siente de inmediato una imagen de ella. Lo mismo ocurre cuando se ve algo. Al menos a él le pasaba en todos los órdenes de su conciencia y de sus horas. El mundo físico configuraba su mundo síquico. Claro que también ocurría a la inversa. Su mente espiritual se poblaba con símbolos del mundo material. En su simbolismo todo poseía significado, todo es manifiesta o secretamente intencional, todo deja huella que puede ser objeto de comprensión e interpretación. Claro que con esta forma de ver el mundo se podía acabar loco, majareta perdido. Pero el organismo es sabio, y tenía hambre.<br /><br /> Salivilla desplegó el plano. Admirable aquel palacete. Buscó su habitación y las de los otros. Su dedo recorrió el camino seguido hasta llegar allí. Venían escritos los nombres de las diversas dependencias. Menos de una. Le resultó raro el olvido por la esmerada elaboración que tenía el trabajo.<br /><br /> Tumbado en la cama, sin quitarse las botas que ensuciaban el sobrecama, Fárica permanecía en reflexión sobre los diversos y lejanos ruidos que venían de la calle. Motores de autos, pitidos, murmullos, rumor de la ciudad. Claro que todo esto le resultó llamativo cuando se encontró solo. Poco a poco entornó los ojos sobre los que caía la boina<br /><br /> Ni un consuelo ni una condecoración aquella cojera. Tal vez lo mejor que le pudo ocurrir, tal vez. Estaba tan cansado, tan vencido, que más que tener la sensación de hallarse a cubierto del enemigo, se sentía muerto y en alguna dependencia del más allá. Necesita dormir y soñar que vivía, que respiraba, que su cuerpo recobraba el brío de la juventud. Sus años dedicado al estudio, sus desvelos, preocupaciones, eran en esta hora nada, papel mojado que se lleva el viento. El cansancio le llevaba a reflexiones tremendas y derrotistas, que no le convenían en aquel estado.<br /><br /> Por la mañana, así como a las doce, Camarga, Caricato y Afanasol fueron llamados por El Mitra, que los llevó al salón donde habitualmente estaba La Cañon. Sentados todos, El Mitra explicó los trabajos y penurias realizados para salvarlos, los instrumentos y medios para avistar el ataque, el seguimiemto que habían hecho de sus huidas, de sus peligros. Escucharon las quejas de los que tenían la responsabilidad de los grupos de héroes. La tardanza en tener noticias, las angustias consecuentes que sumieron a todos.<br /><br /> Pero La Cañon no pareció dar importancia a aquello. No era una reunión para hacer un repaso de lo acaecido. Tenía otras nuevas más interesantes y vitales. Gracias a las argucias desplegadas por la supina inteligencia de El Mitra y su habilidad, amén de la confabulación del destino, el adversario había sido atrapado. Los tres se miraron asustados, incrédulos, pensaron en lo peor: que El Mitra y la inválida se habían pasado al otro lado. Que no podía ser así. Se equivocaban. LO tenían a buen recaudo en uno de los más grandes salones de la residencia. Y no había peligro ninguno ni había lugar a miedos. Si habían confiado en ellos hasta entonces no tenían motivo para sospechar ahora, una vez que estaban a salvo. Que tenían otra opción: largarse a corretear el mundo, cada grupo a su manera, y que, pasado un tiempo prudencial, soltarían al enemigo para que los siguiera persiguiendo, a fin de dar un sentido a sus huidas. Claro, que si les parecía bien.<br /><br /> Intervino Camarga, que quería verlo. Se animó Caricato, y luego Afanasol. Todo se andaría y la fiera les sería mostrada en su momento oportuno. Ahora se trataba de que tuvieran una comida de hermandad entre todos los héroes fugitivos que habían arribado a la casa. Durante ella explicarían lo que allí se había hablado. Pero sin alarmas infundadas ni miedos vanos, que contaban con ellos para que el pánico no cundiera entre los demás. La noticia era gozosa y de triunfo. No había cuidados. Claro que alguno de aquellos esforzados cofrades tenía sus sentimientos, y Zarrampla podía caer en un tremendo delirio. Convenía estar preparados. También la huida había configurado, en casi todos, ese sentido especial, esa necesidad que un fugado tiene de que alguien amenazante esté sobre él, pendiente de él. Se había establecido ese cariño contra natura, que, falto ya, podía hacer que algunos miembros no encontrasen el sentido de sus vidas, de las vidas de los demás, del mundo y de las cosas. Si perdían el horizonte estaban en un peligro. Claro que también existían héroes, de entre ellos, que pasarían a realizar otras cosas normales en sus vidas, considerando todo aquello como una fugaz y espejeante aventura, donde se jugó el todo y no ganó nada, sino que perdió el tiempo, ese enemigo inmortal e inatrapable. Caricato escribiría sus memorias o las crónicas de los sucesos.<br /><br /> Llegado el momento, pasaron al comedor, donde las viandas esperaban ser servidas. Fue entonces cuando El Mitra avisó e hizo reunirse a todos los escapados.<br /><br /> Cuando se corrió la noticia del cautiverio del enemigo no la creyeron. Hasta que La Cañon se fue encargando de convencer.<br /><br /> Aquel, el más terrible y temible mal, estaba a buen recaudo. Lo verían. Por primera vez sus ojos lo verían cara a cara, como nunca antes ocurrió. Y no morirían por eso. Que la forma de atraparlo había sido bien sencilla. Vino fácilmente, por su propia voluntad, a la trampa preparada. La propia pasión había provocado su encierro, su cautiverio. Un enemigo tan obcecado se volvió ciego, entró al trapo como el toro entra al engaño, y viceversa. Quedó atrapado. Por primera vez en la historia de las persecuciones, el perseguidor había sido atrapado en su ciega furia. No habría más temor y el desarrollo de sus vidas no tenía que estar en función de una persecución, en la fuga continua, en un continuo desasosiego. Ahora venía el reposo, la calma, el disfrute no permitido hasta aquí. Les costaría el cambio. Adaptarse a una normalidad que les resultaría sospechosa, lábil, enclenque. ¿No era todo aquello una trampa inmensa? Tal vez la victoria gloriosa del rival, del adversario. Que lleva el dolor inmenso del engaño más completo. Cómodo triunfo, conquista dada. Por el espacio volaba la sospecha.<br /><br /> La Cañon, en los últimos momentos de la comida, se puso solemne. Invitó al silencio, y en tono y formas poco coloquiales, se explayó:<br /><br /> Señores: verdad son las muchas penurias, los inigualables sinsabores y trabajos que se han tenido, que se han fraguado frente al enemigo común. Pero no en la lucha ni en le combate, sino en el correr delante de él, que es faena fatigosísima. Digna de héroes, de osados y valientes, de esforzados y animosos, de bravos y fuertes. Una hora sólo frente, o mejor, corriendo de la amenaza, iguala a los hechos de cualquier presunto valiente de a antigüedad clásica. No tiene punto de comparación, porque esta realidad es incuestionable.<br /><br /> Vosotros habéis vadeado ríos, corrido campos, franqueado fronteras, cruzado cielos, navegado aguas. Todo lo imaginable que alguien puede o debe transitar en una huida.<br /><br /> Es lógico, resulta comprensible vuestra incredulidad. Creéis que el adversario no ha doblado la cerviz dura. Os equivocáis, y mucho. Seguidamente os lo mostraremos en el lugar en que está a recaudo. No existe peligro, ya que el muro que lo separa de nosotros, la barrera que lo encierra al otro lado, la lisa pared finísima que lo encarcela es infranqueable, salvo por la imaginación o el milagrerío. Pero en la realidad no se puede hacer. Y me refiero a lo que se entiende como realidad de aquí para afuera, claro. Ni el más poderoso podría nunca. Ahora mismo os lo enseñaremos para que salgáis de dudas que ofenderían un poco a mí misma y a mi compañero, El Mitra, si no fuera porque somos comprensivos y tolerantes, sobre todo con vosotros, ínclitos héroes, al fin y al cabo.<br /><br /> Seguidamente los hizo poner en pie y los invitó a seguirla. Fueron por un largo pasillo hasta el final. El Mitra abrió una puerta cerrada con llave. Entró La Cañon y, poco a poco, fueron pasando todos los purificados en la fuga laberíntica, los que se batieron en abierta retirada y los que pasaron las aguas en peregrinación al séptimo cielo.<br /><br /> Era un amplio salón vacío y claro. En la pared del fondo había corrido un inmenso telón, tapando una enorme pantalla. La Cañon se fue a un rincón cercano de esa parte y cogió un cordel que apartaba el telón al jalar del mismo. A una llamada de atención y silencio, cuando más expectantes estaban, tiró la mujer, y el telón se apartó rápido. Ante ellos aparecieron sus imágenes reflejadas en un inmenso espejo que ocupaba toda la pared. Parecía un salón de ejercicios de baile. Caricato, Saxolfeo, Telesforo, Agusa, Pelandrusco, Baruch, Afanasol, Zarrampla, Golimbrón, Camarga, Salivilla, Nerdo, Mondraga, El Mitra y La Cañon se miraban en la superficie plana que los repetía en su juego de inversión total, adversos a ellos mismos. Pero aquello no era real, lo del lado de allá.<br /><br />Aquí, en la otra parte, está el enemigo mirándonos frente a frente, a los ojos, certero –sentenció El Mitra, lapidario como un notario, veraz y firme.<br /></div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-92124843505762026682000-03-14T12:00:00.000+01:002009-03-14T22:25:01.398+01:00V EN FRANCA RETIRADA<div style="text-align: right; color: rgb(0, 0, 102);font-family:trebuchet ms;"><span style="font-size:85%;">A los de la retaguardia la marcha<br /> les parecía más bien una fuga.<br />JENOFONTE<br /></span></div><br /><div style="text-align: justify;">Una victoria, eso es. No, no era La Cañon. Ella jamás podría representar el triunfo, el éxito. La corona, como realización, y la palma, como elevación y exaltación, son los atributos exteriores de la victoria. Se presenta alada, pues se habla de la superioridad espiritual de los héroes. La victoria sobre el adversario significa inutilizarlo, someterlo al propio imperio y mando. Pero aquello fue una retirada a tiempo. Mal podía simbolizarla La Cañon. Muy mal. Y no es que se le despreciara. Ella no podía tener victorias porque era invencible, estaba siempre en ese estado de triunfo y carecía del goce de la huida y de lo laureles.<br /><br /> Estaban en el valle. Aquel escrito, que sacó Telesforo del estuche, les dio las instrucciones y les indicaba el lugar. Sólo tenían que dar con él, y eso era lo difícil por el pésimo sentido de la orientación que tenían. Les resultaba cuestarriba y dificilísimo. ¿Por dónde seguir huyendo? ¿Por dónde llegar a la ciudad indicada? Más siendo noche cerrada. Aunque la noche les protegía del infernal agobio que causaba el contrincante, cierto, no era la mejor situación para huir.<br /><br /> Saxolfeo, de sutil oído musical, se fue extrañando cada vez más. Cuando se inició el avance escuchaba detrás el fragor de la tropa. A medida que avanzaban ese ruido se fue oyendo menos, como si los demás, algunos, se rezagasen. Desde luego no le dio mucha importancia al principio, ya que iba el primero en la vanguardia, como un osado capitán de su tropa, aun sabiendo que allí es donde menos peligro se corre en una situación de retirada. Porque el peligro del que huye está en los talones, y si no que se lo pregunten a Aquiles.<br /><br /> Existen varias maneras de huir: la locura, la creatividad, que es la huida de la imaginación y drogarse o emborracharse. Pero huyen en noche oscura, no como Juan de la Cruz, que busca al amado, sino perseguidos por el odiado.<br /><br /> Terrible la sensación acústica. Su oído estaba educado para la escucha, para captar todos los sonidos e identificar su producción. Todo está en la receptividad. Aplicar el oído a un sonido próximo o lejano, también por uno o pocos segundos. dejarse penetrar por las ondas sonoras, con naturalidad, sin discurrir sobre el hecho, ni sobre sus causas. Ser un mero receptor del ruido, y percibirlo con placer y descanso. Para hacerlo mejor ayuda el cerrar suavemente los ojos.<br /><br /> No analizar ni juzgar, no pensar en la diferencia de sonidos, del ruido de las pisadas a medida que se avanza en la noche, un cambio que se te antoja perceptible y sospechoso, como si cada vez fuese menos la gente que camina. Pero no darle importancia, lo importante es estar plenamente relajado, confiado en el oído y con paciencia para que esos sonidos que van faltando lleguen poco a poco. Normalmente el mundo exterior debe llegar a nosotros sin que tengamos que ponernos tensos para recibirlo.<br /><br /> Había aprendido a dejar entrar en él los sonidos exteriores, sin tratar de protegerse contra ellos; había renunciado a estar a la defensiva y los había aceptado, siendo mero receptor, y había caído en la cuenta de que hay pocos ruidos que le pudieran molestar.<br /><br /> Había aprendido a deglutir, a beber el ruido, el sonido. Así, en su añorada vida cotidiana, recibía turbulento estridor de autos, muebles vecinales, personas vecinas, o el ronquido de algún compañero de alcoba, o el desciframiento de alguien de la banda, esos ruidos eran suave murmullo u ocasión de ejercicio de receptividad y medio de distensión nerviosa o muscular. Trataba de aplicar el remedio en la inmensa negrura de la noche, caminando sin meta ni rumbo.<br /><br /> Pese a esto su sentido del oído, que en él no se limitaba a lo normal, le indicaba que caminaban cuatro personas sólamente, distanciadas unas de otras. Lanzó una llamada y recibió órdenes de callar, por parte de los otros. Amedrentado y preocupado no se fijó bien en lo que tenía delante y dio de bruces con las ramas de un arbusto, que le azotaron en la cara. Repuesto un poco, trajo el acordeón, que colgaba de su espalda, y tocó una melodía para olvidar lo que su oído le decía, como lenitivo consuelo de sus penas y para calmar la angustia de lo nocturno.<br /><br /> Mal y difícilmente se puede explicar un escape en la noche. Describirlo es casi imposible. Cuatro hombres en medio de una llanura, pasado un río, sin un rumbo fijo, es una situación extraña. Los negros son otra cosa, haciendo caso del refrán que dice que de noche los de color son negros.<br /><br /> El sueño, la sed y la fatiga los asediaban, aunque el temor podía paliar los efectos de esas carencias.<br /><br /> Fue al topar con un árbol en su ruta cuando Telesforo sacó la linterna de su estuche. Los demás se le acercaron. Caricato le conminó a pagarla. Podía ser una foco de atracción para su perseguidor. Lo hizo. Decidieron parar un momento, para orientarse y tomar un respiro, sentarse y pensar. Habían olvidado que el enemigo sólo atacaba de día, y tomaron al pie de la letra el poner toda la tierra por medio durante la noche. No se podía ser maximalista a ultranza. Había que ser prácticos y esperar noticias de los suyos. De La Cañon y de El Mitra.<br /><br /> En su preocupación crispada ninguno echó cuenta de los negros. Allí no se les sentía. Tal vez más allá del grupo, en la negritud de la noche. Llamaron y el silencio contestó. Volvieron a hacerlo, y lo mismo. Se les hizo un nudo en a garganta. Saxolfeo tuvo una idea: Entonó un negro spirituals con el acordeón, cantó, y no obtuvo respuesta del coro. Prueba irrefutable de que los negros se habían volatilizado. O que, tal vez, jamás existieron y fueron frutos de sus imaginaciones presas del pánico y del terror, y consecuentemente, de la alucinación desmedida y absoluta. Sabido es que, ante del acoso, el que lo sufre maquina fuerzas y venganzas, imagina defensas. Colectiva creación de negros forzudos, deseos plagiados de películas y novelas de aventuras y mitos africanos, tarzanescos, y de gorilas guardianes, de esclavos protectores de las tiendas de Miramamolín en las llanuras manchegas. De todo ello habría un poco. Creencia en la forzuda superioridad del negro, auspiciada por la mediocridad de la desinformación. Cierto es que con la noche plena, con la oscuridad total, los negros se diluyeron. No se podría decir si por negros o por miedo, que también lo tenían, pues con la amenaza del adversario no valen fuerzas ni músculos, potencias o fortalezas resignadas a la esclavitud y la resistencia a la agresión, decantada históricamente.<br /><br /> Caricato apunta, le alumbra tenue Telesforo, los sucesos en la cuaderno. Pesadilla colectiva había sudo la visión de los negros. Bueno, tal vez desde que los persiguieron los aros que se formaron d las antenas de televisión, hasta topar con aquella encina, alrededor de la que estaban, todo no fue sino despropósito y locura, visión fatal y laberintos del magín. Desde aquel momento el enemigo hizo acto de presencia y actitud de ataque. Porque jamás sufrieron agresión. Sólo su amenaza, de la que lograban escapar. No podían definir los desperfectos ocasionados. Sí, seguro que una de las manifestaciones era la pérdida de la realidad, de esta cochambrosa percepción por los cinco sentidos, la verosimilitud, y caer con todo el equipo en los pringosos y pantanosos terrenos de lo imaginativo, o de lo alegóricoburlesco en este caso. Porque pensar o idear que aros, formados con antenas de televisión persiguen a uno, y que sesenta o setenta negros protegen de un ataque, no deja de ser una penosa burla en los intríngulis del alma de cada cual. Poco creíble.<br /><br /> Y allí estaban, en medio de la noche, en la vigilia de una día inesperado o desesperado, que de todo había en la desazón que les rodeaba. Tras intercambiar puntos de vista, se decidieron a quedarse allí, seguros de que el asunto de los negros se aclararía alguna vez, y que todo lo que se salió de los márgenes de la realidad, de lo que entendían por realidad, había sido treta del hostil, del pugnante. Habría que confiar en que otras veces no les engañara, que no perecieran en sus estratagemas, en su suma maldad. Cerrar los ojos a toda tentación de evasiva y defensa que no se aferrara en sus propios medios y miedos. Ni negros forzudos, ni soldados armados. la huida era la mejor victoria. Ir adelante, siempre adelante, sin más pausa ni medio. Lo plausible.<br /><br /> Rodeados de la noche, el caos, el terror, se debatían entre el seguir y el permanecer. Agusa, como probo padre de familia, recomendó que se concentraran en el deseo de que les llegara comunicación de El Mitra, en la creencia de que todo deseo se convierte en realidad tal opinan los musulmanes. Fue admitido, porque en aquella triste noche toda esperanza era profesada, se le tenía fe.<br /><br /> Su mujer estaría durmiendo a la pata la llana. mientras él sufría, al raso, aquella infernal noctivagancia. Tal vez con algún desconocido en su seno. Porque se desea que ese ser permanezca a su disposición, y si otro lo disputa surgen los celos. Aparte de terror, el enemigo le producía celos. Se rascó la calva.<br /><br /> ¿Qué hacer? Caricato se apartó discretamente y sacó su muñeca hinchable, salvadora. Saxolfeo tocaba tristes melodías y Telesforo meditaba sobre la ética y las buenas costumbres. Sólo Agusa permanecía en la realidad que una y otra vez hemos de sobreponer para no ser víctimas del engaño, de la marrullería, de la falsedad espejeante de las cosas, de la ocultación de nosotros en el mundo que habitamos y que percibimos. Ese afirmarse supone la aceptación, recomposición y fijación de todo: cuatro hombres alrededor de un árbol, de noche, en un lugar desconocido y en franca retirada de una amenaza que pone en peligro sus vidas, como bien se ha mostrado en el día anterior con las alucinaciones, argucias, supercherías y trápalas del enemigo.<br /><br /> Cuando Caricato desplegó a su amada, extendiendo previamente la manta en el duro suelo del campo, procedió a su hinchado, su insuflo de vida, a ese ritual amoroso y maquinal que le orgasmaba. Era todo su amor carnal. Le contó lo mucho que sufría, la angustia que lo embargaba, mientras le besaba todo el cuerpo, desde la punta de los dedos hasta la coronilla. Y volvía. Sus manos se metamorfoseaban en pedipalpos de molusco, miles de caricias, millones corrían y recorrían aquel cuerpo sintético y ondulado. Arrumacos, mimos, lametazos era todo él para la pepona imposible. Sintió sobre su espalda una leve caricia. Cesó en sus juegos. Nadie parecía haberla hacho. Debió de ser una falsa sensación. Volvió a sus besos y floreos. Otra vez; pero no se volvió. Tuvo la sensación sobre la espalda de un suave roce que le fue gustando. Cerró los ojos y no quiso ver si era imaginaria o cierta. Respondió con cariños a su amada. Otra sensación de caricia le recorrió los hombros y el tronco. Una boca se enredó en la suya y él la bebió deseoso. Vorágine amorosa y gineceica envolvió todo su cuerpo, que vio desnudo en brazos de un cuerpo que lo sorbía, todo. Su sexo abierto lo engullía en el mayor de los gozos. Un cosmos erótico absoluto lo que recorría. Nunca sintió tanto con a muñeca. Pero no era ella la acariciadora, la engullidora, no, se trataba de algo vivo y carnoso, sensual y pasional, una espléndida hembra desnuda surgida de la noche y de la nada. Un súcubo tal vez.<br /><br /> La música, ese sonido ordenado y matemático que emana de los llamados instrumentos musicales, bien lo sabía Saxolfeo, es una zona intermedia entre los diferenciado, lo material y la voluntad pura. La atracción de la muerte, según los órficos. El acordeón suena en la noche melancólico y quedo, como si su sonido ritmado y armoniosos se petrificara y formara en el aire colores miles y formas caprichosas, en ese aire de la oscuridad que los rodea a todos. La música toma cuerpo, no los abandona, se adelanta a todo el ámbito, a todo el espacio y recorre y envuelve todo el mundo. Era una noche cerrada, y tanto que ni las estrellas se veían allá a lo lejos, altas como son y están.<br /><br /> Pero ya no era sólo su acordeón el que sonaba. Oía una trompeta cercana y acode con su melodía, y un saxo, un piano entraba y salía del son. Se animó y vitalizó. Dejó de tocar el acordeón y tiró del saxo alegre, que enarboló díscolo, levantándose en lo oscuro y soplando, sacando sonidos armoniosos. De pie, su figura era la de un místico del jazz, la de un iluminado de la música total que llenaba el universo: la secreta armonía de las esferas. Se anula el tiempo mental, que es el único que tenemos a las horas de la verdad, y el espacio salta en pedazos cuando nos envuelve lo musical completo y absoluto, esas caricias que nos llegan al oído por el aire, tomando funciones corporales y la audición la función del tacto que acaricia y es acariciado.<br /><br /> Toda orquesta inmensa vaciándose en la noche. Sonaba en el alma, dentro de Saxolfeo. Sentía lo mismo que la primera vez que tocó en un tugurio con dos o tres músicos mediocres; pero elevado a una enésima potencia, a una nivel altísimo de goce y entusiasmo. No corría el tiempo para él, halló el paraíso aquel instante. Sintió, eso sí, como se le manchaba el pantalón en la zona de la bragueta. No eran orines.<br /><br /> Dejó el saxo y volvió a coger el acordeón para seguir en aquel tema que se cambiaba, que se modificaba como una enorme sinfonía, sin fin y sin un inicio conocido, como la creación del mundo. En algunos momentos se preguntó el origen de la música de acompañamiento, dónde encontrar los maravillosos músicos, pues la radio estaba apagada, y lo comprobó. Tal vez estaba volviéndose loco por la música y en lugar de escuchar palabras, voces dentro de su cabeza, oía melodías y sones. No le importó tan peliaguda cuestión y siguió con el acordeón el compás de un piano que venía de ahí mismo, de es trozo oscuro y aparte de la noche que le rodeaba por todas partes, Era genial. Sí, era una genio. Ni Juan Sebastián Bach lo haría mejor. Por supuesto Wagner era un enano mental a su lado. Ni sabía lo que pensaba. No merecía la pena que se comparase con los grandes maestros. Sería como hacerlo con una catedral frente a una hormiga.<br /><br /> A Agusa, calvo y con aire entre chulo y piobarojiano, lo vino a buscar una señora que portaba un bolso negro colgado del brazo. Entrada en carnes, con poderosas nalgas y caderas, que contoneaba graciosamente, dando que adivinar unas apetitosas curvas en su ya medio lejana juventud, que se encargaba de pronunciar con una rebeca ceñidita y blanca sobre una falda negra apretada. Fondona ya; pero en la edad de los cuarenta y tantos, cuando las mujeres se las saben todas. La cara, un tanto abotargada por las faenas, los niños y el marido, tenía aún una agradable figura, pese a todo, sus ojos eran negros y vivaces todavía. Poderosas ubres terminaban de definir a la naturaleza de la matrona joven. Era su señora. Sentado al pie del árbol, no pudo levantarse. La adivinó y se abrazó a ella como estaba, recostando su cabeza en el regazo. Tiró su bolso al suelo. Oyó su caída. La mujer le acarició el pelo como si fuese un chiquillo que se ha perdido y está recién encontrado. Asomaron lagrimones en la cara de magdalena arrepentida. No tenía motivos para hacerlo. Se levantó y la abrazó rudamente un buen rato. Luego la besó en los labios. Estaba impávida ante estas efusivas muestras de afecto desde hacía años, por el pasmo ante lo maravilloso. ¡Qué milagro puede hacer una separación por un tiempo en una pareja! En su interior, agradeció al adversario de su marido que le persiguiera de cuando en vez, según adivinaba que ocurría, claro que en síntesis provisional.<br /><br /> Le cogió las manos y se separó, tratando de verla, cosa imposible en la oscuridad total; pero las adivinaba perfectamente. Con una mano le acarició una mejilla, le limpió las lágrimas de emoción. Sintió pasos más allá. Eran sus dos hijos y Talita, su hija sordomuda, como se dijo. Les pidió que se acercaran y los abrazó y besó. Talita lloraba y lloraba en silencio.<br /><br /> Cuando se quiso dar cuenta era tarde. Se pasmó de lo que ocurría. No tenía explicación que estuviese su familia allí No era posible. Se rascó la barba y buscó la petaca con el frasco de ron, en el cinto colgada. Lo sacó y dio dos o tres tragos para entonarse en la práctica realidad, que resultaba lo más amado, con sus ojos ojerosos de alcohólico nominado. La praxis de la realidad, desde que nació a aquella fecha en que se encontraba, le decía que no era posible lo que ocurría aquella noche. Pero de nuevo se abrazó a su mujer, que le recordó la bebida, y de nuevo la besó con fruición en los labios carnosos. Permaneció abrazado un buen tiempo y después la soltó, hizo un corro con los tres hijos y, juntamente con su esposa, trató de abarcarlos a todos en un abrazo deseante. ¡Por fin estaba en el hogar!<br /><br /> El peluquero Telesforo entró en trance y expuso sus principios. Pues era un hombre de principios, no ese vicioso de Caricato. El padecimiento que le producían sus principios, o su choque con la cochambrosa vida que le rodeaba, le provocaba insomnios terribles.<br /><br /> La humanidad ha caminado gran trecho desde aquellas remotas edades durante las cuales el hombre vivía de los azares de la caza y no dejaba a sus hijos más herencia que un refugio bajo las peñas, pobres instrumentos de sílex y la naturaleza, contra la que tenían que luchar para seguir su mezquina existencia.<br /><br /> Telesforo se levantó y paseó un espacio de terreno en la noche, continuando su monólogo.<br /><br /> En ese confuso periodo de miles de años, el género humano acumuló inauditos tesoros. Roturó el suelo, desecó los pantanos, hizo trochas en os bosques por los que deambulaban las caravanas de bestias de carga, abrió los caminos, edificó, inventó, observó, pensó, creó instrumentos complicados, arrancó sus secretos a la naturaleza, domó el vapor; tanto que al nacer, el hijo del hombre civilizado encuentra hoy a su servicio un capital inmenso, acumulado por sus antecesores. Y ese capital le permite obtener riquezas que superan a los ensueños de los orientales.<br /><br /> Donde el hombre quiere duplicar, triplicar, centuplicar sus productos, forma el suelo, da a cada planta los cuidados que requiere, y obtiene prodigiosas cosechas. Y mientras que el cazador tenía que apoderarse en otro tiempo de cien kilómetros cuadrados para encontrar allí el alimento de su familia, el hombre civilizado hace crecer con menos fatiga y más seguridad, en una diez milésima parte de es e espacio, todo lo que necesita para que vivan los suyos. Cuando falta sol, el hombre lo reemplaza por el calor artificial, hasta que logre producir también luz que active los vegetales. Con vidrios y tubos conductores de agua caliente, cosecha en un espacio dado diez veces más productos que antes conseguía.<br /><br /> Entonces, ¿qué derecho asiste a nadie para apropiarse la menor partícula de ese inmenso todo y decir: “Esto es mío y no vuestro?” No inclinarse ante ninguna autoridad, por más respetada que sea; no aceptar ningún principio que no haya sido establecido por la razón.<br /><br /> Vagas ideas en el silencio y en lo oscuro. Telesforo cavila en el gozo: Aceptar su realidad era hacer frente a lo inesperado sin que lo destruyera, porque todo hombre que no acepta las condiciones de su vida vende su alma. En eso estaba. En eso estaba, e identificaba su vida entera con la de todos, con la distribución de los bienes por necesidades, la solidaridad. En un atroz tiempo donde el cinismo lo ocupaba todo, desde el trono de los reyes a la cueva del mendigo; el cinismo y la insolidaridad eran las normas corrientes, lo moderno, lo aceptado. En consecuencia había que negarlo rotundamente, rechazar ese atroz cinismo, que es el alma de los estúpidos. Telesforo presentaba una exaltación del amor total contra el orden establecido, y eso lo resumía y era la guía en sus pensamientos desmañados, aparentemente. Todo, en esto, era poco. Amor contra lo establecido era su lema.<br /><br /> Verdaderamente la huida no ha llevado a nadie a ningún sitio, salvo el que cada uno de los huidos encuentra. Estaba claro. Sus ideas no le daban miedo, pues en el momento que las ideas dan miedo estamos en plena decadencia. Estaba en lo más esplendoroso de su pensamiento intrépido, sin inhibiciones ni miedos. Cierto que no le aterraba ni la conclusión de cuando no cuenta uno en el mundo, encuentra un lugar en otro. Pues entendía que es siempre maravilloso hacer cosas nuevas.<br /><br /> Estas y otras divagaciones hacía Telesforo en el sueño oscuro de la noche, con los ojos bien abiertos, pues nada se pierde en el vacío; sólo se cambia, y era la guía que llevaba a universos mentales profundos.<br /><br /> Como el placer puro jamás se gusta, nuestros héroes no disfrutaron mucho en la complacencia, de los sucesos últimos, que llenaban todas sus aspiraciones.<br /><br /> El azafranado velo de la aurora se esparcía por toda la tierra, y el sol, abandonando la hermosa y líquida llanura, se iniciaba en remontar el cielo broncíneo para llevar luz a los mortales que habitan la fértil tierra, y en iluminar lo inmortal y permutable de la materia.<br /><br /> En cuanto apareció el más fino hilo de claridad, todo cesó. Caricato yacía encima de una muñeca hinchable, desnudo y dormido, chupándose un dedo. Saxolfeo, sentado en una piedra, daba dengues con la cabeza, las manos en el acordeón que no sonaba, pues carecía de fuerzas para menearlo. De los tres, sólo Telesforo permanecía con los ojos abiertos, fijos en las primeras señales de luces solares que reverberaban en el horizonte de la negrura que se difuminaba por ensalmo. Se sepa o no, todos tienen una moral, todos tienen una metafísica. Tenía Telesforo una muy sencilla: no hacer a nadie ni bien ni mal. Y desvió la mirada del horizonte, donde se perdía en ese pensamiento, hacia Caricato yacente en brazos del amor, tras una noche orgiástica. Agusa, padre de familia lloraba de emoción hogareña, de desencanto. Ahora comprendía un poco más por qué Lucifer amaba las tinieblas, lo que tienen de magia y de goce, lo que es la negrura y la noche. Por eso en todas las culturas ha tenido adoradores, seguidores, gentes que perdían la cabeza por todo eso.<br /><br /> Cuando tomaron conciencia, bien alto el sol, cuando se organizaron y avergonzaron de todo lo ocurrido en lo oscuro, se dieron cuenta de que los negros habían desaparecido, o se habían ido, habían huido, o, en el peor de los casos, los había exterminado sin dejar rastro, como de costumbre suele hacer. Temblaron ante la última consideración y los cuatro se dispusieron a continuar la retirada tras entrever, el día antes, el peligro, que les seguía, o quizás les tenía rodeados. El estupor y la torpeza hacía mella en ellos.<br /><br /> Recuperar el dinamismo, la energía que da un cuerpo en la tensión de la fuga. Imaginar la tortura que supone caer en sus garras, que eso sea estímulo suficiente para no parar de evadirse, afufarse y pirarse por todo camino expedito, por toda salida y toda trocha, incluso mental, o genital, sino que se lo pregunten a Caricato. Afirmarse en el ser. Tanto da lo de cogito ergo sum como lo coito ergo sum. Lo importante es mantener el tipo, como sea, es la guerra. En tiempos de paz y sosiego lo restauraremos todo.<br /><br /> Hacia el sol, lo importante era caminar hacia el sol, allá a lo lejos, donde les pareció ver un globo que se elevaba en aquel amanecer, como un pequeño febo fugado y apagado. Cuando se está en peligro es fácil olvidarse de ello, si son muchos los días y la tensión. Y lo eran.<br /><br /> Lo más terrible era no tener guía, sólo el sol levantado ya en lontananza. Agusa, angustiado por el temor de olvidar volver a casa, lloraba mientras caminaba.<br /><br /> Iban campo a través, sorteando obstáculos varios. Tuvieron que meterse en un inmenso sembrado de alfalfa. Era de regadío, porque cada cierto trecho hallaban los tubos del riego por aspersión. Pero no veían a nadie. Sospecharon que cerca existiría alguna casa habitada donde podrían comer algo, beber algún sorbo de agua, saber por donde se andaban. Corrían el peligro de que se sospechara de ellos. De que las autoridades demandaran explicaciones de su situación, pese a existir libertad de circulación y vagabundeo. No tenían una pinta muy normal, y eso estaba permitido sólo en apariencia.<br /><br /> La tortura, temer a la tortura y a sus consecuencias era el martilleante de sus mentes. ¿Y quién no teme a la tortura? Sólo los masoquistas, desde que se inventó ese gusto, no la temen. Si no fuese por la tortura no les daría tanto pánico caer en manos de ellos; sino de buenas ganas se les entregarían.<br /><br /> Caricato dedujo que el río no debía de andar lejos, por la razón del regadío. Cuando cruzaron lo sembrado de alfalfa, trataron de localizar el conducto que les indicara por donde llegaba el caudal de agua; pero no dieron con él. No se desmoralizaron, y eso que la sed era mucha. Atravesaron un barbecho y un melonar. Se apoderaron de algunos melones que comieron calmándose en sus perentorias necesidades.<br /><br /> Traspasada una suave loma se les descubrió una hilera de chopos que bordeaban un canal de agua limpia. sin pensárselo bebieron y se lavaron. Al levantar la vista, en la otra parte de la chopera, había unas construcciones, una casa y un cercado blancos, naves. Fueron allá. Al acercarse oyeron ladridos. Eran varios perros de la propiedad campestre. Tomaron un camino que conducía a la vivienda. Llegaron a la entrada, que prohibía el paso a toda persona ajena a la heredad. Fueron tan tozudos, tan deseosos de calor humano y de techo, que hicieron caso omiso, olvidando toda precaución para protegerse de la amenaza que, en todo momento se cernía sobre ellos. A pocos metros de entrar en el cercado recinto de la propiedad privada, apareció la jauría de canes que ladraba y corría hacia ellos. Quedaron desconcertados y paralizados.<br /><br /> Caricato fue el primero en reaccionar. Corrió hacia el canal, tirando de los otros. Pero los perros estaban muy cerca ya. Así que salieron hasta la cancela que cerraba y trataron de candarla. Tiraron de una y otra partes, que se atoraba por el barro en la parte baja. Por fin pudieron moverlas y juntarlas, antes de que el primer perro diese la primera dentellada sobre la mano de Saxolfeo al tirar, desde fuera, del cerrojo. Se habían librado de la jauría.<br /><br /> Al rato apareció, saliendo de la casa, un hombre en camisa blanca y chaleco, con gorra de pana, y que enarbolaba valiente una escopeta de caza, con dos cañones. Venía apresurado hacia ellos y hasta los perros que, tras las verja de entrada, ladraban como condenados, según se suele decir.<br /><br /> A grandes zancadas, con la cara contraída por el enfado, de piel cetrina, el de la escopeta llegó a una prudente distancia y mandó callar los perros, y que se fueran para atrás. Luego se les encaró. También se habían apartado a una distancia de la verja. Que qué hacían allí, nombres, apellidos, procedencias, que les había visto pisando la alfalfa. Todo lo preguntó el de la gorra de pana. Mientras lo hizo no dejaba de apuntarles con la escopeta. Que se habían perdido al caer su coche por un terraplén de la carretera y quedar inservible. Habían caminado hasta allí, en la oscuridad, y que no sabían donde estaban. Tenían hambre, sueño y sed. Que muy bien, dijo; pero no les creía, pues lo lógico sería que hubiesen subido a la carretera y allí podían haber solicitado la ayuda de cualquier automovilista. Era lo más fácil. Que con el aturdimiento no cayeron en la cuenta de hacerlo; pero ahora que lo decía el de la escopeta hubiese sido lo mejor, lo mejor y más seguro para contar con ayuda, y no haber ido a parar allí, ante el cañón de su escopeta y sus perros. Sentían complejos de conejos de caza, o perdices de un coto. Que eso le traía al fresco. Insistieron en que, al menos, les orientase, diciéndoles donde estaban y les pasase algo de pan, con otra pitanza y agua, a fin de no desfallecer de inanición o de flaqueza por la caminata. El de los perros se fue haciéndose menos duro y dándoles a entender que les daría algo de comer y de beber si pasaba dentro de la casa; pero tenían que estar en orden. Que esperaran allí, ya que antes debería recluir a los perros. Bajó el arma, más calmado y solidario, Llamó a los canes que se fueron, mohínos, tras él. Los recluyó en uno de los tinaones que rodeaban el edificio principal. Cerrando la puerta, desde fuera, con maña y eficacia. Sólo quedó libre una graciosa perrilla lanuda, de raza indefinible. Luego vino a la verja y la abrió, haciendo un gesto para que pasaran, muy propio de ciertos campesinos tímidos, para mostrar su ruda amistad. Preguntó si alguno estaba herido y que lo curaría. Que su mujer estaba en casa y que su hijo había ido al pueblo cercano a comprar, pues era día de mercado, algunas cosas que necesitaban, que cuando viniera los acercaría con el coche a la población para que pudieran ayudarles las autoridades.<br /><br /> Al llegar a algunos metros, salió d la casa una señora de pelo grisáceo, de rostro enrojecido por la salud campestre, sonriente y un tanto timorata. Los saludó e invitó a entraran. Miraron al esposo que les hizo un gesto afirmativo con la escopeta que sostenía una de las manos. Así que pasaron al interior de la casa en la mayor y mejor de las confianzas.<br /> <br /> Como era la hora de mediodía, en la que se acostumbraba comer por aquellos pagos, se sentaron todos a la mesa de un salón amplio. Las viandas fueron traídas por el matrimonio, mientras ellos bebían para saciar la sed que tanto les asediaba.<br /><br /> Comidos y bebidos, relataron otra vez sus peripecias a la pareja de campesinos, al calor humano del hogar y de la acogida. Como el hijo tardaba en venir, el de la escopeta se fue a sus tareas con los animales y ella se perdió en sus enredos de labores caseras, dejándolos solos en aquel comedor inmenso, en aquel salón sobre el que pivotaba la vida de la casa toda.<br /><br /> Resultaba que apenas habían dormido por la noche, aunque habían soñado, y cayeron en ese sopor sestero de después de las comidas opíparas. Repantingados todos, bajaron los párpados y se entregaron al sueño, sin más inquietud, en la calma y el sosiego más absoluto. Sólo Caricato se acercó a la mesa y extendió el cuaderno de notas para, con la comodidad que no había tenido a lo largo de los días, anotar y repasar lo escrito hasta entonces y registrar lo ocurrido en el último tiempo.<br /><br /> Inició su repaso de notas por el primer día de la retirada, en donde traba de explicar motivos y medios, sin conseguirlo por lo peliagudo del logro. En este sentido se tiene que recordar que Caricato tendía a malformar o parodiar lo que sus sentidos percibían como el transcurso de los hechos, recurriendo a la imitación de estilos de diversos autores, entre los que no se menospreciaba a los grandes; pero teniéndose especial cuidado del modelo de os modestillos escritores de noveluchas al uso y de diversos géneros, especialmente del futbolero: esas magníficas obrillas que corrían de mano en mano entre los aficionados a ese noble juego y que, entre semanas, llenaban sus donosas cabezotas con el relato veraz de un partido de fútbol. Una auténtica delicia literaria, digna de encomio y de estilo bizarro, sencillo, con un lenguaje llano que Caricato admiraba, parodiándolo, en el que se narraba la peripecia de la última franca retirada de su grupo. Debía hacerlo así para gloria de todos y para que constara en acta. Ni aun en la boca de la muerte se puede renunciar a contarlo. Caricato se entusiasmaba en su cuaderno, escribía y escribía todos los pormenores de lo acaecido, fiel cronista. Una labor tan obsesa, tan delicada y con tanta entrega como cuando insuflaba aire en su muñeca hinchable. El éxtasis a que llegaba con esa ninfa de plástico y el noble arte de la redacción de la peripecia eran uno y lo mismo. No en valde había imaginado al bolígrafo, con el que puntualmente derramaba en hileras de escritura, como un falo que eyacula sobre la límpida y acogedora entrepierna del cuaderno, de par en par abierto, y que la recibía fecundo para dar los hijos del relato, o el relato como hijo, que estaría mejor y más bien dicho. Esta simbología le excitaba tanto que era su disloque y su base, el asiento de su vocación de escriturario de sucesos. Leía el cuaderno con parsimonia, no le interesaba tanto lo que contaba, el contenido de lo sucedido, como el tipo de caligrafía, que aunque siempre la suya, variaba de una a otra vez: tan varia como las diversas formas de hacer el amor. Ora era una escritura pequeña, menuda, saltarina, y juguetona, ora grande y hermosa, grandilocuente y redicha. Pero siempre le encantaba y se podía leer en ella no sólo lo que normalmente se lee en todos los escritos, sino otras cosas que los grafólogos sabían bien. Sus estados de ánimo, sus aspiraciones, sus miedos, sus enfados, sus gozos. Todo era expresado en lo escrito por ese falo que corría por las líneas del blanco papel, polucionando los entresijos de tinta engendradora, que daba vástagos para el futuro, el recuerdo, que daban constancia de él, que afirmaban su continuidad en la historia y en la naturaleza de una forma rotunda. De todo esto deducía que las mujeres no podían dedicarse al arte de la escritura, y la historia demostraba que las que lo habían hecho se habían amachotado o eran estériles en sus realizaciones, como si hicieran el amor con un falo prestado o protésico, un consolador, en fin, para que no se murieran de pena por no tener en sus propios cuerpos lo que hay que tener. Era esta una donosa exposición que apuntaba la teoría del complejo de castración en las damas y señoritas, según han expuesto y exponen los más empingorotados y marisabidillos expertos en el asunto de las sicologías de uno y otro sexo.<br /><br /> Leía y admiraba su obra. Pasaba páginas del cuaderno, mientras sesteaba el resto del cuarteto de fugitivos. La letra de los últimos días era esquinada y sorpresiva, alterada y deforme. No producto de escribir en la ruta, no. Resultaba una premonición de que se cernía sobre ellos lo peor, que estaba cerca, a punto de destruirles si no se espabilaban. Pasó a la parte final y fijó la vista autocomplaciente para retomar el hilo del relato. Sentado en una silla, se reclinó sobre las patas traseras, mientras leía. Su sorpresa fue tan grande que perdió el equilibrio y se cayó, sentado, de espaldas, dando un golpetazo contra el suelo, que no despertó ni alarmó a nadie; pero que le proporcionó un buen testarazo en la coronilla contra las losas de la habitación. Rascándose con el más hondo dolor, mientras guiñaba un ojo, cosa que suelen hacer los que se lesionan de esta manera por medio de un topetazo.<br /><br /> Recuperado del susto y aminorado el dolor, volvió al cuaderno que yacía abierto sobre la mesa. Atento repasó aquella última escritura. Efectivamente: ¡No era su letra! ¡Aquello no había sido escrito por él! Alguien había trazado toda una hoja con una letra bien distinta, y con bolígrafo diferente que hasta el color de la tinta cambiaba. Después del susto, el golpe, la caída, la verificación minuciosa, vinieron los celos, los terribles y furibundos celos de un Caricato burlado en su narración. Volvió a mirar atento aquella página, aquella letra fruto del entendimiento amoroso que lo traicionaba, pasó páginas atrás para ver su huella, su fidelidad absoluta y pura. ¿Quién podría ser? Jamás el cuaderno había pasado a manos de nadie, siempre estuvo con él. Sólo la noche anterior, en lo oscuro, alguno pudo escribir, mientras el folgaba en lo oscuro. Pero si alguien hubiese sido, viene el dilema de explicar si era posible escribir a oscuras, cosa que, según se sabe, es arriesgada e imposible. Cada amor necesita sus técnicas y sus artes, sus condiciones y sus circunstancias e instrumentos.<br /><br /> Sabía que era difícil que alguno de sus colegas lo hubiese hecho. Pasó la mano temerosa por la hoja escrita para palpar el fruto del adulterio. Pero no hay que ser indulgentes, pues la carne es débil y engañarla cualquiera puede. Agusa estaba en cuarentena, y eso, en esposo de costumbres, es duro de roer. Saxolfeo le había dado muestras de su rijosidad con la flauta y el bamboleo cadencioso del acordeón. De ese Telesforo que le recriminaba su amor por ella, por su mujer de plástico, había poco que fiarse. Bien quisiera beneficiársela. Pero procedía ver lo escrito por el adúltero diferente:<br /><br /> “Nuestros caros y desesperados fugitivos:<br /><br />“Ni os extrañéis y arméis la zapatiesta por el recibo de estas tardías notas explicativas de la manera más insólita. Siempre será para vuestro bien y el de nuestra causa.<br /><br /> “Por supuesto que el mero hecho de que podáis leer este escrito hace suponer que estáis bien y con los ojos abiertos, y, pues es así, gozáis de vida, Nos holgamos en ello. Jamás pase por nuestra imaginación que olvidemos vuestro cuidado y dirección.<br /><br /> “Precisamente de guía se trata. Estáis en zona semiprotegida. Lo que no quiere decir que bajéis la guardia y vigilancia, ya que cuando se está en abierta retirada se puede caer en desbandada, que es donde el enemigo se ceba y hace sus víctimas más fáciles y atroces. El descanso en la alerta sólo puede cesar en caso de decidirlo todos, o que las claras circunstancias así lo aconsejen, con tal nitidez que hasta el más lerdo caiga en esa cuenta.<br /><br /> “Mirad: A unos cien kilómetros de donde ahora estáis, existe una pequeña ciudad que es bisagra entre tres comarcas naturales. Se os espera. Al llegar allí no preguntéis nada a nadie, evitad que os pregunten también, comportándoos con naturalidad y normalidad, ojo avizor como un águila. Buscad así u palacete de estilo modernista, y llamad, que se os abrirá, a la puerta principal.<br /><br /> “Para vuestra mejor orientación os diremos que caminéis, como siempre han ido los héroes, en dirección a la salida del sol. Cuando dejéis esta granja, tomaréis un camino que bordea el río. Llegados a un puente, seguiréis la carretera de la derecha el puente está a la izquierda , eludiendo entrar en la población que tendréis cercana. Esa carretera os llevará a la ciudad, desde la que os mandamos esto.<br /><br /> “Por lo demás quede decir que pasados unos minutos esta escritura se borrará del cuaderno sin dejar rastro, volviendo la página a su virginidad primigenia, habiendo concebido, así, inmaculada. Que nada tema en ese sentido Caricato. A su debido tiempo daremos satisfacciones. Pero ya se sabe, en la guerra los hechos son los hechos, incomprensibles, absurdos e ilógicos las más de las veces. En el amor todo está permitido, y en la huida también: incluso escribir en el cuaderno fiel de otro, y con el bolígrafo propio. EL MITRA LA CAÑON”.<br /><br /> Rápido despertó a los otros. Leyeron el texto y se miraron. Salieron fuera y sólo estaba el perrillo que el de la gorra de pana dejó libre. En una especie de garaje vieron un auto. Agusa fue hacia él, y, sentado al volante, hizo señas para que se acercaran. Lo hicieron y, como la llave de contacto estaba puesta, arrancó el coche. Se dirigió a la cancela de salida. Miraron a todas partes y no vieron a nadie. Telesforo bajo para abrir la verja. Cuando estuvieron fuera del recinto, cerró y echó el cerrojo.<br /><br /> Velozmente tomaron el camino que, en efecto, bordeaba el río. Al cuarto de hora se hallaban ante el puente de entrada al pueblo. Alguno se preguntó si tendrían combustible para llegar a cien kilómetros. Agusa prefirió comprobarlo entrando en la población. Pasaron el puente y, al salir de él, a la derecha antes de entrar entre las casa, vieron una gasolinera.<br /><br /> Paró bruscamente antes de acercarse. Podía ser una trampa. En el mensaje se les especificó claramente tomar la carretera de la derecha. Tras planteárselo con el pero de los temores, decidieron aprovisionarse antes que todo. Caricato y Telesforo bajaron del auto y se dirigieron a pie a la gasolinera. Entraron en un bar cercano y pidieron algo de beber y unos bocadillos. Hecho esto, Agusa y Saxolfeo se acercaron con el automóvil. Que se lo llenaran, y así se hizo. Dieron la vuelta, y cuando lo tenían enfilado de nuevo hacia el puente, Caricato y Telesforo subieron a él corriendo, y Agusa aceleró raudo en dirección de aquel palacete en la ciudad a cien kilómetros. Lo que les deparaba aquella ruta era desconocido, pero estaban con una relativa tranquilidad.<br /><br /> No querían llegar de noche. Pero iba a ser casi inevitable por la hora que era. Agusa pisó a fondo el acelerador y el auto cogía una alta velocidad en aquella carretera en buen estado. Menos mal que todo no estaba tan fatal.<br /><br /> Caricato iba triste por lo del cuaderno. Todos lo comprendían y trataban de respetar su dolor. No todos los cornudos tiene que estar contentos.<br /><br /> En el crepúsculo divisaron las luces de algo que parecía una gran población. Llevaban más de la distancia que se les había indicado para llegar. La ciudad estaría en una cota más elevada que por donde discurría todavía la carretera. Como el río quedaba justo a sus espaldas, dedujeron que estaría en uno de los extremos del valle, y que habían cruzado éste de parte a parte.<br /><br /> Comieron los bocadillos y a hacer sus necesidades. Poco tiempo, aunque no tenían prisas, la noche los había cogido de nuevo.<br /><br /> Ya estaban, a los veinte minutos, transitando por una de las grandes y amplias avenidas de aquel sitio, de aquella ciudad que ninguno de ellos conocía. Miraron un plano turístico instalado en una de las calles. No era grande y resultaba bien proporcionada. En la guía de monumentos que acompañaba al plano trataron de encontrar un palacete modernista. Efectivamente, el callejero les señaló uno situado en pleno corazón.<br /><br /> No decididos por el cúmulo de casualidades e inconvenientes fueron allí, preguntando varias veces. Aparcaron el coche, cerca del palacete, y se dirigieron, a pie, a la puerta de entrada.<br /><br /> Era ya hora poco prudente para presentarse en casa de cualquiera. Armados de valor traspasaron la entrada del jardín, subieron la escalinata que les llevó hasta la puerta y llamaron al timbre. Tras una breve espera la puerta se abrió.<br /></div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-18856182894406308952000-03-14T11:00:00.000+01:002009-03-14T22:25:30.694+01:00VI CATARSIS DE LA FUGA ( LABERINTO)<div style="text-align: right;"><span style="color: rgb(0, 0, 102);font-size:85%;" ><span style="font-family:trebuchet ms;">Sólamente lo fugitivo permanece y dura.</span></span><br /><span style="color: rgb(0, 0, 102);font-size:85%;" ><span style="font-family:trebuchet ms;"> QUEVEDO</span></span><br /></div><br /><div style="text-align: justify;">Repetiremos que, a veces, sólo la comparación paralelística da luz a los hechos. Por lo que jamás se abusará de ello lo suficiente cuando se trata de alumbrar este proceso.<br /><br /> No se abusará nunca de recordar al griego perseguido por el persa y todos los raros y abundantes pueblos, desde el Indo hasta Asia Menor. De sus penalidades. Si logró escapar con vida fue por su preclara organización. No así de organizado fue el funcionario al que hostigaba un sastre para el cobro de unos dineros. Su arma fue siempre la astucia y la vigilancia, tan importante como la fe para el israelita en su escapada de Egipto, pese a que la confusión en la creencia lo llevó al laberíntico nomadeo en el peninsular Sinaí. El instinto del jilguero frente al gato es un arma, es un don inapreciable tratándose de mantener el tipo frente al ataque.<br /><br /> De todas esas cualidades conviene estar dotado siempre en la travesía del laberinto, más cuando estamos en fuga. Para recoger las moralejas, las quintaesencias de esos valores del héroe que huye, se harán comparaciones paralelas, ilustraciones de la epopeya (etopeya para otros), prosopopeya para los más sagaces. Todo será así más entendible, más sencillo, más claro, y al mismo tiempo ellos se sentirán mejor, incluso reconfortados, durante la fuga.<br /><br /> Todo lo que tenían claro es que en aquella población estaban de fiestas. Y habían llegado justamente en sus inicios, Tenían suerte. Bien merecían unos días de jolgorio y de francachela, luego d la travesía aérea.<br /><br /> En el entarimado de la plaza había función teatral, promovida por las administraciones provinciales, a fin de llevar cultura y teatro a los alejados pueblos de su territorio. Según rezaban vistosos carteles situados por todos los bares, tiendas y lugares de concurrencia pública. Se representaría una obra del teatro griego, algo con bacantes, ya que eran protagonistas las mujeres, de ahí que se sorprendieran en la plaza ante el espectáculo de hembras encaramadas en un escenario, ligeras de ropas, tanto mayores como jóvenes.<br /><br /> Tras un rato de observación de los ensayos, a los que asistían un nutrido grupo de naturales del lugar, decidieron analizar la situación.<br /><br /> Afanasol expuso su extrañeza ante los hechos: Aunque era de día no habían sido atacados al posarse en tierra, claro que tomaron posiciones y otearon el panorama. Pelandrusco advirtió sobre el grave peligro de que todo aquello no fuese más que engaño hábil para así destruirles a placer. Zarrampla preveía lo peor.<br /><br /> Pero finalmente se impuso el buen juicio de Afanasol: No había peligro, todo estaba bajo control y tenían suerte, pues habían despistado al enemigo, de momento, por el laberinto del destino. Eso sí: habían de estar atentos por el acecho. Tranquilidad, que si no lo había hecho ya, tardaba un día en hacerlo, como mínimo, según todas las experiencias que tenían por la historia. En ese interregno habrían de aprovecharse, como un condenado a muerte, en su última voluntad, de lo que la vida la ofrecía. Y estaban en fiestas.<br /><br /> Se miraron y contemplaron. Sí, aquello era convincente y lo mejor. Zarrampla consideró el peligro del olvido, el mayor peligro de todos los perseguidos, como también se había comprobado científicamente. No había cuidados, se le respondió, en su momento se les avisaría con el tiempo necesario y suficiente como para llegar hasta el globo y elevarse a la salvación de los cielos. No había que tener esa preocupación.<br /><br /> También se consideró que una estancia allí, aparte de beneficiosa para alegrarse y festejar, era una oportunidad para recibir el mensaje que esperaban, el anuncio de la ruta a tomar, la guía de sus destinos. Y El Mitra y La Cañon estarían dispuestos a no desperdiciar la ocasión.<br /><br /> Golimbrón era el más decidido entusiasta a quedarse en el lugar, y que pasara lo que pasase si estaba la panza llena de buenos manjares y mejores bebidas, como allá se prometían.<br /><br /> Discutían estas decisiones en un enorme taberna que también hacía las veces de bodega. En el rincón más resguardado. Bebían un vino blanco de la tierra que, poco a poco, se les subía y los afirmaba, los conformaba con el suave olvido de su amenaza, sus deberes, de su situación. Les purificaba de cierta manera. Les lavaba las caras de las conciencias.<br /><br /> Tomada la decisión de quedarse, decidieron ir a otro local. Pelandrusco fue a pagar. Que allí no se pagaba, le dijo un gordo tuerto y mal encarado que regentaba el local, que estaban en fiestas y en su pueblo los forasteros que, casualmente, llegan, son invitados a todo, y que, por eso mismo, están obligados están obligados a quedarse en el pueblo hasta que las fiestas terminen y hacer uso de las bebidas sin tasa, y de las mujeres que les apeteciesen, y que ellas no resistieran y gustasen.<br /><br /> Sabido es que esta es una antigua costumbre, que todavía conservan algunas poblaciones. Sobre su mantenimiento en la actualidad existen múltiples interpretaciones. Las más se decantan por considerar que acogiendo al forasterío calurosamente y tratándolo con largueza, con siguen efectos esperados en lugares con poco censo de habitantes o que, así, serán visitados durante el año con la consiguiente ruptura de la monotonía, el desconocimiento y todas sus consecuencias. No pocos forasteros que llegaron a esta población en sus fiestas, al ser tratados a cuerpo de rey, decidieron quedarse, y se instalaron. Lo de la oferta de mozas no es raro. Sobran. Por cada hombre hay más de tres mujeres. Y tanta fémina sin alegría de varón no es un estamento estable, como sabe el más perspicaz de los gobernantes. El ofrecimiento de allegarse a ellas no quería decir que todas y cada una estaban asequibles, sino que las más lo eran, sin ascos ni dengues. Costumbre sana para la liberalidad. Fruto de la misma era una de las riquezas del lugar: el elevado índice de natalidad y sus costumbres licenciosas, lo que, en otro orden de consideraciones, era tenido por garantía de salud mental como corporal, ya que las autoridades no sólo consentían esas costumbres en fiestas, sino que las hacían extensas a todo el año.<br /><br /> Así que se fueron a otro lugar donde comer y seguir bebiendo. Cayere quien cayera. A ellos brindar con más vino, el olvido de su maldición, era la vivencia de aquellos momentos. Aquel que más bebiera tendría más felicidad y loor, adornaría con pámpanos su frente y sería cantado por los lugareños como el rey del festín.<br /><br /> Al caer la tarde el panorama no era de otra forma: Alegres los ojos, borrachos los semblantes, con copas de vino en alto brindaban. Rebosados los labios con risas y bebida, que daba fuerza a ese néctar el azahar, divino en aquel estado. Volcanes requemaban sus frentes. Mucha más vida sentían crecer en ellos. Fosfórico el mundo, las cosas, las gentes y el entorno, alrededor giraba, y su sostén retiraba el suelo a sus pies. Ahogando sus recuerdos en el vino feliz.<br /><br /> Pero Afanasol es de ese tipo de personas cuya conciencia no se pierde por lo báquico. Mientras más alcohol, más lucidez, hasta el deslumbramiento. Así que permanecía vigilante absoluto frente a tretas del adversario.<br /><br /> Caminando por las calles dieron con sus cuerpos en un lugar que resultó un entrañable tugurio de borrachos. Los más ancianos. Tenía varias estancias. La entrada la formaban un portalón antiguo que les franqueó a la primera. Un mostrador de madera soportaba vasos de vino que escanciaba una tetuda camarera que reía con ojillos de rata, vista desde la puerta. Todos miraron al entrar y los saludaron efusivos. Pasaron a otra habitación posterior donde había mesas y la concurrencia menor y menos mirona que los de la barra. Se sentaron en sillas alrededor de una de las mesas. Adornaban la amplia y corrida sala malos óleos de algún artista local que intentó representar bellas panorámicas de la población. Pidieron de beber y de manjar unas tapas de lechón, que allá preparaban de primera, y estando a la espera de todo ello se les acercó un hombre con una gorra de pana, de piel cetrina. Vestía una camisa blanca con chaleco. Ya mayor, no llegando a viejo. Sin pedir permiso se sentó a la mesa. Que si eran forasteros. Saltaba a la vista. Que nombres, apellidos, procedencias. Que ese mismo día había recibido a otros forasteros en su casa de campo y le habían robado un automóvil en el que habían huido. Que si los habían visto. Que no. Pero pudiera que tuvieran interés en verlos. Que los forasteros eran cuatro con poco equipaje y que no tenían pintas de mala gente, ni de ladrones, sino de despistados y miedosos más bien. Que se asustaron mucho al ver a los perros y más cuando apareció con una escopeta descargada. Que su mujer le dijo que no confiara en nadie. Les dejaron reposar la comida en el salón y cuando volvieron ya no estaban. Salieron y tampoco estaba el único coche que tenían allí, el otro lo usaba su hijo aquel día. Que dio aviso y denuncia a las autoridades y el auto ha sido encontrado en la capital. Aquellos tipos le parecieron raros y que le gustaría volverlos a ver y encontrarlos. Pero su rareza residía en un posible desperdigamiento mental, en lo que entendía por estar idos, volaos, como ausentes y en huida de algo o de alguien.<br /><br /> Todos se miraron. Volvieron a beber y el de la camisa blanca y el chaleco se fue. Vinieron las tapas de lechón y comieron un poco apesadumbrados por lo que el vejete contó. Sospechaba Afanasol que aquellas gentes en desbandada, que habían llegado al hurto del vehículo, tenían que ver con ellos, y muy directamente. Pero eso sólo lo diría el destino, que estaba escrito ya.<br /><br /> Fue entonces cuando hizo acto de presencia en el local un personaje del lugar, de obligado conocimiento por parte de los visitantes. Había sido un político de pro en el partido que siempre ganaba las elecciones, en el primero de la liga. Llegado a lo más alto en el escalafón de cargo electo, de la noche ala mañana había sido precipitado a lo más bajo: alcalde de aquel pueblo, sin otro aparente motivo que su torpeza, aunque tiene fama de pícaro, mujeriego y dado a parrandas y el jolgorio, pese que lo primero no quita las otras cosas.<br /><br /> Solía, este tipo, hablar del pragmatismo y del realismo de que hacía gala el bando político en el que se inscribía. Lo cual no dejaba de ser cierto por su propia trayectoria y situación actual. Esto dio pie para que Afanasol, entre escanciado de vino y pitanza de tapas en abundancia, expusiera sus temores y reservas, tener cuidado con aquellos apicarados triunfadores con el voto ajeno que esgrimen tenazmente la palabra realismo. Generalmente con ello se refieren, cínicos siempre y convencidos, a que quieren imponer su pesadilla del mundo, no ya su desenfoque de aprehensiones, a zarpazos, de lo que llaman mundo. Los realistas, los que dicen: “Pero, señores, hay que ser realistas”, no son tales. Con esa expresión se refieren a su peor sueño, que sueñan despiertos, como los enajenados.<br /><br /> Pocos atendieron a esas consideraciones reales de Afanasol, tan atareados como estaban en beber y alimentarse. Además no era ni el lugar ni el momento para todo eso. Lo malo fue que el político local, alcalde, pese a su estupidez y torpeza, se picó de la indirecta de Afanasol e inició una serie de ataques de soslayo. Primeramente les vertió una de las botellas que estaban sobre la mesa; pero, aunque todos se percataron de la malicia, quiso dar a entender que fue sin intención. Luego, y a otra mesa aparte, se sentó con unos recién llegados que le apoyaban en sus devaneos. Se reían y miraban a Afanasol, haciendo ostentosos y claros comentarios de su apariencia.<br /><br /> Llegó un momento en el que hubo que irse, no ya por las provocaciones del preboste, sino porque el vino de aquel local lo habían probado demasiado y convenía airearse y darse una vuelta por la calle, frecuentar otro de los muchos locales.<br /><br /> Al avanzar Pelandrusco unos pasos en la rúa, se le acercó una joven que le pidió fuego. Como no tenía lo requirió de Zarrampla, que le encendió el pitillo. Chupó con ahuecamiento de los mofletes. Se llamaba Montse y que si podía acompañarlos a donde fueran. después de mirarse y recordar lo permitido a los forasteros en aquel sitio, le dijeron que no les importaba.<br /><br /> Anduvieron calle abajo hasta que se desviaron por otra calleja, que desembocaba en algún sitio. Cuando se quisieron dar cuenta, la mujer, la tal Montse, les había marcado el rumbo a sus pasos. No le dieron importancia, incluso les agradó ese imprevisto. Afanasol estaba filosófico sobre todo.<br /><br /> Llegaron ante una puerta. Desde un balcón, otra mujer vestida de rojo, les saludó con alegría. Le respondieron con no menos risas y voces alcohólicas. Sólo Zarrampla se permitió apostrofar algo que presumía que aquello pudiera ser una encerrona. Golimbrón le dio una palmada en la espalda.<br /><br /> Entraron en el portal y fueron subiendo una escalera estrecha, muy usada. Olía de forma extrañamente peculiar en aquella casa. Peculiar a su mucho uso y por varia gente. Todas las casa huelen a su manera, la de la familia o gente que la habita. Pero cuando una casa es muy visitada, hay mucho trasiego humano, y acaba oliendo de una forma especial, anulado su propio olor para oliscar a gente, porque ese es el nombre con el que se definiría este olor: vaho de gente, impersonal y poco agradable. Encabezaba el grupo que subía la escalera y los demás la seguían. El último, Afanasol, podía verle las piernas, hermosas, sin lugar a dudas, bajo las faldas y desde la posición inferior en el orden de los escalones. Afanasol había desconsiderado siempre al sexo y era raro que una mujer le llamase la atención.<br /><br /> Llamó a la puerta de arriba. Abrió otra mujer madura; pero no tanto como para dejar de adivinar cierta juventud. Amablemente los fue haciendo pasar a una sala en la que estaban otras dos, una morena y otra rubia. Se fueron presentando y tomando asientos en unos sofás y sillones que se situaban arrimados a las paredes, mientras que en medio había una mesa redonda. Estaban haciendo diversos trabajos de ganchillo y faenas de labores con ropas: tejiendo diversas prendas con agujas, cosiendo un botón, y demás faenas parecidas. Pero las dejaron al aparecer la compañía. Instalados todos, sonrientes y como a la espera, hizo de nuevo su aparición Montse, que al entrar en la casa se dirigió a otro sitio, y les pidió que le dijesen que iban a tomar de beber. Tenía de todo lo imaginable. Desearon licores más fuertes que el vino o la cerveza. Enumerarlos no procede.<br /><br /> Charlaron de cuestiones varias y reían. Golimbrón inició unos escarceos con la rubia que volvían a los demás ávidos de los cuerpos de aquellas hembras. Afanasol en sus intervenciones habladas no dejaba de filosofar y ponerse transcendente, incluso arremetió con consideraciones teológicas del más alto ringorrango. Todo hasta que la matrona madura le pasó el brazo por la nuca y lo atrajo, besándolo donde más quería: la boca para que callase.<br /><br /> Se trataba de una sala propia de una casa mediana de aquella población, muy común en el resto de la zona. Con su televisor en lugar principal, sus cuadros comprados a saldo, un tapiz con caballos corriendo en una de las paredes. En un rincón se situaba una mesa con todo lo que trabajaban de labores de costura y tejido a mano. También revistas y un aparato reproductor de música. Afanasol dejó de morrearse con la matrona y corrió a poner en uso el casete. Sonaron unos acordes y cantó una tonadillera de moda. Los gustos de la casa que hablaban de amores difíciles y nada convencionales. Cada persona tiene sus apetencias en esto de la música. Pero cuando acabó la cinta que sonaba, alguien puso otro tipo de música, y Afanasol se levantó e invitó al baile a Montse, que lo hizo afable y presurosa. El contoneo caldeaba el ambiente y la borrachera aminoraba en todos, ya que la risa abundaba y la relajación también.<br /><br /> Todo el tiempo que allí se estuvo se bebió sin tasa. Las bebidas las servía la matrona, que era la jefa de la casa a todas luces. Llegó un momento en que alguien sintió hambre. Una de las chicas se levantó y todas fueron saliendo, dejándolos solos en la sala. El estado de los cuatro resultaba lamentable, cosa que no impidió que se distribuyeran a las mujeres, según gustos y apetencias. Afanasol se emparejaría con la matronajefe y Montse con Zarrampla, la morena con Golimbrón, por sus carnes, y la rubita de pelo corto con Pelandrusco. Entonces se abrió la puerta y apareció Cachita, la morena, con una inmensa olla tapada y con una amplia sonrisa satisfecha de mujer a la que le gusta el apetitoso yantar. Yani, la rubia de pelo corto, se apresuró a poner sobre la mesa lo necesario para que el calor de la olla no hiciese efecto sobre la superficie. Entraron la matrona Rosa y Montse. Expectantes por lo que contenía aquel humeante, aun tapado, recipiente orondo, tomó la palabra Rosa:<br />Sé que está prohibido. Sé que no se deben comer. Pero por esas dos cosas y porque todos mis muertos lo han hecho, lo debemos hacer. Son pajaritos guisados, están para chuparse los dedos –y destapó la olla que inundó el ambiente etílico de un gratísimo olor a guiso paradisíaco. Se fueron asomando al contenido y cogiendo con las manos, por las alitas o por las patas, ora por el cortado cuello, las carnecillas jugosas de los pajarillos guisados.<br /><br /> En efecto, era la gloria y se rechupaban las falanges. Se suponía que aquella pitanza tendría sus dotes afrodisíacas, por lo menos saciaba el apetito por la exquisitez y quedaban las ganas, de comer volátiles, colmadas.<br /><br /> Como es natural no le dio buena espina a Afanasol que, precisamente a ellos, les sirvieran pájaros para comer, ya que habían venido por los aires. Ironía del destino, pensó. También tuvo tiempo, entre los dengues de la bebida en su pensamiento, para reflexionar sobre viajes y gastronomía lugareña o rústica, en su caso. Pero no conviene reproducir aquí el profundo significado de todo, porque no develaría nada de esta huida, e incluso podría entorpecer su desarrollo por desvariar innecesariamente la historia, y se podría llegar a pensar que se quiere despistar, como el que huye de una persecución.<br /><br />Entre la charla y risas, entre anécdotas de sus vidas y otras fruslerías de la conversación, fueron dando fin al guiso de las pequeñas aves. También se escanció un buen vino blanco, propio para el manjar. Era una olla grande y repleta, así que Rosa tuvo que ir a la cocina a por platos, que distribuyó para que mojaran con más comodidad en la salsa, poca y gustosa que se fue quedando sola en el fondo. También trajo pan abundante. A todos pareció esta operación la que más dio placer al gusto, la más acabada manera de completarlo.<br /><br />Repatingados en los sillones y hartos de comer, fueron servidos, por las atentas mujeres, con café con leche.<br /><br /> A todo esto hay que decir que se había hecho de noche fuera, porque dentro se vivía en una situación intemporal para todas las parejas. Fue entonces cuando Montse salió al balcón y se dio cuenta, haciéndolo conocer al resto de los presentes, que mostraron su asombro de distintas maneras. El único que no pareció sorprenderse fue Afanasol, ya que dominaba todo en su responsabilidad del grupo. Golimbrón y Cachita no estaban. Habían salido a refocilar un poco, excitados por la comida y la bebida. Entonces, luego de anunciar que la noche había llegado y decir la hora, Montse propuso salir a seguir la fiesta completa y en la calle. Tras opiniones diversas se acordó ir a la sala de baile o a la discoteca de aquella población, aunque Afanasol opinaba sobre retirarse ya a dormir.<br />-Pues quedaos vosotros –por Rosa y Afanasol, dijo Montse.<br />-No, lo pienso mejor y nos vamos; pero no hasta muy tarde, ¿vale?<br />-Ya veremos.<br /><br /> Porque Afanasol no quería ni debía separarse de los suyos, salvo circunstancias especiales, como la vigilancia del globo que se encargó a Baruch. ¡Pobre! ¡Si los viera entre mujeres y en orgía desenfrenada! ¡Le daba algo!<br /><br /> Bajaron otra vez las escaleras. Fue curiosa la sensación, pues se les había olvidado que existían. Una vez en la calle, propusieron ir en coche, ellas. En uno montaron Montse y Zarrampla, Golimbrón y Rosa. En otro el resto. No es que se hubiesen desparejado con respecto al acuerdo que tomaron, sino que para el corto viaje daba lo mismo a quien se lleva al lado.<br /><br /> Llegaron al lugar. Entraron al estrepitoso recinto y danzaron durante horas todo tipo de bailes. Acabado, salieron y tomaron el camino andando hasta la casa, Era ya una alta hora de la madrugada.<br /><br />Por el trayecto Yani intentaba convencer a Pelandrusco de que, aunque no podía formalizar un noviazgo con él por su oficio (el de ella), le proponía que fuera su amigo, para salir a pasear, a bailar. Una especie de novio. Él no vivía allí, estaba de paso, de viaje a alguna parte y que se cansaba de tratar y estar durante mucho tiempo a la misma mujer, y con esto no quería ofenderla; pero tampoco era culpable de que la naturaleza le hubiese dotado de aquella inquietud. Además se veía feo e individualista, cosas que no cuadran muy bien con una pareja. Aunque estaba encantado por ser su novio, amigo y amante, o lo que ella desease, por aquella loca noche. Encantada de oírlo tan sincero, ya que sólo escuchaba groserías de la clientela. Le recordó que si se avenía a ser su acompañante tendría fornicación gratis y cuanta deseara y los cuerpos aguantaran. Volvió Pelandrusco con sus razones y, acordándose de Baruch, se lo recomendó, que ya lo conocería; pero también viajaba.<br /><br />Entre estas llegaron a la casa. Volvieron a subir las escaleras y se retiraron a las habitaciones correspondientes.<br /><br /> Todos estaban muy bebidos y cansados. No obstante, cada cual acarició cuerpos y se dejó arrullar por la cópula desmadradamente, haciendo el amor con la parsimonia y el desvelo del que está al borde de la muerte. La expresión hacer el amor es deleznable, se sabe, es de imitación de poca consistencia; pero se dice, en su sentido chabacano, de joder, fornicar, trincar, follar, mojar, chingar y otros verbos que provocarían escándalo en algunos ojos que miren a estos héroes que yacen en brazos de mujeres en noche de concubinato. Los héroes, se está demostrando a lo largo de esta peripecia, tienen sus necesidades. Y no es que se defienda que la fornicación y su placer sea una necesidad de los cuerpos, como interesada y mendazmente proclaman algunos papanatas; pero sí es un solaz del espíritu, que ha de profundizarse con hembra o macho placenteros y no con concubinas o chulos de pueblo, de acuerdo; sólo así se llegará a conocer un poco lo que es el sexo y no en crápulas y desperdigamiento de hombre en hombre y de mujer en mujer, tal como suelen practicar algunos y algunas. Terminan por no saber ni conocer nada ante tantas diferentes formas, costumbres, caricias y regurgitaciones de placeres distintos y distantes. Las diferencias de varones y hembras con los que se yace no llevan a una idea de unidad, sino a un desperdigamiento, un desmenuzamiento peligroso de las conciencias, una cosificación llamada donjuanismo o ninfomanía. El conocimiento requiere atención y tiempo. Tanto una postura como la otra no son sino desatención y vorágine, fruto de alguna animadversión patológica, como queda mostrado en todos los casos donde esos comportamientos se han vivido.<br /><br /> De un vuelo en globo nuestros héroes han ido a parar a un vuelo por el sexo, por los cuerpos de mujer. Como hombres habían marchado de lo descabellado de volar en un globo, a la realidad de las vulvas. Pero tampoco hemos de ponernos así por lo de hacer el amor, ya que a los tres escalafones del ser humano –carne, alma, espíritu corresponden tres manifestaciones del amor. Desde el rigurosamente animal e instintivo –como el de esta noche hasta el amor espiritual, fenómeno peculiar de los hombres y de los héroes. Pero esos amores no aparecen en recintos herméticos, ni son estáticos, ni definidos, pues todo lo que se refiere a la vida es fugitivo, dinámico y contradictorio. De tal manera que es fácil ver y tocar matices sexuales en el más alto amor espiritual de los místicos, como inesperados tonos espirituales en el amor físico, como los que sentía y vivía Afanasol con aquella mujer madura, con Rosa, que de belleza esplendorosa en su juventud, ofertaba todavía pétalos hermosos a sus cuarenta y pico años, que su mejor y fugaz amante de aquel tiempo (por Afanasol) desfloraba ávido.<br /><br />Cierto que había que tener en cuenta aquellas consideraciones de que en la prostitución se puede alcanzar el sexo al estado puro y, en consecuentemente, el último grado de la desesperación de los que huyen del enemigo. Los prostíbulos son siempre tristes. Cuando termina la cópula delante de nuestros héroes machos está la nada, de ahí que no pierdan el rumbo de seguir huyendo.<br /><br />Estaban en garras de lo femenino, de la noche, el caos, la inconsciencia y el cuerpo, la curva, lo blando, la vida el misterio, la contradicción, indefinición, gusto, tacto. Y ellos necesitaban estar pronto, si querían seguir sobreviviendo para huir, en el día, el orden, la consciencia, la razón, el espíritu, la recta de la fuga, la dureza del camino, la eternidad, la lógica la definición, el oído, y la vista pronta ante el acecho del que los persigue.<br /><br />Pensando todo esto, Afanasol, abrazado a su amante, no podía dormir. Tan sólo se dejó llevar por ese estado somnoliente en el que se cae cuando no se concilia sueño profundo. Cúmulo de pensamientos vertiginosos en su mente. Ya se sabe, son los que no dejan dormir, como ruido de catarata enorme y alta. El sueño es una aventura siniestra de todas las noches.<br /><br />En aquella postura, acostado en la penumbra de la habitación con aquella mujer, después de haber copulado placenteramente, entre sus pensamientos pasó la rápida idea mítica del sueño de Adán, durante el cual fue creada Eva. Evidentemente no había ninguna relación metafórica con su situación; pero le estremeció pensarlo, como si su sensibilidad escarbase un terrible misterio que se hunde en los más profundos abismos de la mente humana y primitiva. Como si un misógino interpretara el nacimiento de la mujer de un mal sueño del hombre, la encarnación de una pesadilla de ese sueño profundo en el que cayó preso cierta vez un hombre llamado el primero: Adán.<br /><br /> Las horas iban lentas y en un reloj del pueblo las oía, en sus momentos, anunciarse a campanazos.<br /><br />Cuando faltaba poco para que las luces del día aparecieran en todo el ámbito, en ese momento en el que la noche parece más total, Afanasol no pudo aguantar más en la cama y, desprendiéndose del dulce abrazo de Rosa, que dormía, se levantó, impulsado además por la necesidad de orinar.<br /><br /> Al pasillo salió. Todas las puertas de las habitaciones estaban cerradas. No dio iluminación ya que le bastaba la tenue claridad que llegaba de la luz indirecta que estaba encendida en la habitación de donde salió. El cuarto de baño estaba al fondo; justo la puerta de enfrente. Llegó, descalzo, y con sigilo la empujó y lo iluminó, Iba desnudo. Se acercó a la taza y dirigió la meada. Siempre suele ocurrírsele una idea genial cuando mea, hecho que sucede con la gente de pueblo, generalmente. Tardó un buen rato. Se miró al espejo sus pelos revueltos y su cara trasnochada. Le entraron ganas de afeitarse. Durante un buen espacio de tiempo estuvo en un nirvana, perdido ante la imagen del gran espejo que tenía allí. No pensó en casi nada. Se sentó en la taza del retrete. Paseó la vista por todo aquel cuarto. Un armario, atiborrado de potingues y pinturas de mujer delataba quienes habitaban la casa. Intentó encontrar, con la vista, algo para afeitarse; pero no vio nada, salvo unas pequeñas tijeras curvas. Abrió cajones y nada. Entonces sintió en las piernas unas gotas. Era su miembro que soltaba los restos de la micción. Le molestó. Cogió un buen pedazo de papel higiénico, tras sacudir suficiente en la taza, y cuando lo intentó aplicar para secar bien, se dio cuanta que estaba escrito, así:<br /><br />“Nuestros caros y desesperados fugitivos:<br /><br />“Ni os extrañéis, ni arméis la zapatiesta por el recibo de estas tardías notas explicativas de la manera más insólita. Siempre será para vuestro bien y el de nuestra causa.<br /> <br />“Por supuesto que el mero hacho de que podáis leer este escrito hace suponer que estáis bien y con los ojos abiertos, y, pues es así, gozáis de vida. Nos holgamos en ello. Jamás pase por vuestra imaginación que olvidemos vuestro cuidado y guía.<br /><br />“Precisamente de guía se trata. Estáis en una zona semiprotegida, de ahí que no os atacaran ayer cuando estabais en tierra y no en vuelo como debisteis. Lo que no quiere decir que bajéis la guardia y vigilancia, ya que cuando se está en la catarsis de la fuga se puede caer en laberíntica desbandada, en los placeres de la vida, que es donde el enemigo se ceba y hace sus víctimas más fáciles y atroces. El descanso en la alerta sólo puede cesar en caso de decidirlo todos, o que las claras circunstancias así lo aconsejen, con tal nitidez que aun el más lerdo caiga en esa cuenta.<br /><br />“Mirad: a poco menos de unos cien kilómetros de donde estáis, existe una pequeña ciudad que es una especie de bisagra entre tres comarcas naturales. Se os espera. Al llegar allí no preguntéis nada a nadie, evitad que os pregunten también, comportándoos con normalidad y naturalidad, ojo avizor como un águila. Buscad desde los cielos un palacete de estilo modernista en el centro de esa ciudad, aterrizad al anochecer y sin luces en su patio más grande, y llamad, que se os abrirá, a una puerta que da al lugar.<br /><br />“Para vuestra mejor orientación dirigid el globo en sentido este, unos cien kilómetros, después un poco al sur y avistaréis el sitio.<br /><br />“Por lo demás queda decir que en cuanto pasen unos minutos esta escritura se borrará sin dejar rastro, y este papel irá a su destino. A su debido tiempo daremos satisfacciones. Pero, ya se sabe, en la guerra los hechos son los hechos.. Incomprensibles, absurdos e ilógicos las más de las veces. En el amor todo está permitido, y en la huida también: incluso escribir en este papel para otros usos menos dignos. EL MITRA – LA CAÑON”.<br /><br /> Aplicó el papel contra el miembro y lo arrojó a la taza, jalando de la cadena. Llamó a la primera puerta, insistiendo en las otras. Fue a su habitación y se vistió todo lo raudo que pudo. Salió de nuevo al pasillo y Pelandrusco preguntaba. Zarrampla y Golimbrón estaban asustados. Les contó, breve, lo leído. Se vistieron todos y bajaron las escaleras. Ellas parecían como muertas, en unos sueños profundos. Pero a los héroes ni cansancio ni el himeneo les quita el miedo que les profundiza los tuétanos. Al salir se veía ya el alborear del día. En un momento extrañamente peligroso para que se ataque por sorpresa.<br /><br /> Apresurados, pero sin hacer ruido, con el mayor de los sigilos ya que en ello les iba la vida. Llegaron a la plaza donde se hacía el teatro. Tomaron una de las calles por la que creían que iban en dirección más recta al globo. En medio unos borrachos les llamaron desde atrás, desde la plaza. Que donde iban, que estaban invitados, que tenían que quedarse. Y se dirigieron a ellos dando trompicones de beodos. Corrieron y fue peor. Aquellos hombres dieron voces y cuando salían del pueblo un grupo numeroso corría tras ellos. Iban algunas mujeres.<br /><br /> Afanasol pidió calma y energía para correr. Para frenar a los perseguidores. La mayoría maltrechos por la bebida y la farra, ideó que dos les tirasen piedras, mientras otros dos avanzaban y tomaban posiciones. A su vez estos tirarían piedras mientras los dos tiradores primeros irían más allá. Así, cubriéndose, pararían a los asediadores hasta llegar al globo.<br /><br />Pero ninguno veía al artefacto volador por ningún sitio. Pasaron algunos instantes de desasosiego y angustia hasta que unos ladridos hicieron mirar a Zarrampla en una dirección y, ¡allí asomó el aparato! Corrieron con el método de pareja que corre, pareja que tira piedras como cobertura. Lo avistaron y a Baruch dando saltos y voces. Cuando estaban cerca también arrojó cantos a los pueblerinos que los corrían. La perra ladraba con fiereza.<br /><br /> Subieron al globo mientras el animal mantenía a raya al grupo de habitantes del pueblo que los querían tener en sus fiestas. Cuando se elevaba, la perra, de un gran salto, se zampuzó en la canastilla. Estaban salvados. Todas las gentes elevaron la cabeza con asombro, e insultaban a los héroes que huían. El sol estaba ya rotundo casi en el este, y allá hizo Afanasol dirigirse al globo.<br /><br /> Una sorpresa, aparte del enfado supino de Baruch, fue que, mientras todos habían estado fuera, la perra parió tres cachorros.<br /><br /> Desde lo alto veían toda la estructura de aquella festiva población. Y allá, más allá de la gasolinera, por la carretera que llevaba al puente sobre el río, el enemigo entraba. Una vez más se habían salvado por los pelos.<br /><br />Calmados y en vuelo, tomaron un respiro y explicaron a Baruch todo lo que les había sucedido, sin mencionar lo de las mujeres, que al ser lo más importante, hubo que suprimir con sucesos de la más burda imaginación, cosa que Baruch sospechó con cierto dolor y desconfianza. Comieron algo de lo que llevaban en la barquilla y Afanasol explicó todas las instrucciones que le habían sido dadas en el retrete.<br /><br />Volaban alto y abajo se veía el río. Sí, estaba orientado en la dirección donde iban.<br /> <br />Todo esto último ocurrió tan rápido que se agotaron. Baruch montaría guardia mientras dormían.<br /><br />Llevaba como media hora con al vista perdida en el horizonte, divagando sobre lo que habían hecho sus compañeros, cuando vio una inmensa superficie azuladoverdosa muy lejos. Era el mar. Sí, seguro que se trataba del mar. Pero no estaba muy cierto porque no había visto el mar en su vida. Tenía una vaga idea. Desde luego el río acababa en aquello inmenso que avistaba desde el aparato. Despertó a Afanasol que oteó el amplio panorama. Miró con sus catalejos parsimoniosamente, dando más altura al globo. Era, con seguridad, una gran superficie de agua; pero parecía muy encerrada. Como iban en esa dirección ya saldrían de dudas. Si resultaba el mar, lo vería , Baruch, desde una posición nada corriente para contemplarlo por primera vez.<br /><br />Al rato sobrevolaban aquellas aguas. Afanasol daba altura para hacerse mejor idea de la geografía. Entonces fue cuando pudieron apreciar que se trataba de un lago en el que desembocaban varios ríos y, allá, en su parte suroeste existía una hilera de agua, como si de un canal se tratara.<br /><br />Entre el sueño y todo lo demás, Afanasol olvidó que lo máximo hacia el este que debía llegar era unos cien kilómetros. Los habían rebasado ya sobradamente.<br /><br />Tras maniobras y búsquedas de corrientes que favoreciesen el rumbo, se tomó el sur. Y, para corregir un poco el error, declinaron al oeste, con lo que la ruta sobrevolaba lo que les había parecido un canal que conducía aguas del lago. Por mera curiosidad. Afanasol maniobró para ver si lo era. Efectivamente, se trataba de una construcción que conducía el agua. Por mera y razonable deducción lógica pensó que les llevaría a la ciudad. Decidió volar muy bajo y siguiendo el recorrido de aquel conducto.<br /><br />Se podría decir que todo lo que estaba bajo sus pies era un inmenso mapa que coincidía con el territorio, en este caso.<br /><br />Atrás quedaba, para Baruch, la visión lejana de aquel grandioso lago que soñó el mar, que una vez más había escapado a su vista. Pero aquello era una esperanza, un anuncio, y más valía así, que verlo de sopetón. Todos los grandes gozos requieran ser tomados dosificados, pensaba, y el ver el mar, la visión del mar, siempre le había parecido, o lo había creído, un inmenso gozo, un placer sin límites. El mar era, para Baruch, un completo desconocido. Mediador entre lo que no tiene forma, el aire en el que volaban y lo que tiene forma y es concreto, la tierra, entre la vida y la muerte. Era para él, el mar, fuente de vida y muerte. Tenía el extraño presentimiento de que, cuando viera el mar, moriría. Para él, ver el mar significaba volver al mar, el volverlo a ver, aunque realmente fuera verlo por vez primera.<br /><br /> Allá a lo lejos se veía ya la ciudad. El canal conducía exactamente. Fueron ganando su visión, poco a poco, ya que al volar muy bajo la velocidad era menor.<br /><br />Afanasol trató de parar el aparato a unos tres kilómetros de la ciudad. Entonces le dio altura y lo situó justamente encima, todo para tratar de cerciorarse del lugar donde debían posarse llegado el anochecer.<br /><br /> Todos se levantaron. Golimbrón soñoliento y Zarrampla con pocas ganas. Miraron fuera y contemplaron bajo sus pies el panorama esplendoroso y grato de las calles de la ciudad. Se extendía como una maqueta debajo de ellos; pero inaprensible.<br /><br />Salvo los aledaños de casas y manzanas de edificios que se desperdigaban por arrabales y barrios de núcleos de la ciudad, había una parte central, original y antigua, que tenía forma circular, más bien almendrada. Dos calles cruzaban ese recinto, que por su anchura resaltaban de las demás. Quedaba, así, dividida en cuatro partes, que a su vez eran serpenteadas por una inmensidad de calles, plazas y callejuelas. Las manzanas de edificios, vistos desde lo alto, tenían todas las formas geométricas: cuadrados, rectangulares, triangulares, trapezoidales, etc. Una de estas cuatro partes tenía canales de agua y barquitas pequeñas (desde arriba) iban de un sitio a otro. El conducto que venía del lago, al este, alimentaba este sistema de canales callejeros, esa era la explicación de su existencia.<br /><br />Edificios grandiosos y elevados junto a otros pequeños y achaparrados.<br /><br />Afanasol bajó la altura del artefacto para conocer, o intentar encontrar, el edificio o el palacete modernista que se les había indicado. Estaría por el centro de la ciudad. Porque no era grande como ya se ha dicho, esta población; pero que no viene de más recordar. Se supone que con la escueta y puntual definición que se les había dado era difícil encontrarlo; pero, si era ostentoso y el único, no tendrían problema.<br /><br />El aparato descendió casi a ras de las altas torres. Miraron por el corazón de la trama urbana. Allí estaba el palacete. En el cuadrante suroeste del plano imaginario que habían compuesto idealmente desde lo más alto.<br /><br />El palacete estaba situado en una de las esquinas que formaban el centro mismo de la ciudad. Tenía una negra y alta verja que rodeaba un antejardín. Un edificio alto, de color rosado y ocre, de cinco plantas y de una esmerada construcción del gusto modernista. Lo rodeaba, por la parte de atrás, un inmenso patio, dividido en dos partes. A una de ellas daba una sóla puerta. Era allí donde deberían posarse.<br /><br /> Ante la cercanía del aparato, los ciudadanos se apelotonaban en las calles cercanas al edificio que sobrevolaban. Estaba la tarde avanzada y Afanasol decidió desaparecer para no levantar ninguna alarma entre las gentes. Se elevó el globo en dirección al sol poniente. Se alejaron unos kilómetros y esperaron a que oscureciera un poco más.<br /><br /> En ese tiempo comieron algo para restablecerse un poco y se situaron nuevamente encima de la ciudad. Zarrampla intentó ver algo en aquel local con los catalejos. Golimbrón no cesó de hacerle fotografías. Tanto de la perpectiva aérea, como cuando se acercaron, con el sofisticado equipo que llevaba. Realmente lo estaba gozando. Su bigote se erizó dos veces. Y ya sabía que aquello anunciaba un peligro. Pero lo atribuyó a los nervios por refugiarse, al fin, en aquel lugar, y dejar de volar por campos, huyendo siempre. Lo dijo a Zarrampla que planteó la posibilidad de que el mensaje de El Mitra y La Cañon fuese falso y todo no fuese más que una trampa mortal para ellos. Afanasol tuvo que inyectarle un tranquilizante ante las apocalípticas consideraciones sobre la perdición de sus vidas y de sus almas y espíritus. Baruch era el más animado del grupo. Sobre la ciudad aprovechaba para otear, con su poderoso catalejos, a mujeres por las calles, deseoso de todas. Una vez instalado en aquel sitio, en un lugar a recaudo del enemigo, todas las hembras serían para él. Zarrampla aceleró sus dudas y miedos ante la extraña alegría de Baruch, ya que se sospechaba que en otra época había sido un vil colaborador. También Pelandrusco manifestó con miradas e interjecciones, toses y carraspeos que no le gustaba la actitud de aquel dandy.<br /><br /> Afanasol impuso calma. Era la hora. Se situó en la vertical del enorme patio. El tiempo tranquilo y el aire sereno colaboraron para que el aterrizaje fuese perfecto y en el lugar que creían preciso. Poco a poco fueron descendiendo hasta posarse. Una vez en el suelo saltaron de la barquilla, sujetando con cuerdas el aparato. Cuando estuvieron seguros de su afianzamiento, fueron todos al único portal que existía, en efecto, en aquel patio. Tenía una aldaba de hierro. Afanasol golpeó con energía. Esperaron un rato, oyeron unos pasos y la puerta se abrió.<br /></div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-62269019543669777752000-03-14T10:00:00.000+01:002009-03-14T22:25:56.681+01:00VII EN EL SÉPTIMO CIELO (PASO DEL PONTO EUXINO)<div style="text-align: right; color: rgb(0, 0, 102);font-family:trebuchet ms;"><span style="font-size:85%;">Desmentir las alarmas acudiendo<br />al combate y ser feliz con lo que<br />el enemigo maquina.<br />ALMUTANABBI<br /></span></div><br /><br /><div style="text-align: justify;">Las cigüeñas no mienten. Y su vuelo va seguro a poblado. Además Nerdo recuerda su símbolo, que es el del viajero. Sobre todo del que se mueve por la fuerza invencible del destino y de la rotación de los astros que determina el clima. Algo contra lo que no se puede luchar, todo lo más huir y conservar la vida en ese trayecto de fuga.<br /><br /> Todo camino a alguna parte se hace por etapas. Cada una lleva su número. Habiendo una etapa final. Nerdo llamaba a esa terminal, a la de llegada, el séptimo cielo, ya que el espacio tiene siete direcciones: dos contrarias por cada dimensión, más el centro. La proyección de este orden espacial de seis elementos dinámicos y uno estático coincide con los días de la semana y con las notas musicales o con los colores del arcoiris, por ejemplo, amén de los pecados capitales. Geométricamente se representa el siete con a unión de un triángulo y un cuadrado. Muchas veces se había simbolizado por un cuadrado a sí mismo, y a una amada, que dejó atrás, la representaba por el triángulo. La superposición por la cópula daba, es evidente, el séptimo cielo también.<br /><br /> Nerdo había reducido a símbolos a sus compañeros. Camarga era al línea recta, Salivilla un círculo, Mondraga una línea quebrada y Fárica un trapecio. Nada debe extrañar.<br /><br /> Lo del cielo prefería no pensarlo mucho. Pero sabía que tenía que cruzar lo que llamaba, en un sentido metafórico, el Ponto Euxino, como otros podrían llamarle Mar Rojo. Daba igual, pues ambos significaban un paso decisivo en la huida de un perseguidor que pretende destruir. Tal vez históricamente el paso del Ponto Euxino coincidió con el cruce del Mar rojo. Pero para pasar ambos era necesario encontrar agua, un gran contenido de agua, o bien un inmenso río, un lago o un mar. Ya que el tránsito de las aguas significa la salvación, una vez concluido. Pero nada loe hacía sospechar la existencia de agua salvadora. Ni la vegetación cambiaba, ni el aire era distinto. Instalados en aquel lugar al que llegaron por a noche, trataban de reponerse primeramente, para luego proyectar la ruta. El líquido salvador era necesario que apareciera.<br /><br />El poblado pequeño. Tenía un solo bar o tasca. Les había atendido un señor tuerto y les indicó la casa vieja para que pasaran la noche. Las bestias podían meterlas en un corralón grande que estaba en la parte trasera. En un alto de la vivienda había paja y les vendía cebada. Agua, del pozo.<br /><br /> Cuando instalaron a los animales, fueron al local del tuerto a cenar algo más decente y preparado que lo habitual.<br /><br /> Había poca gente. Un grupo de hombres mayores jugaba a las cartas en un rincón de la sala y otros discutían arrimados al mostrador. Al entrar callaron y los miraron. El tuerto los miró con melosa sonrisa y agasajo servil de ventero inexperto. Que pasaran a una habitación de dentro y que su mujer había preparado la comida. Guiso de garbanzos y bacalao.<br /><br /> Pasaron y se sentaron a la mesa. Hablaban poco. Sólo lo necesario y de rutina en una situación así. Cuando se les sirvió el plato del pescado, Nerdo tuvo el interés de saber de dónde lo habían cogido. Que del lago o del río, les dijo la mujer del tuerto. Y que no lo habían cogido sino comprado al hermano de El Tinta, un pescador, y que se dedicaba además al transbordo, en armadía, por el lago. Que eso era cerca del pueblo, allí mismo.<br /><br /> Inmediatamente Camarga miró a Salivilla que desplegó un mapa. Efectivamente, el poblado era ribereño a un lago, en su parte sur, y cercano a un río en su parte oeste, y que en esa dirección deberían seguir y sortear los dos obstáculos.<br /><br /> El tuerto les trajo al hermano de El Tinta, el transbordador. Podía pasarlos hasta la otra parte del lago, la oeste; pero deberían hacer noche en una isla que estaba a mitad de camino. Allí tenía cobertizos suficientes para las caballerías y que no había cuidado. Como suele pasar en estos casos pidió demasiado dinero, que a Camarga no importó, dando la mitad en adelanto. Que iría su hermano, El Tinta, para ayudarle a guiar la balsa y en las demás faenas. Les daba lo mismo. Querían cruzar el lago. Necesitaban adelantar su viaje, y bordeándolo, según vio Salivilla en los mapas, era mucho más el recorrido y el tiempo que precisaba. Se trataba de incendiar etapas.<br /><br />A Camarga le pareció discreto el hermano de El Tinta; pero ambicioso, ya que cobró como cinco veces más lo que hubiese costado el servicio. Época de ansia de dinero, época terrible. Sólo los miserables desean tanto dinero. Todo en este tipo de sociedades impulsa al egoísmo, y todo lo que no sea productivo de inmediato conduce a un encogimiento de hombros. El dinero es la más grande de la mentiras. Camarga eleva su pensamiento de trajinero disfrazado al fino y radical intelectual que dicen que es. Es la mentira por excelencia que avala un Estado y sus medradores, lo que detentan la riqueza, para su uso exclusivo y en propiedad, dejando las migajas para el gran resto. Pero el dinero también es el miedo: un necio triunfalismo necio y absurdo, un emblemático engaño permanente, un recóndito deseo insatisfecho y un colectivo complejo de inferioridad. El dinero da valor al débil mental, a los débiles mentales que imponen sus caprichosos deseos a la gran mayoría, que son sus esclavos, y no hay peor enemigo de la libertad que el ilota contento con un juguete. Porque el dinero se consolida y fortalece no tanto por el despotismo de los tiranos sino por la cobardía y el miedo de los sometidos. Creer en el dinero es la prueba más patente del miedo a la libertad que corroe Camarga coita a esta sociedad. Más que miedo a la libertad, existe pánico, terror, susto, temor, pavor. Espanto. Pero no se ve, está bien escondido ese estado real. Si se les quitara el dinero, que es la cobertura de lo que tapa y oculta. Desaparecido el dinero, esa gran mentira, y los privilegios y falsas seguridades que tapa a tanto cochambroso, aparecerían las gentes como son y lo que son: pobretes desvalidos que lo único que tenían era capital. Sus consideraciones son intemporales y Camarga piensa en algo grato, lo prefiere.<br /><br /> En las utopías, para variar, y en sus preferida, esa Nueva Atlántida que leyó de joven. Porque la utopía más preclara es la utopía científica que entiende la ciencia como el bienestar total de todas las personas. Para ello es deseable una comunidad de hombres buenos e inteligentes, ambos términos significan lo mismo, para erigirse en directores de ese fin, o de ese estado. Necesita pensar esto como consuelo o refugio de la maldición del practicismo cotidiano. Pero es el practicismo del zampabollos, de llenar la andorga, de trepar por encima de los demás. El auténtico conocimiento es el que nos da beneficios que mejoran las condiciones materiales de nuestra vida y la de los otros. El dinero, mera especulación. Mera imagen especulante en el espejo de la mentira, igual que una puta, útil para el placer; pero infructuosa. Hombre religioso, entiende que si alguna vez hubo pecado original, su superación será obra de la técnica, la ciencia práctica, la que usa de la naturaleza sin esquilmarla y la utiliza en beneficio de la humanidad, es tanto como la caridad total. Pero esto lo impide el Dinero.<br /><br /> Ensimismado, había dejado guiarse a donde se quedaban. El dueño del bar les había dado linternas parar alumbrarse e instalarse para el sueño. Unas cuantas camas viejas, la mitad sin colchones. En ellas se echaron.<br /><br /> Poco a poco la oscuridad se fue compenetrando con un silencio totales. No sabía nadar. No saber nadar y caerse al agua debe ser como estar siempre en una noche negra y callada como aquella. Fárica no había tenido oportunidad de soltarse en la natación, ni aun de la más elemental. Intuía que los demás tampoco tenían mucha idea y menos práctica de esa habilidad. Puede que Salivilla supiera, por eso de saber leer y escribir, manejar los mapas; porque también sabía marcar la derrota de barcos, según había oído alguna vez. Se enteró que la mayoría de los buenos marinos no nadan. Y le costaba mucho dormirse con ese pensamiento de que pudiera caerse al agua en el trayecto del día siguiente. Pero todo lo que acontece como no deseable tiene solución. Se ataría a la balsa por la cintura, y corto. Esta sencilla decisión fue suficiente para que al rato se durmiera.<br /><br /> Encendió la luz. Miraba un mapa, asaltado por la duda nocturna que era conveniente despejar. Efectivamente, el enorme lago tenía forma de formidable corazón. Fue consultando otros mapas, con detalles, sobre el recorrido. Calculaba que en dos días cruzarían sin la menor dificultad. No podía dejar de reconocerle que en todo el camino no hubiesen aparecido indicaciones de la ruta idónea que deberían seguir. Iban guiados por corazonadas más que por conocimiento del camino. Ya sabía que lo importante era no ser atrapados, resistir en la huida, en este mal trago hasta ver la luz en la oscuridad, ese faro que les guiara a puerto seguro, y nunca mejor traída esa frase hecha que en una víspera de navegación.<br /><br /> Mondraga angustiado. Siempre anda angustiado; pero lo disimula. Una trampa, puede ser una trampa para ahogarlos en las aguas que desconocían. Si tenía que morir prefería hacerlo en tierra firme y no en un líquido, aunque fuese vino. Era héroe terrestre y jamás pensó en los argonautas como modelos ni en los mancos de las miles de batallas gloriosas que vieron los siglos y verán los venideros, y menos acuáticas. También solía lavarse poco, y más en los últimos tiempos, ya que todo andariego que se precie tiene que oler a sudor y a gañán de camino. En qué aventura andaba metido, simple descargador de muelle. La amenaza le vino cuando recibía un saco al hombro. Le vio, dándole tiempo justo a montar en aquella mula, tirarse al campo, hasta que encontró a Camarga. Le contó todo. No era muy comprensible para él, aunque pasaba de ser un listillo entre los compañeros de faenas. Aquello –o esto lo superaba. Pero ahora se trataba de descansar y de dormir lo mejor posible. Ni el momento ni el lugar se prestaban a andar adivinando el misterio. Pensaba mejor durante el día. La noche le traía recuerdos del cansancio por el trabajo hecho descargando camiones, o cargándolos, que para todo estaba en su oficio. Pretender vivir una vida vulgar, de currante simple y acabar siendo un héroe que tiene simpares aventuras. Su paradoja.<br /><br /> Nerdo no duerme. Tenemos en él al héroe luchador con toda su teoría de símbolos y representaciones contra la mentira y la hipocresía. Un símbolo es algo muy distinto a todo eso, aunque algunos pretendan llamar mentirosos e hipócritas a los simbolistas. Los que tan hacen son unos molleras hueca, infrahombres que no llegaron al dominio de lo representado, a ese alto nivel de las conciencias más despiertas. Lo máximo que debe asombrar de este tipo –Nerdo es que en la soledad y, a menudo, desamparado, rodeado de circunstancias adversas y aun mortales, pueda triunfar, como es su caso. Es maravilloso que pueda, tras luchas y angustias sin cuento, convencer, despertar a los demás y asociarlos a su plan de fuga, a su intento, no conocido todavía, de paso del Ponto Euxino. Es admirable, en grado extremo, que Nerdo y su grupo, pocos siempre en comparación a su poderosos enemigo, puedan escapar siempre, imponiéndose en un mundo donde los más se refugian en la mentira, defendiéndola a sangre y fuego. Aquí se ve la valentía de los héroes. El héroe es valiente porque tiene fe en su idea de la huida, de paso de las aguas salvadoras; la evidencia de esa idea le comunica una fuerza sobrehumana; es el verdadero fuerte, porque tiene la fortaleza, esa verdadera virtud del alma, que es cuadrada. Los otros, ese adversario, son, en realidad, los débiles, porque nada les sostiene en su vida interior, porque su mentira es vacío y nulidad; y no dispone más que de la fuerza, en último término, de la suprema debilidad, flaqueza de as flaquezas. Se rodean de baluartes amenazantes porque saben que el héroe no tiene miedo. Todo eso lleva de ventaja.<br /><br /> Pero hay que andarse con cuidado. Ese Mondraga no le ofrece confianza, aunque huya de lo mismo, porque, tal vez, probará a corromperle, a ver si puede hacer uno de los suyos. Porque, aunque es espabilado, las seducciones del enemigo acerca de que hay que vivir y sacar del mundo lo que se pueda, machacar con aquello de que el que no se meta a redentor, aunque sea de uno mismo, pierde el tiempo. Son tentadoras consideraciones para alguien con menos escrúpulos y compromisos con lo que importa a los símbolos. La figura del traidor le asediaba. Por eso Mondraga era una línea quebrada, siniestra, no guiada por la rectitud y lo vertical hacia los cielos. Habría que estar en guardia ante el paso de las aguas.<br /><br />La noche total les sobrevoló, sumergiéndolos en sus sueños. Alrededor del poblado se cernía la amenaza, la opresión que los ahuyentaba. Todo era silencio y oscuro. Pero es durante la noche cuando se fraguan las desgracias y el enemigo más feroz maquina la destrucción. La noche es la madre del día si se considera que viene tras ella. Madre también de la muerte porque ambas son de igual naturaleza, según cuentan sabios hombres de diversas culturas. Madre del sueño porque el sueño es hermano de la muerte y acoge a los héroes por la noche, de la burla, el lamento, la venganza, la madre de la vejez y la discordia porque son sombrías y funestas como las horas nocturnas. También es madre del engaño y de la cópula, que se practican durante la noche. A lo largo de las noches los cuerpos cambian y se regeneran para la huida. Peligrosa y necesaria, hay que sortearla en esa contradicción absoluta e irrenunciable. Todo lo grandioso es paradójico, y, sobre todas las cosas, los fenómenos de la naturaleza. Y ese cambio absoluto de la luz solar y su falta es el más inmenso de ello: vivificador y destructor a una tiempo y su viceversa. No es extraño que el sol sea un muerto viviente todas las mañanas. En la de este día ya se anunciaba con un nebuloso y lejano clarear en la parte opuesta del lago. Después irrumpió alegre con la luz.<br /><br /> Un tipo moreno y con los pelos negros y ensortijados era El Tinta, opuesto a la definición de su hermano. Por la conversación que mantenían, mientras preparaban el embarque, en la balsa, se observó que era extrovertido y hablador. Aparecieron otros rasgos: gran aficionado a la fornicación y a la caza, aunque debía de aplicarse más al arte de la pesca para ganar el sustento. Durante parte de su vida, que no pasaba de los cuarenta años, se había dedicado a la venta ambulante con una furgoneta. Desde el principio dio a entender que no se creía que eran arrieros; pero no le importaba mucho lo que hacían, ni que pretendían queriendo atravesar las aguas.<br /><br />Camarga decidió, ya que la armadía no era demasiado grande ni tan fuerte, dejar parte de las bestias en aquel poblado. Se las entregaron al tuerto del bar, que las aceptó gustoso.<br /><br /> La balsa estaba construida con grandes tablones de buena madera. Era rectangular y segura. Alrededor llevaba una baranda sólidamente sujeta, para evitar que mediante un descuido pudiera alguien caer al agua.<br /><br />Embarcaron en una especie de muelle rudimentario, en donde atracaban también otras barcazas y barquichuelas. Desde allí se podía ver la desembocadura del río, uno de los dos que alimentaban el lago, y enfrente la enorme superficie de agua tranquila y brevemente rutilante por pequeñas olas, que por la mañana tenía un cándido e infantil misterio. El Tinta aseguró sobre la tranquilidad del trayecto ya que resultaba raro un oleaje bravo en aquel sitio, nunca se había conocido.<br /><br /> Aparte de unos grandes remos sujetos a la baranda, contaba la armadía con un motor fuera borda que se usaría según la necesidad del momento. Desde luego la lentitud estaba asegurada en esa travesía. Pero el hermano de EL Tinta prometió dejarlos al anochecer en la isla, para continuar al día siguiente hasta arribar al otro lado del lago.<br /><br />Con la luz del día Camarga tuvo la impresión de ver más claro. No le parecía acertado aislarse y con una sóla vía de escape: la balsa. Un gran riesgo el que corrían si en enemigo decidía hacer un ataque. Pero eran héroes y no había nada que temer. Consultó a los demás que plantearon los mismos temores. Donde estaba el cuerpo estaría el peligro, pensaron todos tras elucubraciones simbolistas de Nerdo, las insatisfacciones de Mondraga, las simplezas de Fárica.<br /><br /> Tras un frugal desayuno en el bar y la despedida del tuerto y la gorda de su mujer, ladrados por algunos perrillos del lugar, montaron en la balsa que les cruzaría al otro lado del Ponto, al que Nerdo prefería llamar Euxino. De esta manera arribarían al séptimo cielo, aunque a Mondraga lo mismo le daba que fuese el séptimo que el doceavo. Lo importante era que fuese cielo, o parte. Si tal fuera no habría a que sujetarse.<br /><br />No escapó a la consideración de nuestro héroe de lo simbólico que la armadía fuese rectangular. Eso daba firmeza al viaje, que, como una puerta, se abría a lo inesperado. Estaba en lo cierto.<br /><br />Pero la idea que simboliza el Ponto Euxino la tenían todos en sus sentimientos y deseos, la de pensar que aquella superficie de agua era el Ponto Euxino, lo que quería decir que al otro lado estaba la feliz salvación, la patria verdadera de los héroes tras las peripecias de días aciagos y penalidades sin número, sufrimientos, luchas, escapes, huidas y todo lo que rodea a esos significados.<br /><br />La superficie de las aguas dan calma si están tersas, si están quietas. Bañan los espíritus de esa tranquilidad tirante que tienen. Lo mecen.<br /><br /> Todos prestos al viaje, encomendándose a los más favorables dioses y deseándose lo mejor, la balsa se adentró en el lago. En las aguas estaba echada la suerte.<br /><br /> Poco a poco, y con el motor puesto, se fueron alejando del pequeño muelle. Sólo los perrillos del poblado miraban partir a los fugitivos que representaban ser fugitivos.<br /><br />Al verse rodeado de agua en aquella construcción de madera, que le daba la impresión de inestable, Fárica sintió un inicial miedo que trató de disimular. Camarga, que lo miró, se dio cuenta y se le cercó, poniéndole la mano en el hombro y tratando de tranquilizarle y le recordó la heroicidad de lo ya pasado. Los otros trataron de hacer lo mismo. Enterado El Tinta de los temores de Fárica en medio del agua y siendo respondido que era porque no sabía nadar, rió y vino a decir que tampoco tenía idea de cómo mantenerse a flote, con su sólo cuerpo, en aquellas aguas. A Fárica le extrañó tanto que lo atribuyó a un raro intento de darle ánimos. Que no pretendía eso. Más era lo que, respecto de ese asunto, le quería decir: su hermano tampoco, y en el pueblo que ya se había alejado lo suficiente como para entreverlo sólo, no conocía a nadie que supiera nadar, a excepción del tuerto del bar. Precisamente el saber nadar no le había sido beneficioso. Llegó a la edad de veintitantos años al poblado, de fuera. Enamoró a la hija del anterior dueño del bar y se casó con ella, sucediendo en las faenas al suegro. Un día de verano se zambulló en las aguas del lago, tirándose de cabeza. No se supo explicar. El hecho es que al salir tenía sangre en un ojo, le manaba en abundancia, máxime con la escandalera del agua, que la abundaba. Llevado a un médico resultó que se lo había vaciado. Y quedó tuerto, como lo conocieron.<br /><br /> Esta historia calmó un poco a Fárica en su fobia al agua, y le distrajo con la gracia retrechera que El Tinta tuvo para narrar la historia, que hizo con todo cúmulo de detalles y chascarrillos, virtud que suelen tener algunas gentes de pueblo, de las que van quedando pocas. Incluso asomó la sonrisa a la cara de Fárica, cuando los demás rieron con las cosas de El Tinta.<br /><br />Entre otras cosas, entre miedos a no saber nadar, anécdotas de tuertos casados de braguetazo con la hija de un dueño del bar, no se dieron cuenta que se habían alejado lo suficiente como para perder el pueblo, el muelle y los perrillos ladradores, de sus vistas. Todo era agua ya, y deslizamiento sobre ella, y mirarla mucho como a una novia recién, que tranquilizaba el espíritu de todos, sosegaba.<br /><br />Era ya mediodía y estaba alto el sol. El vacío absoluto de la superficie, más unánime que nunca. Todos se habían sentado en el suelo de la armadía y estaban en silencio. Sólo El Tinta y su hermano gobernaban el rumbo de la embarcación. Fue entonces cuando Salivilla, levantándose, les preguntó como se guiaban. EL Tinta le señaló una brújula situada cerca de su puesto, en la baranda. Pero que de tanto hacer aquella travesía durante todo el año, la sabían ya de memoria, y pocas veces se habían desviado de la ruta. Tal tenían educada su costumbre y tino.<br /><br /> Comieron algo, pasado un tiempo, y el hermano de El Tinta aseguró que llegarían a buena hora a la isla. Como habían previsto todo, dieron un pienso de cebada a los animales que llevaban, que no se habían asustado cuando se hicieron al agua. Fue entonces cuando Fárica cayó en la cuenta de que las mulas, por naturaleza, sabían nadar, como todas las bestias de carga, y que en caso de que lo necesitara, montaría en una. Nadie pensó en aquella posibilidad; pero era la solución a ese miedo, un seguridad ante él. Con este descubrimiento, la cara del fugitivo Fárica, que parecía arriero, cambió de color y de semblante.<br /><br />Acabada la comida, volvieron a sus puestos de silencio y reflexión, mirando el panorama tan desierto. Fue entonces cuando Camarga vio lejana una inmensa mole, sin forma precisa, como una gran pelota negra y brillante que flotaba en el lago. Extrañó este fenómeno. Sobre todo a los mejores y únicos conocedores de las tranquilas aguas, El Tinta y su hermano. Miraban el suceso sorprendidos. Camarga temía lo peor, pues nada sabían de las argucias y triquiñuelas del enemigo en el agua. No se conocía un grupo que hubiese emprendido la huida por los mares, ríos o lagos. Pero como responsable de aquellos fugitivos disfrazados de arrieros, se cuidó mucho de transmitir esos temores. Pero también les recorrió un pánico por el espinazo abajo, hasta sus partes nobles, y se les agazapó detrás de la cabeza. Pararon la balsa El Tinta y su hermano. Aquello les recordaba cierta creencia sobre un extraño animal habitante del lago. Ya se sabe, es la costumbre común. Creer en los monstruos de lagos.<br /><br /> Parados, miraban el extraño fenómeno que parecía moverse hacia la parte opuesta a donde iban. Se oía un raro sonido, como el de un enorme motor en funcionamiento forzado, dando la sensación de ser muy usado o tener una avería bastante seria. Poco a poco la mole semiesférica se alejó del alcance de sus vistas.<br /><br />Inmediatamente se puso en marcha la armadía, redoblando la velocidad. Ya deberían llevar recorrida las dos terceras partes del viaje a la isla. Deseando estaban de llegar.<br /><br /> Como Mondraga era un mal pensado, dio en columbrar que aquella extraña cosa negra y redonda, aparecida, y que, aparentemente, iba en dirección contraria a la isla, realmente daba un rodea para esperarles en la isla. Vamos, como los lobos, que dan rodeos para mejor sorprender a sus víctimas.<br /><br /> Fárica fue el primero en verla flotar. Una rama que tranquilamente se dejaba llevar por alguna de la suaves corrientes del lago. Avisó a los demás que fueron a la parte donde mejor se veía. Estaba verde, por las hojas. Se acercó poco a poco, como viniendo al encuentro de la embarcación. Camarga la recogió con una de las varas que se usaban para arrear a las bestias. Procedía de la isla, casi seguro, afirmó el hermano de El Tinta. Eso indicaba que, de un momento a otro, aparecería en el horizonte la deseada tierra rodeada de aguas.<br /><br /> La verdad es que nunca había estado en una isla. Debía de ser una extraña sensación la de habitarla. Siempre había imaginado que se hundiría el día menos pensado. Incluso podría decir que era un sueño que se había repetido muchas veces en su vida. Salivilla, gran aficionado al arte geógrafo, nunca había pisado una isla, entendida en su sentido estricto. Era un geógrafo aficionado de tipo teórico, y no había sentido la inquietud de la geografía práctica. Pero ahora sus pies pisarían una isla, después de tanto tiempo como había viajado hasta allí. Como no hizo en lo que llevaba de vida. Un viaje de huida, claro; pero, al fin y al cabo, un viaje.<br /><br /> El Tinta anunció la aparición en medio del lago. Camarga sacó los catalejos y oteó sin lograr ver nada ni a nadie. Estaba deshabitada casi siempre, según apostilló el hermano de El Tinta. A todos plació esta circunstancia, ya que mientras menos gentes les vieran en aquellos parajes, mejor, y sabían un tópico aquella expresión y deseo de unos fugitivos.<br /><br /> Se acercaron poco a poco hasta atracar en una especie de rudimentario muelle, que los gobernantes de la balsa debían de conocer muy bien por la forma de sortear unos escollos que se oponían a que llegasen en línea recta. Atracaron, y el hermano de El Tinta bajó para amarrar la embarcación. Luego puso el pie en tierra el resto del grupo, menos Mondraga y Fárica que desataron las mulas para que estiraran las patas un poco, y, de paso, mordisquearan la pobre vegetación que había. Más que isla era islote, la verdad sea dicha. Cuando todos estaban en tierra, El Tinta indicó una camino hacia unas chozas en las que pasarían el sueño nocturno.<br /><br />No hacía frío en aquella estación; pero siempre apetece de noche una fogata, además viene muy bien para alumbrar el entorno en que se acampa. Lo propio hicieron y se prepararon la cena. Fue casual que poco después de llegar, el sol se ocultara. Les dio tiempo para organizarse. Eran cuatro cobertizos hechos con materiales traídos de fuera del islote. Según contaron los hermanos, allí pasaban temporadas veraniegas algunas gentes de la ciudad; pero que desde hacía unos años nadie aparecía por allá.<br /><br /> Se podía hundir. Sí. Cuando estuviesen en el mejor de los sueños. Se quitó del pensamiento la fobia y consultó los mapas. Como ya había verificado, la isla no estaba registrada. Así que hizo un dibujo pequeñito y circular y puso el nombre de la isla debajo, con un bolígrafo negro y su clara letra escolar. Se acostó el último, cuando los otros llevaban más de una hora en lo óptimo de los sueños, pensó. Antes alimentó profusamente la fogata. Se fue a uno de los cobertizos o chozas. Una isla puede ser el perfecto refugio del amenazador asalto de mar del enemigo, de sus olas implacables, refugio del náufrago con quien claramente se identificaba ahora. Pero, en medio de las aguas, una isla es un claro lugar de aislamiento (valga anacoluto), de soledad y de muerte. Tembló y se echó el capote, cubriéndose, casi, la cabeza. La muerte es una isla. Algunas veces había pensado que las personas son como islas que navegan. Fue una imagen que cultivó en su juventud, en los poemas que escribía. Un encuentro amoroso era arribar un náufrago a una isla. Porque las personas también puede ser náufragos, claro, en su mundo poético particular. Pero prefería atribuir la imagen de la isla a la mujer, en este caso de la clave amorosa, y la del náufrago al hombre. También compaginaba o recordaba con salvadora teoría que atribuye la pasividad a lo femenino y la actividad, aunque fuese la angustiosa actividad de un naufragado a la deriva, a lo masculino.<br /><br /> Camarga tampoco durmió aislado. Era emocionante como para tener el insomnio que sufría gustoso. Lo peor sería al día siguiente. Trataría de echar un sueñecito en la balsa, mientras alcanzaban la otra orilla. Islas hay en el tiempo en las que vivir querría. Cualquiera época pasada de su vida. Ni la cruel situación irracional de huir sin orden ni concierto, al buen tuntún, a la buena de Dios o del demonio, tirados por los caminos del mundo y sin un lugar de fin para su peregrinación. Volviendo a las islas, recordó la creencia de que junto a una isla que se llamaría bienaventurada o de gozo y descanso, se suponía la existencia de otra isla maldita, en la que se producen apariciones infernales, encantamientos, tormentas y peligros. Seguramente que el polo opuesto a aquel lugar tranquilo, en medio de aquellas aguas, era la inmensa mole negra que habían visto durante el día. Pero la isla bienaventurada es confundida con el paraíso terrenal. En muchas culturas el viaje a una isla es el viaje al edén. Sin embargo su peregrinación, en huida, es todo menos eso, distinta de la búsqueda del lugar paradisíaco, sino de un exilio para salvar el pellejo y recobrarse, cuando la amenaza desapareciera, tratar de organizar la vida allí donde se les indicara que estaba la subsistencia asegurada. El Mitra y La Cañon no daban señales, no les enviaban mensajes. Creyó que El Tinta sería uno de ellos, un fugado más; pero se equivocó, pues era inconcebible que a estas alturas no se hubiese dado a conocer. De todas formas mañana saldrían de dudas. Si continuaba con ellos es que estaba en la misma historia, sino desaparecería, dedicándose, posiblemente, a la venta ambulante, a la pesca o al trasiego de gentes y mercancías por aquel extraño lago. De todas maneras El Tinta resultaba un tipo escurridizo y de fiar, a pesar de lo primero. No había preguntado indiscreciones como otros hubiesen hecho en su lugar. El hermano aparecía como un apéndice de El Tinta, como un fámulo mudo y servicial. No en vano eran gemelos. Ya se sabe que en ese tipo de parejas uno manda y el otro obedece gustoso, cuando están juntos. Era inevitable. Según había oído comentar, a pocos kilómetros había una ciudad. Podría conseguir allí algún libro ya que hacía tiempo que no leía. Y se encontraba extraño, raro, como perdiéndose en otra persona que lo suplantaba, perdía su identidad, si no encontraba algo en que abismarse leyendo para encontrarse. No le importan lo que fuera. Con tal que no le diesen, o se hiciese, de un tratado de matemáticas. En gran parte su mentalidad se había configurado con la lectura y en la lectura. Y desde esa ubicación veía el mundo y se reconocía a sí mismo en el mundo. Ver algo o alguien era referirse a un libro. Por supuesto que literatura en su más amplio abanico: desde filosofía hasta historia, pasando por novelas y teatro. Le daba igual. Cuando salió corriendo precipitadamente de su casa releía el Anábasis, de Jenofonte, y tuvo que tirarlo para poder ser más ágil en su carrera de huida. Niel libro que tenía entre sus manos pudo llevar para el camino. Tal como la muerte, que lo arrebata todo. Le dolía la cadera. Más le reconcomía en su interior la cojera cómica que contrajo en esta huida. Dos veces había tenido que fugarse para no ser destruido. Había pensado siempre en escribir libros; pero nunca terminaba de leer. Y le habían dicho que para escribir bien había que leer mucho y bueno. Y en eso estaba. Aparte, ya sabía que para escribir lo único que se necesitaba es tener que decir algo. Podría escribir una especie de diario de un fugitivo. Recordó lo más importante para no escribir. Los héroes no lo hacen, no lo han hecho jamás.. Se escribe sobre los héroes. Tanto de los que huyen del enemigo como de los que no. Refrescaba en la alta noche, Debía ser efecto del agua que los rodeaba por todas partes. Eran más islas que nunca, y estaban más indefensos y femeninos. Cierto que el héroe apenas duerme; pero la carne es débil. No importa que adversario como león rugiente esté dispuesto a devorar.<br /><br /> Amaneció pronto para todos y embarcaron de nuevo. Mondraga estaba seguro de que habían desembarcado nueve mulas. Fárica defendió esa cifra y Salivilla juró también. Pues sólo había ocho. Buscaron rápidos en el escueto margen del islote; pero no encontraron ninguna. O habían contado mal o habían desaparecido. Poco importaba ya. Convenía ponerse en marcha. Más les valía que hubiese desaparecido una de las bestias de carga que uno de ellos. Que era un consuelo ese pensamiento no se puede poner en duda.<br /><br /> El Tinta puso el motor a pleno rendimiento. Con su hermano impulsaba con energía la balsa. Parecían intuir que debían de poner agua por medio cuanto antes. No podían estar más tiempo en el lugar. Los cuatro fugitivos agradecían esta forma de actuar sin expresarlo claramente; pero, en sus gestos, El Tinta lo adivinaba, o creían que lo adivinaba. Ocurre, a veces, en las vidas, que aparece alguien que ayuda, que ofrece su hombro providencial, una especie de destino rige a ese tipo de gentes que hace su aparición en momentos aciagos y redimen del ahogo o de la destrucción. El Tinta y su hermano los encarnaban o estaban jugando, en esos momentos, ese papel, representando la acción en este desarrollo que no tiene vuelta de hoja.<br /><br /> El cielo azul y sin un asomo de nubes, salvo esos algodones rosicleres que tienen todos los amaneceres, y que desaparecen cuando el sol está rotundo en el cielo. Adelante el agua se presenta como la salvación, atrás el olvido y la amenaza. Bautismo o diluvio eran sus lecturas.<br /><br /> Mondraga preparó algo para comer, de desayuno. Sirvió ración de cebada para las bestias de carga. Comieron, menos Camarga que estaba ensimismado en sus pensamientos. Tal vez tramando un destino, una ruta cuando arribasen al otro lado. A veces entraba en aquellos trances, y había que dejarlo. Ayunaba en absoluto y apenas dormía, aunque nunca faltaba a sus obligaciones. Fárica no lo entendía por mucho que se esforzaba en hacerlo. En su iletrado cerebro no cabía aquel comportamiento. Se rascó la cabeza en conocida resolución.<br /><br /> Puede que una misma isla sea a la vez bienaventurada y maldita. El islote de noche acogedor y de día destructivo y dañino. Por eso, tal vez, haya desaparecido una de las mulas. Porque todos no se iban a equivocar en la cuenta. No lo hizo; pero del trato conocía a los animales que se quedaron en el poblado y los que se llevaron, y, desde luego, Camarga se estremecía cerciorándose de que una se había volatilizado (de las mulas) al amanecer; posiblemente, según la teoría expuesta de isla perversa de día, benéfica de noche.<br /><br /> Tardarían menos tiempo en llegar a la orilla. Sería suficientemente de noche como para alcanzar una casa abandonada que El Tinta conocía, en la que hacer la parada de noche. Posiblemente tendría que separarse de ellos hasta que el destino los encontrara otra vez, quizás de vuelta o en otras circunstancias, pues recorría muchas poblaciones cuando le daba por lo de la venta ambulante.<br /><br /> Apareció otra vez; pero no se asustaron tanto. Era idéntica al día anterior, aquella enorme mole flotante y negra. Al contrario que antes, iba navegando en dirección contraria, como ellos, a poniente, como huyendo del sol. Iba más cerca y pudieron mirar mejor su negro azabache y su brillo metálico. Aunque contenían el aliento y el miedo les atenazaba, pensaron que pasaría lo que anteriormente. Desaparecería en el horizonte, Sólo que ahora iban en la misma dirección. Pero la suerte estaba jugada y no era momento de volverse atrás. Los héroes deben ser consecuentes con el sentido de su huida. Al menos eso le habían enseñado siempre, y esa enseñanza, en todo momento, le había resultado provechosa a todos los que en el mundo han sido. Y convenía que siguiese siendo para los que son y los que serán.<br /><br /> Por esta parte fueron viendo, en lontananza, barcas y barquichuelas de los muchos pescadores de la ribera. Aunque no era muy rica la cantidad y variedad de peces que existían en aquellas aguas, al estar esta parte de la costa cerca de una ciudad, que, aunque no muy grande, sí era importante en toda la comarca y aun en la región. Una ciudad esplendorosa en cuento a su configuración. Antigua y con edificios de gran interés y calidad, así como por su originalidad, muy valiosos. En su escudo rezaba el lema de muy noble, leal y antigua ciudad. Además, sus administradores, desde antiguo, habían construido un canal desde el lago hasta la población, y habían inundado una parte, algo así como un cuarto de la extensión del total, creando canales por las calles, de manera que para ir de unas casas a las otras, en aquella zona, era necesario el uso de unas peculiares embarcaciones que se crearon para ese uso, y que son únicas allí por su pintoresquismo. Algo parecido a Venecia o a los canales ciudadanos de algunas poblaciones de los Países bajos. Esto hacía de ella algo maravilloso de ser vivido. Les iba a encantar por el arte que rezumaba por todos sus poros, amén de humedad sana.<br /><br /> Hasta estuvieron a punto con una de aquellas barcazas de pescador. Los que iban en ella, dedicados a sus faenas, eran conocidos de El Tinta, que lo saludaron a gritos entre amistosos y echándole en cara su intención de echarlos a pique.<br /><br /> Llegó un momento en el que, a lo lejos, columbraron la costa. Desperdigadas alrededor había algunas casa y más vegetación que en la parte de donde venían. El Tinta explicó que se habían desviado algo de la ruta exacta a donde querían recalar, por eso bordearon un poco la orilla. Efectivamente, los árboles eran más frondosos y abundantes, siendo los más corrientes los chopos y los álamos. En la lejanía también abundaban las casa blancas. Se notaba cerca una población importante.<br /><br />Llegaron a la parte donde deberían desembarcar. Como era buena hora todavía, El Tinta les acompañó a la casa abandonada a poco espacio de allí. Después se volvió con su hermano, que se quedó cuidando la armadía.<br /><br /> Acamparían en aquel sitio esa noche que estaba ya amenazando. También lo hizo un grupo de gitanos que ya no viajaban como en otros tiempos, con sus carromatos, sus burros y sus bestias. Ahora iban con furgonetas y autobuses desvencijados, cuando no con casamatas portátiles por autos, los que vulgarmente llaman caravanas.<br /><br /> Encendieron su fogata. Prepararon las mulas para pasar la noche, dispusieron la cena. Se acercó uno de los gitanos más viejos. Que si aquellos animales eran suyos. Que se los cambiaban por una furgoneta. Sorprendidos, dijeron que lo pensarían y se lo dirían al día siguiente. Santimpali y buenas noches, dijo el calé.<br /><br />Amaneció con la decisión hecha. Los cuatro montaron en aquel trasto sus pertenencias, dejándoles a los nómadas que huyen del hambre y buscando su libertad perdida, las mulas mondas y lirondas, bueno, no tanto, con sus jáquimas y aparejos, sus adornos y arreos, como es propio vender un animal de carga. Porque una vez que no se tiene, no se necesitan esos materiales, que son ya como propios de las bestias.<br /><br />Así que dejaron de ser arrieros a la antigua y se modernizaron, aunque aquella furgoneta era una viejo chisme comprado a precio de saldo de segunda o cuarta mano.<br /><br />Camarga conducía y a su lado se situó Fárica. Mondraga y Salivilla se arrellanaron atrás, en el antiguo espacio de carga. Salivilla desplegó un mapa para ver la ruta y la guía. Quedó mudo por dos minutos:<br /><br />“Ni os extrañéis o arméis la zapatiesta por el recibo de estas tardías, in extremis, notas explicativas de la manera más insólita. Siempre será para vuestro bienestar y el de nuestras cosas.<br /><br />“Por supuesto que el mero hecho de que podáis leer este escrito hace suponer que os encontráis estupendamente, y con los ojos abiertos, y, pues es así, gozáis de aliento todavía. Nos alegramos con vosotros. Jamás pase por nuestro magín el olvidar vuestra guía y cuidado en la huida.<br /><br />“Precisamente de la conducta a seguir en vuestra ruta se trata. Estáis en zona segura. Lo que no quiere decir que olvidéis la guardia y vigilancia, ya que cuando se está en abierta o cerrada retirada se puede caer en desbandada, que es donde el enemigo se ceba y hace sus víctimas más fáciles y atroces. El descanso en la alerta, en la atalaya de vuestra vida, sólo puede cesar en caso de que lo decidáis todos. Y no es que creamos en papanatismos numerarios o democráticos, ya que tan nefasta es la imposición de uno como la de muchos. Lo importante es no imponer nada. También cesará la vigilancia y el cuidado si las claras cincunstancias así lo aconsejan, con tal nitidez que hasta el más lerdo caiga en esa cuenta.<br /><br />“Mirad, a escasos kilómetros de donde ahora viajáis, existe una pequeña ciudad que seguro tenéis registrada en vuestros mapas, bella y artística, con una especie de barrio veneciano por sus canales. Es, esa población, una especie de bisagra entre tres comarcas naturales. Se os espera. Al llegar no preguntéis a nadie, evitad que os pregunten también, comportándoos con naturalidad y normalidad, ojos avizores como águilas. Buscad así un palacio de estilo modernista situado en el mismo centro, y llamad, no por la puerta principal, sino por una de servicio que rápidamente adivinaréis en cuanto conozcáis el lugar. Se os abrirá.<br /><br />“Es conveniente que deis un rodeo y no entréis por el este de la ciudad, sino por la parte poniente; para ello debéis rodearla.<br /><br />“Por lo demás quede decir que pasado unos segundos esta escritura se borrará del margen de este mapa. EL MITRA LA CAÑON”.<br /><br /> Recuperado, avisó a los demás. Camarga cumplió lo que le indicaron y pasada media hora estaba sumergido en el tráfico de una de las principales calles. Como era día de ajetreo, los autos abundaban y la entrada fue difícil. Pero con paciencia y habilidad consiguieron adentrarse hasta el corazón. Aparcaron como pudieron la furgoneta y se preocuparon en buscar el palacete modernista indicado. Estaban casi al borde de un canal de la zona inundada con aguas del lago, cuando Fárica llamó la atención sobre un edificio muy esplendoroso que hacía esquina. Camarga, que había estudiado y tenía idea de las artes y estilos, aseguró que era del modernista, y estaba en el centro. Para asegurarse buscaron en toda la manzana algo de características similares, y en los aledaños. Nada se le parecía. Debía de ser allí con toda seguridad. Buscaron la parte principal, y, por esa habilidad intuitiva que tienen los necesitados, dedujeron que la puerta de servicio, la entrada salvadora, sería una que quedaba a unos cuarenta metros de la central, y en la misma acera. Enfrente de ella Camarga golpeó con el llamador de bronce. Y la puerta se abrió.<br /></div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1395337394417067924.post-73158708560873774942000-03-14T08:00:00.000+01:002009-03-14T22:29:12.901+01:00TESTIMONIOS EXPURGABLES<div style="color: rgb(0, 0, 102); text-align: right;font-family:trebuchet ms;"><span style="font-size:85%;">La repetición al infinito de un ansia de fuga.<br />JULIO CORTÁZAR<br /></span></div><div style="text-align: justify;"><br /><br /><span style="font-weight: bold;">PÁGINAS DE DIARIO</span><br />Por Caricato<br /><br /><br />Día 23<br /><br />Continuamos en la carretera. Siempre en la carretera. Hasta esta tarde que tomamos un respiro aquí, en el bar, a las afueras de una de las ciudades que pasamos.<br /><br /> Me he quitado la gafas y he pensado que las tengo viejas, e incluso me vienen pequeñas para una cara tan grande como la mia. Y no es que las comprara disminuidas en comparación, es que la cara parece haber crecido, haberse hinchado y engordado en los últimos meses, por este agobio.<br /><br /> Escribo en este, mi cuaderno, que tanto amo. Recibe mi escritura pasivo, abierto de par en par, como la mejor de las amantes y como deseo al mundo y a la vida, que tanto se me cierran y tanto me golpean en las narices con sus duras puertas de bronce, de hierro, de pedernal. Ya que todo lo dura con que las expresen me parecerá nada a su realidad. Dejar correr mi lápiz por esta superficie lisa, suave, dura e inmaculada es uno de los pocos goces que no me han arrebatado. Tal vez sea un loco, tal vez, en el uso y en las costumbres de los hombres que me rodean, sea un anormal, un obseso escribidor que emborrono cuadernos blancos y encuentro en ello el único de los placeres que se me puede permitir sin comprarlo, sin prostituir ni prostituirme, una de las dedicaciones más auténticas que quedan. Poco importa que casi siempre acabe escribiendo sobre el mero hecho de escribir aquí, su consuelo y sus orgasmos. Reiterativo soy porque para mí dar esas vueltas es tan divertido como un carrusel que gira y gira, siempre lo mismo. Pero el mundo cambia a su alrededor, mientras que el carrusel es eterno. La inmortalidad. Su búsqueda.<br /><br /> Me pongo en mi lugar. Soy el jefe, y un jefe no tiene miedos, menos a la mortalidad. Debo reponerme y no dejar que mi sensibilidad me hunda. Esto no debe leerlo nadie.<br /><br />Día 27<br /><br /> Dormimos en el campo. Encima de unas mantas. La amé con la pasión del que está próximo a morir. Fue una hermosa noche. Los demás no notaron lo nuestro. No me corté y fui todo lo sinvergüenza que hay que ser con una amante. Bebí hasta lo último de la copa del amor. Estos actos son necesarios para todo el que manda.<br /><br />Día 29<br /><br /> Apenas hemos comido. Parados en esta carretera, en uno de los bordes amplios, trato de anotarlo mientras los demás se alejan entre las encinas para despejarse o hacer sus necesidades. Tal vez alguno no vuelva, y Dios quiera que no sea por una fatalidad, sino porque no quiere.<br /><br /> Hace días que se me terminó el chocolate y la naranjada. Bien es cierto que no podían ser eternos, aunque sean las únicas cosas que pude arrebatar en mi huida. Son como aquel vaso de cinc desportillado que nos recuerda la infancia.<br /><br /> Creo que el paraíso es la infancia. En ella fui Adán y Eva a un tiempo. Llegamos a una edad en la que fatalmente pecamos –llamémosle así, en la que comemos no sé que fruta prohibida, movidos por una horrible serpiente, y nos vemos arrojados a la vida y sus portazos. Tal vez esa terrible serpiente sea el tiempo, el que nos arroja del paraíso de la infancia.<br /><br /> Parece que todos vuelven y agusa mete prisas. Dejo de escribir en este preciso momento. Le llamo la atención. Aquí sigo mandando.<br /><br />Día 2<br /><br /> Releo los días pasados. La inmortalidad. No es creíble la mortalidad. Porque, ¿no estuve yo otra vez escribiendo y leyendo esto mismo y en otros tiempos repetidos, tal como éste? Nadie me puede decir que no, de manera tajante. Pero, a veces, me asalta la idea, como un relámpago, de que sí, de que efectivamente, yo repito situaciones que ya he vivido hace muchísimo tiempo, y a las que regreso. O hay un momento que el tiempo no sirve como medida. Tan poca y mala memoria...<br /><br />Día 7<br /><br /> Porque releyendo veo que esto no es un diario de la fuga. Son reflexiones un poco como las que un animal, atado a una noria, haría, en caso de que el animal reflexionase. No hago lo que debo, esto es, exponer la fiel crónica de los sucesos de estos días con la mayor objetividad posible en mí. Bien que lo intento; pero desvarío, tal vez en mi deseo de llegar a captar todo eso desde otro ángulo. En el fondo pienso que no sirve de nada. Ya son testigos de nuestros hechos reales las cosas que nos miran. Seguro que nuestra estela y nuestras voces quedarán registradas, de alguna manera, en el aire, y tal vez algún día puedan ser rescatadas, revividas por alguna máquina o aparato que esté por inventar. Me ha afectado el haber leído en un periódico, cogido en una de las gasolineras, ese artículo sobre la parasicología, que habla de que se ha pretendido haber captado en video un fantasma, visualmente, y no sólo haber registrado sus voces en un magnetófono. Realmente reconozco la falta de firmeza en mi personalidad. Pero que no se note entre estos tres. Un líder no debe mostrar sus vías de agua, su debilidad.<br /><br />Día 8<br /><br /> Huimos campo a través, abandonando el auto en plena carretera. Ocurren sucesos lamentablemente extraños. Somos, tal vez, presa de unas alucinaciones incoherentes. Nos siguen aros que ruedan tras el coche, formados por las varillas metálicas de las antenas de televisión, sesenta (o así ) negros nos rinden pleitesía. Demasiado para una persona como yo, incapacitada de explicar los acontecimientos normales que ocurren, aún me veo más impotente para narrar o exponer lo maravilloso. Me siento así conminado a contar mis agobios personales, entreverados de pensamientos sobre ellos y su entorno. Mal fui elegido cronista. Como consuelo, tal vez, me digo, otros sepan leer en estas notas algo más de lo que escuetamente dicen. Mi horror, mi miedo, y el de mis compañeros, es imposible de transmitir por escrito. Creo que las impolutas páginas de este cuaderno se degradarían si lo supiese exponer.<br /><br />Día 11<br /><br /> Mal día. Ese número no me gusta. Por eso, en estos momentos, decido dejar de escribir lo que toca hoy, o lo que se me ocurre. Además, debo de tener la linterna apagada. Lo dejo. Mejor me dedicaré a ella y al amor por esta noche. Con desesperación. Pero sigo siendo el jefe de esta partida de desesperados en huida.<br /><br />Día 14<br /><br /> Tal vez los dos últimos orgasmos que nos definan en las entrañas lo que son, en su intríngulis, sean el primero que tuvimos y el último que tendremos. Fue una noche total. Ya puedo morir tranquilo, y no es que lo quiera. Noche gloriosa la de hace dos, la del doce.<br /><br />Día 15<br /><br /> Tal vez escriba tanto porque soy un tipo muy salido. Me debato entre el placer y la realidad. Como veo, gana el primero a la hora de expresarlo aquí; pero me derrota la segunda. La realidad del placer me arrastra en mi angustia de fugitivo, eso, un huido. Las condiciones del mundo exterior y el paso de nosotros por ellas, es lo que debe contarse aquí. Y no lo cuento. Queda bien claro que soy el jefe. Hoy lo demostraré decidiendo robar el vehículo. Nos iremos en él a esa ciudad donde debemos encontrarnos con La Cañon. Mi decisión fue radical y todos obedecieron, porque ha de haber alguien que mande siempre. Y ese soy yo, Caricato, que los tengo bien puestos.<br /><br />Día 17<br /><br /> Finalmente entre estas cuatro paredes, a salvo como los demás. Considero innecesario este diario sobre el que reflexiono. Anoche, pese a la tranquilidad del lugar, no fue tan fantástica como la del día doce. En aquella oscuridad tuviste vida y fogosidad enorme, como una hembra auténtica. Y me atrapaste. Todavía lame el vivo recuerdo de tus caricias mi cuerpo. Pero no me encuentro, aunque me busque tan desesperadamente. Tal vez algún día me encuentre conmigo. Y eso ocurrirá de sopetón, así de pronto, de bruces. Quizás, no acostumbrado, como estoy, a encontrarme, tan perdido. Sigo siendo uno de los jefes. Aunque todos dicen que aquí no los hay.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">EL VUELO Y SU ESPÍRITU</span><br />Por Afanasol<br /><br /><br /> Pregunto si, a veces, no queremos encontrar algo en los aires. Con nosotros mismos, tal vez. En desplazamientos, que preveo futuros, por esos espacios no se busca; pero nadie dice que no se encuentre.<br /><br /> Tengo la intuición, si es que esta cualidad existe, de que el vuelo nos salvará. Nos preservará la vida en algún momento. Tal vez actúo impulsado por ese movimiento y no por el deseo de volar, con todo lo que significa. La verdad es que no veo, ahora, cómo el vuelo puede salvar; y en mi caso; pero el futuro dirá. El tiempo vuela, dicen, y traerá el desentrañamiento de la vida intuida.<br /><br /> Mi deseo es hacer y captar el espíritu del vuelo y del aire, una especie de metafísica o teología elevada, sutil. Previamente he de considerar todas estas cosas. Es la esclavitud de los que somos llamados intelectuales. Me río yo de todo eso.<br /><br /> Pensamientos sobre volar, su sicología. Hacerlo por necesidad perentoria. Igual que el marino posee porte determinado, actitud ante la vida, hombre que vuela, que vive en el aire, ha de, forzosamente, disponer cierta manera de pensar, que diferirá del que habita tierras o del que frecuenta aguas. Indudable.<br /><br /> El éxtasis quizás sea estado que está emparentado con este tipo de vida. En éxtasis muchos místicos levitan. El que levita conoce, sabe del vivir aéreo, sustento total de su ser corpóreo. Sí, se ha de destacar, como primero, la característica o tendencia a lo sublime sin interrupción en habitantes de los aires. Todo conlleva altura de miras, pensamientos elevados y lo sentimientos, pulsiones, derivados. Difícilmente persona mezquina se dispondrá alegre al vuelo. Antes al contrario: jamás despegará sus pies del suelo, ni aun para saltar charco o vadear arroyo. Es oficio de volandero, altruísta y generoso. De él están excluidos tacaños, roñosos, ruines, miserables, manicortos, cucos, enanos mentales, limitados, liliputienses y chapuzas. Empresa de almas grandes y arrolladoras.<br /><br />Desde alto se ve el panorama de las cosas, del mundo, con grandilocuencia que apabulla, con lucidez que deslumbra. Se aclaran las ideas y todo fantasma que entorpece y empequeñiza el pensamiento, desaparece por ensalmo de la gracia del vuelo. Nadie que haya reflexionado en esa situación sobre lo que ve, que interiorice su conocimiento, volverá a hacer mal, salvo contados casos excepcionales, y los que vuelen en los aviones. Para toda canalla, para todo criminal, puede suponer una terapia realizar vuelo, visión panorámica de todo lo que esté a sus pies. Esa acción redimiría y sacaría de egoísmos particulares.<br /><br /> Constructor de aparatos aerostáticos por necesidad espiritual de vuelo, intento expresar mis conclusiones en esta especie de memorandum previo al primero de ellos, que no sé muy bien a quien dirijo. Poco importa, ya que leer mis conclusiones pasado un tiempo debe ser mi propio gozo. Lo espero.<br /><br /> El vuelo es liberación. La libertad y su deseo es algo que siempre ha emocionado a todo ser generoso. Entre ellos me cuento. La libertad no es un concepto político ni social, ni incluso individual. Es concepto vital, está en la vida, en la vida total, en la propia biología.<br /><br /> El vuelo y su sensación placentera de movimiento, en medio más sutil que el agua, y con la libertad de la fuerza de gravitación. Volar es elevarse, subirse, aspirar, y guarda estrecha relación con el nivel, tanto en lo moral como en otros valores de superioridad, de poder y fuerza que son los de la libertad, los de sentirse y ser libres.<br /><br /> Mito de Ícaro, la elevación y caída. De todas las metáforas, la de la altura, elevación, profundidad, nada las explica. Pero explican todo, en grave paradoja. Dan respuesta a todo lo que interesa, explican toda la vida, en gran parte dedicada al vuelo, a la altura, a los cielos, a conquistar sol que es necesario como vida. Dedicando a esta empresa los mejores años, los más conspicuos medios, la formación y la inteligencia toda.<br /><br />Envidiamos la suerte de los pájaros y prestamos alas a lo que amamos: el amor alado, la libertad y la victoria, la bondad, la paz y todos los buenos sentimientos y pasiones, porque sabemos por instinto que, en la esfera de la felicidad, nuestros cuerpos gozarán de facultad de atravesar espacios aéreos como pájaro en aire.<br /><br /> De los cuatro elementos, el aire se considera activo y masculino. En muchas culturas se da la prioridad al aire como origen de la vida, de todas la cosas, como su fundamento. La concentración de éste produce ignición, de la que proceden y derivan todas las formas de vida. Se asocia el aire con tres factores, esencialmente: El hálito vital, creador, y, en consecuencia, la palabra. Porque vuela, se mueve en el aire y es lo que nos hace hombres, lo que nos diferencia de los brutos. El viento de tempestad, ligado en muchas mitologías a idea de creación; finalmente espacio como ámbito de movimiento y de producción de procesos vitales. La luz, el vuelo, la ligereza, así como también el perfume y el olor, son elementos en conexión con lo que significa en general aire. El viento es una especie de materia superada, adelgazada, como materia misma de nuestra libertad.<br /><br /> No podría dejar de hablar de las alas, en su relación con el vuelo y el aire. Como elementos antiguos conocidos de los vuelos y su relación con el elemento aéreo. Las alas son espiritualidad, imaginación, pensamiento. Símbolos de la inteligencia. Aparecen en algunos animales fabulosos, expresando sublimación específica del animal. La forma y condición de las alas expone, consecuentemente, calidad de las fuerzas espirituales. Las alas de los animales nocturnos corresponden a imaginación perversa, las alas de Ícaro equivalen a radical insuficiencia de función. En ciertas religiones son el significado de luz del sol de justicia, que ilumina siempre inteligencias de justos. Las alas entendidas como potestad de movimiento, de la unidad de este sentido con el anterior se deduce que estos atributos corresponden sintéticamente a la posibilidad de avance en la luz o evolución espiritual. Las alas se refieren al elemento superior, activo y masculino; los animales no alados conciernen al principio pasivo y femenino. En muchas culturas, y en alguna historia del vuelo, los santos y perfectos viajan por los aires con diversos instrumentos, bien calzados alados o aparatos voladores, cuando no por su propia fuerza espiritual y personal.<br /><br />El hombre es animal sin alas, el vuelo le es imposible. Desde tiempo inmemorial, y en toda cultura, deseo de vuelo ha estado presente. Seguro que porque el hombre, en otra vida anterior desconocida e imaginada, estaba alado. La pérdida de esas alas, fue pérdida de paraísos, de libertades. Tal vez Lucifer, que tiene alas, sea un se r procedente del primigenio que, por diferentes motivos, mantuvo alas; pero perdió otros elementos que nosotros tenemos. Porque cuenta una vieja leyenda que los ángeles, supuestos alados, tomaron dos bandos: unos se rebelaron contra Dios y otros se mantuvieron a su lado. Hubo importante número de ellos que permanecieron indecisos. Cuando terminó la lucha, Dios condenó a esos ángeles indecisos a decidir su bando en la Tierra, sin alas, por supuesto. Por lo tanto, para recuperar ese estado de ser primitivo, lo primero que habría que hacer es recuperar el vuelo, y después decidir que bando tomar. La leyenda supone unas posiciones maniqueas simples; pero es eso lo que menos interesa. Es el hecho, el suceso terrible de la pérdida de las alas, el arrebato de la facultad de volar que estoy empeñado en recuperar. Ser nuevo ángel. No es otro mi deseo. Porque volar nos acerca a la eternidad, nos redime de nuestras condenas y miserias, nos despierta a ese ser maravilloso que fuimos alguna vez y que anhelamos en lo más profundo. Porque todo hombre ha soñado alguna vez que vuela y le era grato; pero, recordando la caída, la mayoría despertó bruscamente con su vuelo terminado drásticamente, fatalmente. Hay que volar despiertos, utilizar las facultades que nos quedaron, y quizás de las que Lucifer carece, para recuperar alas y usarlas, siendo grandes y libres. Ese es especial empeño, deseo total y absoluto, ansia desmedida.<br /><br /> No sé si se tendrá tiempo y se podrá. Ante el aparato preparado con meses de trabajo, años de dedicación en soledad, creemos redimirnos en el aire, en los aires, los vientos, cumpliendo vocación, llamada.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">CARTA A LA CAÑON</span><br />Por Mondraga<br /><br /><br />Mi deseada señora:<br /><br /> No sé si esta carta le llegará algún día. Si le llega, o no te llega, permíteme tutearte, que sepas que te deseo más que a nada. En el sentido que un hombre desea y quiere a una mujer, a una hembra.<br /><br /> No te conozco, por lo que te extrañará más esas ganas que tengo de montarte, de fornicar contigo hasta la muerte toda.<br /><br /> Pensarás que soy un animal, alguien despreciable, un obseso. Si me conocieras tal vez no dirías lo mismo; pero así, en seco, y por esta torpe carta, lo que verás en mí será un brutote que tiene ganas de fornicio y puta. Te equivocarías. Y perdóname. Nada malo hay en confesarte mi feroz hambre de tu sexo. Es lo que soy, terriblemente sincero; quizás eso me haya hecho brusco, en mis palabras, grosero y torpe. Llevas razón.<br /><br /> En esta situación en que me veo. Con estos hombres de huida, arriero forzado. Apartado de lugares habitados en las correrías, y con una amenaza terrible en los talones, como sabes. No tengo hembra que arrimarme a la entrepierna, no las vemos siquiera. Y lo necesito como al aire. Las mulas no sofocan mis ansias, como es natural entre gente trajinera. No te escandalices. No seas ignorante ni hipocritona.<br /><br />Tú eres la única mujer que visita mi imaginación y te dedico todas las bellezas y dones que anhelo en ella. Tú me convienes, señora de mis comezones. No me hace falta consentimiento ni cortejo alguno. Sólo, y hasta que te tenga entre mis brazos y esté tan dentro de ti, una atenta y encendida contemplación, mi apetencia.<br /><br /> Te tomo, como podría tomar a una mujer cualquiera, te prefiero joven y bella, y te alojo en mi cabeza. No te oigo hablar, y da lo mismo. En todo caso, traduzco los rumores de tu boca en un lenguaje en clave donde tu deseo e impaciencia se ajustan a las más preciosas melodías, a las más desenfrenadas de las músicas.<br /><br /> En las horas más tristes de mi recreación solitaria me parece imprescindible la colaboración de tu persona, y no me doy por vencido. Tu recuerdo, tal como te deseo, me conduce de la mano a uno de esos rincones infantiles en que me aguarda, sonriendo malicioso, tu fantasma condescendiente y trémulo. Me masturbo, sí, como un consuelo por la falta de tu flor.<br /><br /> Tal vez me vislumbres procaz y otro tanto pornográfico, o un grosero elemento de los que huimos. En estos cuerpos perdidos, en estos campos quisiera verte, no sólo para que me comprendieras, sino para tenerte y ponerte bien.<br /><br />En todo caso, perdona mis ínfulas; pero eres la más apropiada para dedicarte esta carta, es una forma de proyectar, desfogar mis ganas.<br /><br /> A mí tachan de macho bien puesto y no me faltan hembras, gachís, a las que arrimarme. Aquí no se ve nada parecido.<br /><br /> Tenéis fama, las mujeres, de resistir más el loco deseo de sexo, enseñadas, como estáis, por los avatares de la opresión, que decís, a la que os sometemos, a utilizar vuestros encantos para replicar al poder del hombre en otros aspectos de la vida. Así, entre nosotros se dan violadores, obsesos y usamos de la prostitución. No existen esos usos y presuntas anomalías entre vosotras. Por algo debe ser. Esto lo he leído en una de las revistas que encontré en una de las acampadas. Vieja y amarillenta; Pero que me entretiene en estas andanzas. No soy muy leído y no tengo mucha cultura. Cierto es que esta carta me la han corregido y arreglado un poco, dadas mis pretensiones contigo. Aunque me han quitado algunas expresiones que, estoy seguro, te encandilarían. A ti y a toda real hembra. Porque allí donde esté o exista una hembra placentera lo huelo y, siempre que puedo, voy por ella. Raras son las que huyen de mis encantos, que expongo cruda y naturalmente,<br /><br /> Te hablaría de mis dotes. Tengo fama de buen fornicador, para que te hagas una idea. El que me ha corregido dice que daré la impresión de ser un donjuán. No lo entiendo bien, ya que me suena a libros y teatro, más bien.<br /><br /> No es que sea gran cosa. No llego al metro setenta; pero casi. Ni delgado ni flaco. Tengo una barba más bien espesa por mis andanzas de ahora; pero normalmente me afeito. Sí tengo unas anchas espaldas, algo que apreciáis las mujeres en mucho para estas cosas del toma y daca. No sé que os infundirán. Aunque tengo una cara más bien ruda, alguien me ha hecho observar lo interesante de mi mirada de ojos verdes. Moreno, soy muy moreno. Y belludo, muy belludo.<br /><br /> Verás que soy primario en el, sexo directo y elemental. Poco sé de juegos de salón, como dice mi corrector de estilo; pero el uso me ha hecho un encantador hombre con las señoras.<br /><br /> Sé que eres la que guía, la que vela por nuestro camino y de la que esperamos la salvación, y esto es uno de los motivos sobrados para desearte tanto y para que no me tomes mal y lo entiendas. Serás la primera mujer que vea, después de este calvario de huida, y te necesitaré entonces más que ahora. Si no accedes a mis deseos todo estará perdido para mí, y esta fuga no tendrá gran sentido, y todo se perderá.<br /><br /> No sé cómo decirlo. Tal vez si estuviera contigo fuese más fácil, ya que tengo fama de expresarme bien de viva voz. Aquí no sé, no me gusta como queda. Lo mismo yo me busco en ti, en tu cuerpo quiero encontrar lo que no tengo, lo que creo que me falta. Bueno, tal vez busque el vacío para llenarlo. Mi corrector me dice que esto último es una grosería. No sé, intento decirlo con todo mi corazón.<br /><br /> Te meto en esta carta una florecilla preciosa que encontré. Tu flor quiero tener para olerla y lamer sus pétalos y acariciarla toda.<br /><br /> Es casi todo. Aunque estaría bordeándote hasta el fin del viaje de huida que me angustia. Es un refugio perfecto, no creas. Luego estarías tú como lo más seguro a lo que agarrarse. Y hundirme en tu gruta hasta encontrar la felicidad perdida, si es que la tuve alguna vez, fuera del orgasmo, que es tan momentáneo que apenas se tiene, se disipa enseguida como un pompa de jabón.<br /><br /> Te desea ardientemente: Mondraga<br /><br />P.D. Anhélame, abierta como flor en primavera.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">CARTA AL APRENDIZ DE PELUQUERO</span><br />Por Telesforo<br /><br /><br />Mi querido hijo:<br /><br />Sabes que no te lo digo en el sentido real, otro te engendró. No tuvo a bien la naturaleza darme vástagos, que así se dice. Bien me hubiera gustado que lo fueses.<br /><br /> Desde este desconocido lugar te escribo. Poco importa donde esté. Lo que sí creo que te importará, es saber que estoy bien y deseando verte, deseando incorporarme a mi trabajo en la barbería, y tú como mi ayudante.<br /><br /> Ya llevabas dos años conmigo cuando tuve que partir, sin darte explicaciones, y por motivos que nunca comprenderías. Lo que sí me ocurrió es que me quedé con un cierto resquemor por dejarte solo de aquella forma tan rápida, tan apresurada y tan poco usual de ausentarme. Pero las necesidades mandan y cuando uno tiene que salvar la vida o la integridad física no convienen despidos lentos ni explicaciones largas.<br /><br /> Ya te digo que llevabas casi dos años conmigo por la cierta tranquilidad que me da el tener el negocio en tus manos. Dos años de aprendizaje de este duro oficio de peluquero, barbero o como lo llamen, es lo mínimo que se puede pedir. Quedo tranquilo por tu buen hacer; pero no te creas que lo sabes todo, porque cuando uno domina el oficio, el día de mañana puede surgir el más tonto de los problemas que da al traste con todo engreimiento y vanidad.<br /><br /> Añoro ese lugar en esa calle estrecha, en el que estarás trabajando al recibo de ésta, ya que sé que el cartero hará el reparto antes de las doce del mediodía. Ese sitio, en esa calle Bodegones, con sus tascas, a donde escaparse para dar un trago de ese vino tinto y peleón que calienta la cabeza. A estas horas estaría ya situado en mi estado final, permanente durante la jornada. Etílico arreglo mejor barbas y pelos. Ni los pagados de sí que quiern pelados rimbombantes, ni los vejetes arrugados que se acercarían a afeitarse, serían víctimas inocentes de mis tijeras ni de mi navaja.<br /><br /> Pero quiero dejar la añoranza, que tanto daño me hace, y meterme en el meollo de esta carta, en lo que realmente quiero decirte. Sé que casi no podré, porque soy proclive al desvarío, a deshilar las conversaciones con cualquiera, cosa a la que me acostumbré con el trato del cliente y la ayuda del buen vino de la tierra, que, como digo -¬¬¬y tú sabes- me encanta trasegar. El vino ayuda a desvariar los temas y las conversaciones, es un buen instrumento para que aflore un pensamiento que tenemos en la cabeza, que a cualquiera puede parecer un río revuelto; pero que quien lo conoce sabe entender, y entiende. Sobre todo si está en la misma situación que estás tú, esto es, un poco piripi por lo alegre de esa, aquella, calle Bodegones. ¡Y otra vez la añoranza! Te digo la verdad, que me encuentro sentimental y lloroso, ahora, cuando te cuento todo esto, cuando, en este rato de sosiego, lo recuerdo más vivo. Me estremezco con lo dejado atrás, que no sé si recuperaré. Esperemos que sí.<br /><br />Pero volvamos a lo que me interesa, a las enseñanzas para ti, aunque sea de esta manera poco habitual de adiestrar un maestro a un aprendiz de peluquero, a distancia y a ciegas, y mediante cartas que no se sabe si llegarán a tus manos. Pero, hijo, es el riesgo que corremos, tú con la formación para el futuro y el buen trato de mi clientela en el presente, y yo con la pérdida de energías, escritos y medios en tratar de adoctrinarte en el buen arte de la peluquería, sin saber si te llegarán o caerán en manos desaprensivas mis cartas, que venguen en tu persona lo que pretenden hacer conmigo, si me cogen. Pero no temas que estás a salvo de ese peligro tan terrible. Tú no puedes ser víctima de mis trabajos y faenas en este mundo.<br /><br />Trata con alegría a los que vayan a pelarse, a afeitarse o a requerir cualquier servicio en nuestro local. Sé que estás solo; así que toma a algún chaval de buena familia y disposición, para que te vaya ayudando a enjabonar barbas y a poner y quitar mandiles, a sacudirlos y a barrer el suelo, o a irte a por los periódicos atrasados del casino de los señores o cualquier recado. No conviene dejar, en ningún momento, solitario el negocio. A todo cliente le preguntarás, cortésmente, si quiere conversación, y si te dice que sí, tú responderás, con la más delicada diplomacia, si a favor o en contra. Pero si la desea en contra no te pongas nunca muy enemigo suyo; déjalo más bien con ganas de continuar la charla en próximos servicios. Te aseguro que eso da inmejorables resultados, sobre todo en personas apasionadas y dadas al debate o a la diatriba, Tú trátale con todo respeto, pues lo cortés no quita lo valiente, como ya te he dicho muchas veces. Si el cliente pide la conversación a favor, ten cuidado. No creas que es más sencillo, sobre todo si te es antipático el sujeto en cuestión. Trata de ironizar entonces; pero poco. En manera alguna seas generoso con el charlatán, de forma que, aunque entienda que estás con él, no crea que las tiene todas consigo. Conviene hacerse un poco el despistado, pretextando la dedicación y la atención que te merece el trabajo que le estás haciendo, ya que suelen ser, esos sujetos, vanidosos y egoístas, También es conveniente que no te esfuerces mucho con ellos, en quedarlos bien arreglados. No se lo merecen. Sé que hay temas que te resultarán un poco duro de apoyar, de estar a favor, sobre todo si se habla de política. No le des importancia, hijo, yo estoy poco interesado por esa cosa, y demasiado por la libertad. Ambos sabemos que poco tendrán que ver una cosa con la otra, la política con la libertad; aunque haya políticos que crean lo contrario. Es más, que se erijan como libertadores o guardadores de la libertad. Para tu bien, conformidad y buena guía, conviene que hables de fútbol y otras lindeces de juegos, de melones en verano, que ahí se crían bien, del tiempo hacia final de otoño, y de cosas así, no muy comprometedoras y que en esos lugares se hacen para aparentar que se es persona. Pero el negocio lo merece, ya que da de vivir en estos achuchados tiempos en la mayor libertad que existe en rincón de este mundo.<br />Un abrazo<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">LA LÍNEA CURVA EN LA MÍSTICA Y LA ERÓTICA (Apuntes)</span><br />Por Nerdo<br /><br /><br /> Bien es cierto que una línea recta vertical nos simbolizaría el anhelo de la unión del místico, y una línea recta horizontal el deseo erótico: pero, ¿podrían ser sustituidas por líneas curvas? ¿Indicarían lo mismo? Tal vez sí.<br /><br /> El místico y el libertino se conectan. Al espíritu humano le aterrorizan los movimientos eróticos. La santa se aparta con horror del voluptuoso: ignora la unidad de pasiones inconfesables de éste último y las suyas propias. Las posibilidades se señalan con una curva que se cierra en elipse o en circunferencia que los encierra. Se refiere con esto a las posibilidades de la santa y el voluptuoso en un único universo. Tanto el uno como el otro quieren superar su separación y quieren continuarse, afirmarse en la vida, tranfigurarse en otra vida, aspiran a la Unidad.<br /><br />La línea curva nos asegura en su recorrido una meta, que puede ser exactamente la misma que la que nos indica la línea recta, sólo que ésta última nos lleva más rápidos. Pero ni en el camino místico a la Unidad, ni en el recorrido del deseo erótico hasta su cumbre, interesa llegar lo más rápido posible; dar un gran rodeo, mientras más grandioso y enorme, tanto mejor, mayor conocimiento y goce en la meta se tendrá. Así, pues, la línea curva, como simbolismo del camino, interesa en la mística tanto como en la erótica, en sus metas aparentemente distintas y distantes, y en el fondo una y la misma: superar la escisión que nos corroe la conciencia y todo lo que está a su otro lado también.<br /><br /> Pero el logro supremo de esa curvatura es el maravilloso círculo, que sin afán peyorativo llamaría vicios, o mejor, eterno. No es este lugar para analizar el simbolismo circular, tanto en la mística como en el erotismo: el aura de los santos y su representación, o los círculos unidos representando la unión de los sexos, o los propios sexos, podrían ser breves ejemplos.<br /><br /> El círculo representa lo cósmico, la inteligencia infinita de la que emanan todas las cosas y con la que la mente, o el ser del hombre, puede estar armonizada. No en vano la representación mental más inmediata del cosmos es el círculo. No hablaré de las dos serpientes que se muerden las colas, formando un redondel, ni del sentido redondo de una plaza de toros, donde se juegan las vidas toro y torero. Círculo mágico.<br /><br /> Por supuesto que el círculo es el sol, y lo que es más importante, el cielo y la perfección o también la eternidad. Existe una implicación profunda, sicológica, en este significado del círculo como perfección.<br /><br /> El círculo está también referido al tiempo, ya que desde tiempo antiguo la representación del año afecta forma circular. El círculo puro, la circunferencia pura remiten a la idea del eterno retorno de las cosas, la suprema mística del cosmos circular y de la erótica.<br /><br /> Tanto el círculo, la circunferencia como esfera nos dan agrado y tranquilidad, nos retrotraen al seno materno, a esa unidad perdida que quieren conquistar los místicos y los voluptuosos de otra manera y por curvados derroteros y recorridos. Unidad y rotundo , es todo uno y lo mismo.<br /><br /> La esfera, lo único uno, el infinito, e igual a sí mismo, con los atributos de la homogeneidad y la univocidad. Emblemáticamente, la esfera se identifica con el globo, que, por similitud con los cuerpos celestes, se considera alegoría del mundo. Pero existe aún otro significado en la esfera, más profundo si cabe, equivalente a infinito, referido al hombre en el estado paradisíaco (pues tanto ese estado lo buscan el místico como el erotizado). Ahí se le juzga andrógino y esférico, por ser imagen la esfera de la totalidad y de la perfección. Cierta vez, mirando El Jardín de las Delicias, de El Bosco, interpreté que es posible que tengan ese sentido las esferas transparentes que alojan a las parejas de amantes. Es algo que traigo a ejemplo por serme muy vivo su recuerdo.<br /><br /> Quedarían incompletas estas notas si se incorporara lo que significa girar y sus prácticas por la mística. Un giro siempre es un movimiento curvo. Todo movimiento en el espacio real es curvo y lo ideal recto. Y, así, son también giros los ritos de los amantes o de los erotizados, tal como un rito de trance sufí, en el que los danzarines tratan de imitar y ponerse en contacto espiritual con el circular recorrido de los astros.<br /><br /> Son curvados los cuerpos de los amantes y se estremece con pliegues curvados el cuerpo del santo que entra en éxtasis.<br /><br /> Si representásemos en un papel, gráficamente, el recorrido, desde su inicio a su fin, un acto erótico y un acto místico, sería una curva que tendría en su parte más alta un orgasmo y la unión suprema, la contemplación. La línea partiría de abajo, iría en alza hasta una cumbre, y desde allí comenzaría el declive.<br /><br />Sé que ahora me simboliza un cuadrado, y que, por lo tanto, mi camino en este mundo, hasta alcanzar la perfección, es largo. La perfección es el círculo, o la circunferencia, o la esfera, según se prefiera. Algo siempre curvo. No se trata aquí de aquilatar exactamente. Todos me entenderán. Joven todavía, tengo posibilidades de lograrlo y que me salga redondo. No conozco a nadie a quien pudiera significar el círculo. Tal vez Camarga esté redondeándose en esa línea, aunque no me da la impronta total, todavía.<br /><br /> Me busco en el círculo; pero no me encuentro. Seguiré en ese camino que no es recto. Quizá algún día me lleve una sorpresa. De momento, cuando siento que estoy en estado o en trance de alcanzar lo curvo, doy la vuelta, doy vueltas en una especie de danza, tanto si es en el amor apetecible con hembra placentera, como si entro en el proceso místico. Cada vez más difíciles por ajetreos que me aquejan.<br /><br /> Esta persecución, este estar perenne en vilo. Siempre propuse huir en línea curva, a imitación de los procesos y usos de los místicos y de los voluptuosos. Poco caso se me ha hecho. Así nos va, de momento. Aún no ha llegado la derrota. Por si acaso, en el último trance trazaré un círculo de tiza a mi alrededor, para ganar el paraíso, blanco e inmaculado, de esa extraña manera conjurado por mí.<br /><br /> Cuando se acaricia un cuerpo, en el desorden de la orgía, se camina por la curva y por la línea curvada. Al igual que el místico en esas noches en vela, sin sueño, su mente fragua líneas mentales que le llevan al círculo, que le eleva por los cielos, por las moradas. Esas moradas son redondas, ya que el Diablo reside en los rincones, esquinado como es, esas habitaciones místicas.<br /><br /> Se considere como se considere, hay que asociar a la línea curva, hacer pasar por el aro, tanto a la mística como al erotismo. Otra línea no se puede aplicar. Y siguiendo las teorías que siempre he defendido de asignar a las personas, animales y cosas, ideas, costumbres y pensamientos, alguna simbolización geométrica. Y si Dios, lo sumo abstracto y concreto, desconocido y transcendente, se simboliza por un triángulo equilátero en su secreto total, ideas, teorías y prácticas como la mística y la erótica, han de definirse, en su representación, por algún elemento ideal de la geometría. Porque esta ciencia excelsa y terriblemente difícil de la geometría, como la simbólica, con la que trato de hallar una tercera vía de dificilísimo acceso, son ciencias absolutamente especulativas, en las que busco, año tras año, día tras día, hora tras hora, y no me hallo, en las que me pierdo y no me encuentro, mientras el tiempo pasa, no sabiendo, ciertamente si lo pierdo o lo gano, esperando que a la vuelta de algún recodo o tras recorrer, no se sabe bien, una mística circunferencia, dar con mi verdad. En eso estaré lo que me queda de vida, sin desmayo. Y no es que vea pronta la calavera, como decían los antiguos en castiza y rotunda expresión.<br /><br /> En el siguiente capítulo he de pergeñar, a vuelapluma, el valor de las esferas u los cuerpos de la mujer y del hombre, y dejar de tanto especular conmigo.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">GUÍA DEL DANDY POBRE (Fragmento)</span><br />Por Baruch<br /><br /><br />Todos los movimientos del alma se reflejan en la cara. El hombre bello que quiere conservar su belleza, debe aplicarse a evitar todas las impresiones que afean, todos los movimientos violentos que, renovándose con cierta frecuencia, imprimirían necesariamente a las facciones una expresión correspondiente a los sentimientos que la han producido. ¿Cuáles son las fisonomías que encantan? ¿No son, sobre todo, las que expresan la afabilidad, la dulzura, la benevolencia, la gracia, la bondad y un cierto distanciamiento en el porte de índole aristocrática?<br /><br />Para observar la lozanía y belleza es preciso también ser feliz en la posición en que uno se encuentra.<br /><br />Lo esencial es hacer las cuentas con cuidado y no gastar más de lo que se puede, a fin de no contraer deudas y sufrir sus malas consecuencias. El gusto, la gracia, la elegancia, la distinción en el vestirse, compensan, a menudo, con gran ventaja, la riqueza de las telas y tejidos, el brillo de los accesorios, ese lujo exagerado que suele distinguir a la gente advenediza.<br /><br />Por lo tanto, el primer cuidado del dandy que quiera ser apuesto, es organizar su existencia de modo que aleje todas las preocupaciones desagradables. Así es que aconsejaré que tenga un orden estricto en sus gastos, y cualquiera que sean sus tentaciones, le suplico que no se deje llevar por prodigalidades ruinosas.<br /><br />La completa tranquilidad de espíritu es la primera condición para observar salud y apostura.<br /><br />Penetrémonos de esto : que la felicidad es el objetivo de la vida, puesto que es el de todas nuestras aspiraciones; que esta vida es relativamente muy corta y que, por tanto, no hay que emplearla en torturarse y crearse desgracias a menudo quiméricas, dando demasiada importancia a las pequeñas miserias de la existencia...<br /><br />Gozar de la hora presente, sin consumirse en quejas inútiles y en deseos irrealizables, tal es la verdadera filosofía.<br /><br />Hay que desechar de nuestro corazón todas las malas inclinaciones que nos devoran, que contraen dolorosamente al organismo; reprimir toda disposición a la misantropía, a la impaciencia, a la cólera, a la amargura, a la envidia, en una palabra, a todas las pasiones bajas que, generalmente, se reflejan en la cara y en el cuerpo; y hacer un llamamiento, por el contrario, a los sentimientos generosos que lo dilatan y alegran.<br /><br />Es preciso, no sólo hacer el bien, sino igualmente perdonar el mal. Sin querer prohibir de nuestras conversaciones las críticas, que son la pimienta, ni ese espíritu de observación un poco malicioso que nos hace observar el lado malo de nuestros semejantes, y que dé cierto picante a la fisonomía, no poner en esas críticas cierta acrimonia, y, sobre todo, no se debe ir hasta la maldad. El espíritu de maldad es el más fácil de todos, y hay muchas personas que no tienen reparos, por decir una gracia, en empañar una reputación, en causar un perjuicio irreparable.<br /><br />Nuestro dandy debe mostrarse siempre afable, ameno; es lo que constituye la bondad del corazón, la distinción de la aristocrática elegancia.<br /><br />Si es nervioso, irascible, deberá dominar sus nervios, refrenarlos, teniendo en cuenta que nada altera la serenidad, la pureza de las líneas, como la irritación, el mal humor constante.<br /><br />Deberá, por idéntico motivo, combatir el fastidio con agradables lecturas, televisión, vídeo y cine; pero como en todas sus ocupaciones, no irá nunca hasta el cansancio. Si la vista se fija demasiado en una cosa, se irrita, se congestiona. Para calmar esa irritación o la sequedad del globo del ojo, causada ya por el velar, ya por el mirar durante tiempo, un movimiento natural nos impele a frotar con los dedos, y esta fricción, repetida a menudo, es perjudicial para los párpados, y no olvidemos que es, sobre todo por la pureza de los párpados, por lo que se reconoce la juventud.<br /><br />No obstante, es indispensable leer, ver la tele, video o cine, para estar al corriente del movimiento intelectual. Por muy apuesto que uno sea, si es ignorante y tonto, no merece aquel nombre, pues entendemos por hombre bello al que seduce, cautiva por la inteligencia y el corazón tanto como por la mirada. Solamente que hay que evitar leer de noche, sobre todo en la cama, lo que congestiona la cabeza y la córnea del ojo. No hay que creer por eso que queremos hacer de nuestro dandy un bachiller, un marisabidillo, el imponerle lecturas científicas o fastidiosas, ni menos un trabajo serio que pueda fatigarlo. De ningún modo.<br /><br />La misión del apuesto dandy no es trabajar. Lo mismo que bellas flores no están en la creación sino para agradar y agradarse; son objetos de arte, y el arte es y debe permanecer inútil, si se quiere llamar inútil a lo que proporciona los placeres más elevados y más vivos.<br /><br /> El hombre apuesto, que es obra maestra de la creación, y que ejerce sobre la civilización su acción resplandeciente, que goza, ya lo hemos demostrado, de todos los refinamientos y de todos los lujos, tiene una influencia mucho más extensa, mucho más alta que los desgraciados trabajadores que pasan su existencia en un trabajo eminentemente útil, sin duda, pero servil y mecánico.<br /><br /> ¿Cómo deberán hacer su educación literaria, artística y científica? No tenemos necesidad de indicarles ningún método. La mayor parte de los dandys, sobre todo los que tiene el deseo de agradar, tiene el ingenio prodigiosamente sutil. La sociedad de personas inteligentes basta a veces tan sólo para instruirlos; pero hay también revistas cuyo objeto precisamente es condensar el movimiento intelectual y artístico; la lectura de algunos números les tendrá al corriente de ese movimiento.<br /><br />Además del trato con personajes visibles, literatos o sabios, aconsejaremos que se reúnan de preferencia con personas amables y buenas, que no puedan causarles ninguna decepción. Deberán de cuidar de descubrir en sus amigos, del mismo modo que en las obras literarias o artísticas, lo bueno, el lado bueno, y cerrar los ojos todo lo posible sobre los defectos; en una palabra, se guardará de buscar lo que suele llamarse el punto negro, propio de caracteres quisquillosos y descontentadizos. La tolerancia y la bondad son las dos grandes virtudes. Será mejor decir: es toda la moral.<br /><br /> Por último, vamos a abordar, no sin temor, una cuestión muy delicada, muy escabrosa: la cuestión del sentimiento. No os enamoréis, pues para conservar la lozanía no hay que amar, llorar y reír más que a medias, pues todo eso desfigura horriblemente. ¿No sabéis que la palabra pasión viene del latín passio, que significa sufrimiento? Amar es sufrir. Así que refocilad con toda hembra placentera por el mero gozo corporal, siempre más joven ella que vosotros, y no le deis mayor importancia que a una ducha. Nos os importen solteras, comprometidas, casadas, divorciadas y viudas, con tal de que no os metan en líos ni os aquieten el ánimo. Pasad por sus vidas como si las usarais.<br /><br /> Todos los dandys saben esto por experiencia; así es que no les decimos nada nuevo. Queremos dar sólamente algunos consejos útiles, fruto de nuestra experiencia personal, e iniciarlos en los secretos de la verdadera elegancia.<br /><br /> Los hombres delgados encuentran fácilmente el modo de rellenar los ángulos demasiados agudos, buscando redondeces allí donde la naturaleza se ha mostrado parca. Los que se desesperan de estar demasiado gruesos saben también disimular sus carnes; pero esto último es mucho más difícil.<br /><br /> Las personas quisquillosas, los moralistas intratables, os aficionados a criticar, harán sin duda a esta guía un cargo especial: le acusarán de desarrollar en los varones ese gusto por la coquetería y el lujo tan funesto, según dicen, a las buenas costumbres y tan ruinoso a las familias y personas. Esto es para pobres.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">EL MAPA ES EL TERRITORIO</span><br />Por Salivilla<br /><br /></div> <div style="text-align: right;"><span style="font-size:85%;"><span style="color: rgb(0, 0, 102);font-family:trebuchet ms;" >Del hombre nace la voluntad creadora</span></span><br /><span style="font-size:85%;"><span style="color: rgb(0, 0, 102);font-family:trebuchet ms;" > que constituye y reconstruye el mundo.</span></span><br /><span style="font-size:85%;"><span style="color: rgb(0, 0, 102);font-family:trebuchet ms;" >ELISEO RECLUS</span></span><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /><br />Cada fenómeno puede ser experimentado de dos modos. Estos dos modos no son arbitrarios, sino ligados al fenómeno y determinados por la naturaleza del mismo o por dos de sus propiedades: exterioridad-interioridad.<br /><br /> La calle puede ser observada a través del cristal de una ventana, de modo que sus ruidos nos lleguen amortiguados, los movimientos se vuelven fantasmales y toda ella, pese a la transparencia del vidrio rígido y frío, aparezca como un latente ser, del otro lado.<br /><br /> O se puede abrir la puerta: se sale del aislamiento, se profundiza en el ser-de-fuera, se toma parte y sus pulsaciones son vividas con destino pleno. En su permanente cambio, los tonos y las velocidades de los ruidos envuelven al hombre, ascienden vertiginosamente y caen de pronto paralizados. Los movimientos también lo envuelven en un juego de rayas y líneas verticales y horizontales que, por el movimiento mismo, tienden hacia diversas direcciones.<br /><br />Del mismo modo, el mapa se refleja en la superficie de la conciencia; pero permanece más allá de la superficie y, una vez terminado el estímulo, desaparece sin dejar rastros. También aquí hay cierto cristal transparente; pero rígido, fijo, que hace imposible la relación directa. También aquí existe la posibilidad de penetrar en el mapa, participar en él y vivir sus pulsaciones con sentido pleno.<br /><br />Y aunque no se tenga en cuenta su valor científico, que depende de un minucioso examen, el análisis de los elementos cartográficos es un puente hacia la pulsión interior del mapa.<br /><br /> Tal vez el espacio extenso sobre la Tierra sea un incidente en el tiempo, que varía con este, por lo tanto nunca se puede hacer una cartografía perfecta.<br /><br /> La cartografía ha evolucionado enormemente en el transcurso de los últimos decenios. No obstante, sólo recientemente ha sido liberada de la servidumbre, que implicaban sus tradicionales aplicaciones. Esto la ubica dentro de una categoría que exige un examen prolijo de los medios de los cuales se vale, así como de sus objetivos. Si este análisis sería imposible, tanto para el geógrafo como para el público, recorrer las etapas siguientes.<br /><br /> Las investigaciones que sirvan de base a la nueva ciencia cartográfica ( siempre nueva porque el mundo varía, cambia) tiene dos metas y responden a dos tipos de requerimientos:<br />1.- Los requerimientos de la ciencia en general, que nacen del impulso del saber, desligado de las necesidades prácticas: La ciencia pura, y<br />2.- Requerimientos con respecto al equilibrio de las fuerzas investigadoras, que se pueden clasificar como intuición y cálculo. Es la llamada ciencia práctica.<br /><br />Dichas investigaciones deben ser realizadas con espíritu verdaderamente sistemático, según un esquema claro, ya que por encontrarnos en sus comienzos se nos presentan como un nebuloso laberinto cuyo desarrollo posterior es imposible prever.<br /><br />La primera pregunta oscura se refiere, naturalmente, a los elementos cartográficos, que son el material de la construcción de cada mapa y variarán, por lo tanto, según cada tipo de género de mapa.<br /><br />Se deben distinguir los elementos básicos, es decir, aquellos sin los cuales un género cartográfico no podría existir.<br /><br /> Los demás elementos serán denominados elementos secundarios.<br /><br />En ambos casos es necesario llevar a cabo clasificaciones orgánicas.<br /><br /> Este libro trata de los elementos básicos utilizados en la etapa más primaria de toda obra cartográfica, sin los cuales no se puede ni siquiera iniciar, y que constituyen además la base del arte gráfico, independiente de otros.<br /><br /> Hablaremos, pues, del ideal, en primer lugar, del cuadrante.<br /><br /> El proceso ideal de toda investigación consiste:<br />1.- En el minucioso examen de cada fenómeno por separado.<br />2.- En la oposición de los fenómenos entre sí: interacción y comparación; y<br />3.- En las conclusiones generales deducibles de las etapas anteriores.<br /><br /> Mi objeto en este libro se limita solamente a los dos primeros puntos. Para lo tercero el material no alcanza y no se deba tampoco improvisar,<br /><br /> El examen deberá ser fatigosamente claro y avanzar minuciosamente. Ni la más pequeña alteración, propiedades y efectos de cada elemento debe escapar a la mirada atenta. Sólo este camino de análisis microscópico nos conducirá a una amplia síntesis, que finalmente, y muy por encima de los límites cartográficos, se extenderá hasta la unidad de lo humano y lo divino.<br /><br /> Esta es la meta prevista; pero aún muy lejana.<br /><br /> Los límites del presente trabajo están dados no sólo por mi carencia de fuerzas, sino también de espacio. Por ello, consiste solamente en una introducción de carácter general y puramente de principio, dirigiendo la atención hacia los elementos gráficos básicos:<br />1.- En abstracto, es decir, aislados de la forma real de la superficie que los rodea, y<br />2.- Sobre la superficie material. Efecto de las propiedades básicas de ésta.<br /><br /> Pero lo anterior se tratará apenas en el marco de una investigación fugaz, como intento de establecer un método específico para las investigaciones de a ciencia cartográfica y de probarlo en su aplicación.<br /><br />Llegados aquí conviene aclarar que el título responde al deseo de la realidad de todo cartógrafo o geógrafo suficientemente concienciado. Es un ansia utópica el de hacer el mapa total y completo, el mapa que abarque todo el territorio. Pero no se ha de dejar de intentar, poniendo las bases de la ciencia, probando rodeos y usos de otras disciplinas para explicar e implicar métodos útiles para nuestro fin. Toda derrota de antemano es destructiva, el territorio está aún por explorar.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">CARTA CONTRA MONDRAGA</span><br />Por Camarga<br /><br /><br />Compañero de fuga:<br /><br /> En primer lugar quiero quedarte claro que inteligencia conlleva bondad y viceversa, esto es, para ser bueno, hay que ser inteligente. Y esto lo admite el realmente inteligente, desde Sócrates hasta el que esto te escribe. Todo lo demás no son sino estupideces para defender a los tontos o para defenderse entre ellos. Porque es sabido que los tontos se unen para dominar. Y así dominan, siendo en la historia de la humanidad un continuo camino de insensateces, un calvario, y lo que se encuentra de bueno ha sido aportado por gentes inteligentes, que, en cimentada consecuencia, han hecho el bien. Pero siempre, de una forma u otra, por los miles de laberintos con que los tontos embadurnan el mundo, han terminados masacrados por esos mismos estúpidos de siempre y sus instituciones representativas, y que, en última instancia, se defienden a sangre y fuego y a punta de fusil, tanto si distinguimos como democráticos o sus hermanas autoritarias, unas como otras a su servicio. Sobre todo el poder de lo que llaman Estado, que basa en la iniquidad y la sinrazón, en la barbarie y la fuerza, sobre todo de las armas. Como eso está archidemostrado, no pasaré a hacerlo. Que cada uno, y tú especialmente, se aplique el cuento.<br /><br />Imaginemos el gobierno de una sociedad organizada, que no jerarquizada, en manos de personas inteligentes. Lo esperado es que lo hiciesen bien, porque esa inteligencia facilitaría la solución de problemas. Platón lo supo ver en su República; pero no lo explicó adecuadamente ni como se debe, además está en un libro y no en la realidad.<br /><br /> Tú, mi compañero a la fuerza en esta inexplicable huida, eres corto de entendimiento, y es por lo que eres tan nefasto, tan malo, eres torpe contigo y causas mal entre los que te mueves, entre el común de la gente que te rodea. Todo el mal que hago se debe a mis carencias de inteligencia suprema de las cosas, pese a que me dan fama de inteligente. Sí, puedo decir que jamás hice mal a nadie, de una manera consciente al menos. Conocer esto, que se me haga inteligible, es fundamental para planearme un comportamiento, que es lo que tengo pretendido con esta misiva que dirijo a ti, contra ti, por creerte demasiado peligroso. Los tontos no sois de fiar y podéis liarme y liarla en un momento dado, dando la vuelta a la tortilla.<br /><br />Todo eso después de una larga reflexión y consulta con personas de probada bondad e inteligencia, y que te conocen bien.<br /><br /> Puede que este escrito vaya a parar a cualquier muladar de los que frecuentas, cosa propia de personas como tú, sin haber entendido nada más que soy tu enemigo particular o que te tengo ojeriza.<br /><br /> Hasta aquí te expongo todo lo importante que te quiero decir. Lo demás que sigue, no es sino abundar en lo mismo, o hacer variaciones sobre idéntico tema, como la piedra so el agua, que acaba desgastándose, a ver si tu tontuna crisma cambia de parecer, y así variarás de comportamiento.<br /><br /> Sabrás, quizás intuitivamente, que me guía la mejor intención al hacerlo. Quisiera que la naturaleza te hubiera dotado de mayores luces. De todas formas, todos hemos de vivir, y este escrito no significa nada beligerante contigo, y menos un confabulación contra tu persona.<br /><br /> Sé que pasas por ser un listillo de los que dan el pego y toman carta de naturaleza inteligente. En el maremagnum social en el que has vivido, has sabido moverte sin el mayor de los problemas, siendo un triunfador. Pero sin escrúpulos por los medios utilizados para imponer tu listeza y pasar por persona menos estúpido de lo que eres. Incluso por inteligente. El mal que has ocasionado niega esa presunta inteligencia. También desdice esa cualidad tu conformidad con lo imperante, siendo así que la inteligencia es desobediente, subversiva, peligrosa para los que mandan haciendo tanto daño. La inteligencia, en esas circunstancias, es un exceso inútil, inútil porque lo es para lo establecido, que a todas luces no es el paraíso. La inteligencia es sensible y ética. No es mecánica, como la tuya se manifiesta muchas veces: la inteligencia mecánica es una forma de estupidez. Aparte de que la inteligencia siempre, y sólo, granjea desdichas, según han dicho multitud de hombres inteligentes, a lo largo de la historia, que lo han mostrado por sus obras y por su vida. En fin... No debería seguir, ya que entenderías poco y rechazarás lo que te digo como producto de la verborrea de alguien que ha leído y estudiado con pasión, al que tú acusas de que no ha vivido, y para ti se trata de vivir, por encima de todo y de todos. Es una cierta costumbre de estos tiempos catastróficos , tiempos que están destruyendo la naturaleza y el sistema ecológico del planeta. En ese sentido, la inteligencia es un peligro, subversiva y desobediente con las enormes torpezas que cometen los tontos, por una de las consecuencias de la tontuna: el egoísmo. Nadie inteligente ensucia a sabiendas el medio donde vive para envenenarse. Y te saco un ejemplo muy complejo y general. El hombre, ese hombre hábil, mecánico y listo, con el que te identificas, conseguirá lo que ni la propia naturaleza ha hecho en milenios: destruir la vida en el planeta. Todo por dejarse llevar de las estupideces, de los estúpidos hábiles y mecánicos: por ello, todos los que estamos por salvar la naturaleza, somos un peligro subversivo. Sólo esgrimimos razones inteligentes ante los necios conjurados.<br /><br /> Relee lo escrito y piénsalo. En manera alguna intenta ser palabra revelada; pero sí trata de acertar en explicar por qué causas tanto mal, encontrar explicación a tanta vida malgastada como dices que has vivido. No es una soflama moralista sino un intento por ponerte un espejo delante, para que te conozcas.<br /><br /> Espero haberte puesto claro y nítido todo esto, y grande, aunque apresurado por razones que te imaginarás, para que no te veas feo, sino cual eres, como se te ve en realidad. Pero para mirarte en este espejo has de despojarte de toda parafernalia que te oculta. De no hacerlo nunca te verás como eres, habiéndote engañado durante toda tu vida. Claro que esta mentira, esta tremenda hipocresía contigo, no significa más que una gota insignificante en el inmenso y revuelto mar, o mal, de tu imbecilidad. Pero te lo digo con desahogo. Poco te importa engañarte, ya que por eso engañas.<br /> Atento<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">DE LO CHABACANO A LO SUBLIME (aparecido en el diario regional Los Ecos )</span><br />Por Saxolfeo<br /><br /><br /><br />Sí, todo arte tiene un material con el que se trabaja, la materia que se transforma, con la que se juega o se lucha, la que lo hace ser, su tangibilidad. En la música esa materia, eso que constituye el ser de la música, es el sonido. Así como en la pintura es la forma y es el color en sus múltiples aspectos, o en la literatura la lengua, cualquier lengua concreta.<br /><br />Los sonidos los captamos por el oído, y no se trata de exponer aquí como ocurre eso, y como se producen. Damos todos como sucesos que acaecen a nuestro alrededor. El ruido de un bote de plástico al que le da patadas un niño gamberrete en la calle, el lejano sonido de la radio de un vecino o el saxo que toca el otro de un casa cercana, músico de una banda municipal.<br /><br /> Lo mismo que todo color y toda forma no es arte por sí mismo, ni toda conversación o escrito, literatura; los sonidos que habitualmente escuchamos tampoco son música. Aunque la música la constituyen sonidos con una intencionalidad de orden, provenientes de cualquier elemento que produzca esos sonidos.<br /><br />Esto último no será muy inteligible si no lo expreso ampliamente y pormenorizado. Vamos a ello, entendiendo que lo que digo levantará ronchas en más de una profesional de lo musical, y, a lo peor, en ese saxofonista que tengo por vecino. Pero como trato de que vaya razonado, no tengo el menor temor. Claro que tampoco seré tan bruto como para intentar que los lectores de este diario comulguen con ruedas de molinos. Quizá parezca que expreso lo obvio, cuando se trata de repetir lo que se olvida fácilmente.<br /><br /> Una cosa son los instrumentos musicales, otra los músicos o sus manipuladores, y una tercera la música como arte excelso y sublime. Conviene recordar esto claramente, aunque parezca perogrullada.<br /><br />Pues bien, los sonidos son los que se producen de lo que llamamos instrumentos. Independiente de ellos existen sonidos que pueden producirse por otras cosas. Verbigracia: de una lata de conservas que golpeamos rítmicamente, o dos piedras de arroyo chocadas. Los que se llaman instrumentos musicales, como otras costumbres y atavismos, son convenciones que el ser humano ha ido aceptando, por el uso, como provocadora de sonidos que originan la música. Parece imposible, a estas alturas o bajuras de la historia, que se pueda creer que la música tenga algo que ver, no todo, con lo que se entiende por instrumentos musicales convencionales. Que la música es un arte que puede producirse independientemente de esos instrumentos, que son precisamente eso: meros instrumentos. Y que en cualquier momento puede provocarse música con otras cosas, tan sublime, o incluso más, que los sonidos procedentes de los excelsos violines o el piano de salón, tan ínclito.<br /><br />No vengo, ni conviene aquí, a hacer una análisis de la evolución de los instrumentos convencionales al uso, ni irnos a otros ángulos o ámbitos y a otros sonidos de otras culturas, para ver y mostrar que el hombre ordena lo sonoro y logra música de los más inesperado e insospechado, como se puede probar y comprobar fácilmente.<br /><br /> Porque lo importante en la música no es el instrumento, sino el sonido y su ordenación con arreglo a unas normas clásicas o nuevas, y el resultado que llamamos música. De ahí que de un palo y una chapa, cosas viles que pueden estar en cualquier vertedero de basuras, se pueden arrancar sonidos sublimes, música celestial que encanta a las gentes. Es lo que siempre ha creído, en una especie de panteísmo, que llamaría musical, que de lo vil y primitivo, surge lo absoluto y noble. Del estiércol surge la rosa. El sonido de una violín puede ser lo más desagradable que se oíga; pero ese mismo sonido en armonía con otros puede originar lo que llamaríamos música paradisíaca. Así, de lo chabacano se consigue lo sublime, título que he dado a este artículo que escribo a petición de uno de lo redactores de este medio, amigo personal. De entrada diría que yo no tengo pluma, así que no espero que el valor de lo que expongo radique en la manera de expresarlo, sino que estaría contento con que se me entendiese lo que quiero decir, la idea, que es bien sencilla. Repetiré un poco al final las cuatro cosas que he querido expresar, como de resumen. Porque, músico viejo al fin y al cabo, con mis ribetes de bohemio y jazzístico, lo mío es hablar y hablar sobre la música y sus vericuetos, es donde me expreso bien y donde una serie de sucesos que acontecen en el mero hecho de hablar (mi voz, mi tono, mis gestos, mi música) no se pueden expresar ni poner por escrito. Es la limitación que tengo en el dominio d la lengua. Soy músico en directo en vivo.<br /><br /> Bueno, pues terminaré resumiendo, puntualizando, lo que quiero decir cuando expongo que la música surge de lo más primitivo de la materia, en camino hacia lo sublime, hacia el encuentro con la música de las esferas. La música es algo más que el producto ordenado de sonidos provenientes de los que llamamos instrumentos musicales, y que pueden ser convenientemente registrados en una partitura y ser reproducidos a partir de ella. Y no es ese el único medio de lograrla o de registrarla. En eso estamos, todos los que nos movemos en lo que se llama mundo musical, mundo de la creación musical, de acuerdo desde hace muchos años. Por ahí no voy, ni intento convencer a nadie. Lo que me interesa es que esta idea llegue a la gente, a la masa, al común de las personas, es por lo que he escrito esto, y apechugado con publicarlo, aun a costa de hacer el ridículo o de ser malentendido, y que cualquier cantamañanas de un pueblo de esta región, adonde va dirigido este diario, publique alguna carta dirigida al director, tratando de poner sus puntos sobre mis íes, a lo que desarrollo aquí, a su buen entender. Y no es que me vaya a quitar el sueño si eso sucede. Pero ya se sabe, la ignorancia es muy alto atrevimiento.<br /><br />Trato de exponer algo que va contra la común creencia y contra la ignorancia establecida entre las masas. Así, llamar músico a alguien que toca un instrumento, no me parece conveniente, porque músico, en el sentido de lo que llevo expuesto, sería el creador de música y no el utilizador de un instrumento, que mejor le cuadraría lo de instrumentista, que difiere gran cosa de lo de músico, aunque tenga que ver como reproductor del arte, siendo en esto igual que una casete o un tocadiscos, respetando su ser personal y sin querer ofender sus personas como las cosificara. Pero esos aparatos –casete y tocadiscos- también producen música, o mejor, la reproducen; pero no crean, son, en cierta manera, instrumentos musicales que no suplantan, en ningún caso ni momento, el noble arte de crear, aunque pueden ser usados y ayudar al creador, como puede ayudarlo cualquiera otra cosa más vil o despreciable. Lo mismo que de una melodía inapreciable y populachera, puede surgir la más sublime de las creaciones musicales, como generalmente ha acontecido en lo que se llamaría la historia de la creación musical.<br /><br />Llamar músico al mero intérprete musical, con los instrumentos convencionales, sería tamaño error como denominar escritor a todo el que escribe, por el simple hecho de escribir, sea cual fuere su intención, suceso que se está dando en estos días en los que abundan los plumíferos y los escribanos de agua, que se atreven a encuadernar las paridas que dicen que es creación literaria –según me informa un amigo, poeta eximio, mas desconocido, por huir del encanallamiento reinante, y no publicar por así haberlo decidido moralmente y para preservar su arte de la ola de ignominia que se cierne sobre él-.<br /><br /> Otra imbricación más para justificar mi título y mi idea de que la creación musical va de los chabacano a lo sublime, trepando hacia la armonía de los astros, esa que escucho y con la que trato de ponerme en contacto desde el vil metal de mi saxo, es el misterio de la creación en general.<br /><span style="font-weight: bold;"></span><br /><span style="font-weight: bold;"></span><br /><span style="font-weight: bold;">CARTA A SU MUJER</span><br />Por Agusa<br /><br /><br />Mi querida esposa:<br />Heme fugitivo y sin ti. Anoche creí que te veía, en un dispuesto disloque de la mente, entre la oscuridad cerrada del campo. Te echo de menos, y mucho. Es cierto que no se añora más que lo que se pierde. Y no es que te haya perdido, ya que tengo la esperanza de que esto sea momentáneo y rápido. Me refiero a mi fuga.<br /><br /> Estoy bien y entero. Te lo digo con doble intención. Cierto que en los últimos años estaba harto de ti y de tus costumbres, de lo que se te llama ama de casa. Harto de esa poltronería y de esa gordura, de ese afanarse por el hogar, que te fue distanciando más y más de mí. Luego los hijos contribuyeron a que te considerase un elemento más entre el mobiliario. Cierto que no te deseaba. Pero cuando me acostaba contigo, quizás por necesidad y por no tener alguien más deseable a mano y que te sustituyera, por esa facilona comodidad que tenemos los maridos conformistas, satisfacía mi sexo contigo, saciando mi hambre toda, que era mucha más de la que expresaba, sin preocuparme de otra cosa que de liberar mi deseo contigo, mi impulso y hacerlo como quien tiene necesidad de rascarse y se rasca.<br /><br /> Algo tenía que hacer; pero lo dejaba de un día para otro. Te juro que no estuve nunca con ninguna otra mujer, y ya ves que no me faltaban razones para hacerlo. Tampoco tenía problemas para tener otra mujer cerca, bien en el taxi o en otros sitios. Pero me parecía una hipocresía esto del cuerneo, de andar con otras estando casado, comprometido con otra mujer a la que le juré fidelidad. Sé que esto se considera una estupidez hoy en día, por los fascistas inmorales el uso.<br /><br /> Jamás fui de putas; porque en el último momento te prefería. Cierto que no tenemos mucho dinero. Pero no era eso sólo lo que me retraía. Tal vez tú eres la única mujer con la que he estado desde los catorce años, y eso no lo iba a romper con una cualquiera, aparte de que me había hecho tanto a hacerlo contigo que no me veía con otra.<br /><br /> La distancia me ha hecho ver tu falta y lo valioso de tu presencia, de lo que vales para mí. La distancia y esta situación en la que ando, en esta huida sin sentido. Te busco realmente, es lo que me mantiene con fuerzas. Sé que al final de todo esto, tú estarás ahí, en casa y con los brazos abiertos esperándome.<br /><br />Estarás guapa y te quiero alegre, mi vida. Es lo que mejor te puedo desear. ¡Ah!, escribe si puedes y dile a los niños que vayan a la escuela, y que aprendan. Que su padre sólo llegó a taxista; pero ellos pueden aspirar a mayores cosas. Si la pequeña te pregunta –es un decir- por mí, dile que hago un viaje para llevar a unos señores muy lejos, y que un día volveré, para no viajar más. ¿Vale?<br /><br /> Por lo demás sólo recordarte que te deseo y te quiero más y más. Tarareando nuestro bolero y esas canciones que nos hicieron felices cuando éramos tan jóvenes, con mis caricias, mis besos y mis deseos que te sobrevuelan, me despido.<br /> Más besos y abrazos<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">CARTA A SU MARIDO</span><br />Por la mujer de Agusa<br /><br /><br />Agusa mio de mi alma:<br /><br />Tu carta recibí, y yo te prometo –por el fruto de mis entrañas- que no faltaron dos dedos para volverme loca de contenta. Mira: cuando llegué a leer que estás loco por mí, me pensé caer muerta de puro gozo. Que ya sabes tú que dicen que así mata la alegría súbita como el dolor grande. A Talita tu hija y la mia; se le fueron las aguas sin sentirlo, de puro contento, Creí que era sueño todo lo que leía y que me hablabas y te sentí.<br /><br /> Ya sabes que se dice que hace falta vivir mucho para ver mucho. Y ya no vivo hasta tenerte de nuevo entre mis brazos. Y ardo de deseos y pido picardías que no te cuento para no ponerte malo y más salido que una alcayata. Aunque ahora podía tomar venganza. No soy resentida ni hipócrita, como bien sabes.<br /><br />Te diré que sí, que en la cama eras como una furia, un animal que se desfogaba de un deseo; pero está tranquilo, que yo me llevaba mi parte. Qué tontos sois los maridos en muchas ocasiones. Y una está hecha ya a casi todo y con poco se conforma.<br /><br /> Si llegas a engañarme con una pelandusca cualquiera lo hubiera notado. No sólo en tu bolsillo, sino en tu cuerpo. De sobras sabes de mi buen olfato y de que me encanta olerte, y sé cada recoveco de tus olores. Mi padre era cazador y de él lo heredé, el sentido del olfato extremado. Soy finísima para eso. Apañado hubiésemos estado. Te habría obligado a cumplir conmigo hasta agotarte total.<br /><br /> Dices de venir; pero ven pronto ya que así no podemos estar. Casi he agotado los ahorros que teníamos. Una de los chicos ha estado enfermo con anginas; pero ya está bien. Parece que ha crecido algo, ya que estuvo unos días, quince, en la cama. Talita preguntaba por ti a diario; pero desde hace días parece que se aburrió y no lo hace. Tampoco le digo. La niña está contenta pese a tu falta.<br /><br /> Intento estar con contento yo también en estas circunstancias; pero comprenderás que no es fácil. Y tu huida destroza a tu familia. Soy presas de un nerviosismo que tengo que disimular. Se han levantado rumores por el vecindario de que me has abandonado, de que te has ido con otra. No veas lo mala que es la gente y lo que se alegra con las desgracias ajenas. El otro día casi me pego, en la pescadería, porque una vieja cotorra y fea rumoreó no sé de que te habías largado, al pedirle al pescadero medio kilo de sardinas, que tanto te gustan. Fue vergonzoso; pero le quedó claro para que le constara. Me enorgullece tu ausencia porque sé que es para tu bien. Poco me importa por donde andas y lo que hagas. Siempre pensaré que no me deshonrarás. Digan lo que digan las chismosas que habitan por aquí. El aburrimiento las vuelve monstruos mentales, enfermos y obsesos. Ya sabes eso de que cuando el demonio no tiene nada que hacer y demás.<br /><br /> Te amo, y quiero verte pronto porque te necesitamos. Ya me demostrarás todo ese cariño, porque así, por carta, no me queda sino el anhelo y los dientes largos. No querría quedarme sin ti en este mundo.<br /> Tu mujer<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">RELATO DE TERROR</span><br />Por Camarga<br /><br /><br />No conocemos la naturaleza y sus fenómenos, ni nos conocemos. Huimos todavía y toda la vida de ese conocimiento, y vivimos horrorizados, huyéndole. El único miedo que habita en el hombre proviene de lo que ignora, de lo que desconoce, de lo que le es familiar, o que, siéndole, lo sorprende un buen día, o una noche, con su extrañeza, sin esperarlo, de improviso, tan lejano que le parece terrorífico.<br /><br />Tal vez porque Rosa pretendía sublevarse contra una realidad que le era hostil, cultivaba las lecturas que le evocasen sueños atávicos y poderes maléficos para huir de una sociedad burguesa y aburrida. De esta manera se libraba de los horrores cotidianos para proyectarlos en una dimensión onírica a la que le ayudaban las ingentes lecturas de la subliteratura del género de terror. Que no sólo por diversión o evasión acudía Rosa a estos relatos, cuentos, novelas de ambientes terroríficos. Eso sería banalizar demasiado su afán. Sentía que le llamaban las entrañas, el recuerdo lejano en la memoria de la especie, de ritos, tal vez, totémicos. Era como seguir por vía actual una iniciación imaginaria, remedo ya de las desconocidas iniciaciones de otros tiempos que se pierden en los tiempos y los cosmos.<br /><br />La civilización de la ciudad, en la que Rosa vive inmersa, cualquier ciudad del país, afincada en el culto a la razón y al progreso, ha extirpado el misterio, el valor de lo numinoso y el arte fantástico. Contra esa rebelión de los sedentarios, dedicados a trabajos mezquinos y a la construcción de sistemas abstractos y gobiernos degradados, se levanta desde las simas profundas, el reino de lo invisible, la provocación de la imaginación. Entre esos restauradores se encontraba, modesta y cotidiana, nuestra mujer, empeñada en crearse un universo mental, en la lucha por la restauración del cielo y del infierno, de la existencia de lo maravilloso, del deseo de aventuras.<br /><br />Cierto que en su vida cotidiana no lo mostraba. Trabajaba en una peluquería de señoras y el desarrollo de su ser era de lo más normal, bastante mediocre más bien. Ni siquiera en sus relaciones con los demás se salía de una norma absolutamente establecida por la costumbre. De lunes a viernes iba de casa al trabajo y viceversa. Viernes por la noche, sábados y domingos solía pasear, tomar copas, ir al cine u otros espectáculos corrientes y al uso. Había tenido dos novios que dejó.<br /><br />De la edad de veintiocho años y morena, hermosa, con esa hermosura de esas morenas de ojos negros. Nadie pensaría que aquella chica tenía afición a las lecturas de relatos de terror, que le transformaban el mundo y la vida, su vida interna.<br /><br />La explicación de cómo Rosa aguantaba una cotidianidad monótona, teniendo esos anhelos descritos, aparte de su alimento de lecturas terroríficas e imaginativas, era el mes de vacaciones tan singular que, año tras año, tomaba. Desde los diecisiete descubrió lo que le daba vida y razón de ser.<br /><br />Tenía unas tías en la zona norte del país, que vivían en una pequeña ciudad. Aquella región, en contra de la que habitaba corrientemente, era húmeda y verde, famosa por sus brumas y cielos plomizos, sus lluvias pertinaces y sus evocaciones de lo primitivo y ancestral. Además, en aquellas tierras la presencia de lo que llaman civilización no había impregnado hasta los tuétanos los huesos del esqueleto de su cultura, perdurando un cierto ambiente con el que se identificaba. Rosa odia lo urbano, las ciudades grandes, como la suya, que le parecían un caos sin sentido, aparte de responder a la aberrante creación de una maquinaria racional que avasalla y destroza el planeta. Porque tenía su punto de ecologista. Buscaba la manera de retirarse al caserón en el que vivían sus tías en aquella región poco polucionada, y vivir allí retirada, porque estaba segura que en este mundo nada, sino la imaginación, tiene importancia. Había elaborado un pensamiento que era una extraña mezcla donde el culto a épocas históricas pasadas y a una concepción aristocrática de la existencia, se mezclaban con el odio hacia el mito del progreso homogeneizador. O, tal vez, lo uno llevaba a lo otro. Lo que no le impedía declararse materialista, mecanicista y agnóstica, al igual que llevaba sus fantasías hasta linderos más terroríficos. Todo esto lo contrastaba con un amante que tenía en su ciudad, poeta pedestre, y con otro que frecuentaba en las estancias en el caserón de sus tías.<br /><br />Le ocurrió el último mes, y definitivo, que estuvo allí. Fue en el de septiembre, que era cuando le gustaba tomar las vacaciones. Como siempre, llegó a la vieja casa, y, tras saludar a sus tías, Rosa se dirigió a su cuarto, con su alcoba, en la planta alta de la vivienda. Subió las escaleras de madera y, una vez en la habitación, abrió la ventana para que aireara. Estaba como siempre: la antigua cama de madera, una inmensa cama de matrimonio con casi dos siglos de antigüedad, que lo mismo había sido testigo de partos como de muertes, reinaba en el centro. A ambos lados las altas mesillas de noche con sus mármoles, y el armario, enfrente de la cama.<br /><br />Hasta que anocheció estuvo instalando la ropa, haciendo la cama, e idealizando el maravilloso mes (uno más) que le esperaba en aquel lugar, sola con sus lecturas y sus mundos, a que tanto ayudaba el ámbito.<br /><br />Cuando anocheció, bajó a cenar y a estar un rato con las tías, que, sabias de la afición de la sobrina, procuraban molestarle lo mínimo y necesario.<br /><br />Habiendo cenado, salió a darse un paseo por las calles de la ciudad. El verano fresco que existía en el lugar, todavía perduraba y, por las noches, era relajante y ensoñador darse un paseo. Rosa se encontró con su amante y pasearon, charlaron y, tras tomar algunas copas, cada uno se decidió ir por su lado, quedando en verse en los próximos días.<br /><br />Entró en la casa, ccrrando el portón, pues ya las tías hacía tiempo que dormían. Se fue a su habitación con el mayor sigilo, con todo cuidado para no despertarlas. Se recreó un rato mirándose al espejo de la habitación, que estaba en una de las puertas del armario. Se desnudó y se metió en la cama. Encendió la luz que daba sobre la cabeza, y se reclinó en el cabezal. En el espejo del armario podía verse y recrearse la vista en su figura leyendo. Se levantó y dispuso la puerta, sobre la que se sostenía el espejo, para no verse. Le ponía nerviosa. Leyó con entusiasmo algunos relatos de misterio mágico, muy cortos e intensos, hasta que sintió ese ligero hormigueo de sueño tan agradable. Apagó la luz y se tendió totalmente. No se había dormido aún , cuando percibió que la cama se movía. Que levitaba, que se levantaba. Su mente, en un principio, permanecía en blanco,. Después reaccionó poco a poco, saliendo de la quietud que le dio el terror. No podía moverse. Intentó encender la luz, bueno, lo pensó; pero sus brazos y su cuerpo no respondían. Los ojos abiertos como platos en la oscuridad del cuarto. Su oído estaba alerta a lo mínimo audible. Así, tensa, inmóvil, presa del más terrible de los terrores inexplicables, de los miedos más angustiantes, sintiendo latir su corazón, percibió como amanecía por la tenue claridad que fue entrando por la ventana, hasta que se hizo lúcida, y la cama, con su cuerpo tendido, se hizo nítida y visible. Todo parecía normal en el cuarto. La cama estaba en su sitio. Todo el tiempo había pasado tan rápido y con ese corte de horror. Poco a poco fue recobrando la tranquilidad y el movimiento. No durmió en toda la noche, que duró segundos.<br /><br />Bajó rápida la escalera y encontró en la cocina a una de sus tías, que no se extrañó verla en paños menores y con la cara desencajada. La radio daba noticias. Habló de un movimiento sísmico, un terremoto de cierta intensidad, pero breve, en la zona y durante las primeras horas de la madrugada.<br /><br />Rosa rió, aterrada del error, del azar real.<br /><br />Al terminar su mes de vacaciones, Rosa no volvió a su trabajo rutinario. Se quedó allí, en aquella casa con sus tías. Cada noche se recreaba unas horas ante el espejo del armario, tendida en la cama, leía relatos de terror, en un intento de fuga.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">TRATADO DE AMOR ( Restos)</span><br />Por Nerdo<br /><br /></div><div style="color: rgb(0, 0, 102); text-align: right;"><span style="font-size:85%;"><span style="font-family: trebuchet ms;">Señora del Silencio</span><br /><span style="font-family: trebuchet ms;">de la dulce jaula de</span><br /><span style="font-family: trebuchet ms;">tu cuerpo</span><br /><span style="font-family: trebuchet ms;">se alzó</span><br /><span style="font-family: trebuchet ms;"> en la sensitiva</span><br /><span style="font-family: trebuchet ms;">noche</span><br /><span style="font-family: trebuchet ms;">un</span><br /><span style="font-family: trebuchet ms;">pájaro veloz</span><br /><span style="font-family: trebuchet ms;">E. E. CUMMINGS</span><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><br /><br /><br /><br />Difícil es, y arriesgado, tratar sobre tan evanescente tema y engañoso. Lo último que oí, o que tan vez leí en un diario, es que el amor es una ideología de las mujeres para mantener sujetos y dominados a los hombres. Era una feminista la que tal decía. No , me parece una estupidez la consideración, pese a que me quedan mis dudas. Es chocante. Demasiado claro tras siglos de historia amorosa.<br /><br />Lo que más me sugiere, lo que más me ha dado que pensar, lo que más me ha estremecido, ha sido la frase: “Cada pájaro vuela a su jaula”, aplicado al amor. Cierto que la he repetido hasta la saciedad a lo largo de mi vida desde que la leí, por vez primera, en una antología de amores imposibles. Por lo que no es raro que aparezca por todo este mundo. Su sentido reiterativo es como son los aletazos torpes de ese pájaro que vuela a cualquier jaula. Como la búsqueda de su porqué.<br /><br />La jaula es también prisionera de sí misma, aunque no está completa hasta que no tiene un pájaro dentro. Es muy triste ver una jaula vacía, aunque paradójico, en el sentido metafórico que aquí damos a esa frase anteriormente mencionada. De todas formas, cuando llega la noche, la jaula no se ve o sus rejas son apenas perceptibles.<br /><br />El amor sólo se alimenta de la pérdida, sólo persiguiéndolo, buscándolo. Cada jaula desaparece y así hay que buscar otra hasta el infinito.<br /><br />Al fin y al cabo, un pájaro en su jaula, no es sino dos soledades juntas. En este sentido no sé qué es peor, si no saber volar para no alcanzar la jaula o no entrar en ella.<br /><br />Algunos entenderán esa frase del pájaro que vuela a la jaula en su más estricto matiz sexual. Y no van por ahí estas consideraciones, aunque las engloba, claro. Con una determinada mentalidad, no ya madura, sino lógica, uno se da cuanta de la cantidad de tiempo precioso que perdemos estúpidamente por el sexo. Con esto no trato sino ponerlo en su lugar natural. En lo que llaman amor no deja de ocupar un sitial capital, y entre los jóvenes el único, quizás, que se merece. Sólo que el ser tan primario necesita dulcificarse con toda una ideología y galantería, usos e ideas, suspiros, sufrimientos, idealidades, sueños, fantasías y toda la cohorte similar, ya que el sexo a secas y desnudo, espanta a casi todos los humanos, menos a mí, que ya estoy un poco más allá de todo eso, liberado, el fin, del apremiante desgarro de las vísceras. Es crudo hablar así del amor, y un tanto engañoso, porque siempre alguien ilustra con un ejemplo de que no es tan animal ni primitivo: hablar de flechazos y paseos, de ternura y afecto. Los medios propios de introducir el pájaro en la jaula. En cada cultura adornado a su modo, y en cada persona un rito diferente. Aletazos de plumas que vuelan. Sinfonía mental cada vez más sofisticada para no reconocer, tácito, que cada pájaro busca su jaula de principio, y cada jaula desea su pájaro prisionero y arrullador, ardientemente, y que le trine.<br /><br />Pero no conviene hacer ascos a todo eso, a toda la inmensa parafernalia que se encumbra en lo que llaman amor. Hablemos, breve, de ella y de las cavilaciones de este tratado, que siendo el tema tan escurridizo como un pez no requiere un trato sistemático y fijo, sino a salto de mata, como las correrías de amor de los cuentos medievales u orientales, del arcipreste famoso también y su amor bueno. Para amar, como para vivir, se necesita siempre alguna mentira; pero sobre todo para amar. Los más se conforman con la enorme mentira de la apariencia, del juego espejeante de lo apariencial.<br /><br />Puede que las gentes que lean esto piensen lo peor sobre mí, y, sobre todo, que imaginan mi posible sufrimiento amoroso. Estarían en un error enorme, desde todos los puntos de vista. No soy más que un médico que diagnostica o un notario que levanta acta.<br /><br />Cierto que el hombre y la mujer se necesitan, conviene que estén juntos y hayan creado todo eso que un proceso histórico largo llama amor, por cultura, con todos sus usos, ideas y embelecos. Que un hombre sea el espejo donde se mire la mujer y viceversa. Casi nunca terminan encontrándose en sus superficies, o les aterra hacerlo.<br /><br />Cierto que aspiré a realizar el más elevado de los ideales; pero no hallé la pareja necesaria, el espejo en que mirarme. Tal vez es que perdí todo el tiempo en perfeccionarme, en mamar la leche nutricia de los simbolismos que nos hacen más sabios. Tal vez olvidé lo importante en el logro del amor, que no me interesa saber qué es, no arreglaría nada y acumularía sufrimiento. Escribo mi rebeldía.<br /><br />Ya sé, ya sé que por mis veleidades estoy condenado a ser un perro guardián o bufón. Por eso huyo, aparte de porque me persiguen. Porque cuando uno no cuanta en su mundo, encuentra un lugar en otro. Es siempre maravilloso hacer cosas nuevas.<br /><br />Buscamos en el amor el consuelo, conscientes de que somos animales inconsolables. En ese amor que explico antes.<br /><br />Finalmente trataré del amor desde otra óptica que no sea el amor de la pareja, aunque se le parece, Lo que mantiene a la gente en esta vida es el amor a los otros, y el amor es una vocación, una llamada, a algo que apasione, con dignidad, con autenticidad, con entereza. Lo demás es circunstancial y pasajero: el amor carnal, el dinero, el trabajo, lo otro. Mi vocación, la fuerza por la que me he sentido llamado, ese amor que me vive todavía es la instauración de un imperio de perfección y justicia que no lograré tampoco. Y pensar como lograrlo ha sido mi entretenimiento, más mi fatal error, que sin embargo ha logrado grandes tiempos de dicha que salvan del naufragio total.<br /><br />Tal vez amamos porque estamos condenados a muerte, y en el camino a ese cadalso nos preguntamos por nosotros y nos miramos, nos agarramos, nos tocamos, nos amamos, o amamos cosas sublimes para no perecer o apostar por una posible solución a esa muerte que se acerca. Amamos para huir de la muerte; pero eso también me suena a consuelo fácil. Tal vez si hubiese sido una mujer no habría escrito esta suerte de despropósitos sobre el amor y sus mundos. Hubiese callado durmiendo a un niño, mi hijo, y sonreiría leyéndolo.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">NOTAS VARIAS</span><br />Por Caricato<br /><br /><br />A veces hurgar en algunas cosas es como hacerlo en un avispero. Mientras más lo haces, peor malparado acabas, más aguijonazos recibes. La política, la sociedad, la condición en que vives, la clase, la cultura, son avisperos, sobre todo cuando están llevadas por torpes o idiotas, cuando en ellas mangonean mequetrefes, seres improductivos, como en estos tiempos calamitosos.<br /><br />Es curioso que sed no tenga plural usado y conocido. Si decimos sedes, como sería algo lógico, suena mal. Suena a asiento, a lo religioso. Y, figurado, podemos tener sed de muchas cosas: de agua, de cerveza, de venganza, de fama, de dinero... Y no es la misma cosa la sed de dinero o de venganza que la sed de agua. Quizás no tenga un plural porque, en puridad, se utiliza sólo la sed de agua, y no se considera en su sentido metafórico aplicable a otras cosas.<br /><br />Al borde de la muerte, el borde de la muerte.<br /><br />La eterna esquizofrenia humana: cuerpo y espíritu.<br /><br />Descubrir la mentira es, al mismo tiempo, encontrar una íntima verdad, puesto que ninguna mentira es simplemente mentira. Igual ocurre con los errores y los aciertos.<br /><br />A no ser que las coincidencias sean la lógica propia de este mundo.<br /><br />La mejor manera de someter a la gente es convencerla de que es feliz.<br /><br />En efecto, el que ama es algo más divino que el que es amado, porque está poseído de un dios.<br /><br />Los humanos odian a quienes son infelices.<br /><br />Mis vicios son sólo el fruto de tan forzada y aborrecida soledad.<br /><br />Ni en la vida, en ninguno de sus aspectos, se puede humillar a nadie. Es peor que la muerte.<br /><br />Una cosa es cierta: La ciencia es la enemiga del hombre. Esta nueva apocalipsis, como la antigua, corre al galope de cuatro jinetes: la superpoblación, la ciencia, la tecnología y la información. Todos los demás males que nos asaltan no son más que consecuencias de los anteriores. Esta última (la información) quizá sea en realidad el más pernicioso de nuestros jinetes, pues sigue de cerca de los otros tres, y sólo se alimenta de sus ruinas.<br /><br />Permanecerá en el suelo, dulce, extraviada, serena, con la belleza luminosa de la mujer después del orgasmo.<br /><br />Estoy contra la pena de muerte y contra la pena de amor.<br /><br />Antes imperaba el terror, hoy deja paso a la mentira y la estupidez.<br /><br />A fuerza de días rompió una vieja un hierro con las encías.<br /><br />Al final no queda sino crear una mujer ideal. Somos los hombres los que ideamos a las mujeres ( ellas siempre idealizan en primer lugar a hombres ricos, en buena posición: un príncipe o así) y no al revés, tal como una Dulcinea a la que hay que ser fiel, porque se es fiel a uno mismo.<br /><br />Uno de los grandes enemigos de la existencia actual es la seguridad.<br /><br />El soldado puede contar su éxito en victorias, el mercader en dinero, pero el fugitivo vive rodeado de una bella y cegadora neblina.<br /><br />La supresión de todo lo que nos humilla, nos explota, nos aliena, nos distancia, nos mutila.<br /><br />En pleno delirio sexual, cualquiera tiene derecho a compararse a Dios. Lo curioso es que la inevitable decepción posterior no afecte al resto de la vida, que sea momentánea. A veces he pensado que se puede tener una visión postsexual del mundo, visión que sería lo más desesperada posible: el sentimiento de haberlo invertido todo en algo que no vale la pena.<br /><br />Lo importante es lo que tienes dentro, dentro del bolsillo.<br /><br />Donde tantas torturas se hicieron en los calabozos en nombre de la tapada cara del bien común.<br /><br />Me miré al agua y me di miedo. Allá, en el fondo del pozo estaba reflejada mi cara. Lo que es inútil es taponar la luz con las manos.<br /><br />Uno puede observar admirado que los tontos no se quejan nunca. No tienen motivos.<br /><br />La desesperación de la crítica es su forma superior como se puede ver por las diversas peripecias.<br /><br />La ironía es un arma intelectual que puede ser eficaz, sobre todo si va unida a la indiferencia. Claro que la una y la otra no son aplicables a un enemigo total y acechante de continuo. Salvo que se quiera perecer. Aquí la muerte sería ironía e indiferencia a un tiempo.<br /><br />Es verdad que cuando uno deja de ser joven, deja de desilusionarse. Así, tras años de amor con ella, no me cabe ya la supuesta desilusión con el paso del tiempo. Es más, estoy en la más absoluta de las ilusiones. En ella quisiera estar casi todo el mundo.<br /><br />Nuestra seguridad depende de que nadie sepa nada que no deba saber. Que nuestro enemigo sólo sea conocido por nosotros.<br /><br />La lluvia lava el aire.<br /><br />Es necesario fingir.<br /><br />A partir del momento en que las ideas dan miedo, estamos en plena decadencia, cuando no en plena fuga.<br /><br />Aquel crimen se ponía cuesta arriba en su resolución: teníamos al asesino, pero desconocíamos la víctima.<br /><br />Tuvo cierta satisfacción en ver que muchas veces pasa en la vida lo mismo que en los libros. Por ello esa satisfacción se fue minando con el paso del tiempo y la sospecha, que degeneró en temor enfermizo, de que fuesen una suerte de espejos que reflejasen lo que acontece fuera de ellos, y resultar imposibles de penetrar en su interior, teniéndose que conformar con mirarlos desde fuera.<br /><br />Todos los días, al despertar del sueño de la noche, tenía una voz ronca, que poco a poco, en el transcurso diario, se le iba aclarando. Pensaba en las terribles pesadillas que tendría, en el sueño monstruoso que acechaba durante la inconsciencia, que le robaba la voz de puros gritos que daría, horrorizado.<br /><br />Después de todo, un solo pensamiento vale más que el mundo.<br /><br />Tal vez nos conozcamos porque somos espejos.<br /><br />Esta huida, como todas, es el justo combate entre la inteligencia humana y la sagacidad de las fieras. Me acecha la terrible sospecha de que podría ser al revés: que la sagacidad de las fieras se usa para huir de la inteligencia humana.<br /><br />El tejado es la cúspide, la culminación y la cobertura de la cultura actual y de siempre.<br /><br />La virtud es la madre de todos los vicios, y viceversa.<br /><br />No existe humor sin amor, ni ironía sin alegría.<br /><br />Tampoco el ojo puede verse a sí mismo, casi igual que el hombre, que nunca se ve completo sino es por reflejo en otros o en lo otro.<br /><br />Las gentes caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura.<br /><br />Esta conviene, la dama de pensamientos.<br /><br />No tiene el mundo cándida limpidez de espejo.<br /><br />Cada estremecimiento terrestre corresponde a un balanceo de los cielos. El sol levante y el sol poniente. Meridianos iniciales. Convergencia y divergencia de las rutas. Marcha de la civilización.<br /><br />El pueblo es, desgraciadamente, muy ignorante,. Y es mantenido en su ignorancia por los esfuerzos sistemáticos de todos los gobiernos, que consideran esa ignorancia, no sin razón, como una de las condiciones más esenciales de su propia potencia.<br /><br />No miremos, pues, nunca atrás, miremos siempre hacia delante, porque adelante está nuestro sol y nuestra salvación.<br /><br />Al encontrar a otro, que no es él mismo, se siente, al contrario, restringido; por tanto debe huir, ignorar todo lo que no es él mismo.<br /><br />Es la esclavitud de los hombres la que pone una barrera a mi libertad.<br /><br />Un individuo se compone de muchos desconocidos, mirándose en espejos.<br /><br />Cuando una mujer dice te quiero, dice, realmente: “me interesas”. Y viceversa.<br /><br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">SIN TÍTULO</span><br />Anónimo<br /><br /><br /> Si el fugitivo hubiese huido para escapar, pueden presentarse tres casos diferentes: El primero cuando es de probada culpabilidad por propia confesión, por la evidencia del hecho o por suficientes testimonios. El segundo cuando sólamente ha sido acusado. El tercero cuando es promotor y protector de fugas.<br /><br />En todos estos casos será buscado y citado a comparecer dentro de un plazo determinado. Si por mucho que se le buscase, el huido no aparece, se le castigará con el exterminio; si continúa encenagándose durante un año entero, será condenado como fugitivo y sometido a todas las penas de derecho.<br /><br />Es necesario señalar que, tanto en el segundo como en el tercer caso, puede ocurrir muy bien que el fugitivo no sea en realidad alguien que tenga que huir; pero de todos modos será condenado por tal como ficción o presunción de derecho.<br /><br />Se la dirá, refiriéndose a él: El desdichado, acumulando crimen sobre crimen, impulsado por la locura y seducido por el adversario que engañó al primer hombre, temiendo los remedios que se intentaba aplicar a sus heridas para su salvación, y negándose a sufrir un castigo temporal para evitar la huida eterna, se ha burlado de nosotros, que ansiamos, más que nunca curar las heridas que se le infligieron y deseamos, con el mayor cariño, devolverlo a la cárcel para comprobar si huye en las tinieblas o en la luz, os exhortamos aprenderlo y a enviárnoslo debidamente custodiado, comprometiéndonos por este acto a pagar todos los gastos en que debierais incurrir.<br /><br />Se aplicará tortura al acusado de fuga, que huía, para hacerle confesar su crimen y todas las razones que le han llevado a eso, sus circunstancias y pormenores.<br /><br />He aquí las normas estrictas que han de tenerse en cuenta para decidir sobre el particular:<br /><br /> Se enviará al suplicio:<br />1.- Al fugitivo que dé diferentes respuestas acerca de sus circunstancias, negando el hecho principal.<br />2.- A quien teniendo fama de fugado, y habiéndosele probado su deshonra, tenga un testigo en su contra ( aunque sólo fuese uno) que declare haberle oído decir o hacer algo en contra, ya que tanto ese testigo , como la mala fama del fugitivo, constituyen una semiprueba y son indicios suficientes para aplicarle el tormento.<br />3.- Si en vez del testigo que acabamos de suponer, se añaden a la difamación de huida otros indicios de peso (o aun uno sólo), se debe, asimismo, de aplicar el tormento rigurosamente.<br />4.- Aun cuando no existiese difamación, bastará un solo testigo que hubiese visto o escuchado decir algo en contra y uno o varios indicios de peso, para someter al fugitivo al suplicio.<br /><br />En general, una sóla de las siguientes cosas: un testigo de reconocido saber, mala reputación, un indicio de peso, no basta por sí sólo; pero dos de ellas son necesarias y suficientes para ordenar la aplicación de torturas.<br /><br /> Si embargo, existen excepciones a lo que acabamos de decir, que la mala reputación no basta por sí sóla para la aplicación de torturas:<br />1.- Cuando la mala reputación va acompañada por malas costumbres, ya que las gentes que a ella se abandonan caen fácilmente, sobre todo en los errores que autorizan su vida criminal. Así ocurre, por ejemplo, con quienes siendo incontinentes y con gran inclinación por las mujeres, se persuaden fácilmente de que la simple fornicación no es pecado de fuga.<br />2.- Cuando hubiese huido, este indicio, junto con la mala reputación, basta para que se le aplique el tormento.<br /><br />He aquí la forma de la sentencia de tortura:<br /><br />Nosotros, considerando cuidadosamente el proceso que se sigue contra ellos, viendo que huyen, cambiando las respuestas, que hay en contra indicios suficientes; a fin de saber la verdad por sus propias bocas, y (dirigiéndose a ellos) de que no sigáis fatigando los oídos de los demás, juzgamos, declaramos y decidimos que tal día y a tal hora, seréis sometido al tormento que os corresponde.<br /><br />Sólo se someterá al suplicio al fugado cuando se hayan agotado todos los medios de descubrir sus verdad, y de adentrarse en su conocimiento. Los buenos modales, la cortesía, la exhortaciones de algunas personas de bien, y bienintencionadas, la reflexión, las incomodidades de la cárcel, bastan, a menudo, para sacar a los culpables la confesión. Ni siquiera los tormentos son un medio seguro para conocer la verdad. Hay hombres débiles que ante el primer dolor llegan a confesar crímenes que no han cometido, y otros, fuertes y empecinados, que soportan las mayores suplicios. Hay quienes, después de sufrir una tortura, la toleran luego con mayor constancia, porque sus miembros se estiran y resisten mejor; otros, por sus sortilegios, se tornan casi insensibles y morirían en el suplicio antes de confesar. Esos desdichados emplean, para sus maleficios, pasajes de textos, que escritos de extrañas maneras en cuadernos en blanco, entremezclando en ellos nombres desconocidos, círculos, signos particulares, llevándolos en algún lugar oculto de sus cuerpos. No conocemos ningún remedio eficaz contra tales sortilegios; pero habrá que revisar atentamente a los culpables y despojarlos de ellos, antes de someterlos al suplicio.<br /><br />Cuando haya sido dictada la sentencia de tortura y mientras los verdugos se preparen a ejecutarla, se harán nuevos intentos para hacer confesar al huido su verdad, a reconocerse a sí mismo. Los torturadores desvestirán al torturado con una especie de turbación, precipitación y tristeza capaces de atemorizarlo, y cuando le hayan despojado totalmente de sus ropas, que se dejarán aparte, exhortándole, una vez más, a que se confiese en su interior, a que se reconozca, a que se mire. Se le prometerá la vida si se conoce, a condición de que no sea relapso, en cuyo caso no se puede prometer tal cosa.<br /><br />Si todo resultara inútil se le someterá al tormento, durante el que se interrogará, primeramente, sobre los cargos menos graves de que ha huido, ya que confesará antes esas faltas más benignas que las mayores.<br /><br />Si se obstinara en la negativa, se le mostrarán los instrumentos de tortura varias, diciéndosele que tendrá que pasar por todas ellas si persiste en no querer confesar.<br /><br />Si finalmente no confesara, podrá continuarse con el suplicio durante el segundo y tercer día; pero sólo se incorporará con las torturas, sin repetirlas, ya que esto no puede hacerse si no aparecen indicios, aunque no está prohibido continuar con ellas.<br /><br />Cuando hubiese soportado el suplicio sin confesar, se le deberá dar libertad mediante una sentencia en la que se indique que, luego de examinarse consecuente y cuidadosamente su proceso, no se han encontrado pruebas legítimas contra él acerca de la huida de la que se le acusaba.<br /><br />Se emplean habitualmente cinco tipos de torturas.<br /><br />Como es algo conocido por todos, no se detendrá a analizarlo. Sin embargo no se podrán hacer usos de tormentos desacostumbrados. Algún autor menciona catorce especies de tormentos: llega a agregar –Marsilius_ que él mismo ha imaginado otros, como la privación de sueño, lo que ha sido aprobado por Grillandus y por Locatus. Pero si se permite una opinión, se dirá que eso son rebuscamientos de verdugos más que tratados de búsqueda.<br /><br />Indudablemente, la aplicación de torturas a los fugados es una loable costumbre, mas se ha de desaprobar enérgicamente a los sanguinarios que no se sabe en virtud de qué vano amor propio, utilizan suplicios tan rebuscados y crueles que los huidos perecen en ellos o pierden algunos de sus miembros. También todos condenamos esos usos con energía ya que la tortura se ha de hacer con alguien vivo y consciente para arrancarle su verdad más íntima, ya que la busca desesperadamente, y no se ha de llegar a extremo de la pérdida de consciencia por el suplicio. Es la tortura instrumento y no fin en sí mismo. Todo lo demás no hace sino desprestigiar nuestra labor encomiable como dignísima, noble y honesta para todo.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">EL PAJILLERO</span><br />Atribuido al hermano de El Tinta<br /><br /><br /> Es que esta historia no sabría como contarla, la verdad. Tan escabrosa y poco común. Al fin he decidido ser directo y hacerlo con resumen y claridad.<br /><br />Lo conocí muy de cerca, por estas circunstancias de la existencia que te hacen se, incluso, hermano de alguien sin quererlo uno expresamente.<br /><br />La historia del más grande onanista que he visto en mi vida. Por lo menos así me lo parece. Lo sé todo sobre él porque fui confidente de sus afanes masturbatorios. Un adalid de esa realización sexual era este hombre, que en la gloria esté, pese a su pecado.<br /><br />Debería empezar por sus inicios, claro , por el descubrimiento de eso que le supuso en toda su vida un gozo y también un juego divertido, pese a que los demás lo veían como una enfermedad digno de tratamiento y con una preocupación por la rijosidad y contundencia con que la llegó a ejercer, y que, en cierta manera, determinó su vida y hasta su muerte. Fue cuando tenía trece años y en una de las convalecencias por una de esas enfermedades con las que se abandona la niñez y se entra en el vertiginoso mundo de la pubertad, de cara a la adolescencia. Era por la mañana y estaba ya casi restablecido. A la cabecera de la cama había una ventana por la que entraba la fogosa luz primaveral de esta tierra. Debajo de as ropas T sintió algo extraño. Se palpó, estaba recién despierto, con una de sus manos y deseó como si tuviera ganas de orinar, cosa natural al despertarse. Notó su miembro extrañamente hinchado y duro, que ya lo había experimentado otras veces. Se lo tocó más y le gustaba. Continuo frotándolo con lo dedos y se destapó para mirarse. Estaba enrojecido y sentía un extraño, cálido y agradable picorcillo, que se le agarraba, hormigueándole el cuerpo, hasta la nuca. Se lo agarró con toda la mano y lo balanceó, en frotación de arriba abajo, echado bocarriba sobre el lecho. AL rato le fue invadiendo una sensación calurosa y el picor placentero se tornó agudo, tenso y más grato, hasta llegado un momento en el que la tensión subió hasta arderle la cara y el cuerpo tenso, y su mano palpó un líquido emanado de su pene. Cesó pues, cansado, le resultaba poco agradable ya, y estaba emocionado por el sofoco y el enorme bienestar que sintió. Incluso le picaba. Miró atento a su mano manchada y no supo darse explicación al misterio y al gozo. Estaba claro que aquello no eran orines. A partir de ese día repitió la operación siempre que pudo y le vino en gana, y cada vez le resultó más dulce y placentero el momento de la tensión y de expeler aquel flujo. Y no me detendré en más detalles que me contó en muchas ocasiones sobre su iniciación.<br /><br /> Fue pasando el tiempo y T fue progresando en su costumbre masturbatoria, logrando una rara habilidad y prefiriéndola a otros accesos y prácticas sexuales, a los que le era fácil. Aquí conviene que me distancie y exponga mi visión, no vaya a ser que se entienda por regodeo el anotar este extraño exceso, pero trato de se notario meramente, aunque sé que es difícil evadirse. El onanismo es, por principio, un fracaso y un vicio a la vez. Se ha dicho: “El vicio es, por principio, el amor al fracaso”. Generalmente es ante la presencia de otro u otra, en la que la gente se descubre capaz de deseo. Puede desearse también ante la ausencia de otro. El goce solitario lo entiendo como una llamada al otro o la presencia del otro invocada. Pero en este caso he de destacar que no. El descubrimiento y posterior práctica de T no tenía en cuenta eso. Me constaba absolutamente así, aunque resulta raro. T jamás sintió atracción por las mujeres, y menos por los hombres. Ni sus fantasmas eran invocados en sus abundantes momentos de onanismo. Era puro en eso.<br /><br /> Llegado a la edad de veintitantos años, quizás veinticinco, su obsesión fue a más. Era muy hábil en disimular que se masturbaba en lo lugares públicos. Así, en cafés y bares se arrinconaba en las barras, o sentado en veladores y terrazas. Por supuesto en cines y teatros, porque, aunque era oriundo de una pequeña población, vivió gran parte de su vida en grandes ciudades. Lo peor no era eso, por el compromiso en que ponía a los que le acompañábamos. Su indecencia llegó a mayor, su osadía fue tanta que le dio por ver a donde alcanzaba su fuerza eyaculatoria. Era una punto de suerte y otro de una admirable habilidad, el que se masturbase el locales públicos o en la calle, y expeler el semen, generalmente apuntando a otras personas. Gozaba, sobreañadido, aspergiando seminalmente a las gentes. Por supuesto que en los diversos sitios donde vivió tuvo problemas, tanto con todos los vecinos como con los transeúntes, ya que les llovía desde las ventanas su líquido espermático.<br /><br />Sé que es un poco, quizás demasiado, asqueroso contar estas miserias del advenedizo del sexo cuyo nombre callo. Pero de todo tiene que haber en esta vida, y lo que pretendo con esto es ilustrar a la juventud que se puede encarrilar malamente por estas costumbres, perdiéndose los gozos del sexo con lo otro y las otras. Es mi única pretensión al entrar en rijosos detalles de mal gusto. Pero si eso es así, no vale dar rodeos y argumentos con rebuscadas palabras y narrarlo con veladas razones. Prefiero ir al grano.<br /><br /> Así que T tuvo problemas porque más de una vez escandalizó a señoras, cuando no fue agredido por señores, que lo sorprendieron, o bien en pleno pajeo, o bien expulsando el semen sobre ellos y ellas. Dos veces fue detenido por la policía, siendo la segunda vez condenado con arresto mayor de seis meses. Esto ocurrió el ser cogido por echar la lefa sobre un abrigo de visón de una empingorotada señora. El marido, gordo bigotudo -parece que lo estoy viendo- arremetió contra él, que salió por pies, corriendo, sin poder ocultarse el falo, a la calle. Aunque era más ágil, el grueso señor daba voces de alarma y un guardia de tráfico lo agarró. La pobre señora del visón sufrió un soponcio, viendo su preciosas prenda llena de aquello que quizás nunca vería tan de cerca ni tan en vivo y directo sobre su cuerpo. Nos hizo mucha gracia todo, aunque la edad me ha hecho desaprobarlo absolutamente ya que creo que la ciudadanía tiene derecho a que no se le corra cualquiera encima, y menos inesperadamente. Porque también fui testigo de casos contrarios, esto es, que agradecieron los actos de T. Concretamente recuerdo que cierta vez, en una sala de juegos, un mariquita agradeció sumamente un chorretón de T, que éste emitió desde un rincón, en el que simulaba jugar con una máquina, lo que fingía mejor sus movimientos y gestos.<br /><br /> Sé de la crudeza de lo que cuento, pero la vida de T no es un camino de rosas precisamente, ni estamos para andarnos por las ramas a estas alturas de la historia, como esperan algunos. Sé del cambio de la visión de las cosas en mí. Cuando era joven solía ser más permisivo, y no creí nunca que el paso de los años me atemperaría, como dicen. Y fue verdad, así que con lo que antes me reía, ahora me entristezco, e incluso reconozco que me he vuelto un punto, o dos, más conservador, lo que no quita para que vea la gracia de los desmadres de T y me ría entre mí en no pocas ocasiones. Hay que tener buen humor, que es patrimonio de las gentes inteligentes. La risa de los tontos es triste, dicen. Pero soy consciente de que narro un suceso muy excepcional.<br /><br /> Pero la cumbre de ese cinismo onanista llegó justo hasta el momento de su muerte, hasta el mismo momento de expirar. Y eso sí merece que lo cuente, aunque advierto de que se pueden herir sentimientos. Que nadie lo vea, o lo lea, como irreverente o falto de respeto, ya que aquí el elemento sagrado es mero comparsa. Lo que interesa es dar idea del colmo de vicio a que llegó, hasta donde alcanzó con su práctica. Entiéndase como patología excesiva.<br /><br /> Murió joven. De unos cuarenta y siete años y cuando ya tenía un trabajo regular como viajante de productos de perfumería y droguería en general. Soportó una larga enfermedad. Pero eso no fue obstáculo para que siguiese con su placer solitario cada día, y si me apuran, a cada hora. Lo que desmiente, en gran medida, las opiniones de los médicos en lo referente a sexo y salud.<br /><br />Sea porque T era católico, y no practicante, como se dice, sea porque sus últimos días entró en un proceso religioso ante la inminencia de la muerte, lo cierto es que pidió que si sentíamos que se moría, llamásemos a un cura. Nadie se extrañó y pensamos que resultaba lo normal en los momentos por los que se pasaba. Yo mismo fui a buscarlo. Por el camino le hablé un poco lo que conocía de T, y le destaqué que era un buen hombre; pero que tenía aquel pequeño defecto, aquella cosa que no podía evitar y en él era lo más natural. Nada dijo el padre que me escuchó atentamente durante el trayecto de la parroquia a la casa. Cuando llegamos, subimos y entramos en la habitación. El médico le daba pocos minutos de vida, aunque había pocas esperanzas. En la cama T estaba con una cara previa a la muerte, digo esto sin haber visto mucha gente en este trance, claro, pero lo supongo. Se fue el sacerdote al moribundo y todos salimos de la habitación, dejándolos solos. Al rato oímos una exclamación increíble y el párroco saliendo, escandalizado por la expresión del rostro y con la sotana visiblemente manchada de nacarinas gotas de semen. Entramos todos, mientras alguien atendía al buen hombre, en orden a limpiarse. Sobre la cama, destapado de las ropas, yacía T. Tenía en su mano derecha el falo, en actitud masturbatoria. Con los ojos cerrados, su cara expresaba placer. Lo tapamos y el médico verificó que estaba muerto. Luego el cura nos contó que mientras le escuchaba en confesión, T se destapó rápido y se corrió sobre él, con una potente ayaculación. Poco después debió morir, en el acto.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">MARGITER</span><br />Por El Mitra<br /><br /></div><div style="color: rgb(0, 0, 102); text-align: right;font-family:trebuchet ms;"><span style="font-size:85%;">De un momento a otro temo hallarme frente a<br />frente y a solas con el enemigo.<br />J.J. ARREOLA<br /></span></div><div style="text-align: justify;"><br /><br /><br /> Había tomado la huida definitiva. Sin nadie que lo guiara. No existíamos, en aquella remota época, ni yo ni mi compañera. Sus perseguidores lo abandonaron en el templo de Poseidón. Nos referimos a su cadáver, porque él había escapado una vez más. Dejó su cuerpo para huir más ligero, ante el asedio de los hoplitas, ser más etéreo y veloz, fugaz de una vez por todas. Presentarse en los cielos platónicos libre y ante su espejo.<br /><br />Endilgó el mote de Margiter a su más peligroso enemigo, Alejandro El Magno. Se llamó Demóstenes, de sobras conocido como orador y eminente patriota ateniense.<br /><br /> Dicen sus biógrafos que construyó un refugio subterráneo para ejercitarse en el arte oratorio, ya que tenía escasas dotes de la naturaleza para ello, y su logro lo arrancó a fuerza de una poderosa voluntad de conocer y ser, aparte de estar. En ese subterráneo colocó un enorme espejo de cuerpo entero, para verse hablando, para conocerse y perfeccionarse día a día. También se habla de que se afeitaba la mitad de la cabeza para no salir de allí, impelido por la vergüenza de ser visto con tan ridícula catadura. Pero eso poco importa, y conviene retener lo del espejo, su más valiosa sabiduría, ya que Demóstenes aplicó en esto el famoso dicho y consejo de la cultura que vivió, conocerse a sí mismo, aparte de otras utilidades.<br /><br /> Demóstenes pasó gran parte de su vida dedicado a la política, a su polís, en aquellos turbios tiempos en los que los macedonios de turno desarrollaban su poder frente a las ciudades libres de la Hélade, sentando las bases de los imperios personales y autoritarios, sin corazón, que arrasan las historias de los hombres hasta esta edad, como una pesadilla de un monstruo. Otra gran parte de esa existencia las empleó en huir de uno u otro enemigo. De ahí que no es extraño que acabase en el templo de Caluria, dedicado al dios Poseidón, como se sabe, que estaba investido de una peculiar santidad, desde tiempo inmemorial, inviolable refugio de perseguidos. Y esta última persecución lo hizo, le obligó a suicidarse ante los enemigos macedonios.<br /><br />Hay una extraña y hábil relación entre el espejo de Demóstenes, el enemigo que siempre tuvo (Margiter) y las fugas que estuvo conminado a emprender.<br /><br /> Existe un momento de su vida, quizá el único, que centró y al que estuvo dirigida, en el que las tres cosas confluyeron y se encontraron. Ese momento se conoce por todos como la batalla de Queronea. Los enemigos de la verdad han destacado que allí se probó la cobardía de Demóstenes al huir frente a los vencedores, y que, para hacerlo más ligero, se desprendió de sus armas. Esquines y Foción, sus adversarios absolutos, le reprocharon no haber muerto en el campo de batalla; posiblemente eso hubiese sido mejor para su gloria. Pero hemos de salir al paso rápidamente, aclarando que Demóstenes no era una héroe ni un mártir, sino un fanático de una idea.<br /><br /> Pero hemos de hacer la vindicación de ese fanatismo de la idea en Demóstenes. Es hora de hacerle justicia, al menos por nuestra parte y conociendo, como conocemos, la verdad de su caso insólito.<br /><br /> En Queronea marchó valiente y arengador como un soldado más, defendiendo la libertad de Atenas. Decidido a la lucha, avanzaba al enemigo. En la llanura, el ejército ateniense decidió esperar, con las falanges en vértice, la arremetida de los macedonios. Demóstenes se encontraba en la retaguardia de una de las alas. Testigo fue de la arremetida del enemigo en la vanguardia y como iban cayendo sus compatriotas ante la contundencia del ataque. Estaba aterrorizado. Toda su vida huyendo de asedios, le hacía sentir que lo temido estaba allí. Dejó las filas y corrió. Unos enemigos, percatados de eso, lo persiguieron. Tal vez eran diez, o veinte, eso no se contó y no era momento. Lo cierto es que Demóstenes corría raudo. Se dio cuenta del peso del escudo y de la lanza y los tiró para dar más rapidez a su carrera, recordando al héroe de Marathón. Después soltó el lastre de la espada y del casco. Su carrera era vertiginosa, pues poseía ligeros pies por el ejercicio que desde pequeño hacía para reponerse de una enfermedad del bazo, ya que se lo aconsejó el médico.<br /><br /> Corrió Demóstenes hacia el campamento donde tenía el espejo famoso, ante el que trataba de mejorarse en el arte de la oratoria, así como conocerse mejor para convencer y vencer a los diversos enemigos en el foro y la asamblea. Porque era grande lo había dotado de ruedas y de un vehículo donde lo transportaba. Rápido lo situó en el alto, ante la entrada al campamento y lo enfocó hacia sus perseguidores.<br /><br /> El sol daba de pleno sobre el espejo, reflejándose en dirección hacia la batalla. Era una hora de la tarde cuando rutila en todo su esplendor.<br /><br /> Llegados los macedonios ante el campamento, se pararon, temerosos ante un ataque sorpresivo de los atenienses que huían en desbandada. Siempre temieron los enemigos de Atenas la argucia y genialidad de sus habitantes. Se arracimaron todos frente a la entrada, Entonces Demóstenes enfocó el potente reflector espejeante contra ellos, que se asustaron sobremanera, saliendo cada uno por su lado. Pero fue sólo cuestión de unos minutos. Cuando el grueso de las fuerza se percató de que alguien manejaba el espejo, perdieron el miedo y se arrojaron contra él. Entonces sí, Demóstenes mostró su cobardía y, arrojando el espejo por la pendiente abajo, para frenar el ataque, corrió a cualquier templo en el que se le protegiera.<br /><br /> Pero no fue entonces cuando pereció nuestro hombre. Salvó el pellejo esa vez, que no tuvo que abandonar para huir más rápido, como las armas o el espejo. Eso ocurrió años después, en que su alma voló platónica ala morada sin perseguidor, sin Margiter que temer.<br /><br /> Yace sobre el suelo, después de mordisquear la caña de escribir, donde escondía el veneno. Antes morir que entregarse a los macedonios, antes huir definitivamente que estar preso. Libertad o muerte.<br /><br /> Bátalo, uno de sus motes, héroe después de muerto. Héroe de la libertad, que fue dejando todo: palabras, armas, espejo, cuerpo... Todo abandonado en manos del enemigo. Jamás su ser.<br /><br />Entonces no existían sabios que condujesen al huido por los laberintos de la fuga, por la tupida floresta de varia huida, por la retirada salvadora, hacia sí mismos.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">GUÍA PARA MIRAR EL ESPEJO</span><br />Por La Cañon<br /><br /><br /> El fugitivo debe prestar gran atención a los espejos, pues, junto con otros medios y, en condiciones determinadas, permiten pasar al otro lado, siendo una de las llaves de su salvación.<br /><br /> Digamos, en primer lugar, que los espejos de vidrio no empezaron a fabricarse hasta el siglo XIII, por lo que anteriormente se utilizaban con este nombre superficies metálicas pulimentadas. También han hecho de espejos, antes y después de su generalización, tal y como hoy los conocemos, las superficies de las aguas, las caras de las piedras preciosas, las bolas de cristal, etc. Lo que es importante para buen entendedor. Así, pues, por espejo debemos entender cualquier superficie pulimentada que devuelva a la mirada del consultante su propia imagen: no sólo los espejos corrientes, sino cosas tan diversas como el fondo de los calderos, las uñas pulimentadas, el cristal de las copas, el grafito pulimentado, y otras muchas cosas.<br /><br />La utilización del espejo como llave de un mundo superior de salvación se pierde en la noche de los tiempos, habiendo sido usados siempre por todos. Se servían de ellos los egipcios con esta finalidad, como nos informa Moisés: ¿No es esta la copa de mi señor, en la que bebe y por la que suele adivinar? (Gén. 44,5), Alejandro Dumas cuenta (Memorias de un Médico) que Cagliostro hizo ver a María Antonieta el porvenir que le esperaba en una garrafa colocada en lo más sombrío y oculto de un pabellón.<br /><br />Los griegos y los romanos, siguiendo un claro ritual y en el momento adecuado, determinado por la astrología, solían poner a un niño ante un espejo y preguntarle que era lo que veía. Así prefiguraron hechos importantes, confirmados posteriormente por la historia. Igualmente leían en los colores que representaba el espejo, adecuadamente consultado, la clase de enfermedad que afectaba al consultante, u obtenían información sobre personas o cosas.<br /><br />Durante la Edad Media proliferaron los espejos mágicos. Generalmente representaban en su superficie signos herméticos grabados de manera tal que no perjudicaran su poder reflectante, permitiendo, sin embargo, que quienes lo miraban, supieran si su posición era una u otra. El sabio renacentista Girolano Cardan habla en uno de sus libros de los espejos que revelan cosas ocultas y secretas, describiéndolos con detalles.<br /><br /> Las tradiciones populares de todos los tiempos hablan de los espejos como fuentes de conocimientos de mundos ocultos, suministrando muchos detalles acerca de su utilización y correcto uso. En Francia, incluso se sirvieron de ellos para descubrir ladrones y asesinos; en algunas regiones, además del ritual astral conveniente, el espejo era alumbrado ligeramente con una luz de velas, ya que el principio del fuego, al igual que los mantras, los mudras y otras determinadas técnicas, permite una mejor interiorización y sintonización del sujeto con las vibraciones de la realidad que se ve en el espejo. En varios lugares de Europa, las muchachas lo usaban para conocer la cara de sus futuros maridos.<br /><br /> Pese a todos los estudios sobre los espejos por la medicina, la sicología y la parasicología actual, les falta llegar y conocer la verdad fundamental, la sabiduría profunda, aunque tengan toda la información. La técnica, habiendo desarrollado en los últimos cien años la televisión, que no deja de ser una suerte de espejo donde vemos lo que, en cierto modo se puede decir así, se refleja ante la cámara que nos lo envía por toda la complicada red electroacústica, y lo vemos.<br /><br /> Un estudio honesto de la cuestión ha obligado a reconocer que, efectivamente, en los espejos aparecen imágenes. Sin embargo, algunos científicos opuestos a la existencia del mundo espiritual y de los fugitivos, niegan que en tales apariciones intervengan espíritus, fuerzas astrales, ni cosas parecidas. Se trata de alucinaciones o de hipnosis.<br /><br /> Otros científicos más desapasionados reconocen que, si bien en los espejos pueden verse los que ellos llaman hechos imaginarios y alucinaciones ordinarias, o recuerdos ordinarios del subconsciente, traídos a la memoria en forma de visión, también aparecen hechos actuales o pasados, que el sujeto desconocía por completo, y hechos futuros confirmados posteriormente.<br /><br />En diversas obras maestras y modernas sobre las artes adivinatorias se describen numerosos ejemplos y aspectos del ritual para consultar a los espejos. En todas las descripciones citadas, y en otras muchas más que el interesado sabrá encontrar por su cuenta, en el tráfago de la fuga a Delfos (por decir un sitio), existen muchas informaciones correctas. Pero tal y como están dichas, les falta algo fundamental. Son como la descripción de la mecánica y funcionamiento de un coche a quien no sabe conducir ni tiene otro motivo para hacerlo, ya que no sabe qué se encontrará.<br /><br /> Queremos decir primeramente que cualquier persona puede ver en el espejo, en un espejo. No se necesita poseer una condición ni constitución física especial, ni haber sido tocado por ninguna gracia, ni siquiera haber sido enseñado por algún maestro. Por supuesto que el ritual ayuda: son fuerzas y vibraciones que amplifican: el espejo es un concentrador de energía, y, como en el caso de cualquier otro concentrador, hay factores que catalizan su funcionamiento. El fuego, las posiciones, la propia sustancia del espejo, las técnicas de relajación y concentración mental entran dentro de tales sustancias catalíticas. Pero una cosa son los catalizadores y otra el funcionamiento; ningún catalizador, aunque algunos pueden interrumpir el proceso, desencadenará por sí sólo el mecanismo al cual cataliza.<br /><br /> El mecanismo que nos permite ver en el espejo está en cada uno de nosotros. Según estadísticas, de cada doscientas personas, unas ciento noventa y siete pueden llegar a ver en un espejo. Sabemos que muchísimas personas ven hoy normalmente en el espejo. El motor de la visión está en nosotros mismos.<br /><br /> Lo que se ve en el espejo no es ninguna invención de la fantasía. Allí podemos contemplar los registros de la memoria universal, del saber del universo, atemporal y fuera del espacio. Pero lo primero que se requiere es saber lo que queremos ver. Inútil mirar –y peligroso- esperando ver que salga algo. Tu propia voluntad es el motor.<br /><br /> Conócete a ti mismo y conocerás el universo, rezaba la inscripción del templo de Delfos, que Sócrates hizo suya.<br /><br /> Mírate, pues, a ti mismo y con ojos escrutadores discierne la visión que se refleja. Un espejo de tamaño natural, real, refleja toda la verdad. Estudia la imagen que observas tal como lo harías con otra persona, tienes que ser totalmente franco e imparcial.<br /><br /> Porque cual es tu pensamiento en su alma, tal es él ( Pro. 23,7).<br /><br /> Mira, pues, tu alma. De siempre se ha dicho que la cara es el espejo del alma. Las técnicas modernas confirman que en ella se revela nuestro carácter; pero también informa del mundo que somos. Y sólo somos lo que deseamos ser.<br /><br /> Tú que buscas la verdad sabrás comprender y buscarás más, aparte de la importancia de esta parte de la superficie... ¿No es acaso el ojo el espejo del alma? Así, pues, busca la verdad: en el espejo busca el reflejo del espejo, ¿no se asegura que cuando se está preparado desaparece el enemigo?<br /><br /> No te asuste ni la parálisis ni las estrellas: ahí desaparecerá, apareciendo, el enemigo, en la noche, con la dorada luz del alba a punto de florecer.<br /><br />Se ha dicho que el espejo es la imaginación –o la conciencia de la imaginación- capacitada para reproducir los reflejos del mundo visible en su realidad formal. Se ha relacionado al espejo con el pensamiento, en cuanto éste es el órgano de autocontemplación y reflejo del universo. El mito de Narciso, apareciendo el cosmos como un inmenso Narciso que se ve a sí mismo enamorado, reflejado en la humana conciencia. Desde la antigüedad el espejo es visto con un sentimiento ambivalente, doble. Es una lámina que reproduce las imágenes y, en cierta manera, las contiene y las absorve. Es lunar el espejo por su condición reflactante y pasiva, pues recibe las imágenes como la luna la luz del sol. Entre los primitivos es también símbolo de la multiplicidad del alma, y su movilidad y adaptación a los objetos que lo visitan y retiene su interés. Aparece a veces en los mitos como una puerta por la que el alma puede disociarse y pasar al otro lado. Esto puede explicar la costumbre de cubrir los espejos, o ponerlos de cara a la pared, en determinadas situaciones, en especial cuando alguien muere en las casas. También puede absorver al enemigo mediante una fácil estratagema que ya hemos probado. Pero una vez conocido el adversario, tan temido por los que huyen, hemos quedado sorprendidos. Ellos no lo estarán menos cuando se vean.<br /><br /> A casi todos los recién venidos les sucede lo mismo, ya que están al otro lado, y allá encuentran una réplica de aquí, pues creen que están vivos. Siempre se tendrá que conocer de qué lado se está y saber mirar en el espejo. Es lo más importante para conocerse a uno mismo.<br /><br /> Y no diremos mucho más, por tener hecho juramento sodálico, que se castiga, invariablemente, con la muerte.<br /><br /> Leo este texto de derecha a izquierda. Multiplicar el mundo como acto. Est e rostro que mira y es mirado. Sigo leyendo al revés y con dificultad, me entretiene en esta tarde en que todos han llegado ya. Mañana debemos mostrárselo. No se puede demorar más el conocimiento. Quedará esta guía para mirar el espejo, que a todos servirá, al que huye a la busca, sobre todo.<br /></div>Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/08232883231665777686noreply@blogger.com0